Regresé temprano a mi habitación para prepararme para el evento. Sabía que debía lucir bien en una reunión de sociedad, especialmente considerando la acaudalada vida de Henrik. Me imaginaba que todos los asistentes serían personas de gran renombre.Después de un largo baño, me encontré frente al armario, preguntándome qué debería usar. En la sección de vestidos finos, mis ojos se posaron en uno que me dejó deslumbrada. Lo tomé entre mis manos y, sin dudarlo, supe que sería la elección perfecta para la noche.Era un magnífico vestido blanco, con una parte superior adornada con pedrería dorada. Su longitud llegaba hasta el suelo; no era extravagante, pero definitivamente deslumbraba a simple vista.Al probármelo, confirmé que me quedaba a la perfección. Elegí unos tacones blancos que, aunque no se notaban mucho, complementaban el conjunto. Como accesorios, opté por unos largos pendientes dorados, varias pulseras del mismo color y un hermoso anillo. Solté mi cabello, que como de costumbr
—¿Quieres bailar, Elizabeth? —Henrik extendió su mano hacia mí.Elevé una ceja, todavía molesta. Pero a pesar de todo, quería bailar, y había aceptado las condiciones de este acuerdo. No tenía derecho a quejarme.—Está bien —respondí, sin demasiado entusiasmo.Nos dirigimos al centro de la pista. Apenas pasé mi brazo sobre su hombro, él envolvió mi cintura con firmeza, atrayéndome contra su cuerpo. Su cercanía me inquietaba, pero no aparté la mirada. Nuestros ojos se encontraron mientras comenzábamos a movernos al ritmo de la música.—Lo haces bien —comentó tras unos segundos—. ¿Has bailado antes?—No, es mi primera vez.Su mirada se ensanchó con sorpresa.—¿Y cómo logras hacerlo tan bien?—Llevo media hora observando a los demás. Solo copié sus movimientos.—¿Y eso siempre te funciona?—Gracias a eso hablo mandarín, toco tres instrumentos y tengo conocimientos básicos de ingeniería, economía y astrología.Henrik parpadeó, incrédulo. Yo me limité a sonreír.—¿Cómo aprendiste todo eso?
La mañana llegó con una pesadez insoportable. No tenía ganas de salir de mi habitación, mucho menos de bajar a desayunar. Encontrarme con Henrik después de la discusión de ayer se sentía como una batalla perdida antes de empezar. Pero mi estómago tenía otros planes, y cuando Justine no apareció con mi desayuno, supe que no me quedaba más opción.Resignada y con el hambre rugiéndome por dentro, me levanté de la cama y me preparé. Elegí un vestido gris, elegante y sutil, con la esperanza de que al menos la ropa me hiciera sentir un poco más segura.Cuando bajé al comedor, lo vi de inmediato. Henrik estaba allí, con su porte impecable y la misma expresión de frialdad que me esperaba. Me lanzó una mirada fugaz, apenas un reconocimiento, antes de volver a concentrarse en su desayuno.—Buenos días —dije con la voz serena, tomando asiento.—Buenos días —respondió sin esfuerzo, su tono distante, casi cortante.—No tienes por qué estar enojado.—Sí tengo motivos. Y muchos.—¿Y qué planeas hace
—Yo también quiero ver más de ti —su sonrisa fue sutil, pero sus ojos brillaron con algo indescifrable—. Por cierto, ¿qué te parece una cena muy personal esta noche? —¿Personal? —fruncí el ceño con suspicacia. —Solo tú y yo. —Siempre cenamos tú y yo solos —señalé lo obvio. —Me refiero a algo más… íntimo —su ceja se alzó con esa sonrisa ladina que le quedaba tan bien. Conocía ese tono, esas insinuaciones veladas que nunca terminaban de serlo del todo. Suspiré, resignada. —Sé exactamente cuáles son tus intenciones, pero está bien. Cenemos juntos. —¿Ah, sí? —su voz se tornó juguetona—. ¿Y cuáles son? —Las mismas que tenías cuando firmé ese contrato. —Lo dices con una tranquilidad que me deja pasmado. —No es algo que me quite el sueño. —Sabes que quiero acostarme contigo, ¿verdad? Asentí sin emoción. —¿Y aun así te quedas tan tranquila? —Así es. Su mirada se clavó en la mía, intensa. —Es tu primera vez. ¿No preferirías entregársela a alguien a quien ames? —No es algo que
