Zaira siempre ha tenido un sueño claro: abrir su propio restaurante y conquistar el corazón del mundo con sus habilidades culinarias. Sin embargo, entre largas jornadas en la cocina y la presión constante de su madre para que se case, su vida parece estar en pausa. Además, su figura curvilínea —sus caderas anchas y muslos gruesos— no encaja con los estándares que los hombres a su alrededor parecen buscar, y eso ha hecho que su confianza en el amor esté por los suelos. Gabriel Seraphiel, un magnate frío y calculador, vive en un mundo donde todo se negocia, incluso el matrimonio. Aunque su vida profesional es impecable, su corazón lleva está sellado al frío, y como padre soltero, su prioridad es proteger a su hijo de cualquier desorden emocional. Su familia insiste en que debe cumplir con su deber: conocer a la mujer que ha sido elegida para él desde hace años. Sin embargo, Gabriel no está dispuesto a dejarse atar por compromisos sentimentales. Cuando el destino los cruza de manera inesperada, ninguno sabe que la persona frente a ellos es su prometido. Entre malentendidos, roces inesperados y momentos llenos de chispa, Zaira y Gabriel comienzan a descubrir que a veces el amor llega de las formas más sorprendentes. Pero, ¿podrán superar sus propios prejuicios, miedos y las responsabilidades que los atan para aceptar lo que el destino ya escribió? Una historia de romance, drama y momentos llenos de humor que celebra las segundas oportunidades, el poder de los sueños y el amor propio.
Leer más129 El gran día había llegado. El sol brillaba en lo alto, bendiciendo la ceremonia con su cálida luz, mientras una brisa suave agitaba los pétalos blancos que decoraban el pasillo nupcial. Todo estaba dispuesto con un gusto exquisito, sin excesos, pero con ese aire elegante y especial que reflejaba la esencia de la pareja. Gabriel estaba de pie en el altar, vestido con un impecable traje negro, su porte majestuoso, pero sus ojos delataban la emoción que lo embargaba. A su lado, Bishop, su padrino, ajustaba su corbata con fingida indiferencia, aunque la sombra de una sonrisa se dibujaba en su rostro. Las primeras notas de la música comenzaron a sonar y las pequeñas pajecitas hicieron su entrada. Las gemelas caminaban con pasos cuidadosos, sosteniendo pequeñas cestas con pétalos de rosa que esparcían con alegría. Justo detrás de ellas, Samuel avanzaba con solemnidad, sosteniendo la pequeña caja con los anillos como si fuera el mayor tesoro del mundo. Y entonces, la vio.
128Los meses habían pasado, y la enfermedad de Gabriel fue mejorando poco a poco. Sus dolores de cabeza eran menos frecuentes, su visión comenzaba a estabilizarse y eso trajo un alivio inmenso a toda la familia.Después de que todos se enteraron de que yo era una Rexton, la familia Seraphiel dejó atrás su resentimiento con mi madre adoptiva y sus oscuros secretos. Era como si, de algún modo, la verdad hubiera limpiado las heridas del pasado.Gabriel observaba a Zaira mientras cocinaba, disfrutando de la escena cotidiana que antes parecía imposible. En la sala, los niños jugaban animadamente y debatían sobre la existencia de los fantasmas.—¡Claro que existen! —dijo uno de ellos con los ojos muy abiertos—. Mi amigo en la escuela dijo que su casa está embrujada.—No es cierto —respondió el otro con los brazos cruzados—. Los fantasmas no existen, son solo cuentos para asustarnos.Gabriel sonrió, divertido, y decidió intervenir.—Tal vez los fantasmas solo aparecen a quienes creen en ell
127Zaira se sienta frente a Elena en el elegante despacho de la mansión Rexton. La mujer estaba serena, pero su mirada es dura, como si estuviera evaluando el peso de cada palabra antes de hablar.—Zaira, he tomado una decisión sobre Camila —dice finalmente.Zaira siente un escalofrío en la espalda. No esperaba que la conversación llegara tan rápido.—¿Qué harás con ella? —pregunta Zaira curiosa.Elena entrelaza las manos sobre la mesa.—Le di mi apellido, mi fortuna y la traté como mi hija porque creí que era mi hija. Pero ahora sé la verdad… y sé que intentó dañarte más de una vez. No puedo permitirlo —negó con la cabeza— yo pensé que había ganado otra hija, pero su codicia le nubló la mente.El corazón de Zaira late con fuerza.—¿Qué significa eso? —hundió el ceño.—Significa que Camila ya no será una Rexton —afirma Elena con frialdad—. Le quitaré todo: su acceso a mis cuentas, su apellido, su posición. No dejaré que alguien que actuó con tanta maldad siga beneficiándose d
126.Bishop y Selena llegaron a la imponente mansión de Grace, la abuela de Bishop. La mujer de rostro severo y mirada afilada los esperaba en la sala principal, sentada con la elegancia de una reina en su trono. Pero cuando sus ojos se posaron en sus manos entrelazadas y en los anillos que brillaban en sus dedos, su expresión se volvió oscura como el carbón.—¡¿Qué significa esto, Bishop?! —espetó con una voz gélida, sus labios frunciéndose en desaprobación—. ¡Dime que es una broma!Selena sintió la tensión en el aire, pero Bishop no reaccionó ante la furia de su abuela. Simplemente se mantuvo firme, sin soltar su mano.—No es ninguna broma, abuela —dijo con calma, su voz profunda y decidida—. Selena es mi esposa.Grace casi se atraganta con su propia indignación.—¡Tú no puedes casarte con ella! ¡Esa mujer no es digna de ti!Selena sintió la punzada de las palabras, pero se mantuvo erguida. No permitiría que esa mujer la intimidara. Sin embargo, Bishop, con su temple inquebrantable,
