Cuando terminó, me indicó que me vistiera. Hice lo que me dijo, algo torpe, intentando ignorar el peso de su mirada fija. Luego llamó a Henrik, quien entró al consultorio con su habitual porte estoico. Se sentó junto a mí, su presencia llenando el espacio con una autoridad casi palpable. La mujer habló con él en un tono formal y sereno, mientras yo me sentía una espectadora en un diálogo del que, en teoría, era la protagonista. Al cabo de unos minutos, salimos. —¿Qué te dijo? —pregunté, intentando sonar casual. —Que los resultados estarán listos en unos días —respondió sin apartar la vista del pasillo por el que caminábamos. —¿Y qué más? —insistí, incapaz de contener mi curiosidad. —Confirmó que, efectivamente, eres virgen y que, a simple vista, estás muy sana. —Ya veo. No supe cómo reaccionar, así que simplemente me aferré al silencio. Henrik señaló una puerta frente a nosotros, y al entrar, sentí cómo un leve temblor recorría mi cuerpo. La enfermera me pidió que me s
El almuerzo se desarrollaba en un ambiente incómodo. Sus comentarios me dejaron pensativa y, poco a poco, la tensión se apoderó de la mesa. Cuando levanté la vista para mirarlo, nuestros ojos se encontraron, atrapándome en el acto. Una sonrisa egocéntrica se dibujó en su rostro mientras ladeaba la cabeza. —Te pillé —dijo con un tono burlón. —¿A qué te refieres? —fingí desinterés, aunque su mirada me desarmaba. —Me estabas mirando, pequeña acosadora. —No tengo idea de qué hablas —respondí, decidida a no aceptar la acusación. —Te vi mientras me espiabas —insistió, divertido. —No te estaba espiando. Y si me capturaste es porque tú también me mirabas. ¿O no? —elevé una ceja desafiándolo. —Un punto para ti —rió, alzando las manos en señal de rendición. Una chispa de complicidad se encendió entre nosotros, y la tensión se disipó un poco. Las miradas que antes resultaban intimidantes se transformaron en sonrisas y bromas, haciendo que el resto del almuerzo fuera más fácil, más ligero
La semana ha transcurrido de manera casi perfecta. Prácticamente no he visto a Henrik, lo que me ha permitido disfrutar de mi tiempo en paz. Hace cuatro días me envió una gran cantidad de libros en mi idioma, convirtiéndose en una excelente fuente de entretenimiento. Además, aunque le había dicho que no quería, también me hizo llegar un teléfono. No lo uso mucho, ya que no soy de las que frecuentan las redes sociales, pero he aprovechado para ver algunos tutoriales de maquillaje, mejorando notablemente mis habilidades en ese campo. Ahora me encuentro cómodamente leyendo en mi habitación, disfrutando de la impresionante vista que se ofrece por la ventana. De repente, alguien llama a la puerta. Cierro el libro y pronuncio un "adelante". Henrik entra, deslumbrante en su informalidad, con el cabello revuelto. No puedo negar que se ve muy atractivo así. —¿Alguna noticia? —pregunto mientras camino hacia él. —El borrador del contrato ya está listo. Revísalo y, si está todo en orden, mañan
Regresé temprano a mi habitación para prepararme para el evento. Sabía que debía lucir bien en una reunión de sociedad, especialmente considerando la acaudalada vida de Henrik. Me imaginaba que todos los asistentes serían personas de gran renombre.Después de un largo baño, me encontré frente al armario, preguntándome qué debería usar. En la sección de vestidos finos, mis ojos se posaron en uno que me dejó deslumbrada. Lo tomé entre mis manos y, sin dudarlo, supe que sería la elección perfecta para la noche.Era un magnífico vestido blanco, con una parte superior adornada con pedrería dorada. Su longitud llegaba hasta el suelo; no era extravagante, pero definitivamente deslumbraba a simple vista.Al probármelo, confirmé que me quedaba a la perfección. Elegí unos tacones blancos que, aunque no se notaban mucho, complementaban el conjunto. Como accesorios, opté por unos largos pendientes dorados, varias pulseras del mismo color y un hermoso anillo. Solté mi cabello, que como de costumbr
—¿Quieres bailar, Elizabeth? —Henrik extendió su mano hacia mí.Elevé una ceja, todavía molesta. Pero a pesar de todo, quería bailar, y había aceptado las condiciones de este acuerdo. No tenía derecho a quejarme.—Está bien —respondí, sin demasiado entusiasmo.Nos dirigimos al centro de la pista. Apenas pasé mi brazo sobre su hombro, él envolvió mi cintura con firmeza, atrayéndome contra su cuerpo. Su cercanía me inquietaba, pero no aparté la mirada. Nuestros ojos se encontraron mientras comenzábamos a movernos al ritmo de la música.—Lo haces bien —comentó tras unos segundos—. ¿Has bailado antes?—No, es mi primera vez.Su mirada se ensanchó con sorpresa.—¿Y cómo logras hacerlo tan bien?—Llevo media hora observando a los demás. Solo copié sus movimientos.—¿Y eso siempre te funciona?—Gracias a eso hablo mandarín, toco tres instrumentos y tengo conocimientos básicos de ingeniería, economía y astrología.Henrik parpadeó, incrédulo. Yo me limité a sonreír.—¿Cómo aprendiste todo eso?
