La noche desenfrenada que Leonora de la Vega compartió con su tío político, Mateo Arévalo, marcó el inicio de ocho años de suplicio. Mientras ella, al borde del abismo con las cenizas de su hija entre los brazos, se quitaba la vida, Mateo ofrecía una fastuosa fiesta de cumpleaños para el hijo de su amante. Sin embargo, al abrir los ojos en una segunda oportunidad, Leonora lo tuvo claro: ¡esta vez, él pagaría por cada una de sus deudas! En su vida pasada, sus explicaciones nunca importaron: Mateo la acusó de haberlo drogado para meterse en su cama. Ahora, Leonora pondrá distancia frente a todos, demostrando que su corazón ya no le pertenece. Antes, la amante de Mateo le robó sus creaciones y él la tachó de envidiosa; hoy, Leonora está dispuesta a exhibir la verdad y ocupar con orgullo el lugar que siempre mereció. Si antes él creyó que ella lo amaría incondicionalmente, ahora se enfrenta a una Leonora firme, que se marcha sin mirar atrás. Aterrado, Mateo la sujeta con la voz quebrada y los ojos llenos de arrepentimiento: —Leonora, por favor… no me dejes así. Llévame contigo.
Leer másDe regreso en la universidad, Leonora entró a su dormitorio. Ninguna de sus compañeras estaba allí, seguramente seguían con sus planes de búsqueda de empleo o pasantías. Ella se dirigió a su armario y lo abrió; entrecerró los ojos al ver lo que había dentro.En ese instante, una voz sonó a sus espaldas:—Leonora…Volteó lentamente y vio a Freddi, quien de inmediato se abalanzó y empezó a darse bofetadas en la cara.—¡Perdóname, Leonora! —exclamó, golpeándose una y otra vez—. Tenía miedo a la pobreza; Pedro me dijo que solo necesitaba tu cuenta para publicar un par de comentarios y… pues, ya sabes cómo es mi mamá. Dice que perder el tiempo en la universidad es un lujo. Me dejé llevar. ¡Ten piedad de mí!Mientras se abofeteaba, Freddi lanzaba un chantaje emocional que Leonora fingió no entender. Se quedó con la mirada clavada, simulando asombro. El sonido de las palmadas contra la mejilla de Freddi resonó en la habitación, y ella no se atrevía a detenerse. Cuando su rostro lucía ya enroj
Cuando Leonora volvió a abrir los ojos, se dio cuenta de que estaba en un hospital. Aunque podía mover ligeramente la mirada, su mente seguía atrapada en la confusión. Alcanzó a escuchar voces a su lado:—¿Cómo sigue?La pregunta, en un tono grave y peligroso, provenía de una voz muy conocida: la de Mateo.—Señor Mateo, no se preocupe. Puede contar con mi palabra profesional: la mano de la señorita Leonora se recuperará por completo —respondió el médico con firmeza.“¿La mano…?”Apenas oyó esa palabra, Leonora empezó a tomar verdadera conciencia de lo que sucedía. Con la vista medio nublada, enfocó el gafete en la bata del doctor, que decía: Matías Hernández, Jefe de Neurología.Ese nombre le resultaba inquietantemente familiar.Recordó, entonces, algo que ocurrió en su vida anterior. Cuando Isadora se había hecho un simple corte cocinando, Mateo había ordenado llamar al mejor neurólogo para atenderla. Aquella vez, Leonora recibió la oportunidad de rediseñar una importante joya, pero j
El rostro de Isadora palideció; justo cuando Mateo estiró la mano para tomar el dispositivo, ella se abalanzó, lo soltó “por accidente” y lo dejó caer al piso. Después, fingiendo torpeza, lo aplastó con el tacón, partiéndolo en mil pedazos.—Ay, Mateo, lo siento muchísimo… no fue mi intención, solo quería ayudarte a recogerlo —se disculpó con un falso aire de inocencia.Leonora fijó la vista en los pedazos rotos de la USB. Entonces, sin más, dio media vuelta y se marchó. Al fin y al cabo, no le importaba si Mateo veía o no el contenido; lo verdaderamente significativo era que Isadora había reaccionado con pánico ante todos. Y esa reacción, por sí sola, hablaba por ella.Apenas salió del salón, Aurora la alcanzó.—¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre darle esa evidencia a Isadora? —le reclamó su madre, nerviosa.—Mamá, ¿de verdad crees que podríamos haberla protegido? —repuso Leonora con sencillez.—¿Y por qué no lo reprodujiste en vivo? ¡Así todos habrían visto el verdadero rostro de Isador
—Hoy quiero agradecerle a una persona… a don Gregorio Arévalo.Tomó aire y continuó, con un tono cargado de emoción:—Él confió en que era inocente y preparó esta rueda de prensa para mí. Aunque no tengo lazos de sangre con la familia Arévalo, ellos siempre me han tratado como a una nieta y nunca me harían daño. De verdad… muchas gracias.Leonora se inclinó profundamente ante Gregorio. Él, a pesar de estar visiblemente molesto, no pudo hacer más que asentir y sonreír ante el público. Gracias a esta maniobra de Leonora, la familia Arévalo consiguió calmar las críticas en tiempo récord.La conferencia de prensa llegó a su fin. Entonces, Leonora se apresuró a seguir a la oficial de policía.—Gracias —le dijo con sinceridad—. Si no hubieras encontrado las pruebas contra Vicente, yo…La oficial, antes de responder, pidió a sus compañeros que se llevaran a los detenidos y luego miró a Leonora con cierta incomodidad.—No fui yo. Fue el señor Mateo quien movió todo. Él localizó a esas chicas e
