Las palabras de Hellen fueron como un balde de agua fría para Nicolás. No podía negar que la mujer frente a él lo había tomado por sorpresa. Sus ojos se clavaron en ella, intentando descifrar quién era realmente. Entonces, esa era la descarada que había aceptado casarse con él por dinero. ¿Cuánto le habría ofrecido su padre para que aceptara un matrimonio sin amor?
—¡Esposa! —repitió con un tono cargado de sarcasmo, haciendo énfasis en la palabra—. Ese título te queda demasiado grande, ¿no lo crees? Hellen no se dejó intimidar por su actitud. —Bueno, eso es lo que dice nuestra acta de matrimonio. Para bien o para mal, estamos casados, y hay cosas que necesitamos aclarar. Nicolás bufó con desdén. Su paciencia estaba al límite; no tenía interés en hablar con ella. —¿De verdad crees que un maldito papel me hará cambiar de opinión? —dijo con frialdad—. Si piensas que con esto me tendrás comiendo de tu mano, estás equivocada. Quítate de mi camino o lo lamentarás. Hellen sintió cómo la sangre le hervía. Las palabras de Nicolás eran como puñales, pero no iba a permitir que la pisoteara. —Tenemos que hablar —insistió, su tono firme y decidido. Nicolás no respondió. Simplemente la tomó del brazo con brusquedad y la apartó como si fuera un obstáculo insignificante. —No me interesa hablar con una mujer tan descarada como tú. El corazón de Hellen latía con fuerza. No estaba dispuesta a dejar que Nicolás la humillara de esa manera. Caminó rápidamente tras él, volviendo a bloquear su paso. —¿Piensas escapar de los problemas como un niño? Madura. Ahora estamos casados, y tenemos que hablar. Te lo exijo. Nicolás detuvo su andar y se giró lentamente hacia ella, su mirada llena de desprecio. —¿Crees que voy a prestarte atención solo porque estás aquí? —respondió con dureza—. No me interesas, mujer. Eres una oportunista que se vendió al mejor postor por un poco de dinero. El insulto fue la gota que colmó el vaso. Hellen, incapaz de contener su enojo, levantó la mano y lo abofeteó. El sonido de la bofetada resonó en el lugar, dejando a todos los presentes en silencio. Cecilia, quien observaba desde la distancia, se llevó las manos al pecho. Estaba aterrada por la reacción que podría tener Nicolás. Él, por su parte, estaba furioso. Su mandíbula se tensó mientras miraba a Hellen, y en un movimiento rápido, la tomó del brazo con fuerza. —Eres un verdadero estorbo en mi vida —escupió con rabia—. Si fuera por mí, firmaría los papeles del divorcio en este mismo instante. Pero gracias a mi padre, no puedo deshacerme de ti. La soltó bruscamente y se marchó, dejándola plantada en medio de las miradas curiosas. Hellen respiró profundamente, tratando de calmarse. Nada había salido como esperaba. Bajó las escaleras lentamente. Entre la multitud, Tatiana, una mujer conocida por su lengua venenosa, la miraba con una sonrisa burlona. —No te da vergüenza andar de ofrecida. Nicolás está casado, pero claro, ¿qué se puede esperar de alguien como tú? —Maldita hipócrita —respondió Hellen con frialdad, pero sin alzar la voz. Tatiana, sin embargo, no se detuvo. —Solo trato de evitarte una vergüenza mayor. Ese hombre te rechazó frente a todos. Si yo fuera tú, no volvería a mostrar mi rostro en público. Hellen iba a responder, pero Cecilia intervino, tomándola del brazo. —Déjala, no vale la pena. 🌼🌼🌼🌼🌼🌼 Julio estaba sentado en la terraza del tercer piso de uno de los bares más exclusivos de la ciudad, admirando la vista nocturna. Aunque intentaba distraerse, su mente no podía dejar de pensar en la nueva esposa de Nicolás. El insomnio lo estaba consumiendo. Sentía celos y rabia. Los padres de Nicolás habían estado tan desesperados por buscarle una esposa que ni siquiera consideraron sus preferencias. Encendió un cigarrillo, inhalando profundamente, y bebió un trago. Pensó en Hellen, esa mujer que había llamado a la oficina. ¿Qué buscaba? ¿Acaso pretendía meterse en la vida de Nicolás como una parásita? El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Al ver la pantalla, el nombre de Nicolás brillaba, pero Julio simplemente guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón. —¿Hasta cuándo piensas seguir así? —preguntó Raquel, su mejor amiga, quien lo observaba con preocupación—. Esto no es justo para ninguno de los dos. Julio dio otra calada a su cigarrillo. Amaba a Nicolás, pero esa situación lo estaba desgastando. —Es