Nicolás se mantenía de pie con una copa de vino en la mano, su postura relajada pero imponente.Desde el otro lado del jardín, las primas de Hellen no dejaban de mirarlo con descaro.Susurraban entre ellas, sonriendo como adolescentes emocionadas, lanzándole miradas que, si fueran más obvias, podrían iluminar toda la fiesta.Ninguna de ellas llamaba su atención.Ni siquiera un poco.A Nicolás le resultaba molesto.Y aburrido.Su esposa, en cambio, parecía completamente ajena a la situación.Sentada en una mesa cercana, fruncía los labios mientras Cecilia, su mejor amiga, la miraba con una ceja arqueada.—Diablos, amiga, yo no me hubiera resistido —murmuró con una sonrisa traviesa.Hellen se giró para fulminarla con la mirada.—No me ayudas.Cecilia se encogió de hombros.—Digo la verdad. Ese beso fue… caliente.Hellen suspiró, visiblemente exasperada.—No quiero que piense que me tiene en sus manos. Me molesta su actitud.Cecilia le dio un sorbo a su copa de champán.—¿Te molesta su a
Nicolás estaba platicando con su hermano cuando de pronto su mirada se desvió hacia la puerta principal. Su respiración se detuvo por un instante y su copa tembló levemente en su mano al verla entrar. Su esposa.Hellen cruzó el umbral con paso firme, envuelta en un elegante vestido negro que se ajustaba perfectamente a sus curvas, resaltando su piel como si estuviera bañada en luz de luna. Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, y su mirada, llena de determinación, desafiaba cualquier comentario malintencionado de quienes la rodeaban.Cecilia, quien la acompañaba con una sonrisa triunfal, se inclinó levemente hacia su amiga y susurró con burla.—Tu esposo está embobado. Misión cumplida.Hellen rodó los ojos, pero no pudo evitar sentirse satisfecha. No había sido su intención llamar tanto la atención, pero el vestido que su amiga la obligó a comprar ciertamente había hecho su magia.Las primas de Hellen, quienes antes la habían ignorado, ahora la miraban con una mezcla de en
Cecilia tiró de la mano de Hellen con determinación. Sabía que su amiga necesitaba olvidarse de todo lo que estaba pasando lo más rápido posible. La traición de su esposo, el desprecio de su familia, la presión social... Todo era demasiado. No había mejor lugar para despejarse que un bar lleno de luces de neón, música estridente y copas servidas sin escatimar.—Vamos, Hellen, necesitas esto —insistió Cecilia mientras ambas entraban al exclusivo bar "Cariñositos".Hellen dudó por un momento, pero cuando se sentó en la barra y el primer trago quemó su garganta, se sintió extrañamente liberada. La música vibraba en el ambiente y el lugar estaba lleno de mujeres que reían y disfrutaban del espectáculo de bailarines sensuales. Su vida había sido un desastre últimamente, ¿por qué no divertirse un poco?Mientras tanto, en el hospital, Nicolás observaba a Julio en la camilla. Los golpes en su rostro y el evidente dolor al moverse lo hacían verse frágil, pero sus ojos aún mantenían ese brillo
Raquel llegó al hospital con paso firme, su mirada afilada escaneó los pasillos en busca de la habitación de Julio. Cuando entró, lo encontró solo, recostado sobre la camilla con el rostro demacrado y visibles moretones en su cuerpo. Su corazón se encogió de rabia.—No puedo creerlo… —murmuró, acercándose a la cama.Julio alzó la vista y sonrió con cierta ironía.—¿Qué sucede, Raquel?—Sucedió que tu "gran amor" no está aquí contigo —respondió ella con amargura—. Se marchó. Su esposa estaba en un bar jugando a ser la mujer soltera.Julio desvió la mirada con una expresión sombría.—No la culpo…Raquel bufó y cruzó los brazos sobre su pecho.—Eres demasiado bueno, Julio. Mientras tú te pudres en esta cama, ella disfruta gastando el dinero de tu novio. No se vale.Julio sonrió de lado, disfrutando de la frustración de su amiga. Raquel, con su mente siempre afilada, de inmediato ideó algo. Se giró hacia él con una sonrisa maliciosa.—El video se puede filtrar por accidente… —susurró con
