Hellen se encontraba furiosa. Estaba segura de que su esposo había escuchado cuando gritó su nombre y simplemente la había ignorado.
¿Acaso pensaba ignorarla durante todo el matrimonio? Ella había aceptado casarse por despecho, no por amor. Quizás se había apresurado. Caminaba de un lado al otro en la mansión. Había amanecido en el sofá, con varias botellas de alcohol a su lado. Sentía un dolor punzante en la cabeza. Escuchó pasos acercándose, levantó la mirada y observó a Cecilia. La mujer se acercó rápidamente, parecía preocupada. —¿Estás bien, Hellen? Hellen trataba de recordar lo que había sucedido después de empezar a beber, pero su mente estaba en blanco. —Lo estoy —murmuró, llevándose las manos a la cabeza. —Anoche me llamaste, estabas llorando. ¡Y ahora me dices que nada sucedió! Hellen no recordaba haber llamado a su mejor amiga. Quizás, en el calor de las copas, había cometido una locura. —¿Qué fue lo que dije? —preguntó, apenada, mientras se frotaba la frente. Cecilia soltó un suspiro de alivio al notar que solo se trataba de una borrachera y no de algo grave. —Que tu esposo te había ignorado, eso fue lo que dijiste. Hellen se sentó en el sofá. Era verdad, él la había ignorado. Ni siquiera se había detenido para hablar con ella. —Llamé a su oficina. Me dijeron que no estaba, pero no era cierto. No quiere verme. Sé que me equivoqué. La joven se abrazó a sí misma, buscando consuelo. —Te lo advertí, Hellen. Nicolás no es cualquier hombre, pero tú nunca me escuchas. Lo he visto un par de veces nada más. Es socio de mi padre. Los ojos de Hellen se iluminaron como un árbol de Navidad. Quizás Cecilia sabía dónde vivía su flamante esposo. Ella solo sabía su nombre y nada más. Todo lo demás era un misterio, pero necesitaba hablar con ese hombre. —¿Sabes dónde vive? Necesito ir a su mansión. Cecilia soltó un suspiro de tristeza. Eso no era posible. Su amiga seguía buscando salir lastimada. Nicolás no era un hombre amable; tenía un temperamento terrible. —Deberías alejarte de ese hombre lo más que puedas. Hellen se llevó las manos al rostro, pensativa. ¿Tan malo era ese hombre? No lo creía. Su padre no sería tan insensato como para permitir que se casara con alguien así. —Para bien o para mal, estoy casada con él. Necesito hablar con ese hombre y dejar claro todo este asunto. Cecilia se sintió derrotada. Hellen insistiría hasta que ella la ayudara. —Mi padre dará una fiesta esta noche. Tu esposo está invitado. No faltes. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Hellen. Ese era su momento de hablar con Nicolás. Estaban casados, pero él no tenía ninguna obligación hacia ella. Era suficiente con que pagara las deudas de su familia. Hellen pasó toda la tarde arreglándose. Quería dar una buena impresión. Se colocó un vestido sencillo en color gris. Su piel lucía exquisita; era como ver a un ángel. El chófer se detuvo a las afueras de la mansión de su amiga. Debía dar una buena impresión. Era la esposa del hombre más acaudalado de la ciudad. Bajó de manera elegante y se encaminó al lugar. Su corazón latía con fuerza. Estaba algo nerviosa, y eso no era usual en ella. Quizás las palabras de Cecilia la habían asustado: "Ese hombre es frío. Su mirada da terror. No puedo negar que es guapísimo, pero también algo intrigante, y nadie le dirige la palabra a menos que sea un amigo muy cercano." Es mi esposo. No puede hacerme nada malo, se dijo a sí misma para darse ánimos. Caminó lentamente hacia el interior del lugar. Muchas miradas se posaron en ella. Su presencia llamaba la atención. Algunos murmuraban al verla pasar. Casi toda la ciudad conocía las dificultades por las que pasaba su familia. Observó a su ex amiga entre la multitud. La mujer la miró con desprecio. Hellen simplemente continuó avanzando. Se acercó a Cecilia, quien tenía una copa en las manos. —Está en la segunda planta, en la oficina de mi padre —susurró la joven en su oído. Hellen tomó varias respiraciones para calmarse. Era su momento. —Debo hablar con él. Gracias por tu ayuda. —No creo que sea buena idea —murmuró su amiga, preocupada. Hellen se abrió paso entre la multitud, sin darse cuenta de que Tatiana la seguía con la mirada desde la barra. Subió las escaleras rápidamente y se encaminó al lugar indicado. Se detuvo frente a la puerta color caoba. Podía escuchar voces dentro de la habitación. Su corazón palpitaba con fuerza. Sus manos habían empezado a sudar. Minutos después, hubo silencio. Escuchó pasos acercándose. El padre de Cecilia salió por la puerta, la saludó y le mostró una sonrisa. —No pensé que vendrías. Me sorprende verte aquí. ¿Cómo está tu padre? —No pensaba venir, pero necesito