Capítulo 2

—¡Elizabeth, estás tardando mucho! ¿Puedes salir?

—¡Sí, enseguida, señor!

Salí del baño y lo encontré hablando con un médico. El hombre me inspeccionó de arriba abajo y luego dirigió una mirada significativa hacia el cura. Asintió y salió de la habitación.

—Elizabeth, querida, ha llegado la hora.

—¿La hora de qué? —su frase me pareció cargada de un significado inquietante.

—De tu operación. —Un grupo de médicos, que me parecieron extraños, entró en la habitación.

—No hace falta ninguna operación, estoy bien, se lo aseguro.

—Oh, no lo estás, querida. Pero no te preocupes, después de esto, sí lo estarás. —Una sonrisa lasciva se formó en su rostro. Me llenó de miedo.

Los supuestos médicos se acercaron para llevarme, me acostaron sobre una camilla y comenzaron a hablar entre ellos. Lo extraño es que sus conversaciones parecían no tener nada que ver con una apendicitis.

—Creo que le hará falta un poco más de busto —dijo uno de ellos.

—Así es. Los labios no, así como los tiene, están perfectos.

—Podrían tener un poco más de volumen.

—No, así están bien, ya son bastante voluminosos.

—¿De qué están hablando? ¿A dónde me llevan? —pregunté, asustada.

Intenté levantarme de la camilla, pero uno de los médicos me sostuvo con firmeza.

—Oh, tranquila y no te preocupes, dulzura. Solo duerme y relájate.

Me inyectaron algo en el brazo que rápidamente me mareó. Comencé a perder el conocimiento poco a poco y, a pesar de luchar por mantenerme despierta, mis esfuerzos fueron en vano. El sueño me ganó y caí profundamente dormida.

.•°•.•°•.•°•.

Desperté con una luz deslumbrante que se filtraba por una ventana, impactando mis ojos y causándome gran molestia. Me quejé suavemente, frotándome los ojos con el antebrazo. Intenté sentarme, pero un dolor punzante en el trasero me lo impidió, como si acabara de recibir una inyección. Al abrir totalmente los ojos, me encontré en un lugar desconocido. Asustada, miré a mi alrededor: la habitación era pequeña, pintada de un color oscuro y vagamente decorada, con un asiento y la cama donde estaba.

La puerta se abrió y dirigí una mirada aterrada hacia ella. Una mujer de aspecto peculiar entró, parecía tener treinta y tantos años, con el cabello corto y ropa ajustada y provocativa. Llevaba un cigarrillo en la mano y me observaba mientras se lo llevaba a los labios.

—¿Dónde estoy? —fue la primera pregunta que formuló mi mente.

—En tu nuevo hogar, aunque espero que no sea por mucho tiempo —respondió con tranquilidad.

—¿Qué es este lugar? ¿A qué te refieres con mi nuevo hogar? ¿Por qué estoy aquí?

—Muchas preguntas, muchachita, pero no te preocupes, tengo tiempo para responderlas todas.

Se sentó con calma en el asiento, cruzó las piernas, encendió un nuevo cigarrillo y me miró con desdén.

—Tu nombre es Elizabeth, si no recuerdo mal, ¿cierto?

—Sí.

—Bueno, Elizabeth, mi nombre es Christal. El lugar donde estás ahora es un burdel de cinco estrellas. Yo soy la encargada de las muchachas que trabajan aquí. Estás en España, como ves, muy lejos de tu hogar.

—¡Debes estar bromeando! —tragué en seco.

—¿Te parece que bromeo? —La verdad es que no, y eso me aterra.

—¡Pero yo estaba en un hospital y me iban a operar!

—Eso fue hace 3 días.

—¡Imposible! —exclamé sorprendida y a la vez aterrada —. El encargando del orfanato, él...