La mañana llegó con una pesadez insoportable. No tenía ganas de salir de mi habitación, mucho menos de bajar a desayunar. Encontrarme con Henrik después de la discusión de ayer se sentía como una batalla perdida antes de empezar. Pero mi estómago tenía otros planes, y cuando Justine no apareció con mi desayuno, supe que no me quedaba más opción.Resignada y con el hambre rugiéndome por dentro, me levanté de la cama y me preparé. Elegí un vestido gris, elegante y sutil, con la esperanza de que al menos la ropa me hiciera sentir un poco más segura.Cuando bajé al comedor, lo vi de inmediato. Henrik estaba allí, con su porte impecable y la misma expresión de frialdad que me esperaba. Me lanzó una mirada fugaz, apenas un reconocimiento, antes de volver a concentrarse en su desayuno.—Buenos días —dije con la voz serena, tomando asiento.—Buenos días —respondió sin esfuerzo, su tono distante, casi cortante.—No tienes por qué estar enojado.—Sí tengo motivos. Y muchos.—¿Y qué planeas hace
—Yo también quiero ver más de ti —su sonrisa fue sutil, pero sus ojos brillaron con algo indescifrable—. Por cierto, ¿qué te parece una cena muy personal esta noche? —¿Personal? —fruncí el ceño con suspicacia. —Solo tú y yo. —Siempre cenamos tú y yo solos —señalé lo obvio. —Me refiero a algo más… íntimo —su ceja se alzó con esa sonrisa ladina que le quedaba tan bien. Conocía ese tono, esas insinuaciones veladas que nunca terminaban de serlo del todo. Suspiré, resignada. —Sé exactamente cuáles son tus intenciones, pero está bien. Cenemos juntos. —¿Ah, sí? —su voz se tornó juguetona—. ¿Y cuáles son? —Las mismas que tenías cuando firmé ese contrato. —Lo dices con una tranquilidad que me deja pasmado. —No es algo que me quite el sueño. —Sabes que quiero acostarme contigo, ¿verdad? Asentí sin emoción. —¿Y aun así te quedas tan tranquila? —Así es. Su mirada se clavó en la mía, intensa. —Es tu primera vez. ¿No preferirías entregársela a alguien a quien ames? —No es algo que
—Estoy esperando a que me expliques bien esa historia de que debo aceptar casarme contigo —dije, cruzándome de brazos, desafiante. —No te debes casar conmigo —respondió sin inmutarse. —¿Entonces por qué debo aceptar tu propuesta de matrimonio? —pregunté, confundida. —Es que hay una persona en aquel lugar de la que me debo librar —explicó, sin mirar hacia otro lado. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —me inquieté, sin entender. —Que para eso necesito comprometerme —añadió, con una calma inquietante. —¿Son tus padres, que te están obligando a casarte? —me atreví a preguntar, al ver que su tono cambiaba. —Algo así, pero no tan así —hizo una mueca de disgusto, claramente incómodo con el tema. —Me estás confundiendo cada vez más —respondí, frunciendo el ceño. —Allí hay una persona que me atormenta. Por eso necesito comprometerme contigo, para librarme de sus molestias. No te preocupes, no nos casaremos, pero necesito que, mientras estés a mi lado, seas mi prometida. Te advierto qu