Elizabeth nunca había deseado nada más que escapar del orfanato en el que había crecido. Su única esperanza era tener una vida mejor y más próspera. Con sus metas claramente trazadas y su determinación inquebrantable, Elizabeth estaba decidida a tomar las riendas de su destino. Pero cuando se ve envuelta en una red de tráfico de mujeres y es vendida al mejor postor, su mundo se desmorona. ¿Se verá atrapada en un nuevo ciclo de sufrimiento o encontrará la luz en medio de la oscuridad? Únete a Elizabeth en esta emocionante historia, mientras se embarca en un viaje para descubrir la verdadera libertad y el amor en medio de un mundo lleno de incertidumbres.
Leer másEl almuerzo transcurría incómodo. Sus comentarios me dejaron algo pensativa y el ambiente se volvió tenso entre nosotros. Levanté la vista para mirarle y en ese mismo instante él también lo hizo pillandome en el intento. Sonrió de medio lado egocéntrico y ladeó la cabeza. —Te pillé. —¿A qué te refieres? —fingí desinterés. —Me estabas mirando pequeña acosadora. —No tengo idea de qué hablas —no pienso aceptarlo. —Te vi mientras me espiabas. —No te estaba espiando y además si me pillaste es porque también me mirabas. ¿Oh no? —elevé una ceja. —Un punto para ti —rió. Sonreí ampliamente mientras él levantaba las manos en rendición. La tensión se aligeró un poco. Luego de eso fue más cómodo. No habían miradas intimidantes. Todo fue absolutamente tranquilo y agradable. Después del almuerzo regresamos a casa. En el camino me limité a mirar por la ventana, el paisaje es definitivamente hermoso. —¿Henrik puedo pedirte algo? —me atreví a hablar algo avergonzada. —Claro —respondió
Cuando terminó, me indicó que me vistiera. Hice lo que me dijo, algo torpe, intentando ignorar el peso de su mirada fija. Luego llamó a Henrik, quien entró al consultorio con su habitual porte estoico. Se sentó junto a mí, su presencia llenando el espacio con una autoridad casi palpable. La mujer habló con él en un tono formal y sereno, mientras yo me sentía una espectadora en un diálogo del que, en teoría, era la protagonista. Al cabo de unos minutos, salimos. —¿Qué te dijo? —pregunté, intentando sonar casual. —Que los resultados estarán listos en unos días —respondió sin apartar la vista del pasillo por el que caminábamos. —¿Y qué más? —insistí, incapaz de contener mi curiosidad. —Confirmó que, efectivamente, eres virgen y que, a simple vista, estás muy sana. —Ya veo. No supe cómo reaccionar, así que simplemente me aferré al silencio. Henrik señaló una puerta frente a nosotros, y al entrar, sentí cómo un leve temblor recorría mi cuerpo. La enfermera me pidió que me s
Sin resignarme a aceptar tan fácilmente, insistí en tratar de persuadirlo, aunque pronto me di cuenta de que sería inútil. —Por favor, estoy perfectamente sana. No me lleves —intenté un puchero, buscando conmoverlo. Henrik dejó escapar una suave risa mientras me miraba con ternura. —Eres adorable, pero no me convencerás. Es solo un examen, nada grave. —¿Es realmente necesario? —pregunté, dejando caer los hombros en un gesto de resignación. —Totalmente. Suspiré, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, tú ganas. Me levanté con pesadez y me dirigí al baño. Después de terminar, me lavé los dientes y, al darme cuenta de que no había traído ropa, opté por una bata que encontré colgada allí. Era corta, demasiado quizás, y su tela ligera apenas cubría lo esencial. Al salir, me encaminé al armario. Henrik seguía sentado en el mismo lugar, observándome con una intensidad que me hizo sentir expuesta. —Eso que llevas puesto… —murmuró sin apartar la mirada. —
Por más que intentara analizar sus palabras desde todos los ángulos, la duda y la desconfianza seguían ancladas en mi interior. Era una reacción natural, casi instintiva en mí, resultado de haber crecido en un orfanato donde la bondad rara vez era genuina. En ese entorno, aprender a desconfiar fue una cuestión de supervivencia, y ahora, cada gesto amable parecía ocultar mentiras o intenciones veladas. —Podrías haber elegido a cualquiera de las jóvenes que estaban allí. —Me gustabas tú. Eras la más joven, hermosa y, a diferencia de las demás, eres… —hizo una pausa, como si midiera sus palabras. —¿Virgen? —completé su frase con un tono ácido. Él asintió con calma, como si no hubiese percibido mi incomodidad. —Es cierto, pero no todo en mí es lo que parece —dije, cruzándome de brazos y observándolo con desafío. —¿A qué te refieres? —arqueó una ceja, curioso. —A mi cuerpo. —¿Qué tiene tu cuerpo? —su tono seguía siendo sereno, pero había un dejo de interés genuino. —Cuando me s
