El sol se filtraba tímidamente por las cortinas de la habitación, proyectando sombras doradas sobre las sábanas revueltas. Nicolás abrió los ojos con dificultad, sintiendo de inmediato cómo un latigazo de dolor se extendía desde su sien hasta la base de su cráneo. Maldijo entre dientes, llevándose una mano a la cabeza mientras trataba de recordar qué demonios había pasado la noche anterior.Todo volvía a él en fragmentos desordenados: el alcohol quemando su garganta, su orgullo herido, el rostro de Hellen reflejando una mezcla de sorpresa y compasión… y sus propias palabras, dichas en un susurro ronco y casi desesperado:“Quédate conmigo”.Nicolás apretó los párpados con fuerza, intentando borrar esas palabras de su mente. ¿Por qué demonios había dicho eso? Él no era un hombre que pedía ni necesitaba a nadie. Su vida estaba construida sobre el control, sobre la certeza de que nada ni nadie podía afectarlo.Y, sin embargo, esa mujer… su esposa… estaba empezando a hacerle dudar.
El silencio era denso en el auto. Nicolás no podía borrar de su cabeza el sabor de los labios de su esposa. Solo el sonido del tráfico y el leve zumbido del aire acondicionado llenaban el espacio. Julio estaba rígido, con la mirada fija en la ventanilla. Sus dedos tamborileaban contra su muslo con impaciencia, un claro indicio de su enojo. Nicolás lo observó de reojo, queriendo decir algo, pero sabía que cualquier palabra solo empeoraría la situación.Al llegar al edificio, el ambiente seguía igual de tenso. Cruzaron el vestíbulo de mármol pulido y se dirigieron al ascensor. Las puertas doradas se cerraron tras ellos con un sonido seco. Julio apretó los labios y cruzó los brazos sobre su pecho, manteniéndose lo más lejos posible de Nicolás.—Julio… —comenzó Nicolás en voz baja, pero su amante lo interrumpió con frialdad.—No quiero hablar contigo.Nicolás frunció el ceño. Sabía que Julio estaba molesto por el beso con Hellen. Sabía que debía decir algo para arreglarlo, pero no tenía
Nicolás respiró profundamente, observando la puerta por donde Julio acababa de salir furioso. Su pecho subía y bajaba con pesadez. Todo era una maldita mentira, una farsa que no había pedido, pero de la que no podía escapar.Julio había tomado su maletín y abandonado la oficina sin dudar. ¿Cómo era posible que todo se le estuviera escapando de las manos? Su relación con él siempre había sido complicada, pero ahora, con la presencia de Hellen, parecía haberse vuelto insostenible.Con el teléfono temblando en su mano, Julio marcó el número de Raquel. Necesitaba escuchar su voz, necesitaba una salida.—¿Qué sucede? —preguntó ella con preocupación.—Se terminó —sollozó Julio, sintiendo que su mundo se desmoronaba.Raquel apretó los labios. En el fondo, siempre había sabido que esto podía suceder. Nicolás lo había mantenido en la sombra durante demasiado tiempo, como si tuviera miedo de reconocer lo que sentía.—No te preocupes —susurró ella—. Esta noche vamos a beber hasta perder la con
El amanecer se filtraba por las gruesas cortinas de la habitación, iluminando los cuerpos entrelazados en la enorme cama. Hellen abrió los ojos lentamente, sintiendo un leve dolor en su cuerpo. Se movió con cuidado, notando la calidez del hombre a su lado.Sus mejillas se tiñeron de rojo cuando el recuerdo de la noche anterior la golpeó con fuerza. Sus labios se entreabrieron, sintiendo aún la sensación de los besos de Nicolás en su piel.Con el corazón, latiéndole en el pecho, desvió la mirada hacia él. Dormía profundamente, su cabello negro desordenado sobre la almohada, su rostro relajado y su torso expuesto, mostrando su atlética figura. Se veía tan pacífico que por un momento Hellen sintió ganas de tocarlo, de perderse en la sensación de su piel otra vez.Pero no.Se levantó de golpe, ignorando el dolor entre sus piernas y el calor que se extendía por su vientre. Se envolvió en una sábana y corrió a su habitación, cerrando la puerta con fuerza.—¿Qué hice? —susurró para sí misma,
