Caminé por el pasillo hasta llegar a una puerta que daba a un amplio y lujoso salón. Una gran cantidad de hombres llenaba el lugar; algunos bebían, otros estaban acompañados de jóvenes, y muchos más se congregaban alrededor de la tarima donde Stella bailaba con una gracia que parecía genuina. Me preguntaba si ella estaba allí por su propia voluntad o si, al igual que yo, había sido forzada a estar en ese lugar.
Decidí que era hora de regresar al camerino; Stella estaba a punto de terminar, y yo sería el espectáculo especial de la noche. Me dirigí rápidamente hacia el camerino, pero en mi apresurado andar, chocar contra alguien me hizo tambalear. Esa persona se estabilizó rápidamente, y al alzar la mirada, me encontré con unos penetrantes ojos verdes que me absorbieron por completo. El hombre me sostenía firmemente de la cintura, mientras mis manos se aferraban a sus hombros para no caer. Él estaba ligeramente inclinado hacia adelante, sosteniéndome con una intensidad que me dejó momentáneamente paralizada. Reactivé mis sentidos y, sintiéndome algo avergonzada, me alejé rápidamente. —Lo siento mucho, señor. —No te preocupes —respondió con un marcado acento. —¿Necesita algo? —pregunté, aún mirando al suelo. Él llevó su mano a mi mentón, obligándome a levantar la cabeza para que nuestras miradas se cruzaran. Dios, era tan atractivo y parecía tan joven. —En realidad, regreso del baño, pero me he perdido. Necesito llegar al salón —se encogió de hombros—. ¿Puedes indicarme cómo llegar? —S... sí, claro —señalé en dirección al pasillo—. Siga recto por aquí, al final hay una puerta; del otro lado se encuentra el salón. —Muchas gracias, señorita —dijo, comenzando a caminar. Me quedé en mi lugar por un momento, tratando de recuperar la compostura. No podía creer que ese hombre fuera uno de los que pagaban por estar con las chicas de aquí. Sinceramente, parecía tan cortés, educado, y de alguna manera, me pareció diferente a la mayoría de los hombres que había visto allí. —¡Elizabeth, qué haces aquí! Llevo tiempo buscándote! —La voz de Christal me sacó de mi ensueño. —Lo siento, es que fui al baño —mentí, intentando evitar una reprimenda. —Apresúrate, ya te toca. La seguí hasta la parte trasera de la tarima. Me quité la bata que cubría la poca ropa que llevaba puesta. Las luces del lugar se apagaron, sumiéndolo casi en la oscuridad. Caminé y me coloqué frente al tubo, lista para comenzar la coreografía. Las luces volvieron a encenderse y la música lenta y sensual comenzó a sonar. Respiré hondo y comencé a bailar. Mientras giraba en el tubo, mis ojos viajaron entre la multitud hasta encontrar esa mirada penetrante y misteriosa. Seguí bailando, esta vez sin apartar mis ojos de los suyos. Él estaba sentado al final del local, junto a la barra, sosteniendo una copa con una bebida. Me miraba fijamente, sin apartar la vista de mis ojos. Justo como estipulaba la coreografía, realicé un lento movimiento de caderas contra el tubo, deslizándome hacia abajo para luego volver a subir. Lo observé mientras se lamía los labios con sensualidad. Me sentí avergonzada en ese instante, así que rápidamente aparté la mirada. La música se detuvo, marcando el final de mi baile. La multitud comenzó a silbar y aplaudir. Inspeccioné rápidamente el lugar; todos me miraban, incluso él. Al verme, levantó la copa en mi dirección y luego se la llevó a los labios. Realicé una leve reverencia y, dando media vuelta, me dirigí al camerino. Me dejé caer en una de las sillas, exhausta. Christal y Stella se acercaron rápidamente. —¡Estuviste genial, muchachita! —exclamó Christal, luciendo satisfecha, mientras Stella me miraba con desdén. —G... gracias —respondí. Aunque quería sentirme orgullosa, no podía evitar que el sentimiento de ser un objeto, algo destinado a satisfacer a esa multitud de depravados, me abrumara. Un joven que parecía uno de los meseros entró al local. —Christal, alguien la busca. —Enseguida voy. El chico asintió y se marchó. Ella, por su parte, me miró y volvió a felicitarme. —Ya puedes cambiarte si quieres y tomarte un descanso. Asentí y me dirigí a cambiarme. Tomé un vestido que encontré entre la ropa del camerino. Era de mangas largas, hasta la mitad de los muslos, de color negro y muy bonito. Al fin pude cubrirme, porque con la ropa anterior me sentía expuesta, como si estuviera desnuda. Permanecí sentada en el camerino, perdida en mis pensamientos. Me preguntaba si habría una manera de escapar de aquí. Aun si lograra salir del burdel, no sabía cómo regresar a casa. Estaba en Europa y no tenía dinero para comprar un pasaje de avión desde España hasta Estados Unidos. Sin mencionar que no tenía pasaporte ni documentos. Ni siquiera