Un auto negro y lujoso se detuvo frente a nosotros. De él descendió un hombre alto, vestido con un traje negro y lentes oscuros. Me tomó del brazo y me hizo subir al vehículo.
—Adiós, Elizabeth —dijo Christal, sonriendo mientras se despedía con la mano. El hombre cerró la puerta y vi cómo el auto comenzaba a moverse. Solo él y yo ocupábamos los asientos traseros. Al elevar la vista para mirarlo, noté que su aspecto era aterrador y sombrío; su rostro carecía de expresión. —¿Fue usted quien me compró? —me atreví a preguntar. —No —respondió de manera cortante, con una voz profunda. —¿Quién fue entonces? —Ya lo sabrás cuando sea la hora. —¿A dónde vamos? —Al aeropuerto. —¿Saldremos del país? ¿A cuál iremos? El hombre me miró con seriedad, como si mis preguntas lo estuvieran cansando. Comprendí que no diría nada más, así que me quedé en silencio durante el trayecto, que duró alrededor de cuarenta minutos. Al detenernos, el hombre a mi lado salió y me indicó que hiciera lo mismo. Apenas puse un pie fuera del auto, eché a correr, sin rumbo ni dirección, solo quería huir, aterrorizada por la idea de haber sido vendida a un hombre desconocido y las experiencias que me esperaban. Mientras corría, sentí que alguien me sujetaba con fuerza. Intenté forcejear, golpeando y arañando a quien me sostenía. —¡Suéltame, déjame ir! —¡Quédate quieta! —gritó el hombre, que era extremadamente fuerte. Me inyectó algo en el cuello; grité por el dolor, pero poco a poco fui debilitándome hasta perder el conocimiento. ...... Abrí los ojos con miedo, mirando a mi alrededor con desesperación. Me sorprendí al darme cuenta de que estaba en un avión. En el asiento frente a mí estaba el mismo hombre, mirándome con seriedad; a su lado había otro hombre con un parecido notable, aunque este parecía un poco menos amargado. —Antes de que te vuelvas a volver loca, te recomiendo que respires hondo y cuentes hasta mil —dijo el segundo hombre con tono burlón. —¿Por qué debería? —le respondí, retadora. —Porque estarías gastando energía en vano; a menos que planees saltar del avión, no tienes manera de escapar —añadió, sonriendo de forma sarcástica. —¿A dónde me llevan? —A tu nuevo hogar. Y te aseguro que será mucho mejor que ese burdel. —Quiero irme a casa —exigí, algo enojada. —Está en camino a ella. —A mi verdadera casa. —¿Y acaso tienes una? —Bueno, yo... —La verdad era que no. Bajé la cabeza, sin respuesta. —Lo imaginé. Si tienes hambre, puedes pedir algo. —No, gracias. —Aún queda una hora para que lleguemos a nuestro destino. ¿No deberías comer algo? —Solo quiero un poco de agua. El hombre llamó a la azafata, quien me trajo una copa con agua. Observé detenidamente el interior del avión. Apenas éramos tres personas a bordo. No era muy grande, pero sí lujoso. Quien me compró debía ser una persona de mucho dinero para tener un jet privado como este. La hora transcurrió rápidamente, y antes de darme cuenta, habíamos llegado. La voz del piloto resonó en la cabina. Primero habló en un idioma extraño que no reconocí, solo entendí algo que sonaba como "Koninkrijk België". Luego, el piloto se dirigió a nosotros en inglés, y en ese momento sentí que casi sufría un paro cardíaco. »Damas y caballeros, permanezcan en sus asientos y abrochen sus cinturones de seguridad. En unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto internacional de Bruselas, Reino de Bélgica. En ese instante, me atraganté con mi propia saliva. ¡¿Cómo demonios había terminado en Bélgica?! Estaba realmente perdida. —Ya es hora de bajar, señorita. Uno de los hombres de negro, como decidí llamarlos, habló y me sacó de mis pensamientos. —No pienso bajar. Dile al piloto que me lleve de vuelta a Estados Unidos, ahora. —Por eso es que odio a los americanos —se quejó el tipo aterrador—. ¡Escucha, muñeca! Puedes tener un nombre de reina, pero no lo eres. No me des órdenes porque no eres mi jefa, y si no quieres otra dosis, pero más fuerte, de la misma inyección, entonces no jodas y vamos. Asustada por su tono amenazante, bajé del avión siguiendo a los otros. Una brisa fría me golpeó la piel como miles de agujas; el aire estaba helado, tanto que comencé a temblar. Era invierno, pero definitivamente aquí la temperatura era mucho más baja que en donde vivía. Los hombres notaron que estaba helando, y uno de ellos me cubrió los hombros con su chaqueta. Le agradecí el gesto y lo seguí hasta salir de la pista de aterrizaje. Un auto similar al que me recogió en España nos esperaba, aunque este era de un color más claro. Una vez dentro, el cálido interior me recibió. Mientras viajábamos, disfruté de las preciosas vistas que ofrecía el paisaje. El día era hermoso y veía a la gente caminar por las calles. El paisaje estaba adornado con bulevares arbolados, magníficos jardines, numerosos