Hellen había regresado para celebrar el cumpleaños de su novio. Habían pasado tres largos años desde que partió, y no veía la hora de reencontrarse con la persona que amaba.Llevaba un pastel de cumpleaños entre sus manos, segura de que la sorpresa sería inolvidable. Marcel y ella planeaban casarse en unas semanas, y su regreso marcaba el inicio de los preparativos para la boda.El ascensor se detuvo, y Hellen caminó con elegancia por los pasillos del lujoso edificio. Marcel pertenecía a una de las familias más acaudaladas de la ciudad, y eso siempre le había dado un aire de perfección a su relación.Una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginar su reacción. “Seguro estará tan emocionado de verme”, pensó mientras colocaba la llave en la cerradura. Las luces del apartamento se encendieron automáticamente al entrar.Caminó hasta la mesa del centro de la sala, dejó el pastel con cuidado y apagó las luces de nuevo. Luego se escondió en la habitación, esperando ansiosa el momento de l
—¡¿Qué dices, papá?! —exclamó Nicolás, molesto—. Esto debe ser una broma de mal gusto. Vine para hablar sobre el futuro de la empresa, no de matrimonio.Roger soltó un suspiro pesado. Convencer a su hijo de casarse era algo realmente complicado. Nicolás, con 29 años, joven, elegante y muy apuesto, tenía muchas mujeres a su merced esperando por su atención.Pero su hijo ni siquiera se dignaba a mirarlas, y eso le preocupaba. No le conocía ni una sola novia. Necesitaba nietos. No quería morir sin conocer a los próximos herederos de la fortuna Lancaster. Su hijo realmente necesitaba una familia.—Lo lamento, pero estoy envejeciendo. Quiero verte casado, con una familia. ¿Acaso mis deseos no te importan? Moriré pronto y no tendré la dicha de conocer a mis nietos.Nicolás no sabía qué decir. Era la quinta vez que su padre insistía en que se casara, pero no estaba interesado en formar una familia.Miró a su asistente de reojo. Notó que el joven tecleaba algo en la computadora, aparentem
Hellen estaba de pie frente a la enorme mansión de su actual esposo. Había firmado el acta de matrimonio esa misma mañana.Ingresó al lugar con paso firme, su andar elegante reflejaba la seguridad que siempre la había caracterizado. Su cabellera negra, que caía hasta su cintura, brillaba bajo la luz, y sus ojos verdes, tan intensos como dos esmeraldas, se pasearon con curiosidad por la sala de estar.Era una mansión impresionante, digna de una mujer como ella. Sin embargo, su expresión se tensó al notar que no había rastro de Nicolás. ¿Acaso había olvidado que ella llegaría esa tarde?—Señora, soy el mayordomo. Lamento informarle que el señor Lancaster no vendrá esta noche. Tiene mucho trabajo. Por favor, sígame, le mostraré su habitación.Hellen frunció el ceño. ¿Cómo era posible que su esposo la ignorara el mismo día de su boda? Aquello era inadmisible.—¿Dónde está mi esposo? —preguntó con evidente molestia.Había crecido acostumbrada a ser el centro de atención. Era una mujer
Hellen ingresó caminando de manera elegante, su belleza capturó la atención de los presentes; nunca pasaba desapercibida, y ella lo sabía.La recepcionista la miró de pies a cabeza con algo de envidia. No podía permitir que una mujer como esa estuviera en las instalaciones, podía llamar la atención del jefe.La joven se acercó, visiblemente molesta, mientras miraba su celular constantemente.—¡Buenas! ¿Me indica dónde se encuentra la oficina del señor Lancaster, por favor?Dina la observó con desprecio, frunciendo los labios y soltando un suspiro de fastidio.—¿Señorita, tiene una cita? —preguntó con frialdad.—No, pero necesito hablar con el señor Lancaster. Es de suma importancia.—Y yo soy la reina de España —respondió Dina con sarcasmo—. Si no tiene una cita, será mejor que se marche.Hellen la miró con irritación. No era necesario que la trataran de esa manera, y ella no iba a permitirlo.Continuó avanzando, ignorando los gritos de la mujer. Esa estúpida no sabía con quié