—Perdone, señora, pero no puedo bailar ahí.
—¿Y qué te lo impide? —No sé hacerlo. —Lo harás. Ya aprenderás. —¡He dicho que no haré tal cosa! —¡Escúchame, muchachita! —sostuvo mi rostro con mano firme, apretándolo con fuerza—. Que yo haya sido amable hasta ahora no significa que sea una idiota. Harás todo lo que te ordene, porque no tienes otra m*****a opción. Enfádame y te haré conocer los límites del dolor. Permanecí en silencio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con traicionarme y revelar cuán débil me sentía. Las retuve, decidida a no dejarme vencer, porque si lo hacía, conocerían mis debilidades. Y eso es algo que no puedo permitirme, especialmente ahora. —¿Has entendido, niña? Asentí ligeramente con la cabeza, y ella sonrió de lado, satisfecha. —Entonces ven aquí. Me llevó hasta una tarima donde una joven bailaba con facilidad y soltura. —Stella, acércate. La joven dejó de bailar y se acercó a nosotras. —¿Quién es ella? —preguntó, mirándome de arriba abajo. —Ella será tu nueva alumna. Le enseñaras una coreografía y te asegurarás de que la haga bien. Mañana será su estreno en este lugar. —Qué lata, ¿hasta cuándo tendré que ser la niñera de todas las tontas que traen nuevas? —De ella no por mucho, eso sí, si haces bien tu trabajo. Mañana viene una buena cantidad de gente importante y tipos ricos. Si ella destaca, tal vez la compren y se la lleven. —Está bien —rodó los ojos, visiblemente irritada. —La dejo en tus manos. Cuida de ella, que aquí hay millones. La mujer se marchó, y volví mi mirada hacia Stella. La joven subió a la tarima y me ofreció la mano. La tomé y subí tras de ella. —Bien, te enseñaré cómo bailar aquí. —Parece difícil. —Solo es cuestión de práctica. Además, no necesitas aprender mucho; con que hagas bien una sola coreografía, es suficiente —su tono era irritante, como si se sintiera agobiada. —Está bien. —Te mostraré primero la manera correcta de sostenerte. Ella se sostuvo con firmeza, yo la imité. Luego, me mostró cómo posicionar mis piernas para mantener el equilibrio. Eso me resultó fácil, pero la coreografía pronto se complicó con piruetas y giros que me resultaron más difíciles. La noche avanzó, y seguimos ensayando. La coreografía aún no estaba lista, así que decidimos continuar por la mañana antes de que abriera el lugar. Me fui a dormir a una pequeña habitación que me indicó Christal. En el lugar había alrededor de seis chicas más. Me duché en un pequeño baño y, con la ropa que me dieron, me acomodé para dormir. A la mañana siguiente, los llamados de Christal me despertaron. Al abrir los ojos, noté que las demás chicas no estaban. —Es hora de despertar. Ya deberías estar ensayando —anunció con desgano. Realmente esperaba que todo esto fuese un mal sueño. Pero resultaba ser una dolorosa realidad. —Toma esto —me ofreció ropa, un cepillo de dientes y una bandeja de desayuno—. Come algo, prepárate; te quiero ensayando en 20 minutos. Rápidamente consumí lo que me ofreció. Entré al baño, tomé una ducha y me lavé los dientes. Me vestí con la ropa que ella me había dado: unos shorts deportivos cortos, una blusa blanca también corta y unos converse de mi talla. Bajé corriendo directo al salón donde Stella me esperaba. —Espero que estés lista, porque hoy esa coreografía debe quedar perfecta. —Sí —respondí, sin convicción. Horas después, la coreografía quedó impecable. A Christal le gustó tanto que decidió que sería el número especial de la noche. Normalmente, cuando te dicen que harás algo frente a un gran número de personas, te pones nervioso. Pero yo no sentía nada de nervios, porque esto no era algo que quisiera hacer ni que me emocionara. La noche llegó, y las personas comenzaban a llenar el lugar. Todas las muchachas estaban ajetreadas, maquillándose, peinándose y vistiéndose. Yo me encontraba completamente fuera de lugar, observándolas. Hasta que Christal se acercó a mí, apresurada. —¿Qué haces aquí todavía? Tienes que alistarte. —¿Qué me pongo? —Toma este conjunto. Date una