monumentos y hermosos edificios. Pasamos frente a un bello y antiguo edificio que llamó mi atención por su estructura y notable antigüedad. —¿Qué es ese lugar? —pregunté, señalando y mirando a uno de los hombres. —¿Hermoso, cierto? —Sí, y mucho. —Es la Catedral de San Miguel. —Es realmente bonita. —Así es. Después de un buen rato de viaje, en el que pude apreciar el paisaje, llegamos a nuestro destino. Lo que vi me dejó sin aliento. Atravesamos un inmenso portón y nos adentramos en un enorme lugar. Frente a mis ojos se alzaba una inmensa casa, lo más parecido a un palacio que había visto jamás. Un amplio jardín nos conducía hasta la puerta de ese majestuoso sitio. Bajamos del auto, y aún no podía creer lo que veía. Era simplemente magnífico; la construcción se veía antigua, con estructuras que parecían de un siglo XIX, pero estaba claramente restaurada y muy bien cuidada. —Señorita, es hora de entrar —dijo uno de los hombres de negro. —¿Yo sola? —Así es. No te preocupes, te guiarán a tu habitación. —¿Y dónde está esa persona? —pregunté, curiosa. —¿A quién te refieres? —Al hombre que me compró. —No puedes andar diciendo eso, señorita —me reprendió—. Con respecto al señor, aún no está en el país. Llegará en la tarde. Mientras tanto, ve a acomodarte en tu habitación. Asentí lentamente y me dirigí al interior. Al entrar, mis ojos se iluminaron. Objetos antiguos, como jarrones de cerámica, piezas de jade, oro y plata, escudos de bronce y brillantes espadas decoraban el lugar. Retratos de individuos colgaban en las paredes, y las pinturas se veían tan antiguas que el lugar más bien parecía un museo que una casa.Una mujer de mediana edad, envuelta en un largo vestido de tela opaca que susurraba al moverse, se acercó a mí con pasos firmes. Sin pronunciar palabra, me indicó con un simple ademán de la mano que la siguiera. Lo hice, como si estuviera en trance, incapaz de cuestionar. La seguí hasta el pie de una escalera de roble que se alzaba majestuosa, casi como si conectara el suelo con el cielo. Una alfombra roja, gruesa y exquisita, descendía por los escalones, amortiguando cualquier ruido de nuestros pasos. Mientras ascendíamos, mis ojos no podían evitar escudriñar cada rincón. En el centro del salón principal colgaba un candelabro plateado de proporciones desmesuradas, cada cristal relucía bajo la cálida luz que llenaba la estancia. Era como estar dentro de un castillo sacado de un sueño, pero con un toque de inquietante realidad que me hacía sentir pequeña y fuera de lugar.Al llegar al final de la escalera, la mujer giró hacia la izquierda y avanzó por un largo corredor, sus pasos reso
Tal como me indicó Justine, tomé un baño. Al inspeccionar la espaciosa bañera, descubrí un arsenal de lujosas sales de baño y productos para la piel, cuidadosamente dispuestos como si estuvieran esperando mi llegada. El ambiente estaba impregnado de un aroma dulce y relajante, proveniente de las velas aromáticas estratégicamente colocadas. Parecía más un santuario que un simple baño. Me sumergí en el agua caliente, permitiendo que el estrés se disolviera junto con la espuma perfumada. Cerré los ojos, sintiendo cómo el calor calmaba cada músculo tenso. Nunca antes había experimentado algo tan lujoso, tan indulgente. Por un momento, me sentí como si fuera alguien diferente, alguien que no cargaba con las cicatrices de un pasado que intentaba olvidar. Tras lo que sentí como horas —aunque seguramente fueron menos—, salí del baño con la piel cálida y los pensamientos algo más ordenados. Me envolví en una toalla suave y dejé que el aire tibio de la habitación secara mi cabello. No obst
Por más que intentara analizar sus palabras desde todos los ángulos, la duda y la desconfianza seguían ancladas en mi interior. Era una reacción natural, casi instintiva en mí, resultado de haber crecido en un orfanato donde la bondad rara vez era genuina. En ese entorno, aprender a desconfiar fue una cuestión de supervivencia, y ahora, cada gesto amable parecía ocultar mentiras o intenciones veladas. —Podrías haber elegido a cualquiera de las jóvenes que estaban allí. —Me gustabas tú. Eras la más joven, hermosa y, a diferencia de las demás, eres… —hizo una pausa, como si midiera sus palabras. —¿Virgen? —completé su frase con un tono ácido. Él asintió con calma, como si no hubiese percibido mi incomodidad. —Es cierto, pero no todo en mí es lo que parece —dije, cruzándome de brazos y observándolo con desafío. —¿A qué te refieres? —arqueó una ceja, curioso. —A mi cuerpo. —¿Qué tiene tu cuerpo? —su tono seguía siendo sereno, pero había un dejo de interés genuino. —Cuando me s