—Por favor, nena, no seas tonta. Ese cura desgraciado te vendió como prostituta. Su sotana y el orfanato no son más que una tapadera; en realidad, se dedica a esto: a vender mujeres como tú, jóvenes y bonitas. No eres la primera que envía; han habido muchas. La mayoría de las jóvenes son también de ese orfanato. Él escoge a las mejores y las vende, como hizo contigo. Apuesto a que echó algo en tu comida y simuló una apendicitis. Luego se puso en contacto con algunos de nuestros hombres que trabajan en una clínica. Y aquí estás, vendida.

—¿Cómo sabes lo de la apendicitis?

—Porque usa la misma táctica con todas. No tiene creatividad.

—¡Esto no puede estar pasando! ¡Debe ser un mal sueño, solo eso! —la desesperación se apoderó de mí.

—Lamento informarte que es completamente cierto.

A medida que me alteraba, un fuerte dolor invadía mi cuerpo, especialmente en el pecho.

—¿Qué me está pasando?

—Ah, cierto, olvidé decírtelo. Eres muy linda y todo, pero te faltaba más sensualidad para poder ser parte de este negocio. Así que te operamos; ahora tienes pechos y trasero más grandes, firmes y redondos.

—¿¡Qué?! —exclamé y toqué mis pechos.

Exactamente se sentían más grandes de lo normal. No exagerados, pero jamás fui de pechos ni trasero prominente. La diferencia era notable.

—¿¡Por qué me hicieron eso!?

—Shh, tranquila. No tienes por qué gritar. Déjame explicarte. Algunas de las jóvenes que trabajan aquí, ya sea por su propia voluntad o porque han sido vendidas, son prostituidas. Pero otras, se puede decir que son las más afortunadas, tienen otro destino. Son vendidas a hombres de altos cargos y gran fortuna.

—¿A eso le llamas suerte?

—La verdad, es mejor que acostarse con tres hombres diferentes cada noche.

—¿Por qué me explicas esto?

—Fácil, tú estás entre esas afortunadas.

—¿Yo, por qué?

—Sí, tú. ¿O por qué crees que pagamos una pequeña fortuna por ese cuerpazo que tienes ahora?

—¿Por qué me eligieron?

—Fácil, nena. Esas chicas son elegidas por tres razones simples. Primero, la belleza: si son hermosas como tú, claro está que lo del cuerpo fue un arreglo nuestro para hacerte más deseable. Segunda razón, la edad: las mujeres jóvenes, recién salidas de la adolescencia y en transición a ser jóvenes adultas, son muy codiciadas. Se dice que son carne tierna y fresca. La tercera y más importante, la virginidad: las vírgenes valen millones de dólares. Tú, pequeña Elizabeth, eres las tres en una, perfecta para ser vendida a un buen comprador.

—¡No tienen ese derecho!

—Derecho —rió sarcásticamente—, por favor, no me hagas reír, dulzura. De aquí no podrás escapar, y si lo intentas, te matarán, así de fácil. Ahora te enseñaré el lugar, pero primero toma esto. —Me ofreció un par de pastillas y un vaso con agua—. Una es para el dolor, la otra para la inflamación.

Tomé las pastillas discretamente y me puse de pie. Caminé tras ella; salimos de la habitación y recorrimos un largo pasillo lleno de puertas que conducían a distintas habitaciones, hasta llegar a un amplio salón repleto de mesas y sillas. En el centro, había pequeñas tarimas donde algunas jóvenes practicaban baile.

—¿Me obligarán a acostarme con hombres? —pregunté, asqueada.

—No, claro que no. Debemos mantener tu virginidad para que alguien te compre.

—¿Entonces? —me pregunté qué planeaban hacer conmigo en este lugar.

—Tu lugar está allí —señaló hacia una de las tarimas.

—¿Qué se supone que haré?

—Bailarás, en el tubo.

—¿¡Qué!?

Dios, ¿qué está pasando? Todo esto parece una escena sacada de una película. ¿A dónde demonios he venido a parar? ¿Por qué me ocurren estas cosas? Justo cuando iba a salir de aquel infierno, soy condenada a otro mucho peor, y creo que este no tiene escapatoria.

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