Me casé con él pensando que el tiempo y mi amor podrían cambiarlo. Pero nuestro matrimonio, lejos de ser un cuento de hadas, se convirtió en una tormenta interminable. Su indiferencia y los constantes desacuerdos eran solo el principio de un dolor más profundo. Intenté ganarme su corazón, luché contra su rechazo, hasta que finalmente descubrí la verdad que lo explicaba todo: su amante. Nunca fui más que una pieza en un juego familiar, un contrato que sellaba su destino para obtener una herencia. Compartimos la misma cama un par de veces, pero nunca el alma. Y ahora, mientras me pide el divorcio, debo decidir si me derrumbo o si encuentro en esta traición la fuerza para continuar sola.
Leer másEl sol apenas comenzaba a colarse por las rendijas de las cortinas cuando Hellen abrió los ojos. La habitación estaba en silencio, salvo por el lejano murmullo de los periodistas aún apostados frente a la mansión. Con un suspiro pesado, se levantó de la cama y caminó hacia el baño. El agua de la ducha cayó tibia sobre su piel, como si intentara lavar no sólo su cuerpo, sino también las emociones que la abrumaban. Tras el baño, se acercó a la ventana y abrió levemente la cortina. Allí estaban, los flashes listos, las cámaras encendidas, los murmullos que no cesaban. Cerró la cortina y bajó las escaleras con paso lento, como si cada peldaño pesara una tonelada. Al llegar al comedor, encontró a Michael y Cecilia sentados a la mesa, conversando tranquilamente. —Es bueno verte, Hellen —dijo Michael con una leve sonrisa. Ella se detuvo, observándolo con cierta desconfianza. —¿Puedo saber qué haces aquí? ¿Te envió él? Michael asintió con la cabeza, pero mantuvo la calma. —Sí, pero no e
Los días se deslizaban lentamente como si el tiempo se burlara de él. Nicolás despertaba cada mañana con una mezcla de ansiedad y esperanza. Y como una rutina marcada por la culpa, todas las mañanas tomaba un ramo de flores frescas —siempre distintos: lirios, tulipanes, peonías, incluso sus favoritas, margaritas— y conducía directo a la mansión donde Hellen se había refugiado.Pero siempre se encontraba con la misma escena.La puerta principal se abría lentamente y ahí estaba Cecilia. De pie. Inquebrantable. Con los brazos cruzados, el ceño fruncido y la mirada cargada de odio. No decía más de lo necesario.—No puedes verla —le decía con la misma frialdad día tras día.—Solo quiero hablar con ella. Dos minutos. Por favor —suplicaba él, extendiéndole el ramo con la esperanza de que ese gesto abriera una brecha.Cecilia no lo tomaba. Ni siquiera miraba las flores. Lo miraba a él, como si fuera algo despreciable.—No está lista para verte. Y sinceramente, no creo que alguna vez lo esté.
El aire del estacionamiento del hospital se sentía espeso, como si también cargara el peso de los secretos, la traición y el escándalo. Hellen se apoyó en el capó del coche, tratando de controlar su respiración. No era solo el cansancio físico lo que la hacía tambalearse… era el agotamiento emocional, las lágrimas que ya no podía llorar, la rabia contenida que se le quedaba atorada en la garganta.Se quitó los lentes oscuros por un instante y cerró los ojos, buscando un instante de paz en medio del caos. El ruido de los reporteros al fondo era como un enjambre de abejas molestas. Su cuerpo temblaba ligeramente, no sabía si por el shock, el mareo o simplemente por el dolor.Entonces, una voz conocida rasgó la tranquilidad momentánea como un cuchillo.—Vaya, vaya… Hellen Lancaster. La esposa traicionada. —La voz de Marcel llegó cargada de burla, de veneno, de rencor.Ella alzó la mirada lentamente, como si le costara cada milímetro. Allí estaba él: Marcel, su exnovio. El mismo que la hu
Hellen tragó grueso al escuchar la palabra "divorcio" salir de los labios del señor Lancaster. Le dolió más de lo que imaginó, porque en el fondo, aún quedaba una pequeña parte de ella que deseaba un final diferente.—No se preocupe en este momento por ese tema —dijo, intentando sonreír—. Su salud es lo principal.El señor Lancaster asintió con debilidad. Estaba pálido, con la piel algo ceniza y los labios resecos. Las líneas de expresión en su rostro parecían más marcadas que nunca. Aun así, sus ojos mantenían el brillo sereno del hombre sabio que había visto demasiado.Hellen se sentó a su lado y le tomó la mano con ternura. Se quedaron conversando en voz baja durante un rato, hablando de todo y nada a la vez. La conversación era una tregua en medio del caos.Mientras tanto, en los pasillos del hospital, Nicolás corría. Su corazón latía con fuerza, acelerado por la culpa, el alcohol aún en su sistema, y el temor de perderlo todo. Vestía de forma desaliñada, sin haberse cambiado desd