solo temporal, Raquel. No tienes por qué preocuparte. Ella negó con la cabeza, viendo el dolor reflejado en los ojos de su amigo. —No quiero que termines con el corazón roto, como la última vez. Julio desvió la mirada, enterrando esos recuerdos dolorosos. —Eso no pasará. Su matrimonio es una farsa. Es cuestión de tiempo para que termine. Raquel frunció el ceño. —No subestimes a esa mujer. Nicolás es guapo, y cualquier mujer querría terminar en su cama. Julio intentó ignorar las palabras de su amiga, pero estas se quedaron clavadas en su mente, alimentando sus inseguridades. —Confío en él —respondió finalmente. Raquel suspiró. —Es un hombre, Julio. Y los hombres, a veces, fallan. Julio se bebió otro trago, intentando ahogar las dudas que empezaban invadirlo. Pero sabía que no sería fácil ignorarlas.Nicolás estaba molesto, pero también sorprendido. Esa mujer tenía agallas para enfrentarlo y, peor aún, había arruinado su noche por completo.Subió al auto con una expresión sombría. El chófer comenzó a conducir lentamente mientras Nicolás se llevaba las manos a la barbilla. No podía negar que Hellen era hermosa, y esos ojos tan llamativos que tenía... Sacudió la cabeza rápidamente. No, no debía pensar en ella de esa forma. Él amaba a Julio y no tenía espacio para nadie más en su vida.Sacó su celular y marcó el número de Julio. Necesitaba escuchar su voz, asegurarse de que estuviera bien después de lo ocurrido. El tono sonó un par de veces, pero no hubo respuesta. "Sigue molesto, y no lo culpo", pensó Nicolás con frustración. Algunas cosas eran mejor mantenerlas en secreto para evitar lastimar a los demás.—Señor, aquí están los documentos que me solicitó.Emanuel, su chófer, le entregó una carpeta. Nicolás la tomó sin pensarlo mucho y abrió el contenido. Era una copia de su acta
Hellen estaba tendida en su cama, completamente dormida. El mayordomo ingresó a la habitación; todo estaba desordenado.Definitivamente, su noche no había sido la mejor; lo intuyó por el estado en que había llegado la joven. Murmuraba incoherencias y ni siquiera se podía mantener en pie.—Señora Lancaster —la llamó por su nombre—, despierte, por favor.La joven ni siquiera se movió. Esto iba a ser realmente complicado; debía hacer de niñero de esa mocosa.—Señora Lancaster, despierte, despierte.Hellen se removió incómoda, parpadeó un par de veces. La luz lastimaba sus ojos. Observó a Fidel frente a ella y frunció los labios, molesta.—Puedes dejarme tranquila, tengo sueño.Se cubrió nuevamente con la sábana; no estaba dispuesta a abandonar la cama. Era muy temprano para su gusto.—Su suegro está en la planta baja. Desea hablar con usted.La joven saltó prácticamente de la cama. Eso no podía ser posible. Sentía un dolor agudo en la cabeza; había bebido en exceso para olvidar s
—Señor Renaldi, el joven Lancaster está aquí, quiere platicar con usted —habló la secretaria, interrumpiendo en la oficina del jefe.Marcel puso mala cara al escuchar las palabras de su secretaria. Nicolás era un completo imbécil, se creía el dueño de la ciudad, además de ser su mayor enemigo.—No me interesa hablar con ese imbécil. Dile que estoy en una reunión importante, no tengo tiempo que perder.La secretaria se giró, observó al joven de pie en la puerta, bajó la cabeza y se retiró rápidamente. No era tan tonta como para quedarse esperando una regañada.—Al parecer no soy bienvenido en este lugar. Solo vine por negocios, no porque me interese ver su rostro, Marcel.El hombre levantó la mirada de los documentos y frunció los labios. Su familia no tenía ningún tipo de negocios con la familia Lancaster, así que no entendía de qué hablaba ese imbécil.—Nosotros no tenemos ningún tipo de negocios —habló con sarcasmo—, así que no me vengas con esas tonterías, Michael.—Bueno, cr
Hellen estaba de pie frente al lujoso edificio donde Nicolás vivía, con la determinación grabada en cada línea de su rostro. La rabia que sentía no era solo por las humillaciones acumuladas, sino por el desplante que le había hecho frente a todos en la fiesta. Había soportado demasiado, y esta vez no se iría sin dejar las cosas claras.Entró al vestíbulo con pasos firmes, los tacones resonando contra el mármol. El guardia, un hombre robusto que parecía más acostumbrado a detener paparazzi que a esposas furiosas, la observó con recelo.—¿A quién busca, señora?—A mi esposo, Nicolás Lancaster —respondió Hellen con voz firme, alzando el mentón.El guardia frunció el ceño, desconcertado, pero no quiso meterse en problemas.—Adelante, señora.Hellen no perdió tiempo y se dirigió directamente al departamento. Cuando llegó, abrió la puerta sin dudar.En la sala de estar, un joven estaba tecleando en su computadora portátil. Vestía una camisa blanca impecable, y sus lentes le daban un a
