Confundida

El amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la habitación, iluminando los cuerpos entrelazados en la enorme cama. Hellen abrió los ojos lentamente, sintiendo un leve dolor en su cuerpo. Se movió con cuidado, notando la calidez del hombre a su lado.

Sus mejillas se tiñeron de rojo cuando el recuerdo de la noche anterior la golpeó con fuerza. Sus labios se entreabrieron, sintiendo aún la sensación de los besos de Nicolás en su piel.

Con el corazón, latiéndole en el pecho, desvió la mirada hacia él. Dormía profundamente, su cabello negro desordenado sobre la almohada, su rostro relajado y su torso expuesto, mostrando su atlética figura. Se veía tan pacífico que por un momento Hellen sintió ganas de tocarlo, de perderse en la sensación de su piel otra vez.

Pero no.

Se levantó de golpe, ignorando el dolor entre sus piernas y el calor que se extendía por su vientre. Se envolvió en una sábana y corrió a su habitación, cerrando la puerta con fuerza.

—¿Qué hice? —susurró para sí misma,
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