El sol se filtraba tímidamente a través de las enormes ventanas de la oficina, iluminando con un resplandor dorado los costosos muebles de madera oscura y los elegantes adornos que decoraban la estancia. Tatiana estaba cómodamente sentada en el amplio sillón de piel, con las piernas cruzadas y su teléfono en la mano. Sus uñas perfectamente manicuriadas golpeaban la pantalla mientras se deslizaba por las noticias.El silencio en la oficina de Marcel se rompió con una carcajada burlona de su parte.—La estúpida de Hellen sufrió un accidente —dijo con sorna, sin levantar la mirada de su teléfono—. Es una lástima que no se haya muerto.Marcel estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos con expresión tensa. Su mandíbula estaba apretada y su ceño fruncido, aún molesto por la humillación que Hellen le había hecho pasar frente a Nicolás. Sus manos se cerraron en puños sobre la mesa, pero no dijo nada.Él había sido un hombre importante en la vida de Hellen, pero ella lo había
El sol se filtraba tímidamente por las cortinas de la habitación, proyectando sombras doradas sobre las sábanas revueltas. Nicolás abrió los ojos con dificultad, sintiendo de inmediato cómo un latigazo de dolor se extendía desde su sien hasta la base de su cráneo. Maldijo entre dientes, llevándose una mano a la cabeza mientras trataba de recordar qué demonios había pasado la noche anterior.Todo volvía a él en fragmentos desordenados: el alcohol quemando su garganta, su orgullo herido, el rostro de Hellen reflejando una mezcla de sorpresa y compasión… y sus propias palabras, dichas en un susurro ronco y casi desesperado:“Quédate conmigo”.Nicolás apretó los párpados con fuerza, intentando borrar esas palabras de su mente. ¿Por qué demonios había dicho eso? Él no era un hombre que pedía ni necesitaba a nadie. Su vida estaba construida sobre el control, sobre la certeza de que nada ni nadie podía afectarlo.Y, sin embargo, esa mujer… su esposa… estaba empezando a hacerle dudar.
El silencio era denso en el auto. Nicolás no podía borrar de su cabeza el sabor de los labios de su esposa. Solo el sonido del tráfico y el leve zumbido del aire acondicionado llenaban el espacio. Julio estaba rígido, con la mirada fija en la ventanilla. Sus dedos tamborileaban contra su muslo con impaciencia, un claro indicio de su enojo. Nicolás lo observó de reojo, queriendo decir algo, pero sabía que cualquier palabra solo empeoraría la situación.Al llegar al edificio, el ambiente seguía igual de tenso. Cruzaron el vestíbulo de mármol pulido y se dirigieron al ascensor. Las puertas doradas se cerraron tras ellos con un sonido seco. Julio apretó los labios y cruzó los brazos sobre su pecho, manteniéndose lo más lejos posible de Nicolás.—Julio… —comenzó Nicolás en voz baja, pero su amante lo interrumpió con frialdad.—No quiero hablar contigo.Nicolás frunció el ceño. Sabía que Julio estaba molesto por el beso con Hellen. Sabía que debía decir algo para arreglarlo, pero no tenía
Nicolás respiró profundamente, observando la puerta por donde Julio acababa de salir furioso. Su pecho subía y bajaba con pesadez. Todo era una maldita mentira, una farsa que no había pedido, pero de la que no podía escapar.Julio había tomado su maletín y abandonado la oficina sin dudar. ¿Cómo era posible que todo se le estuviera escapando de las manos? Su relación con él siempre había sido complicada, pero ahora, con la presencia de Hellen, parecía haberse vuelto insostenible.Con el teléfono temblando en su mano, Julio marcó el número de Raquel. Necesitaba escuchar su voz, necesitaba una salida.—¿Qué sucede? —preguntó ella con preocupación.—Se terminó —sollozó Julio, sintiendo que su mundo se desmoronaba.Raquel apretó los labios. En el fondo, siempre había sabido que esto podía suceder. Nicolás lo había mantenido en la sombra durante demasiado tiempo, como si tuviera miedo de reconocer lo que sentía.—No te preocupes —susurró ella—. Esta noche vamos a beber hasta perder la con
El amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la habitación, iluminando los cuerpos entrelazados en la enorme cama. Hellen abrió los ojos lentamente, sintiendo un leve dolor en su cuerpo. Se movió con cuidado, notando la calidez del hombre a su lado.Sus mejillas se tiñeron de rojo cuando el recuerdo de la noche anterior la golpeó con fuerza. Sus labios se entreabrieron, sintiendo aún la sensación de los besos de Nicolás en su piel.Con el corazón, latiéndole en el pecho, desvió la mirada hacia él. Dormía profundamente, su cabello negro desordenado sobre la almohada, su rostro relajado y su torso expuesto, mostrando su atlética figura. Se veía tan pacífico que por un momento Hellen sintió ganas de tocarlo, de perderse en la sensación de su piel otra vez.Pero no.Se levantó de golpe, ignorando el dolor entre sus piernas y el calor que se extendía por su vientre. Se envolvió en una sábana y corrió a su habitación, cerrando la puerta con fuerza.—¿Qué hice? —susurró para sí misma,
Julio miraba la pantalla del televisor sin realmente prestar atención a las noticias. Su mente estaba inquieta, nublada por pensamientos que no lo dejaban en paz. A su lado, Raquel, su mejor amiga, tomaba un sorbo de su café, observándolo con una mezcla de diversión y preocupación.—¿No crees que es extraño que Nicolás no te haya llamado? Ni un solo mensaje —comentó ella, con un tono que indicaba que había estado esperando el momento adecuado para soltar la pregunta.Julio parpadeó, sacudiendo la cabeza como si estuviera despertando de un trance.—¿Qué?Raquel rodó los ojos.—Vamos, Julio. Desde que te conozco, Nicolás y tú han sido inseparables. Y ahora, ni un mensaje, ni una llamada. Algo pasa.Él tragó grueso, una sensación de malestar formándose en su pecho. Claro que lo había notado. Pero no quería darle importancia.—Quizás su esposa lo conquistó… ya sabes, con sus encantos.Dicho en voz alta, la idea lo golpeó como un puñetazo.No. Nicolás no era así. No podía ser así.El café
El taxi avanzaba por las calles con lentitud, deteniéndose en los semáforos, mientras Hellen observaba el paisaje por la ventana. Era fin de semana, y la ciudad estaba llena de vida. Personas caminaban de un lado a otro con bolsas de compras, familias disfrutaban del día en los parques y parejas se tomaban de la mano mientras paseaban.Pero a ella no le importaba nada de eso.Sostenía con fuerza la pequeña bolsa de regalo que había comprado con lo poco que tenía. No era algo costoso ni extravagante, pero había elegido el presente con cariño.Suspiró.Su madre estaba de cumpleaños.La mujer que siempre la trataba con tanto amor, la extrañaba. Cuando el taxi se detuvo frente a la casa familiar, Hellen sacó el dinero exacto y se lo entregó al conductor. Ni siquiera podía darse el lujo de dejar propina.Bajó del auto y avanzó con pasos lentos hacia la entrada. Desde afuera, podía escuchar las voces de su familia y el bullicio típico de cualquier reunión.La puerta estaba abierta, así que
Nicolás se detuvo frente a la majestuosa mansión de la familia Fisher.El lugar estaba iluminado con elegancia, los jardines perfectamente cuidados y la entrada llena de autos de lujo. Desde afuera, se escuchaban risas y conversaciones animadas.Suspiró pesadamente mientras bajaba del auto.Su hermano, quien lo había estado esperando junto a la entrada, le extendió una cajita con indiferencia.—Hice lo que debía. De nada —dijo con aire de superioridad.Nicolás tomó la caja sin ningún entusiasmo y le dedicó una mirada molesta.—Imbécil.Su hermano sonrió con burla y se cruzó de brazos.—Espero que te comportes como un caballero. Están diciendo cosas horribles sobre tu matrimonio y avergonzando a Hellen.Nicolás negó con la cabeza, sin intención de responder a esa provocación. No tenía ganas de escuchar chismes ni de fingir que le importaban los comentarios de la gente.Aun así, avanzó con paso firme hacia la mansión.Hellen estaba furiosa.Había tratado de ignorar los constantes coment