Nicolás caminaba de un lado a otro en la sala de espera, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión de pura irritación en el rostro. Julio, en cambio, permanecía sentado, fingiendo total tranquilidad, observando el espectáculo con una mezcla de aburrimiento, diversión y molestia.—¿Puedes sentarte? Me estás mareando —murmuró Julio, sin siquiera mirarlo.Nicolás no respondió. Estaba demasiado ocupado, reprimiendo la mezcla de emociones que lo asaltaban. Por un lado, sentía una preocupación genuina por Hellen, aunque no quería admitirlo. Por el contrario, estaba furioso consigo mismo por permitir que la situación se saliera de control.—No entiendo por qué estás tan inquieto —añadió Julio con una ceja arqueada—. Cualquiera pensaría que estás enamorado de tu esposa.—Cállate, Julio —gruñó Nicolás, deteniéndose frente a la ventana —. Sabes que no es así.—Solo digo lo que veo, pareces muy preocupado. Aunque... —Julio lo miró de reojo—. También entiendo si estás preocupado
Julio observó cómo Nicolás desaparecía al cruzar la puerta de la habitación de Hellen. Su expresión, que había sido serena hasta ese momento, se endureció. Por más que intentara disimularlo, su corazón se contrajo de dolor al verlo dirigirse hacia su esposa, esa mujer que ocupaba un lugar que, en el fondo, él deseaba para sí mismo. Colocó las manos en los bolsillos, tratando de ocultar su frustración, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y abandonó el hospital.Mientras tanto, Nicolás avanzaba lentamente hacia la camilla donde Hellen descansaba. La habitación estaba en silencio, y la única iluminación provenía de una tenue lámpara en la pared. Se detuvo al pie de la cama, observándola por primera vez con verdadera atención.Hellen estaba pálida, pero incluso así, su belleza era innegable. Su piel parecía de porcelana, perfecta y suave, y sus labios rojos resaltaban como si fueran pétalos de cereza. Había algo hipnótico en su delicada figura, algo que Nicolás no había notado
Julio estaba sentado frente a su ordenador, pero la pantalla brillaba en vano. Sus pensamientos lo arrastraban lejos de cualquier tarea pendiente. El cursor parpadeaba, un reflejo irónico de la impaciencia que latía en su pecho. La duda y los celos se apoderaban de él como una sombra persistente, carcomiéndolo por dentro. Con un suspiro frustrado, se levantó bruscamente de la silla, empujándola hacia atrás sin cuidado. Cruzó la habitación hasta la alacena y sacó la botella más fuerte que tenía, un whisky añejo que había reservado para ocasiones especiales. Quizá esta no era una ocasión especial, pero el ardor del alcohol en su garganta era lo único que podía apagar, aunque fuera momentáneamente, la rabia y la incertidumbre que lo consumían. Sirvió un trago generoso y lo bebió de un solo golpe, sintiendo el calor recorrerle el pecho. Cerró los ojos, intentando calmar la tormenta interna. Solo imaginar a Nicolás junto a Hellen, en ese hospital, cuidándola, tocándola… le provocaba una
Hellen abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo dolía, pero el dolor físico no era nada comparado con la rabia que hervía en su interior al ver a Marcel de pie frente a ella. Su sola presencia la enfermaba. Sus recuerdos aún eran nítidos: las promesas vacías, las mentiras, la traición. Su mirada se tornó gélida, dura como una daga afilada. Marcel, que al principio se mantenía firme, dio un paso atrás, sintiendo el peso del desprecio en los ojos de Hellen. —Lárgate con tu mujer, no necesito que estés aquí —su voz salió cargada de veneno. Marcel vaciló un instante. —Solo quería saber que estabas bien. Hellen dejó escapar una risa amarga. —¿Desde cuándo te importa? Déjame tranquila y vete. No tolero verte, eres una maldita escoria. El rostro de Marcel se ensombreció. —Estoy intentando ser bueno. Sé que no amas al idiota de tu esposo. Te casaste por capricho. La furia en los ojos de Hellen se intensificó, pero antes de que pudiera responder, la puerta de la habita