platicar con alguien en especial. Mi padre está bien. Gracias por preguntar. Justo en ese momento salió Nicolás por la puerta. Su respiración se cortó por un segundo. El hombre era realmente guapo, alto y corpulento, pero ni siquiera le prestó atención. Continuó avanzando por el pasillo. —Nicolás —pronunció su nombre. El hombre se detuvo y se giró. Un escalofrío recorrió la espalda de Hellen. Podía notar la molestia en su rostro. —Necesito hablar contigo. Es importante. Nicolás la miró como si quisiera matarla. ¿Cómo se atrevía a dirigirle la palabra? Se giró nuevamente, dispuesto a continuar su camino, pero la joven fue tan atrevida que no se lo permitió. Se plantó frente a él, bloqueándole el paso. Eso lo molestó. Odiaba a ese tipo de chicas que buscaban cualquier estrategia para llamar su atención. La mujer era hermosa, pero para él solo era un rostro bonito. —Señorita, le informo que soy un hombre casado. Quítese de mi camino —rugió, molesto. Hellen le mostró una sonrisa burlona. Nicolás ni siquiera sabía quién era ella. Eso no le sorprendía. —No estoy interesada en llamar su atención. No lo necesito —respondió la joven de manera arrogante—. No me malinterprete, señor Lancaster. —¿Ah, no? Entonces, ¿por qué sigue bloqueándome el paso? Hellen podía notar su mirada de superioridad y esa sonrisa burlona en sus labios carnosos. Eso la hizo enojar. —La respuesta es simple —respondió—: Yo soy su esposa.Las palabras de Hellen fueron como un balde de agua fría para Nicolás. No podía negar que la mujer frente a él lo había tomado por sorpresa. Sus ojos se clavaron en ella, intentando descifrar quién era realmente. Entonces, esa era la descarada que había aceptado casarse con él por dinero. ¿Cuánto le habría ofrecido su padre para que aceptara un matrimonio sin amor?—¡Esposa! —repitió con un tono cargado de sarcasmo, haciendo énfasis en la palabra—. Ese título te queda demasiado grande, ¿no lo crees?Hellen no se dejó intimidar por su actitud.—Bueno, eso es lo que dice nuestra acta de matrimonio. Para bien o para mal, estamos casados, y hay cosas que necesitamos aclarar.Nicolás bufó con desdén. Su paciencia estaba al límite; no tenía interés en hablar con ella.—¿De verdad crees que un maldito papel me hará cambiar de opinión? —dijo con frialdad—. Si piensas que con esto me tendrás comiendo de tu mano, estás equivocada. Quítate de mi camino o lo lamentarás.Hellen sintió cómo la
Nicolás estaba molesto, pero también sorprendido. Esa mujer tenía agallas para enfrentarlo y, peor aún, había arruinado su noche por completo.Subió al auto con una expresión sombría. El chófer comenzó a conducir lentamente mientras Nicolás se llevaba las manos a la barbilla. No podía negar que Hellen era hermosa, y esos ojos tan llamativos que tenía... Sacudió la cabeza rápidamente. No, no debía pensar en ella de esa forma. Él amaba a Julio y no tenía espacio para nadie más en su vida.Sacó su celular y marcó el número de Julio. Necesitaba escuchar su voz, asegurarse de que estuviera bien después de lo ocurrido. El tono sonó un par de veces, pero no hubo respuesta. "Sigue molesto, y no lo culpo", pensó Nicolás con frustración. Algunas cosas eran mejor mantenerlas en secreto para evitar lastimar a los demás.—Señor, aquí están los documentos que me solicitó.Emanuel, su chófer, le entregó una carpeta. Nicolás la tomó sin pensarlo mucho y abrió el contenido. Era una copia de su acta
Hellen estaba tendida en su cama, completamente dormida. El mayordomo ingresó a la habitación; todo estaba desordenado.Definitivamente, su noche no había sido la mejor; lo intuyó por el estado en que había llegado la joven. Murmuraba incoherencias y ni siquiera se podía mantener en pie.—Señora Lancaster —la llamó por su nombre—, despierte, por favor.La joven ni siquiera se movió. Esto iba a ser realmente complicado; debía hacer de niñero de esa mocosa.—Señora Lancaster, despierte, despierte.Hellen se removió incómoda, parpadeó un par de veces. La luz lastimaba sus ojos. Observó a Fidel frente a ella y frunció los labios, molesta.—Puedes dejarme tranquila, tengo sueño.Se cubrió nuevamente con la sábana; no estaba dispuesta a abandonar la cama. Era muy temprano para su gusto.—Su suegro está en la planta baja. Desea hablar con usted.La joven saltó prácticamente de la cama. Eso no podía ser posible. Sentía un dolor agudo en la cabeza; había bebido en exceso para olvidar s