ducha y ven enseguida para que te maquillen y peinen para el show. Entré y tomé una ducha. El conjunto era realmente extraño: de dos piezas, negro y casi parecía ropa interior, mostrando la mayor parte de mi cuerpo. Salí del baño cubriendo mi cuerpo con una toalla. —¿Qué pasa ahora, niña? —¡De ninguna manera me pondré esto! —Creí que ya te lo había advertido —se acercó amenazante—. Más te vale vestirte y destacar en este show, porque si no te compran, te pondré a prostituirte y acostarte con los viejos más asquerosos del lugar. De ninguna manera, preferiría bailar frente a esa multitud de depravados que tener que estar con ellos. Solo pensarlo me provoca repulsión. —Dame aunque sea algo que muestre menos. —¡No, ahora ponte esa ropa! Enojada, entré nuevamente al baño, me desnudé frente al espejo y observé mi cuerpo desnudo. Era la primera vez que me miraba bien después de la operación, y no había notado lo proporcionadas que eran ahora mis curvas. Realmente tenía un cuerpo hermoso, pero no era mío. No soy yo. Me vestí con el provocativo traje. El conjunto dejaba mis piernas expuestas, al igual que la mitad de mi trasero, y era extremadamente ajustado. Salí del baño algo avergonzada, y al verme, Christal sonrió de manera ladina. —Definitivamente hoy te irás de aquí. Ahora ven, que te voy a maquillar. Me senté frente a ella, cerré los ojos y dejé que me maquillara. Luego, peinó mi largo cabello castaño oscuro. Al terminar, me miré en el espejo. Mi cabello caía en hermosos rizos por la espalda. El maquillaje era llamativo y brillante, con labios de un intenso color rojo. Stella llegó con unos zapatos de tacón altos y negros para mí, que combinaban con el conjunto. —Perfecta. Ahora solo falta esperar para que salgas a bailar. Vendré a avisarte, solo espera aquí. Asentí y tomé asiento, aunque estaba inquieta y no quería quedarme allí hasta que me tocara. Tomé una bata de las que usan las bailarinas, me la puse por encima para cubrir mi cuerpo y, escabulléndome, salí del lugar.Caminé por el pasillo hasta llegar a una puerta que daba a un amplio y lujoso salón. Una gran cantidad de hombres llenaba el lugar; algunos bebían, otros estaban acompañados de jóvenes, y muchos más se congregaban alrededor de la tarima donde Stella bailaba con una gracia que parecía genuina. Me preguntaba si ella estaba allí por su propia voluntad o si, al igual que yo, había sido forzada a estar en ese lugar. Decidí que era hora de regresar al camerino; Stella estaba a punto de terminar, y yo sería el espectáculo especial de la noche. Me dirigí rápidamente hacia el camerino, pero en mi apresurado andar, chocar contra alguien me hizo tambalear. Esa persona se estabilizó rápidamente, y al alzar la mirada, me encontré con unos penetrantes ojos verdes que me absorbieron por completo. El hombre me sostenía firmemente de la cintura, mientras mis manos se aferraban a sus hombros para no caer. Él estaba ligeramente inclinado hacia adelante, sosteniéndome con una intensidad que me dejó mom
Un auto negro y lujoso se detuvo frente a nosotros. De él descendió un hombre alto, vestido con un traje negro y lentes oscuros. Me tomó del brazo y me hizo subir al vehículo. —Adiós, Elizabeth —dijo Christal, sonriendo mientras se despedía con la mano. El hombre cerró la puerta y vi cómo el auto comenzaba a moverse. Solo él y yo ocupábamos los asientos traseros. Al elevar la vista para mirarlo, noté que su aspecto era aterrador y sombrío; su rostro carecía de expresión. —¿Fue usted quien me compró? —me atreví a preguntar. —No —respondió de manera cortante, con una voz profunda. —¿Quién fue entonces? —Ya lo sabrás cuando sea la hora. —¿A dónde vamos? —Al aeropuerto. —¿Saldremos del país? ¿A cuál iremos? El hombre me miró con seriedad, como si mis preguntas lo estuvieran cansando. Comprendí que no diría nada más, así que me quedé en silencio durante el trayecto, que duró alrededor de cuarenta minutos. Al detenernos, el hombre a mi lado salió y me indicó que hiciera lo mismo.