Para colmo, las miradas incrédulas de los presentes casi la fulminaban. Si no ofrecía alguna explicación, su imagen pública se arruinaría.Apretó los labios, con la mirada cargada de malicia, y soltó:—Leonora, ¿se te olvida de qué estábamos hablando? Aquí la cuestión es que tú incitaste a alguien para que me hiciera daño. Te estoy dando la oportunidad de disculparte en este mismo lugar. Si lo haces, podremos llegar a un acuerdo, y así no tendrás problemas.El tono de víctima ya no funcionaba, así que ahora optaba por la amenaza. Sin embargo, una vez más subestimó a su oponente. Leonora se volvió hacia la oficial de policía, que habló con seriedad:—Señorita Isadora, investigamos al hombre que intentó agredirla. No tiene antecedentes penales; lo único que sabemos es que su hija requiere un tratamiento médico muy costoso. Revisamos su cuenta y descubrimos un depósito desde el extranjero que coincide exactamente con el monto de la cirugía. Es solo cuestión de tiempo saber quién hizo esa
La calma de Leonora sorprendió a todos. Aquella muchacha, relegada en los confines de la familia Arévalo, ya no se mostraba sumisa ni agachaba la cabeza. Se mantenía sobre el escenario, defendiendo su posición con una firmeza y aplomo que no dejaban lugar a dudas. Sus ojos, llenos de determinación, pasaron por el semblante helado y enigmático de Mateo, sin la menor intención de retroceder.Ante el repentino cambio de rumbo en la historia, los reflectores se dirigieron a Pedro y a Isadora. Pedro, inseguro, le envió una mirada a Isadora, quien frunció el ceño para indicarle que debía seguir atacando. Sin perder tiempo, él alzó la voz:—Señorita Leonora, no puede ser que, solo porque te hice preguntas incómodas, me acuses de conspirar con la señorita Isadora.Con los ojos enrojecidos, Isadora levantó la voz:—Leonora, sé que el hecho de que la escuela me consiguiera un lugar en la competencia te molestó muchísimo. Pero en realidad, solo busco una disculpa. Incluso ya hablé con la policía
Pedro se quedó rígido, con el rostro pálido. Tratando de escapar, señaló la pantalla con desesperación.—¡¿Y qué si fui yo?! Eso solo demuestra que fue Leonora quien me pasó la información para inculpar a la señorita Isadora.El público empezó a murmurar, como si diera por hecho que aquella era la prueba definitiva de la culpabilidad de Leonora. Sin perder la compostura, ella lanzó una mirada directa a Isadora.—Señorita Isadora, ¿acaso no sabes muy bien quién le pasó esa información a Pedro? ¿No tienes nada que decir al respecto?El gesto de Isadora se tensó por un segundo, pero pronto clamó:—¿Qué tiene que ver esto conmigo? ¡Yo no fui!Leonora la observó con serenidad.—Yo no he dicho que fueras tú. Solo me pregunto por qué, si la otra vez en la oficina del director aclaramos la situación, preferiste callar cuando todos estos fans y reporteros me acusaban.—Y-yo… —Isadora se quedó sin palabras y, al verse acorralada, rompió a llorar—.Leonora se encogió de hombros con un aire casi c
Mateo no dijo nada. Se limitó a echar un vistazo por encima del hombro de Leonora con una frialdad cortante, como si detrás de él se extendiera un glaciar invernal que no admitía visitantes.Leonora soltó una risa helada en su fuero interno. «Así es Mateo», pensó, «siempre impenetrable.»De pronto, una voz penetrante y autoritaria resonó a sus espaldas:—Leonora, ¿qué haces ahí parada? Todos te están esperando.Se trataba de Gregorio. Leonora se dio la vuelta y vio que, tras él, estaban Aurora y Esteban. En circunstancias normales, ninguno de ellos habría tenido cabida en un lugar tan céntrico, pero esta vez habían aparecido en un escenario que se antojaba poco favorable. Quedaba claro que Gregorio temía que Leonora se retractara y se negara a subir al estrado.—Leonora… —murmuró Esteban, con semblante serio, dando un paso para protegerla.Pero ella sacudió la cabeza y susurró:—Tío, mejor acompaña a mi mamá. Confía en mí.Ante la mirada de advertencia de Gregorio, Leonora subió al esc
—Como tu abogado en funciones, debo ser responsable y decirte que este es el mejor desenlace posible para ti.Mientras hablaba, su tono dejaba claro que estaba convencido de que Leonora, sin nadie que la apoyara, terminaría acatándolo. Leonora cerró el discurso sin prisa y lo miró fijamente sin pronunciar palabra. Bajo esa mirada tan transparente, Bruno sintió un leve temblor de incertidumbre.—¿Señorita Leonora? ¿Por qué me mira así?Leonora ladeó la cabeza y preguntó con calma:—Señor Bruno, recuerdo haber oído que en su momento usted fue perseguido por defender gratuitamente a personas sin recursos, y que por eso la familia Arévalo lo reclutó. ¿No es así?Los ojos de Bruno se abrieron con sorpresa. Esa historia era tan confidencial que solo Mateo y Gregorio la conocían. Sin embargo, se recompuso de inmediato —era un abogado experimentado— y replicó:—¿Y qué con eso?Leonora dejó escapar un suspiro casi imperceptible, con un atisbo de sonrisa:—¿De verdad te quedas tranquilo al decir