El reloj marcaba las once de la mañana cuando Hellen escuchó el timbre de la puerta. Frunció el ceño, no esperaba visitas. Caminó con cautela hasta la entrada y al abrir, se encontró con la última persona que pensaba ver: su madre.—Mami… —susurró con sorpresa.Su madre, una mujer elegante y de porte impecable, la observó con una expresión severa. Cruzó los brazos y suspiró pesadamente antes de entrar sin ser invitada. Hellen cerró la puerta y la siguió hasta la sala.—¿A qué debo tu visita? —preguntó con cautela.Su madre se giró hacia ella, la observó fijamente y le extendió su teléfono. En la pantalla se reproducía un video del bar, con ella en el centro del escenario mientras un bailarín se contoneaba frente a ella. Su madre pausó el video y la miró directamente a los ojos.—Esto está en todos lados, Hellen.El estómago de Hellen se encogió. Sabía que la noche anterior había cometido un error, pero nunca imaginó que alguien la había grabado.—No me importa lo que digan los demás…
El silencio en la oficina era sofocante. Hellen se quedó de pie junto a la puerta, incapaz de moverse, incapaz de hablar. Sus ojos, grandes y oscuros, estaban clavados en la imagen frente a ella: su esposo, el hombre con el que había intentado recomponer un matrimonio hecho pedazos, besando con ternura a Julio.El tiempo se detuvo. Todo lo que había hecho las últimas horas —cocinar con esmero, decorar la mesa, elegir un pastel con la esperanza ingenua de reconciliación— se volvió polvo. Su corazón latía tan fuerte que dolía, como si intentara escapar de su pecho.Sus labios temblaron. Dio un paso hacia atrás, y luego otro. Chocó con el marco de la puerta. Sus piernas se doblaron como si el peso de la traición fuera demasiado, y cayó de rodillas. El impacto fue seco, brutal. Sollozos desgarradores escaparon de su garganta, como un lamento que llevaba años contenido.Nicolás se separó bruscamente de Julio, como si el aire se hubiera vuelto fuego. Su mirada se llenó de horror al ver a
La noche caía lentamente cuando Hellen cruzó el umbral de la mansión. El alma hecha trizas, la vista nublada por las lágrimas secas y un vacío en el pecho que le pesaba como una piedra. A cada paso que daba por el pasillo hacia la sala, el eco de lo que había visto se repetía en su mente como una pesadilla sin fin. El beso. La traición. La certeza de que todo había sido una farsa.No lloró al llegar. No gritó. Simplemente caminó como un fantasma hasta el armario de él, tomó una maleta y comenzó a empacarla con movimientos secos, mecánicos. La camisa que tanto le gustaba, los perfumes caros, las corbatas que había escogido para él como regalo. Todo fuera. No lo quería cerca, ni en sus cajones, ni en su aire.Colocó la maleta en la sala y se sentó, esperando. Como una reina herida, con la dignidad hecha añicos, pero el rostro firme. El silencio reinaba cuando las llaves giraron en la puerta. Era él. Su traidor.Nicolás entró, cabizbajo, el rostro demacrado por la culpa. No dijo nada al
El sol apenas asomaba por el horizonte cuando Julio se despertó en su lujoso departamento. Sus sábanas de seda estaban arrugadas, pero él no había dormido ni un poco. Tenía ojeras pronunciadas, pero no de culpa, sino de ansiedad. Se sentía inquieto, frustrado, molesto incluso. No por lo que había hecho, sino porque Nicolás no había ido a buscarlo, no lo había llamado, no había intentado explicarse con él. ¿Acaso después de todo lo que compartieron, lo iba a dejar solo en medio del problema?Caminó por el departamento en bata, con un café en mano, ignorando las notificaciones insistentes de su teléfono. Su amiga, sentada en el sofá, lo miraba con los brazos cruzados.—Deberías relajarte. Dale tiempo a Nicolás. Todo esto fue... impactante —comentó ella, mirando el celular con gesto divertido.—Impactante es que no esté aquí. Que no me haya defendido. ¡Que no se haya comunicado conmigo! —respondió Julio, lanzando la taza vacía sobre la barra de la cocina. La porcelana no se rompió, pero