Me casé con él pensando que el tiempo y mi amor podrían cambiarlo. Pero nuestro matrimonio, lejos de ser un cuento de hadas, se convirtió en una tormenta interminable. Su indiferencia y los constantes desacuerdos eran solo el principio de un dolor más profundo. Intenté ganarme su corazón, luché contra su rechazo, hasta que finalmente descubrí la verdad que lo explicaba todo: su amante. Nunca fui más que una pieza en un juego familiar, un contrato que sellaba su destino para obtener una herencia. Compartimos la misma cama un par de veces, pero nunca el alma. Y ahora, mientras me pide el divorcio, debo decidir si me derrumbo o si encuentro en esta traición la fuerza para continuar sola.
Leer másNicolás respiró profundamente, observando la puerta por donde Julio acababa de salir furioso. Su pecho subía y bajaba con pesadez. Todo era una maldita mentira, una farsa que no había pedido, pero de la que no podía escapar.Julio había tomado su maletín y abandonado la oficina sin dudar. ¿Cómo era posible que todo se le estuviera escapando de las manos? Su relación con él siempre había sido complicada, pero ahora, con la presencia de Hellen, parecía haberse vuelto insostenible.Con el teléfono temblando en su mano, Julio marcó el número de Raquel. Necesitaba escuchar su voz, necesitaba una salida.—¿Qué sucede? —preguntó ella con preocupación.—Se terminó —sollozó Julio, sintiendo que su mundo se desmoronaba.Raquel apretó los labios. En el fondo, siempre había sabido que esto podía suceder. Nicolás lo había mantenido en la sombra durante demasiado tiempo, como si tuviera miedo de reconocer lo que sentía.—No te preocupes —susurró ella—. Esta noche vamos a beber hasta perder la con
El silencio era denso en el auto. Nicolás no podía borrar de su cabeza el sabor de los labios de su esposa. Solo el sonido del tráfico y el leve zumbido del aire acondicionado llenaban el espacio. Julio estaba rígido, con la mirada fija en la ventanilla. Sus dedos tamborileaban contra su muslo con impaciencia, un claro indicio de su enojo. Nicolás lo observó de reojo, queriendo decir algo, pero sabía que cualquier palabra solo empeoraría la situación.Al llegar al edificio, el ambiente seguía igual de tenso. Cruzaron el vestíbulo de mármol pulido y se dirigieron al ascensor. Las puertas doradas se cerraron tras ellos con un sonido seco. Julio apretó los labios y cruzó los brazos sobre su pecho, manteniéndose lo más lejos posible de Nicolás.—Julio… —comenzó Nicolás en voz baja, pero su amante lo interrumpió con frialdad.—No quiero hablar contigo.Nicolás frunció el ceño. Sabía que Julio estaba molesto por el beso con Hellen. Sabía que debía decir algo para arreglarlo, pero no tenía
El sol se filtraba tímidamente por las cortinas de la habitación, proyectando sombras doradas sobre las sábanas revueltas. Nicolás abrió los ojos con dificultad, sintiendo de inmediato cómo un latigazo de dolor se extendía desde su sien hasta la base de su cráneo. Maldijo entre dientes, llevándose una mano a la cabeza mientras trataba de recordar qué demonios había pasado la noche anterior.Todo volvía a él en fragmentos desordenados: el alcohol quemando su garganta, su orgullo herido, el rostro de Hellen reflejando una mezcla de sorpresa y compasión… y sus propias palabras, dichas en un susurro ronco y casi desesperado:“Quédate conmigo”.Nicolás apretó los párpados con fuerza, intentando borrar esas palabras de su mente. ¿Por qué demonios había dicho eso? Él no era un hombre que pedía ni necesitaba a nadie. Su vida estaba construida sobre el control, sobre la certeza de que nada ni nadie podía afectarlo.Y, sin embargo, esa mujer… su esposa… estaba empezando a hacerle dudar.