hablaba bien el idioma; solo sabía decir "Hola" y "Adiós". Estaba realmente perdida. Estuve un buen rato sumida en un fuerte y tormentoso debate mental, hasta que la presencia de alguien me hizo levantar la cabeza. Christal entró al lugar, luciendo una enorme sonrisa de felicidad. —¿Pasa algo? —Sí, algo fantástico —sus ojos brillaban con satisfacción. —¿Qué sucedió? —Sabía que no estarías mucho tiempo aquí. Al final tenía razón; has roto un récord, niña. Nadie se va de aquí tan rápido como tú lo acabas de lograr. —¿Yo? —Así es. —¿Me iré? —¿A dónde iré? —Acabas de ser comprada. Te marchas esta misma noche, de hecho, ahora mismo. —¡¿Ahora?! —¿Cómo era posible que todo sucediera tan rápido y de repente? —Así es, acaban de pagar millones por ti, niña. —¡Pero no puedo irme así! —Sí que puedes, y lo harás. Así que vamos. Me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme hacia la salida del burdel. Apenas atravesamos las puertas, el aire frío me heló hasta los huesos. —¿Qué hacemos aquí afuera? —Esperando a que vengan por ti. —¡Pero esto es muy rápido! —Ese no es problema mío. Ya pagaron por ti, además, el cliente pidió que fueras entregada rápidamente, ya que mañana por la mañana parte del país y te llevará consigo. ¿Otro país? Solo esperaba que no fuera uno aún más lejano. Si fuera Estados Unidos, podría hallar la manera de escapar. Porque definitivamente no me convertiré en la esclava de nadie. No lo permitiré. Primero muerta que rebajada a ese nivel.Un auto negro y lujoso se detuvo frente a nosotros. De él descendió un hombre alto, vestido con un traje negro y lentes oscuros. Me tomó del brazo y me hizo subir al vehículo. —Adiós, Elizabeth —dijo Christal, sonriendo mientras se despedía con la mano. El hombre cerró la puerta y vi cómo el auto comenzaba a moverse. Solo él y yo ocupábamos los asientos traseros. Al elevar la vista para mirarlo, noté que su aspecto era aterrador y sombrío; su rostro carecía de expresión. —¿Fue usted quien me compró? —me atreví a preguntar. —No —respondió de manera cortante, con una voz profunda. —¿Quién fue entonces? —Ya lo sabrás cuando sea la hora. —¿A dónde vamos? —Al aeropuerto. —¿Saldremos del país? ¿A cuál iremos? El hombre me miró con seriedad, como si mis preguntas lo estuvieran cansando. Comprendí que no diría nada más, así que me quedé en silencio durante el trayecto, que duró alrededor de cuarenta minutos. Al detenernos, el hombre a mi lado salió y me indicó que hiciera lo mismo.
Una mujer de mediana edad, envuelta en un largo vestido de tela opaca que susurraba al moverse, se acercó a mí con pasos firmes. Sin pronunciar palabra, me indicó con un simple ademán de la mano que la siguiera. Lo hice, como si estuviera en trance, incapaz de cuestionar. La seguí hasta el pie de una escalera de roble que se alzaba majestuosa, casi como si conectara el suelo con el cielo. Una alfombra roja, gruesa y exquisita, descendía por los escalones, amortiguando cualquier ruido de nuestros pasos. Mientras ascendíamos, mis ojos no podían evitar escudriñar cada rincón. En el centro del salón principal colgaba un candelabro plateado de proporciones desmesuradas, cada cristal relucía bajo la cálida luz que llenaba la estancia. Era como estar dentro de un castillo sacado de un sueño, pero con un toque de inquietante realidad que me hacía sentir pequeña y fuera de lugar.Al llegar al final de la escalera, la mujer giró hacia la izquierda y avanzó por un largo corredor, sus pasos reso
Tal como me indicó Justine, tomé un baño. Al inspeccionar la espaciosa bañera, descubrí un arsenal de lujosas sales de baño y productos para la piel, cuidadosamente dispuestos como si estuvieran esperando mi llegada. El ambiente estaba impregnado de un aroma dulce y relajante, proveniente de las velas aromáticas estratégicamente colocadas. Parecía más un santuario que un simple baño. Me sumergí en el agua caliente, permitiendo que el estrés se disolviera junto con la espuma perfumada. Cerré los ojos, sintiendo cómo el calor calmaba cada músculo tenso. Nunca antes había experimentado algo tan lujoso, tan indulgente. Por un momento, me sentí como si fuera alguien diferente, alguien que no cargaba con las cicatrices de un pasado que intentaba olvidar. Tras lo que sentí como horas —aunque seguramente fueron menos—, salí del baño con la piel cálida y los pensamientos algo más ordenados. Me envolví en una toalla suave y dejé que el aire tibio de la habitación secara mi cabello. No obst