—Señor Renaldi, el joven Lancaster está aquí, quiere platicar con usted —habló la secretaria, interrumpiendo en la oficina del jefe.Marcel puso mala cara al escuchar las palabras de su secretaria. Nicolás era un completo imbécil, se creía el dueño de la ciudad, además de ser su mayor enemigo.—No me interesa hablar con ese imbécil. Dile que estoy en una reunión importante, no tengo tiempo que perder.La secretaria se giró, observó al joven de pie en la puerta, bajó la cabeza y se retiró rápidamente. No era tan tonta como para quedarse esperando una regañada.—Al parecer no soy bienvenido en este lugar. Solo vine por negocios, no porque me interese ver su rostro, Marcel.El hombre levantó la mirada de los documentos y frunció los labios. Su familia no tenía ningún tipo de negocios con la familia Lancaster, así que no entendía de qué hablaba ese imbécil.—Nosotros no tenemos ningún tipo de negocios —habló con sarcasmo—, así que no me vengas con esas tonterías, Michael.—Bueno, cr
Hellen estaba de pie frente al lujoso edificio donde Nicolás vivía, con la determinación grabada en cada línea de su rostro. La rabia que sentía no era solo por las humillaciones acumuladas, sino por el desplante que le había hecho frente a todos en la fiesta. Había soportado demasiado, y esta vez no se iría sin dejar las cosas claras.Entró al vestíbulo con pasos firmes, los tacones resonando contra el mármol. El guardia, un hombre robusto que parecía más acostumbrado a detener paparazzi que a esposas furiosas, la observó con recelo.—¿A quién busca, señora?—A mi esposo, Nicolás Lancaster —respondió Hellen con voz firme, alzando el mentón.El guardia frunció el ceño, desconcertado, pero no quiso meterse en problemas.—Adelante, señora.Hellen no perdió tiempo y se dirigió directamente al departamento. Cuando llegó, abrió la puerta sin dudar.En la sala de estar, un joven estaba tecleando en su computadora portátil. Vestía una camisa blanca impecable, y sus lentes le daban un a
Nicolás caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión de pura irritación en el rostro. Julio, en cambio, permanecía sentado, fingiendo total tranquilidad, observando el espectáculo con una mezcla de aburrimiento, diversión y molestia.—¿Puedes sentarte? Me estás mareando —murmuró Julio, sin siquiera mirarlo.Nicolás no respondió. Estaba demasiado ocupado, reprimiendo la mezcla de emociones que lo asaltaban. Por un lado, sentía una preocupación genuina por Hellen, aunque no quería admitirlo. Por el contrario, estaba furioso consigo mismo por permitir que la situación se saliera de control.—No entiendo por qué estás tan inquieto —añadió Julio con una ceja arqueada—. Cualquiera pensaría que estás enamorado de tu esposa.—Cállate, Julio —gruñó Nicolás, deteniéndose frente a la ventana —. Sabes que no es así.—Solo digo lo que veo, pareces muy preocupado. Aunque... —Julio lo miró de reojo—. También entiendo si estás preocupado
Julio observó cómo Nicolás desaparecía al cruzar la puerta de la habitación de Hellen. Su expresión, que había sido serena hasta ese momento, se endureció. Por más que intentara disimularlo, su corazón se contrajo de dolor al verlo dirigirse hacia su esposa, esa mujer que ocupaba un lugar que, en el fondo, él deseaba para sí mismo. Colocó las manos en los bolsillos, tratando de ocultar su frustración, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y abandonó el hospital.Mientras tanto, Nicolás avanzaba lentamente hacia la camilla donde Hellen descansaba. La habitación estaba en silencio, y la única iluminación provenía de una tenue lámpara en la pared. Se detuvo al pie de la cama, observándola por primera vez con verdadera atención.Hellen estaba pálida, pero incluso así, su belleza era innegable. Su piel parecía de porcelana, perfecta y suave, y sus labios rojos resaltaban como si fueran pétalos de cereza. Había algo hipnótico en su delicada figura, algo que Nicolás no había notado
Julio estaba sentado frente a su ordenador, pero la pantalla brillaba en vano. Sus pensamientos lo arrastraban lejos de cualquier tarea pendiente. El cursor parpadeaba, un reflejo irónico de la impaciencia que latía en su pecho. La duda y los celos se apoderaban de él como una sombra persistente, carcomiéndolo por dentro. Con un suspiro frustrado, se levantó bruscamente de la silla, empujándola hacia atrás sin cuidado. Cruzó la habitación hasta la alacena y sacó la botella más fuerte que tenía, un whisky añejo que había reservado para ocasiones especiales. Quizá esta no era una ocasión especial, pero el ardor del alcohol en su garganta era lo único que podía apagar, aunque fuera momentáneamente, la rabia y la incertidumbre que lo consumían. Sirvió un trago generoso y lo bebió de un solo golpe, sintiendo el calor recorrerle el pecho. Cerró los ojos, intentando calmar la tormenta interna. Solo imaginar a Nicolás junto a Hellen, en ese hospital, cuidándola, tocándola… le provocaba una