Sin resignarme a aceptar tan fácilmente, insistí en tratar de persuadirlo, aunque pronto me di cuenta de que sería inútil. —Por favor, estoy perfectamente sana. No me lleves —intenté un puchero, buscando conmoverlo. Henrik dejó escapar una suave risa mientras me miraba con ternura. —Eres adorable, pero no me convencerás. Es solo un examen, nada grave. —¿Es realmente necesario? —pregunté, dejando caer los hombros en un gesto de resignación. —Totalmente. Suspiré, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, tú ganas. Me levanté con pesadez y me dirigí al baño. Después de terminar, me lavé los dientes y, al darme cuenta de que no había traído ropa, opté por una bata que encontré colgada allí. Era corta, demasiado quizás, y su tela ligera apenas cubría lo esencial. Al salir, me encaminé al armario. Henrik seguía sentado en el mismo lugar, observándome con una intensidad que me hizo sentir expuesta. —Eso que llevas puesto… —murmuró sin apartar la mirada. —
Cuando terminó, me indicó que me vistiera. Hice lo que me dijo, algo torpe, intentando ignorar el peso de su mirada fija. Luego llamó a Henrik, quien entró al consultorio con su habitual porte estoico. Se sentó junto a mí, su presencia llenando el espacio con una autoridad casi palpable. La mujer habló con él en un tono formal y sereno, mientras yo me sentía una espectadora en un diálogo del que, en teoría, era la protagonista. Al cabo de unos minutos, salimos. —¿Qué te dijo? —pregunté, intentando sonar casual. —Que los resultados estarán listos en unos días —respondió sin apartar la vista del pasillo por el que caminábamos. —¿Y qué más? —insistí, incapaz de contener mi curiosidad. —Confirmó que, efectivamente, eres virgen y que, a simple vista, estás muy sana. —Ya veo. No supe cómo reaccionar, así que simplemente me aferré al silencio. Henrik señaló una puerta frente a nosotros, y al entrar, sentí cómo un leve temblor recorría mi cuerpo. La enfermera me pidió que me s
El almuerzo transcurría incómodo. Sus comentarios me dejaron algo pensativa y el ambiente se volvió tenso entre nosotros. Levanté la vista para mirarle y en ese mismo instante él también lo hizo pillandome en el intento. Sonrió de medio lado egocéntrico y ladeó la cabeza. —Te pillé. —¿A qué te refieres? —fingí desinterés. —Me estabas mirando pequeña acosadora. —No tengo idea de qué hablas —no pienso aceptarlo. —Te vi mientras me espiabas. —No te estaba espiando y además si me pillaste es porque también me mirabas. ¿Oh no? —elevé una ceja. —Un punto para ti —rió. Sonreí ampliamente mientras él levantaba las manos en rendición. La tensión se aligeró un poco. Luego de eso fue más cómodo. No habían miradas intimidantes. Todo fue absolutamente tranquilo y agradable. Después del almuerzo regresamos a casa. En el camino me limité a mirar por la ventana, el paisaje es definitivamente hermoso. —¿Henrik puedo pedirte algo? —me atreví a hablar algo avergonzada. —Claro —respondió
Al fin, mañana es el día que he esperado durante tantos años. No puedo contener la emoción de salir de aquí, del infierno que es este orfanato. Este lugar, donde lo inimaginable ocurre, está oculto tras la sotana de un cura. Desde que empecé a crecer, comprendí que las cosas no eran normales.Aquí nos encontramos los hijos de padres fallecidos o simplemente abandonados, como yo. En mi caso, fui hallada en la entrada del orfanato, sin ningún vínculo con una familia, apenas una bebé de unos días. Sin embargo, eso nunca me ha importado. Desde que empecé a crecer, lo único que he deseado es que llegue el momento de marcharme.El orfanato se encuentra a las afueras del pueblo, en medio de un campo. Desde el exterior, parece hermoso, rodeado de un extenso jardín lleno de flores, un bosque de pinos y, cerca, un pequeño lago donde me gusta ir a leer y estudiar. Pero, lamentablemente, la belleza de este lugar es solo superficial; dentro se esconde un verdadero infierno, uno que las personas de
—¡Elizabeth, estás tardando mucho! ¿Puedes salir? —¡Sí, enseguida, señor! Salí del baño y lo encontré hablando con un médico. El hombre me inspeccionó de arriba abajo y luego dirigió una mirada significativa hacia el cura. Asintió y salió de la habitación. —Elizabeth, querida, ha llegado la hora. —¿La hora de qué? —su frase me pareció cargada de un significado inquietante. —De tu operación. —Un grupo de médicos, que me parecieron extraños, entró en la habitación. —No hace falta ninguna operación, estoy bien, se lo aseguro. —Oh, no lo estás, querida. Pero no te preocupes, después de esto, sí lo estarás. —Una sonrisa lasciva se formó en su rostro. Me llenó de miedo. Los supuestos médicos se acercaron para llevarme, me acostaron sobre una camilla y comenzaron a hablar entre ellos. Lo extraño es que sus conversaciones parecían no tener nada que ver con una apendicitis. —Creo que le hará falta un poco más de busto —dijo uno de ellos. —Así es. Los labios no, así como los tiene, es