125Zaira caminaba de un lado a otro en la sala, abrazándose a sí misma mientras miraba el reloj por enésima vez. La noche parecía eterna, cada minuto que pasaba sin noticias de Gabriel la hacía sentir más ansiosa.Intentó distraerse, pero sus pensamientos la traicionaban. ¿Y si algo salía mal? ¿Y si no regresaba?Cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose, su corazón dio un vuelco.—¡Gabriel! —exclamó, girándose de inmediato.Antes de que él pudiera decir algo, Zaira corrió hacia él y se lanzó a sus brazos. Gabriel apenas tuvo tiempo de estabilizarse antes de sentirla aferrarse con fuerza a su espalda, como si temiera que se desvaneciera.—Estás aquí… —susurró ella contra su pecho.Gabriel exhaló y la envolvió con sus brazos, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo se disipaba lentamente.—Te dije que regresaría —murmuró, apoyando la barbilla sobre su cabeza.Zaira no respondió al instante, solo se apretó más contra él.—No me gusta esto… —susurró—. No me gusta quedarme aquí espe
124Gabriel frunció el ceño ante las palabras de Zaira.—¿Por qué cambiaría todo? —preguntó con un deje de duda, sintiéndose un poco mal por lo que ella insinuaba.Zaira soltó un suspiro tembloroso, su mirada reflejaba una mezcla de angustia y frustración.—Claro que sí —afirmó con convicción—. Tal vez no me hubiera ido tan lejos… O podría haberle pedido a Selena que te ayudara… No lo sé, no lo sé… —repitió en un murmullo frenético, llevándose las manos al rostro.Gabriel sintió algo en su interior retorcerse. No podía soportar verla así. Sin pensarlo, la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos con fuerza.Zaira se quedó inmóvil por un segundo, luego se aferró a él con la misma intensidad.Gabriel cerró los ojos, sintiendo su calor, su fragilidad y, al mismo tiempo, su fortaleza. No sabía si sentirse aliviado o no. Lo único que tenía claro era que no quería preocuparla.Zaira era tan bondadosa, tan hermosa, no solo por fuera, sino también por dentro. Su sola presencia traía luz a
123.Michelle había llegado con la caballería, y Gabriel pudo respirar más tranquilo. Desde las camionetas negras, sus hombres descendieron con armas en mano, disparando sin piedad contra los atacantes.Él soltó una risa baja y burlona mientras observaba el caos que se desataba a su alrededor.—Qué tontos… Atacarme en mi territorio —murmuró con diversión oscura.A su lado, Zaira temblaba. Su respiración era errática, su cuerpo rígido.—Gabriel… —susurró con la voz quebrada.Él giró el rostro hacia ella y vio el pánico en sus ojos. Sus pupilas dilatadas, el temblor en sus labios, la forma en que su pecho subía y bajaba descontroladamente.—Todo estará bien —aseguró con calma.—¡Nada está bien! ¡Nada puede estar bien! —su voz sonaba histérica, atrapada en la espiral de miedo.Gabriel no lo dudó. Extendió una mano firme y tomó su nuca, obligándola a mirarlo.—Cariño, estás teniendo un ataque de pánico —murmuró con voz grave, sujeta a una suavidad inusual—. Necesito que respires
122El hospital estaba en calma, solo el sonido lejano de algunos monitores rompía el silencio.Gabriel se mantenía de pie, apoyado contra la pared, observándola con los brazos cruzados. Su mirada oscura recorría cada rasgo de Zaira, como asegurándose de que estaba bien, como si su sola presencia pudiera protegerla de cualquier otro daño.Zaira suspiró y se acomodó en la camilla, con el tobillo vendado y elevado sobre una almohada.—No tienes que quedarte aquí toda la noche —dijo en voz baja, aunque en realidad no quería que se fuera.Gabriel esbozó una media sonrisa, esa que le hacía ver peligroso y encantador a la vez.—No voy a dejarte sola.Ella sintió un calor en el pecho, pero rodó los ojos.—No es gran cosa, solo un esguince.Gabriel se acercó lentamente hasta quedar al borde de la camilla.—Para mí sí lo es.Zaira parpadeó, sorprendida por la seriedad en su voz.Él extendió la mano y le acarició la mejilla, su dedo rozando la piel con una ternura que contrastaba con
121Omnipresente La tensión en el ambiente era casi palpable. Todos estaban inquietos, observando con cautela la poderosa presencia de Gabriel Seraphiel, quien protegía a Zaira con la fiereza de un pitbull listo para atacar. Su postura dejaba claro que nadie se atrevería a tocarla sin enfrentar las consecuencias.Zaira, aunque agotada, no estaba dispuesta a dejar este asunto sin resolver. Quería acabar con esto de una vez por todas.Afuera, en el balcón, trataba de tomar aire, alejándose del caos por un momento. Pero la paz duró poco. —Estaba en el balcón y llegó Camila para amenazarme —habló Zaira con tranquilidad.—¡Zaira! —exclamó Camila, irrumpiendo con furia, apartando a la gente a su paso—. ¿¡Por qué me acusas de esa manera!? ¡Me estás difamando!Zaira se giró lentamente, su expresión impasible ante la rabia de Camila.—¿Lo estoy? —su tono fue tan afilado como un cuchillo—. No sabía que decir la verdad era difamar.Camila cruzó los brazos con altanería, pero antes de