El sol se filtraba tímidamente a través de las enormes ventanas de la oficina, iluminando con un resplandor dorado los costosos muebles de madera oscura y los elegantes adornos que decoraban la estancia. Tatiana estaba cómodamente sentada en el amplio sillón de piel, con las piernas cruzadas y su teléfono en la mano. Sus uñas perfectamente manicuriadas golpeaban la pantalla mientras se deslizaba por las noticias.El silencio en la oficina de Marcel se rompió con una carcajada burlona de su parte.—La estúpida de Hellen sufrió un accidente —dijo con sorna, sin levantar la mirada de su teléfono—. Es una lástima que no se haya muerto.Marcel estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos con expresión tensa. Su mandíbula estaba apretada y su ceño fruncido, aún molesto por la humillación que Hellen le había hecho pasar frente a Nicolás. Sus manos se cerraron en puños sobre la mesa, pero no dijo nada.Él había sido un hombre importante en la vida de Hellen, pero ella lo había
Julio tamborileaba los dedos sobre el escritorio mientras observaba la pantalla de su computadora. Su ceño estaba fruncido, y sus labios, apretados en una línea tensa. Había pasado toda la mañana revisando informes sin poder concentrarse del todo. Sus pensamientos estaban enredados en la imagen que había visto temprano en las redes sociales. “La esposa del señor Lancaster, la misteriosa mujer, es Hellen Fisher. ”El video mostraba claramente a la joven subiendo al auto de Nicolás, saliendo del hospital con él. La noticia ya se había esparcido como pólvora, y las redes sociales no dejaban de hablar del matrimonio sorpresa del poderoso empresario. Julio apretó los dientes, sintiendo cómo la frustración se extendía por su cuerpo.—Maldición… —susurró con enojo, cerrando la computadora de golpe.Antes de la llegada de esa mujer, su relación con Nicolás marchaba bien. No perfecta, pero lo suficientemente estable. Ahora todo parecía estar derrumbándose, y él no estaba dispuesto a tolera
El día de la alta de Hellen llegó más rápido de lo esperado. Aunque su cuerpo aún estaba adolorido, ella solo quería salir de ese hospital. Necesitaba alejarse de las miradas de preocupación, del constante recordatorio de lo que había pasado. Nicolás la esperaba en la puerta del hospital, con el auto listo para llevarla de regreso a la mansión. No dijo nada cuando ella subió al vehículo. Sabía que cualquier palabra solo la haría enojar aún más.Mientras conducía, su mirada se desviaba cada tanto hacia Hellen. Su expresión era dura, su mirada perdida en la ventana. Pero lo que realmente le dolió fue ver los moretones en su piel. Esas marcas no solo la lastimaban a ella, sino también a él.Sentía una culpa inexplicable. No porque fuera responsable directo de lo que le había ocurrido, sino porque, de alguna manera, la había arrastrado al peligro. Quiso decir algo, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Sabía que cualquier cosa que dijera solo la enfadaría más. Ni siquiera
Hellen abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo dolía, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que hervía en su interior al ver a Marcel de pie frente a ella. Su sola presencia la enfermaba. Sus recuerdos aún eran nítidos: las promesas vacías, las mentiras, la traición.Su mirada se tornó gélida, dura como una daga afilada. Marcel, que al principio se mantenía firme, dio un paso atrás, sintiendo el peso del desprecio en los ojos de Hellen.—Lárgate con tu mujer, no necesito que estés aquí —su voz salió cargada de veneno.Marcel vaciló un instante.—Solo quería saber que estabas bien.Hellen dejó escapar una risa amarga.—¿Desde cuándo te importa? Déjame tranquila y vete. No tolero verte, eres una maldita escoria.El rostro de Marcel se ensombreció.—Estoy intentando ser bueno. Sé que no amas al idiota de tu esposo. Te casaste por capricho.La furia en los ojos de Hellen se intensificó, pero antes de que pudiera responder, la puerta de la habitación se abrió de
Julio estaba sentado frente a su ordenador, pero la pantalla brillaba en vano. Sus pensamientos lo arrastraban lejos de cualquier tarea pendiente. El cursor parpadeaba, un reflejo irónico de la impaciencia que latía en su pecho. La duda y los celos se apoderaban de él como una sombra persistente, carcomiéndolo por dentro.Con un suspiro frustrado, se levantó bruscamente de la silla, empujándola hacia atrás sin cuidado. Cruzó la habitación hasta la alacena y sacó la botella más fuerte que tenía, un whisky añejo que había reservado para ocasiones especiales. Quizá esta no era una ocasión especial, pero el ardor del alcohol en su garganta era lo único que podía apagar, aunque fuera momentáneamente, la rabia y la incertidumbre que lo consumían.Sirvió un trago generoso y lo bebió de un solo golpe, sintiendo el calor recorrerle el pecho. Cerró los ojos, intentando calmar la tormenta interna. Solo imaginar a Nicolás junto a Hellen, en ese hospital, cuidándola, tocándola… le provocaba una
Julio observó cómo Nicolás desaparecía al cruzar la puerta de la habitación de Hellen. Su expresión, que había sido serena hasta ese momento, se endureció. Por más que intentara disimularlo, su corazón se contrajo de dolor al verlo dirigirse hacia su esposa, esa mujer que ocupaba un lugar que, en el fondo, él deseaba para sí mismo. Colocó las manos en los bolsillos, tratando de ocultar su frustración, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y abandonó el hospital.Mientras tanto, Nicolás avanzaba lentamente hacia la camilla donde Hellen descansaba. La habitación estaba en silencio, y la única iluminación provenía de una tenue lámpara en la pared. Se detuvo al pie de la cama, observándola por primera vez con verdadera atención.Hellen estaba pálida, pero incluso así, su belleza era innegable. Su piel parecía de porcelana, perfecta y suave, y sus labios rojos resaltaban como si fueran pétalos de cereza. Había algo hipnótico en su delicada figura, algo que Nicolás no había notado