Tal como me indicó Justine, tomé un baño. Al inspeccionar la espaciosa bañera, descubrí un arsenal de lujosas sales de baño y productos para la piel, cuidadosamente dispuestos como si estuvieran esperando mi llegada. El ambiente estaba impregnado de un aroma dulce y relajante, proveniente de las velas aromáticas estratégicamente colocadas. Parecía más un santuario que un simple baño. Me sumergí en el agua caliente, permitiendo que el estrés se disolviera junto con la espuma perfumada. Cerré los ojos, sintiendo cómo el calor calmaba cada músculo tenso. Nunca antes había experimentado algo tan lujoso, tan indulgente. Por un momento, me sentí como si fuera alguien diferente, alguien que no cargaba con las cicatrices de un pasado que intentaba olvidar. Tras lo que sentí como horas —aunque seguramente fueron menos—, salí del baño con la piel cálida y los pensamientos algo más ordenados. Me envolví en una toalla suave y dejé que el aire tibio de la habitación secara mi cabello. No obst
Una mujer de mediana edad, envuelta en un largo vestido de tela opaca que susurraba al moverse, se acercó a mí con pasos firmes. Sin pronunciar palabra, me indicó con un simple ademán de la mano que la siguiera. Lo hice, como si estuviera en trance, incapaz de cuestionar. La seguí hasta el pie de una escalera de roble que se alzaba majestuosa, casi como si conectara el suelo con el cielo. Una alfombra roja, gruesa y exquisita, descendía por los escalones, amortiguando cualquier ruido de nuestros pasos. Mientras ascendíamos, mis ojos no podían evitar escudriñar cada rincón. En el centro del salón principal colgaba un candelabro plateado de proporciones desmesuradas, cada cristal relucía bajo la cálida luz que llenaba la estancia. Era como estar dentro de un castillo sacado de un sueño, pero con un toque de inquietante realidad que me hacía sentir pequeña y fuera de lugar.Al llegar al final de la escalera, la mujer giró hacia la izquierda y avanzó por un largo corredor, sus pasos reso
Un auto negro y lujoso se detuvo frente a nosotros. De él descendió un hombre alto, vestido con un traje negro y lentes oscuros. Me tomó del brazo y me hizo subir al vehículo. —Adiós, Elizabeth —dijo Christal, sonriendo mientras se despedía con la mano. El hombre cerró la puerta y vi cómo el auto comenzaba a moverse. Solo él y yo ocupábamos los asientos traseros. Al elevar la vista para mirarlo, noté que su aspecto era aterrador y sombrío; su rostro carecía de expresión. —¿Fue usted quien me compró? —me atreví a preguntar. —No —respondió de manera cortante, con una voz profunda. —¿Quién fue entonces? —Ya lo sabrás cuando sea la hora. —¿A dónde vamos? —Al aeropuerto. —¿Saldremos del país? ¿A cuál iremos? El hombre me miró con seriedad, como si mis preguntas lo estuvieran cansando. Comprendí que no diría nada más, así que me quedé en silencio durante el trayecto, que duró alrededor de cuarenta minutos. Al detenernos, el hombre a mi lado salió y me indicó que hiciera lo mismo.
Caminé por el pasillo hasta llegar a una puerta que daba a un amplio y lujoso salón. Una gran cantidad de hombres llenaba el lugar; algunos bebían, otros estaban acompañados de jóvenes, y muchos más se congregaban alrededor de la tarima donde Stella bailaba con una gracia que parecía genuina. Me preguntaba si ella estaba allí por su propia voluntad o si, al igual que yo, había sido forzada a estar en ese lugar. Decidí que era hora de regresar al camerino; Stella estaba a punto de terminar, y yo sería el espectáculo especial de la noche. Me dirigí rápidamente hacia el camerino, pero en mi apresurado andar, chocar contra alguien me hizo tambalear. Esa persona se estabilizó rápidamente, y al alzar la mirada, me encontré con unos penetrantes ojos verdes que me absorbieron por completo. El hombre me sostenía firmemente de la cintura, mientras mis manos se aferraban a sus hombros para no caer. Él estaba ligeramente inclinado hacia adelante, sosteniéndome con una intensidad que me dejó mom
—Perdone, señora, pero no puedo bailar ahí.—¿Y qué te lo impide?—No sé hacerlo.—Lo harás. Ya aprenderás.—¡He dicho que no haré tal cosa!—¡Escúchame, muchachita! —sostuvo mi rostro con mano firme, apretándolo con fuerza—. Que yo haya sido amable hasta ahora no significa que sea una idiota. Harás todo lo que te ordene, porque no tienes otra maldita opción. Enfádame y te haré conocer los límites del dolor.Permanecí en silencio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con traicionarme y revelar cuán débil me sentía. Las retuve, decidida a no dejarme vencer, porque si lo hacía, conocerían mis debilidades. Y eso es algo que no puedo permitirme, especialmente ahora.—¿Has entendido, niña?Asentí ligeramente con la cabeza, y ella sonrió de lado, satisfecha.—Entonces ven aquí.Me llevó hasta una tarima donde una joven bailaba con facilidad y soltura.—Stella, acércate.La joven dejó de bailar y se acercó a nosotras.—¿Quién es ella? —preguntó, mirándome de arriba abajo.—Ella será tu nu