—Estoy esperando a que me expliques bien esa historia de que debo aceptar casarme contigo —dije, cruzándome de brazos, desafiante. —No te debes casar conmigo —respondió sin inmutarse. —¿Entonces por qué debo aceptar tu propuesta de matrimonio? —pregunté, confundida. —Es que hay una persona en aquel lugar de la que me debo librar —explicó, sin mirar hacia otro lado. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —me inquieté, sin entender. —Que para eso necesito comprometerme —añadió, con una calma inquietante. —¿Son tus padres, que te están obligando a casarte? —me atreví a preguntar, al ver que su tono cambiaba. —Algo así, pero no tan así —hizo una mueca de disgusto, claramente incómodo con el tema. —Me estás confundiendo cada vez más —respondí, frunciendo el ceño. —Allí hay una persona que me atormenta. Por eso necesito comprometerme contigo, para librarme de sus molestias. No te preocupes, no nos casaremos, pero necesito que, mientras estés a mi lado, seas mi prometida. Te advierto qu
Al fin, mañana es el día que he esperado durante tantos años. No puedo contener la emoción de salir de aquí, del infierno que es este orfanato. Este lugar, donde lo inimaginable ocurre, está oculto tras la sotana de un cura. Desde que empecé a crecer, comprendí que las cosas no eran normales.Aquí nos encontramos los hijos de padres fallecidos o simplemente abandonados, como yo. En mi caso, fui hallada en la entrada del orfanato, sin ningún vínculo con una familia, apenas una bebé de unos días. Sin embargo, eso nunca me ha importado. Desde que empecé a crecer, lo único que he deseado es que llegue el momento de marcharme.El orfanato se encuentra a las afueras del pueblo, en medio de un campo. Desde el exterior, parece hermoso, rodeado de un extenso jardín lleno de flores, un bosque de pinos y, cerca, un pequeño lago donde me gusta ir a leer y estudiar. Pero, lamentablemente, la belleza de este lugar es solo superficial; dentro se esconde un verdadero infierno, uno que las personas de
—¡Elizabeth, estás tardando mucho! ¿Puedes salir? —¡Sí, enseguida, señor! Salí del baño y lo encontré hablando con un médico. El hombre me inspeccionó de arriba abajo y luego dirigió una mirada significativa hacia el cura. Asintió y salió de la habitación. —Elizabeth, querida, ha llegado la hora. —¿La hora de qué? —su frase me pareció cargada de un significado inquietante. —De tu operación. —Un grupo de médicos, que me parecieron extraños, entró en la habitación. —No hace falta ninguna operación, estoy bien, se lo aseguro. —Oh, no lo estás, querida. Pero no te preocupes, después de esto, sí lo estarás. —Una sonrisa lasciva se formó en su rostro. Me llenó de miedo. Los supuestos médicos se acercaron para llevarme, me acostaron sobre una camilla y comenzaron a hablar entre ellos. Lo extraño es que sus conversaciones parecían no tener nada que ver con una apendicitis. —Creo que le hará falta un poco más de busto —dijo uno de ellos. —Así es. Los labios no, así como los tiene, es
—Perdone, señora, pero no puedo bailar ahí.—¿Y qué te lo impide?—No sé hacerlo.—Lo harás. Ya aprenderás.—¡He dicho que no haré tal cosa!—¡Escúchame, muchachita! —sostuvo mi rostro con mano firme, apretándolo con fuerza—. Que yo haya sido amable hasta ahora no significa que sea una idiota. Harás todo lo que te ordene, porque no tienes otra maldita opción. Enfádame y te haré conocer los límites del dolor.Permanecí en silencio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con traicionarme y revelar cuán débil me sentía. Las retuve, decidida a no dejarme vencer, porque si lo hacía, conocerían mis debilidades. Y eso es algo que no puedo permitirme, especialmente ahora.—¿Has entendido, niña?Asentí ligeramente con la cabeza, y ella sonrió de lado, satisfecha.—Entonces ven aquí.Me llevó hasta una tarima donde una joven bailaba con facilidad y soltura.—Stella, acércate.La joven dejó de bailar y se acercó a nosotras.—¿Quién es ella? —preguntó, mirándome de arriba abajo.—Ella será tu nu