El gato y el ratón

Hellen ingresó caminando de manera elegante, su belleza capturó la atención de los presentes; nunca pasaba desapercibida, y ella lo sabía.

La recepcionista la miró de pies a cabeza con algo de envidia. No podía permitir que una mujer como esa estuviera en las instalaciones, podía llamar la atención del jefe.

La joven se acercó, visiblemente molesta, mientras miraba su celular constantemente.

—¡Buenas! ¿Me indica dónde se encuentra la oficina del señor Lancaster, por favor?

Dina la observó con desprecio, frunciendo los labios y soltando un suspiro de fastidio.

—¿Señorita, tiene una cita? —preguntó con frialdad.

—No, pero necesito hablar con el señor Lancaster. Es de suma importancia.

—Y yo soy la reina de España —respondió Dina con sarcasmo—. Si no tiene una cita, será mejor que se marche.

Hellen la miró con irritación. No era necesario que la trataran de esa manera, y ella no iba a permitirlo.

Continuó avanzando, ignorando los gritos de la mujer. Esa estúpida no sabía con quién se estaba metiendo. En ese momento tenía problemas más serios.

Ingresó a uno de los ascensores. Había varias personas dentro, pero ella se acercó a un joven que se veía amable y le solicitó la información que necesitaba.

El hombre no dudó en ayudarla. Una sonrisa apareció en los labios de Hellen. Había obtenido lo que quería, como siempre.

Iba algo nerviosa; estaba a punto de conocer a la persona con la que se había casado por un capricho.

El ascensor se detuvo en varias ocasiones, pero ella iba sumida en sus pensamientos. ¿Qué le diría a ese hombre? Obviamente iba a dejarle las cosas claras.

Estaba molesta por su manera de actuar; se comportaba como un adolescente, escapando de sus problemas.

No se amaban, pero tampoco debían declararse la guerra. Ambos estaban en el mismo barco y no podrían abandonarlo, al menos no por ahora.

El ascensor se detuvo. Eso la sacó de sus pensamientos. Salió caminando lentamente y observó el lugar con curiosidad. Se veía demasiado lujoso.

Incluso las secretarias vestían trajes costosos. Bueno, su esposo era un hombre con mucho poder y dinero.

Se acercó a una de las secretarias, quien la miró con interés. En la ciudad rondaba un rumor: supuestamente, el jefe había contraído matrimonio con una mujer desconocida.

¿Acaso se trataba de la joven que estaba frente a ella? Era demasiado hermosa. Sin dudas, debía ser la señora Lancaster.

—Buenas, ¿se encuentra el señor Lancaster?

—Salió hace unos minutos.

—¿Puede decirme a dónde se dirigía mi esposo? —preguntó Hellen, molesta.

La secretaria sabía que no podía negarle la información. Podía terminar en problemas, y eso no era conveniente.

—Se dirigía a su departamento. Si se da prisa, puede alcanzarlo en el primer piso.

—Gracias —murmuró Hellen.

Se giró rápidamente y corrió hacia el ascensor, marcando el piso indicado.

Mientras tanto, Nicolás iba en el ascensor junto a su asistente. Se acercó a Julio y lo tomó por la barbilla. El joven seguía molesto.

Nicolás capturó sus labios de manera delicada, besándolo con ternura. No le gustaba estar disgustado con su pareja.

—¿Sigues molesto, amor mío? —susurró en su oído mientras lo acorralaba contra la pared.

—Pensé que hablarías con tus padres, pero ahora quieres que sea tu amante, y eso no lo voy a tolerar.

Nicolás se acercó aún más, pasando su lengua húmeda por el cuello de Julio. Podía sentir cómo la respiración del joven se aceleraba.

Eso le indicaba que estaba molesto, pero tenía razón para estarlo. Sin embargo, no podía decirle la verdad a sus padres.

—Sabes que ellos son muy católicos. No aceptarían nuestra relación. Además, estaré casado por tres años. Luego me divorciaré. Buscaré cualquier excusa para deshacerme de esa mujer, pero necesito tiempo.

Julio soltó un suspiro pesado. Los padres de Nicolás querían un nieto, y eso lo ponía en desventaja. Su actual esposa sí podía dárselo: una familia.

No quería admitir que se sentía celoso, pero sabía que Nicolás lo amaba. Observó el corpulento cuerpo de su novio y se mordió los labios inconscientemente.

No podía desconfiar de quien le había demostrado amor incondicional todo ese tiempo. Entendía que Nicolás debía cuidar su imagen frente a las cámaras.

Por ahora, se conformaba con ser su novio en las sombras. Quizás era lo mejor.

La puerta del ascensor se abrió, y ambos salieron.

Hellen, por su parte, estaba impaciente. No había conseguido la dirección exacta del departamento.

Esperaba encontrarlo en el primer piso. Cuando el ascensor se abrió, salió prácticamente corriendo.

Miró en todas direcciones, pero entonces recordó que no conocía a su esposo. ¿Cómo iba a reconocerlo entre tantas personas?

Se acercó rápidamente a un guardia. El hombre fue amable y le mostró una sonrisa, luego señaló a un hombre vestido con un traje azul marino que subía a un lujoso auto.

Trató de detenerlo. Salió corriendo del edificio y gritó su nombre, pero eso no lo detuvo. Estaba segura de que la había ignorado a propósito.

Su esposo era un hombre alto y corpulento, según lo que había alcanzado a notar.

Regresó a la mansión algo desanimada. La recibió el silencio del lugar. Si tan solo hubiera escuchado a Cecilia, no estaría en ese problema.

Se acercó a la barra y se sirvió un buen trago. Lo bebió sin pensarlo. Necesitaba pensar con claridad 

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP