Frialdad en la mesa

Julio miraba la pantalla del televisor sin realmente prestar atención a las noticias. Su mente estaba inquieta, nublada por pensamientos que no lo dejaban en paz. A su lado, Raquel, su mejor amiga, tomaba un sorbo de su café, observándolo con una mezcla de diversión y preocupación.

—¿No crees que es extraño que Nicolás no te haya llamado? Ni un solo mensaje —comentó ella, con un tono que indicaba que había estado esperando el momento adecuado para soltar la pregunta.

Julio parpadeó, sacudiendo la cabeza como si estuviera despertando de un trance.

—¿Qué?

Raquel rodó los ojos.

—Vamos, Julio. Desde que te conozco, Nicolás y tú han sido inseparables. Y ahora, ni un mensaje, ni una llamada. Algo pasa.

Él tragó grueso, una sensación de malestar formándose en su pecho. Claro que lo había notado. Pero no quería darle importancia.

—Quizás su esposa lo conquistó… ya sabes, con sus encantos.

Dicho en voz alta, la idea lo golpeó como un puñetazo.

No. Nicolás no era así. No podía ser así.

El café
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