—¡¿Qué dices, papá?! —exclamó Nicolás, molesto—. Esto debe ser una broma de mal gusto. Vine para hablar sobre el futuro de la empresa, no de matrimonio.
Roger soltó un suspiro pesado. Convencer a su hijo de casarse era algo realmente complicado. Nicolás, con 29 años, joven, elegante y muy apuesto, tenía muchas mujeres a su merced esperando por su atención. Pero su hijo ni siquiera se dignaba a mirarlas, y eso le preocupaba. No le conocía ni una sola novia. Necesitaba nietos. No quería morir sin conocer a los próximos herederos de la fortuna Lancaster. Su hijo realmente necesitaba una familia. —Lo lamento, pero estoy envejeciendo. Quiero verte casado, con una familia. ¿Acaso mis deseos no te importan? Moriré pronto y no tendré la dicha de conocer a mis nietos. Nicolás no sabía qué decir. Era la quinta vez que su padre insistía en que se casara, pero no estaba interesado en formar una familia. Miró a su asistente de reojo. Notó que el joven tecleaba algo en la computadora, aparentemente distraído. Quizás no había escuchado nada. —Tengo que rechazar tu oferta. No me siento capacitado para formar una familia en este momento. La puerta de la oficina se abrió y Belén, su madre, ingresó al lugar. Había escuchado la negativa de su hijo en casarse, y eso no era bueno. Debía apoyar a su esposo. Nicolás era hijo único, ya que Michel, su otro hijo, no era de sangre; lo habían adoptado cuando era muy pequeño. —Tienes 29 años. Yo me casé cuando tenía 20. Tenemos una hermosa familia: a ti y a tu hermano. Nicolás negó con la cabeza. Sus padres estaban armando un complot en su contra. Julio, su asistente, levantó la mirada disimuladamente. Era mejor marcharse de ese lugar. Solo era el asistente, no parte de la familia. Se levantó con delicadeza y abandonó la mansión de los Lancaster. Subió al coche, encendió un cigarrillo y empezó a fumar. Necesitaba tomar las cosas con calma. —Me niego. No lo haré. Roger no estaba dispuesto a ceder. La familia necesitaba herederos. —Te elegí una excelente esposa, una mujer hermosa de buena familia. Creo que te hará muy feliz. —No lo haré. No me casaré con una desconocida. No amo a esa mujer. ¿Acaso no se dan cuenta de que esto es una locura? Nicolás no podía creer que su padre actuara a sus espaldas de esa manera. No podían obligarlo a casarse con esa joven. Ni siquiera estaba interesado en saber su nombre. —Entonces tendré que desheredarte —murmuró Roger con una mirada seria—. Tu hermano tomará tu lugar. No me importa que no lleve mi sangre, pero en realidad quiero conocer a mis nietos antes de morir. Es todo. Puedes marcharte. Nicolás se quedó helado ante las palabras de su padre. Perder la empresa no era lo que él quería. Había trabajado durante años para continuar con el legado familiar. —¡No hablas en serio! —Es la primera vez que te pido algo, pero no te preocupes. Te libero de tu responsabilidad. Nicolás apretó los dientes, molesto. ¿Cómo era posible que su padre le hiciera algo así? Lo estaba colocando entre la espada y la pared. —He trabajado prácticamente diez años en esa empresa. He puesto mi vida en ello. ¿Cómo puedes decirme algo así? —Estoy viejo y cansado, Nicolás. Solo quiero lo que cualquier padre: ver a mi hijo feliz, con una familia. Sueño con ver a mis nietos correr por los jardines. El hombre se mordió la lengua. Era mejor mantener la boca cerrada y guardar algunos secretos en el fondo de su corazón. —¿Acaso pedimos demasiado? —habló su madre, mirándolo a los ojos. Negó con la cabeza. Quizás estaba siendo egoísta. No estaba interesado en conocer a la mujer que había aceptado casarse con un desconocido. —¿Qué mujer se casaría con un desconocido? Solo una tonta —murmuró entre dientes—. O una interesada. Uno nunca sabe. Había cierta ironía en su voz, pero su padre lo pasó por alto. —Es una mujer muy hermosa. Con el tiempo puedes llegar a amarla. Una idea maliciosa llegó a la mente de Nicolás. Le haría la vida imposible a esa mujer. Ella no sabía con quién estaba jugando. —No quiero una boda. Con gusto firmaré un papel. Si ella acepta, será mi esposa. Pero solo eso. Nos unirá un maldito papel. Una sonrisa se dibujó en los labios del anciano. Había conseguido que su hijo aceptara su propuesta. —Quiero un nieto. No lo olvides —murmuró con entusiasmo. Nicolás se apresuró a abandonar la mansión. Estaba