El sol apenas asomaba por el horizonte cuando Julio se despertó en su lujoso departamento. Sus sábanas de seda estaban arrugadas, pero él no había dormido ni un poco. Tenía ojeras pronunciadas, pero no de culpa, sino de ansiedad. Se sentía inquieto, frustrado, molesto incluso. No por lo que había hecho, sino porque Nicolás no había ido a buscarlo, no lo había llamado, no había intentado explicarse con él. ¿Acaso después de todo lo que compartieron, lo iba a dejar solo en medio del problema?Caminó por el departamento en bata, con un café en mano, ignorando las notificaciones insistentes de su teléfono. Su amiga, sentada en el sofá, lo miraba con los brazos cruzados.—Deberías relajarte. Dale tiempo a Nicolás. Todo esto fue... impactante —comentó ella, mirando el celular con gesto divertido.—Impactante es que no esté aquí. Que no me haya defendido. ¡Que no se haya comunicado conmigo! —respondió Julio, lanzando la taza vacía sobre la barra de la cocina. La porcelana no se rompió, pero
La noche caía lentamente cuando Hellen cruzó el umbral de la mansión. El alma hecha trizas, la vista nublada por las lágrimas secas y un vacío en el pecho que le pesaba como una piedra. A cada paso que daba por el pasillo hacia la sala, el eco de lo que había visto se repetía en su mente como una pesadilla sin fin. El beso. La traición. La certeza de que todo había sido una farsa.No lloró al llegar. No gritó. Simplemente caminó como un fantasma hasta el armario de él, tomó una maleta y comenzó a empacarla con movimientos secos, mecánicos. La camisa que tanto le gustaba, los perfumes caros, las corbatas que había escogido para él como regalo. Todo fuera. No lo quería cerca, ni en sus cajones, ni en su aire.Colocó la maleta en la sala y se sentó, esperando. Como una reina herida, con la dignidad hecha añicos, pero el rostro firme. El silencio reinaba cuando las llaves giraron en la puerta. Era él. Su traidor.Nicolás entró, cabizbajo, el rostro demacrado por la culpa. No dijo nada al
El silencio en la oficina era sofocante. Hellen se quedó de pie junto a la puerta, incapaz de moverse, incapaz de hablar. Sus ojos, grandes y oscuros, estaban clavados en la imagen frente a ella: su esposo, el hombre con el que había intentado recomponer un matrimonio hecho pedazos, besando con ternura a Julio.El tiempo se detuvo. Todo lo que había hecho las últimas horas —cocinar con esmero, decorar la mesa, elegir un pastel con la esperanza ingenua de reconciliación— se volvió polvo. Su corazón latía tan fuerte que dolía, como si intentara escapar de su pecho.Sus labios temblaron. Dio un paso hacia atrás, y luego otro. Chocó con el marco de la puerta. Sus piernas se doblaron como si el peso de la traición fuera demasiado, y cayó de rodillas. El impacto fue seco, brutal. Sollozos desgarradores escaparon de su garganta, como un lamento que llevaba años contenido.Nicolás se separó bruscamente de Julio, como si el aire se hubiera vuelto fuego. Su mirada se llenó de horror al ver a
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Hellen escuchó el timbre de la puerta. Frunció el ceño, no esperaba visitas. Caminó con cautela hasta la entrada y al abrir, se encontró con la última persona que pensaba ver: su madre.—Mami… —susurró con sorpresa.Su madre, una mujer elegante y de porte impecable, la observó con una expresión severa. Cruzó los brazos y suspiró pesadamente antes de entrar sin ser invitada. Hellen cerró la puerta y la siguió hasta la sala.—¿A qué debo tu visita? —preguntó con cautela.Su madre se giró hacia ella, la observó fijamente y le extendió su teléfono. En la pantalla se reproducía un video del bar, con ella en el centro del escenario mientras un bailarín se contoneaba frente a ella. Su madre pausó el video y la miró directamente a los ojos.—Esto está en todos lados, Hellen.El estómago de Hellen se encogió. Sabía que la noche anterior había cometido un error, pero nunca imaginó que alguien la había grabado.—No me importa lo que digan los demás…
Raquel llegó al hospital con paso firme, su mirada afilada escaneó los pasillos en busca de la habitación de Julio. Cuando entró, lo encontró solo, recostado sobre la camilla con el rostro demacrado y visibles moretones en su cuerpo. Su corazón se encogió de rabia.—No puedo creerlo… —murmuró, acercándose a la cama.Julio alzó la vista y sonrió con cierta ironía.—¿Qué sucede, Raquel?—Sucedió que tu "gran amor" no está aquí contigo —respondió ella con amargura—. Se marchó. Su esposa estaba en un bar jugando a ser la mujer soltera.Julio desvió la mirada con una expresión sombría.—No la culpo…Raquel bufó y cruzó los brazos sobre su pecho.—Eres demasiado bueno, Julio. Mientras tú te pudres en esta cama, ella disfruta gastando el dinero de tu novio. No se vale.Julio sonrió de lado, disfrutando de la frustración de su amiga. Raquel, con su mente siempre afilada, de inmediato ideó algo. Se giró hacia él con una sonrisa maliciosa.—El video se puede filtrar por accidente… —susurró con