Odio o deseo

Nicolás respiró profundamente, observando la puerta por donde Julio acababa de salir furioso. Su pecho subía y bajaba con pesadez. Todo era una maldita mentira, una farsa que no había pedido, pero de la que no podía escapar.

Julio había tomado su maletín y abandonado la oficina sin dudar. ¿Cómo era posible que todo se le estuviera escapando de las manos? Su relación con él siempre había sido complicada, pero ahora, con la presencia de Hellen, parecía haberse vuelto insostenible.

Con el teléfono temblando en su mano, Julio marcó el número de Raquel. Necesitaba escuchar su voz, necesitaba una salida.

—¿Qué sucede? —preguntó ella con preocupación.

—Se terminó —sollozó Julio, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

Raquel apretó los labios. En el fondo, siempre había sabido que esto podía suceder. Nicolás lo había mantenido en la sombra durante demasiado tiempo, como si tuviera miedo de reconocer lo que sentía.

—No te preocupes —susurró ella—. Esta noche vamos a beber hasta perder la con
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