a punto de arrepentirse de su decisión. Subió al auto. El olor a tabaco inundaba el lugar. Julio solo fumaba cuando estaba muy estresado. —¿Aceptaste su propuesta? —preguntó el joven, mirando por la ventana. —Sí. No tenía más opciones. —No es necesario que digas nada. A fin de cuentas, solo soy tu asistente. Nicolás iba a decir algo más, pero prefirió guardar silencio. Era mejor no revelar el verdadero motivo por el cual había aceptado. Además, un nieto... Sus padres le estaban pidiendo demasiado. No quería tener hijos con una mujer que no amaba. —¿Piensas guardar este secreto para toda la vida? Las palabras de Julio lo sacaron de sus pensamientos. Quizás algunos secretos eran mejor llevárselos a la tumba.Hellen estaba de pie frente a la enorme mansión de su actual esposo. Había firmado el acta de matrimonio esa misma mañana.Ingresó al lugar con paso firme, su andar elegante reflejaba la seguridad que siempre la había caracterizado. Su cabellera negra, que caía hasta su cintura, brillaba bajo la luz, y sus ojos verdes, tan intensos como dos esmeraldas, se pasearon con curiosidad por la sala de estar.Era una mansión impresionante, digna de una mujer como ella. Sin embargo, su expresión se tensó al notar que no había rastro de Nicolás. ¿Acaso había olvidado que ella llegaría esa tarde?—Señora, soy el mayordomo. Lamento informarle que el señor Lancaster no vendrá esta noche. Tiene mucho trabajo. Por favor, sígame, le mostraré su habitación.Hellen frunció el ceño. ¿Cómo era posible que su esposo la ignorara el mismo día de su boda? Aquello era inadmisible.—¿Dónde está mi esposo? —preguntó con evidente molestia.Había crecido acostumbrada a ser el centro de atención. Era una mujer
Hellen ingresó caminando de manera elegante, su belleza capturó la atención de los presentes; nunca pasaba desapercibida, y ella lo sabía.La recepcionista la miró de pies a cabeza con algo de envidia. No podía permitir que una mujer como esa estuviera en las instalaciones, podía llamar la atención del jefe.La joven se acercó, visiblemente molesta, mientras miraba su celular constantemente.—¡Buenas! ¿Me indica dónde se encuentra la oficina del señor Lancaster, por favor?Dina la observó con desprecio, frunciendo los labios y soltando un suspiro de fastidio.—¿Señorita, tiene una cita? —preguntó con frialdad.—No, pero necesito hablar con el señor Lancaster. Es de suma importancia.—Y yo soy la reina de España —respondió Dina con sarcasmo—. Si no tiene una cita, será mejor que se marche.Hellen la miró con irritación. No era necesario que la trataran de esa manera, y ella no iba a permitirlo.Continuó avanzando, ignorando los gritos de la mujer. Esa estúpida no sabía con quié
Hellen se encontraba furiosa. Estaba segura de que su esposo había escuchado cuando gritó su nombre y simplemente la había ignorado.¿Acaso pensaba ignorarla durante todo el matrimonio? Ella había aceptado casarse por despecho, no por amor. Quizás se había apresurado.Caminaba de un lado al otro en la mansión. Había amanecido en el sofá, con varias botellas de alcohol a su lado.Sentía un dolor punzante en la cabeza. Escuchó pasos acercándose, levantó la mirada y observó a Cecilia. La mujer se acercó rápidamente, parecía preocupada.—¿Estás bien, Hellen?Hellen trataba de recordar lo que había sucedido después de empezar a beber, pero su mente estaba en blanco.—Lo estoy —murmuró, llevándose las manos a la cabeza.—Anoche me llamaste, estabas llorando. ¡Y ahora me dices que nada sucedió!Hellen no recordaba haber llamado a su mejor amiga. Quizás, en el calor de las copas, había cometido una locura.—¿Qué fue lo que dije? —preguntó, apenada, mientras se frotaba la frente.Ceci
Las palabras de Hellen fueron como un balde de agua fría para Nicolás. No podía negar que la mujer frente a él lo había tomado por sorpresa. Sus ojos se clavaron en ella, intentando descifrar quién era realmente. Entonces, esa era la descarada que había aceptado casarse con él por dinero. ¿Cuánto le habría ofrecido su padre para que aceptara un matrimonio sin amor?—¡Esposa! —repitió con un tono cargado de sarcasmo, haciendo énfasis en la palabra—. Ese título te queda demasiado grande, ¿no lo crees?Hellen no se dejó intimidar por su actitud.—Bueno, eso es lo que dice nuestra acta de matrimonio. Para bien o para mal, estamos casados, y hay cosas que necesitamos aclarar.Nicolás bufó con desdén. Su paciencia estaba al límite; no tenía interés en hablar con ella.—¿De verdad crees que un maldito papel me hará cambiar de opinión? —dijo con frialdad—. Si piensas que con esto me tendrás comiendo de tu mano, estás equivocada. Quítate de mi camino o lo lamentarás.Hellen sintió cómo la