Por más que intentara analizar sus palabras desde todos los ángulos, la duda y la desconfianza seguían ancladas en mi interior. Era una reacción natural, casi instintiva en mí, resultado de haber crecido en un orfanato donde la bondad rara vez era genuina. En ese entorno, aprender a desconfiar fue una cuestión de supervivencia, y ahora, cada gesto amable parecía ocultar mentiras o intenciones veladas. —Podrías haber elegido a cualquiera de las jóvenes que estaban allí. —Me gustabas tú. Eras la más joven, hermosa y, a diferencia de las demás, eres… —hizo una pausa, como si midiera sus palabras. —¿Virgen? —completé su frase con un tono ácido. Él asintió con calma, como si no hubiese percibido mi incomodidad. —Es cierto, pero no todo en mí es lo que parece —dije, cruzándome de brazos y observándolo con desafío. —¿A qué te refieres? —arqueó una ceja, curioso. —A mi cuerpo. —¿Qué tiene tu cuerpo? —su tono seguía siendo sereno, pero había un dejo de interés genuino. —Cuando me s
Sin resignarme a aceptar tan fácilmente, insistí en tratar de persuadirlo, aunque pronto me di cuenta de que sería inútil. —Por favor, estoy perfectamente sana. No me lleves —intenté un puchero, buscando conmoverlo. Henrik dejó escapar una suave risa mientras me miraba con ternura. —Eres adorable, pero no me convencerás. Es solo un examen, nada grave. —¿Es realmente necesario? —pregunté, dejando caer los hombros en un gesto de resignación. —Totalmente. Suspiré, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, tú ganas. Me levanté con pesadez y me dirigí al baño. Después de terminar, me lavé los dientes y, al darme cuenta de que no había traído ropa, opté por una bata que encontré colgada allí. Era corta, demasiado quizás, y su tela ligera apenas cubría lo esencial. Al salir, me encaminé al armario. Henrik seguía sentado en el mismo lugar, observándome con una intensidad que me hizo sentir expuesta. —Eso que llevas puesto… —murmuró sin apartar la mirada. —
Cuando terminó, me indicó que me vistiera. Hice lo que me dijo, algo torpe, intentando ignorar el peso de su mirada fija. Luego llamó a Henrik, quien entró al consultorio con su habitual porte estoico. Se sentó junto a mí, su presencia llenando el espacio con una autoridad casi palpable. La mujer habló con él en un tono formal y sereno, mientras yo me sentía una espectadora en un diálogo del que, en teoría, era la protagonista. Al cabo de unos minutos, salimos. —¿Qué te dijo? —pregunté, intentando sonar casual. —Que los resultados estarán listos en unos días —respondió sin apartar la vista del pasillo por el que caminábamos. —¿Y qué más? —insistí, incapaz de contener mi curiosidad. —Confirmó que, efectivamente, eres virgen y que, a simple vista, estás muy sana. —Ya veo. No supe cómo reaccionar, así que simplemente me aferré al silencio. Henrik señaló una puerta frente a nosotros, y al entrar, sentí cómo un leve temblor recorría mi cuerpo. La enfermera me pidió que me s
El almuerzo transcurría incómodo. Sus comentarios me dejaron algo pensativa y el ambiente se volvió tenso entre nosotros. Levanté la vista para mirarle y en ese mismo instante él también lo hizo pillandome en el intento. Sonrió de medio lado egocéntrico y ladeó la cabeza. —Te pillé. —¿A qué te refieres? —fingí desinterés. —Me estabas mirando pequeña acosadora. —No tengo idea de qué hablas —no pienso aceptarlo. —Te vi mientras me espiabas. —No te estaba espiando y además si me pillaste es porque también me mirabas. ¿Oh no? —elevé una ceja. —Un punto para ti —rió. Sonreí ampliamente mientras él levantaba las manos en rendición. La tensión se aligeró un poco. Luego de eso fue más cómodo. No habían miradas intimidantes. Todo fue absolutamente tranquilo y agradable. Después del almuerzo regresamos a casa. En el camino me limité a mirar por la ventana, el paisaje es definitivamente hermoso. —¿Henrik puedo pedirte algo? —me atreví a hablar algo avergonzada. —Claro —respondió
Al fin, mañana es el día que he esperado durante tantos años. No puedo contener la emoción de salir de aquí, del infierno que es este orfanato. Este lugar, donde lo inimaginable ocurre, está oculto tras la sotana de un cura. Desde que empecé a crecer, comprendí que las cosas no eran normales.Aquí nos encontramos los hijos de padres fallecidos o simplemente abandonados, como yo. En mi caso, fui hallada en la entrada del orfanato, sin ningún vínculo con una familia, apenas una bebé de unos días. Sin embargo, eso nunca me ha importado. Desde que empecé a crecer, lo único que he deseado es que llegue el momento de marcharme.El orfanato se encuentra a las afueras del pueblo, en medio de un campo. Desde el exterior, parece hermoso, rodeado de un extenso jardín lleno de flores, un bosque de pinos y, cerca, un pequeño lago donde me gusta ir a leer y estudiar. Pero, lamentablemente, la belleza de este lugar es solo superficial; dentro se esconde un verdadero infierno, uno que las personas de