Una mujer de mediana edad, envuelta en un largo vestido de tela opaca que susurraba al moverse, se acercó a mí con pasos firmes. Sin pronunciar palabra, me indicó con un simple ademán de la mano que la siguiera. Lo hice, como si estuviera en trance, incapaz de cuestionar. La seguí hasta el pie de una escalera de roble que se alzaba majestuosa, casi como si conectara el suelo con el cielo. Una alfombra roja, gruesa y exquisita, descendía por los escalones, amortiguando cualquier ruido de nuestros pasos. Mientras ascendíamos, mis ojos no podían evitar escudriñar cada rincón. En el centro del salón principal colgaba un candelabro plateado de proporciones desmesuradas, cada cristal relucía bajo la cálida luz que llenaba la estancia. Era como estar dentro de un castillo sacado de un sueño, pero con un toque de inquietante realidad que me hacía sentir pequeña y fuera de lugar.Al llegar al final de la escalera, la mujer giró hacia la izquierda y avanzó por un largo corredor, sus pasos reso
Tal como me indicó Justine, tomé un baño. Al inspeccionar la espaciosa bañera, descubrí un arsenal de lujosas sales de baño y productos para la piel, cuidadosamente dispuestos como si estuvieran esperando mi llegada. El ambiente estaba impregnado de un aroma dulce y relajante, proveniente de las velas aromáticas estratégicamente colocadas. Parecía más un santuario que un simple baño. Me sumergí en el agua caliente, permitiendo que el estrés se disolviera junto con la espuma perfumada. Cerré los ojos, sintiendo cómo el calor calmaba cada músculo tenso. Nunca antes había experimentado algo tan lujoso, tan indulgente. Por un momento, me sentí como si fuera alguien diferente, alguien que no cargaba con las cicatrices de un pasado que intentaba olvidar. Tras lo que sentí como horas —aunque seguramente fueron menos—, salí del baño con la piel cálida y los pensamientos algo más ordenados. Me envolví en una toalla suave y dejé que el aire tibio de la habitación secara mi cabello. No obst
Por más que intentara analizar sus palabras desde todos los ángulos, la duda y la desconfianza seguían ancladas en mi interior. Era una reacción natural, casi instintiva en mí, resultado de haber crecido en un orfanato donde la bondad rara vez era genuina. En ese entorno, aprender a desconfiar fue una cuestión de supervivencia, y ahora, cada gesto amable parecía ocultar mentiras o intenciones veladas. —Podrías haber elegido a cualquiera de las jóvenes que estaban allí. —Me gustabas tú. Eras la más joven, hermosa y, a diferencia de las demás, eres… —hizo una pausa, como si midiera sus palabras. —¿Virgen? —completé su frase con un tono ácido. Él asintió con calma, como si no hubiese percibido mi incomodidad. —Es cierto, pero no todo en mí es lo que parece —dije, cruzándome de brazos y observándolo con desafío. —¿A qué te refieres? —arqueó una ceja, curioso. —A mi cuerpo. —¿Qué tiene tu cuerpo? —su tono seguía siendo sereno, pero había un dejo de interés genuino. —Cuando me s
Sin resignarme a aceptar tan fácilmente, insistí en tratar de persuadirlo, aunque pronto me di cuenta de que sería inútil. —Por favor, estoy perfectamente sana. No me lleves —intenté un puchero, buscando conmoverlo. Henrik dejó escapar una suave risa mientras me miraba con ternura. —Eres adorable, pero no me convencerás. Es solo un examen, nada grave. —¿Es realmente necesario? —pregunté, dejando caer los hombros en un gesto de resignación. —Totalmente. Suspiré, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, tú ganas. Me levanté con pesadez y me dirigí al baño. Después de terminar, me lavé los dientes y, al darme cuenta de que no había traído ropa, opté por una bata que encontré colgada allí. Era corta, demasiado quizás, y su tela ligera apenas cubría lo esencial. Al salir, me encaminé al armario. Henrik seguía sentado en el mismo lugar, observándome con una intensidad que me hizo sentir expuesta. —Eso que llevas puesto… —murmuró sin apartar la mirada. —
Cuando terminó, me indicó que me vistiera. Hice lo que me dijo, algo torpe, intentando ignorar el peso de su mirada fija. Luego llamó a Henrik, quien entró al consultorio con su habitual porte estoico. Se sentó junto a mí, su presencia llenando el espacio con una autoridad casi palpable. La mujer habló con él en un tono formal y sereno, mientras yo me sentía una espectadora en un diálogo del que, en teoría, era la protagonista. Al cabo de unos minutos, salimos. —¿Qué te dijo? —pregunté, intentando sonar casual. —Que los resultados estarán listos en unos días —respondió sin apartar la vista del pasillo por el que caminábamos. —¿Y qué más? —insistí, incapaz de contener mi curiosidad. —Confirmó que, efectivamente, eres virgen y que, a simple vista, estás muy sana. —Ya veo. No supe cómo reaccionar, así que simplemente me aferré al silencio. Henrik señaló una puerta frente a nosotros, y al entrar, sentí cómo un leve temblor recorría mi cuerpo. La enfermera me pidió que me s
El almuerzo transcurría incómodo. Sus comentarios me dejaron algo pensativa y el ambiente se volvió tenso entre nosotros. Levanté la vista para mirarle y en ese mismo instante él también lo hizo pillandome en el intento. Sonrió de medio lado egocéntrico y ladeó la cabeza. —Te pillé. —¿A qué te refieres? —fingí desinterés. —Me estabas mirando pequeña acosadora. —No tengo idea de qué hablas —no pienso aceptarlo. —Te vi mientras me espiabas. —No te estaba espiando y además si me pillaste es porque también me mirabas. ¿Oh no? —elevé una ceja. —Un punto para ti —rió. Sonreí ampliamente mientras él levantaba las manos en rendición. La tensión se aligeró un poco. Luego de eso fue más cómodo. No habían miradas intimidantes. Todo fue absolutamente tranquilo y agradable. Después del almuerzo regresamos a casa. En el camino me limité a mirar por la ventana, el paisaje es definitivamente hermoso. —¿Henrik puedo pedirte algo? —me atreví a hablar algo avergonzada. —Claro —respondió