Capítulo 5

Un auto negro y lujoso se detuvo frente a nosotros. De él descendió un hombre alto, vestido con un traje negro y lentes oscuros. Me tomó del brazo y me hizo subir al vehículo.

—Adiós, Elizabeth —dijo Christal, sonriendo mientras se despedía con la mano.

El hombre cerró la puerta y vi cómo el auto comenzaba a moverse. Solo él y yo ocupábamos los asientos traseros. Al elevar la vista para mirarlo, noté que su aspecto era aterrador y sombrío; su rostro carecía de expresión.

—¿Fue usted quien me compró? —me atreví a preguntar.

—No —respondió de manera cortante, con una voz profunda.

—¿Quién fue entonces?

—Ya lo sabrás cuando sea la hora.

—¿A dónde vamos?

—Al aeropuerto.

—¿Saldremos del país? ¿A cuál iremos?

El hombre me miró con seriedad, como si mis preguntas lo estuvieran cansando. Comprendí que no diría nada más, así que me quedé en silencio durante el trayecto, que duró alrededor de cuarenta minutos.

Al detenernos, el hombre a mi lado salió y me indicó que hiciera lo mismo. Apenas puse un pie fuera del auto, eché a correr, sin rumbo ni dirección, solo quería huir, aterrorizada por la idea de haber sido vendida a un hombre desconocido y las experiencias que me esperaban.

Mientras corría, sentí que alguien me sujetaba con fuerza. Intenté forcejear, golpeando y arañando a quien me sostenía.

—¡Suéltame, déjame ir!

—¡Quédate quieta! —gritó el hombre, que era extremadamente fuerte. Me inyectó algo en el cuello; grité por el dolor, pero poco a poco fui debilitándome hasta perder el conocimiento.

......

Abrí los ojos con miedo, mirando a mi alrededor con desesperación. Me sorprendí al darme cuenta de que estaba en un avión. En el asiento frente a mí estaba el mismo hombre, mirándome con seriedad; a su lado había otro hombre con un parecido notable, aunque este parecía un poco menos amargado.

—Antes de que te vuelvas a volver loca, te recomiendo que respires hondo y cuentes hasta mil —dijo el segundo hombre con tono burlón.

—¿Por qué debería? —le respondí, retadora.

—Porque estarías gastando energía en vano; a menos que planees saltar del avión, no tienes manera de escapar —añadió, sonriendo de forma sarcástica.

—¿A dónde me llevan?

—A tu nuevo hogar. Y te aseguro que será mucho mejor que ese burdel.

—Quiero irme a casa —exigí, algo enojada.

—Está en camino a ella.

—A mi verdadera casa.

—¿Y acaso tienes una?

—Bueno, yo... —La verdad era que no. Bajé la cabeza, sin respuesta.

—Lo imaginé. Si tienes hambre, puedes pedir algo.

—No, gracias.

—Aún queda una hora para que lleguemos a nuestro destino. ¿No deberías comer algo?

—Solo quiero un poco de agua.

El hombre llamó a la azafata, quien me trajo una copa con agua.

Observé detenidamente el interior del avión. Apenas éramos tres personas a bordo. No era muy grande, pero sí lujoso. Quien me compró debía ser una persona de mucho dinero para tener un jet privado como este.

La hora transcurrió rápidamente, y antes de darme cuenta, habíamos llegado. La voz del piloto resonó en la cabina. Primero habló en un idioma extraño que no reconocí, solo entendí algo que sonaba como "Koninkrijk België". Luego, el piloto se dirigió a nosotros en inglés, y en ese momento sentí que casi sufría un paro cardíaco.

»Damas y caballeros, permanezcan en sus asientos y abrochen sus cinturones de seguridad. En unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto internacional de Bruselas, Reino de Bélgica.

En ese instante, me atraganté con mi propia saliva. ¡¿Cómo demonios había terminado en Bélgica?! Estaba realmente perdida.

—Ya es hora de bajar, señorita.

Uno de los hombres de negro, como decidí llamarlos, habló y me sacó de mis pensamientos.

—No pienso bajar. Dile al piloto que me lleve de vuelta a Estados Unidos, ahora.

—Por eso es que odio a los americanos —se quejó el tipo aterrador—. ¡Escucha, muñeca! Puedes tener un nombre de reina, pero no lo eres. No me des órdenes porque no eres mi jefa, y si no quieres otra dosis, pero más fuerte, de la misma inyección, entonces no jodas y vamos.

Asustada por su tono amenazante, bajé del avión siguiendo a los otros. Una brisa fría me golpeó la piel como miles de agujas; el aire estaba helado, tanto que comencé a temblar. Era invierno, pero definitivamente aquí la temperatura era mucho más baja que en donde vivía.

Los hombres notaron que estaba helando, y uno de ellos me cubrió los hombros con su chaqueta. Le agradecí el gesto y lo seguí hasta salir de la pista de aterrizaje. Un auto similar al que me recogió en España nos esperaba, aunque este era de un color más claro.

Una vez dentro, el cálido interior me recibió. Mientras viajábamos, disfruté de las preciosas vistas que ofrecía el paisaje. El día era hermoso y veía a la gente caminar por las calles. El paisaje estaba adornado con bulevares arbolados, magníficos jardines, numerosos monumentos y hermosos edificios.

Pasamos frente a un bello y antiguo edificio que llamó mi atención por su estructura y notable antigüedad.

—¿Qué es ese lugar? —pregunté, señalando y mirando a uno de los hombres.

—¿Hermoso, cierto?

—Sí, y mucho.

—Es la Catedral de San Miguel.

—Es realmente bonita.

—Así es.

Después de un buen rato de viaje, en el que pude apreciar el paisaje, llegamos a nuestro destino. Lo que vi me dejó sin aliento.

Atravesamos un inmenso portón y nos adentramos en un enorme lugar. Frente a mis ojos se alzaba una inmensa casa, lo más parecido a un palacio que había visto jamás. Un amplio jardín nos conducía hasta la puerta de ese majestuoso sitio.

Bajamos del auto, y aún no podía creer lo que veía. Era simplemente magnífico; la construcción se veía antigua, con estructuras que parecían de un siglo XIX, pero estaba claramente restaurada y muy bien cuidada.

—Señorita, es hora de entrar —dijo uno de los hombres de negro.

—¿Yo sola?

—Así es. No te preocupes, te guiarán a tu habitación.

—¿Y dónde está esa persona? —pregunté, curiosa.

—¿A quién te refieres?

—Al hombre que me compró.

—No puedes andar diciendo eso, señorita —me reprendió—. Con respecto al señor, aún no está en el país. Llegará en la tarde. Mientras tanto, ve a acomodarte en tu habitación.

Asentí lentamente y me dirigí al interior. Al entrar, mis ojos se iluminaron. Objetos antiguos, como jarrones de cerámica, piezas de jade, oro y plata, escudos de bronce y brillantes espadas decoraban el lugar. Retratos de individuos colgaban en las paredes, y las pinturas se veían tan antiguas que el lugar más bien parecía un museo que una casa.

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