Confundido

Julio observó cómo Nicolás desaparecía al cruzar la puerta de la habitación de Hellen. Su expresión, que había sido serena hasta ese momento, se endureció. Por más que intentara disimularlo, su corazón se contrajo de dolor al verlo dirigirse hacia su esposa, esa mujer que ocupaba un lugar que, en el fondo, él deseaba para sí mismo. Colocó las manos en los bolsillos, tratando de ocultar su frustración, y sin decir una palabra más, se dio la vuelta y abandonó el hospital.

Mientras tanto, Nicolás avanzaba lentamente hacia la camilla donde Hellen descansaba. La habitación estaba en silencio, y la única iluminación provenía de una tenue lámpara en la pared. Se detuvo al pie de la cama, observándola por primera vez con verdadera atención.

Hellen estaba pálida, pero incluso así, su belleza era innegable. Su piel parecía de porcelana, perfecta y suave, y sus labios rojos resaltaban como si fueran pétalos de cereza. Había algo hipnótico en su delicada figura, algo que Nicolás no había notado
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