Nicolás estaba molesto, pero también sorprendido. Esa mujer tenía agallas para enfrentarlo y, peor aún, había arruinado su noche por completo.Subió al auto con una expresión sombría. El chófer comenzó a conducir lentamente mientras Nicolás se llevaba las manos a la barbilla. No podía negar que Hellen era hermosa, y esos ojos tan llamativos que tenía... Sacudió la cabeza rápidamente. No, no debía pensar en ella de esa forma. Él amaba a Julio y no tenía espacio para nadie más en su vida.Sacó su celular y marcó el número de Julio. Necesitaba escuchar su voz, asegurarse de que estuviera bien después de lo ocurrido. El tono sonó un par de veces, pero no hubo respuesta. "Sigue molesto, y no lo culpo", pensó Nicolás con frustración. Algunas cosas eran mejor mantenerlas en secreto para evitar lastimar a los demás.—Señor, aquí están los documentos que me solicitó.Emanuel, su chófer, le entregó una carpeta. Nicolás la tomó sin pensarlo mucho y abrió el contenido. Era una copia de su acta
Hellen estaba tendida en su cama, completamente dormida. El mayordomo ingresó a la habitación; todo estaba desordenado.Definitivamente, su noche no había sido la mejor; lo intuyó por el estado en que había llegado la joven. Murmuraba incoherencias y ni siquiera se podía mantener en pie.—Señora Lancaster —la llamó por su nombre—, despierte, por favor.La joven ni siquiera se movió. Esto iba a ser realmente complicado; debía hacer de niñero de esa mocosa.—Señora Lancaster, despierte, despierte.Hellen se removió incómoda, parpadeó un par de veces. La luz lastimaba sus ojos. Observó a Fidel frente a ella y frunció los labios, molesta.—Puedes dejarme tranquila, tengo sueño.Se cubrió nuevamente con la sábana; no estaba dispuesta a abandonar la cama. Era muy temprano para su gusto.—Su suegro está en la planta baja. Desea hablar con usted.La joven saltó prácticamente de la cama. Eso no podía ser posible. Sentía un dolor agudo en la cabeza; había bebido en exceso para olvidar s
—Señor Renaldi, el joven Lancaster está aquí, quiere platicar con usted —habló la secretaria, interrumpiendo en la oficina del jefe.Marcel puso mala cara al escuchar las palabras de su secretaria. Nicolás era un completo imbécil, se creía el dueño de la ciudad, además de ser su mayor enemigo.—No me interesa hablar con ese imbécil. Dile que estoy en una reunión importante, no tengo tiempo que perder.La secretaria se giró, observó al joven de pie en la puerta, bajó la cabeza y se retiró rápidamente. No era tan tonta como para quedarse esperando una regañada.—Al parecer no soy bienvenido en este lugar. Solo vine por negocios, no porque me interese ver su rostro, Marcel.El hombre levantó la mirada de los documentos y frunció los labios. Su familia no tenía ningún tipo de negocios con la familia Lancaster, así que no entendía de qué hablaba ese imbécil.—Nosotros no tenemos ningún tipo de negocios —habló con sarcasmo—, así que no me vengas con esas tonterías, Michael.—Bueno, cr
Hellen estaba de pie frente al lujoso edificio donde Nicolás vivía, con la determinación grabada en cada línea de su rostro. La rabia que sentía no era solo por las humillaciones acumuladas, sino por el desplante que le había hecho frente a todos en la fiesta. Había soportado demasiado, y esta vez no se iría sin dejar las cosas claras.Entró al vestíbulo con pasos firmes, los tacones resonando contra el mármol. El guardia, un hombre robusto que parecía más acostumbrado a detener paparazzi que a esposas furiosas, la observó con recelo.—¿A quién busca, señora?—A mi esposo, Nicolás Lancaster —respondió Hellen con voz firme, alzando el mentón.El guardia frunció el ceño, desconcertado, pero no quiso meterse en problemas.—Adelante, señora.Hellen no perdió tiempo y se dirigió directamente al departamento. Cuando llegó, abrió la puerta sin dudar.En la sala de estar, un joven estaba tecleando en su computadora portátil. Vestía una camisa blanca impecable, y sus lentes le daban un a