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Zaira Moreau
Me sentía feliz, radiante y llena de energía. El aroma a pan recién horneado y especias aún impregnaba mis manos después de las clases de cocina. Mi maestro, el renombrado chef Alain Dubois, había anunciado en la última lección que era la mejor estudiante de todos los tiempos. El chef Dubois me había elegido como su aprendiz hace algunas semanas y había aprendido muchísimo en estas pocas semanas. Era el primer paso hacia el sueño que me había guiado desde mi niñez.
Una vez mi maestro se me acercó: —¿Por qué quieres ser mi aprendiz? —me preguntó el día antes de elegir su aprendiz.
—Quiero hacer feliz a las personas con mi comida, chef —le respondí sinceramente. Y solo así aceptó ser mi maestro.
He amado la comida desde que podía recordar. A los dos años, ya acompañaba a la abuela en la cocina, preguntando curiosa por cada ingrediente. Mi abuela, con paciencia infinita, me enseñó todo lo que sabía: desde amasar pan hasta preparar las más delicadas salsas francesas. Mi corazón siempre perteneció a Francia. Por eso, al cumplir los dieciocho, me mudé con la abuela a un pequeño pueblo cerca de la capital, decidida a convertirme en chef.
Me bajé del autobús unas calles antes de llegar a casa, la brisa cálida del verano acariciaba mi rostro y de camino encuentro un puesto de flores.
—¡Que hermosas flores! —le dije al vendedor, con ojos brillantes.
Me gustaba ver lo bonito y positivo de la vida, aunque su vida nunca fue fácil.
—¿Cuál le gusta, jovencita? —dijo el amable señor.
Contenta escogí las más bellas y coloridas, seguí caminando luego de pagar. Los pensamientos sobre mi futuro y mi restaurante, un lugar pequeño, pero acogedor en el corazón de Francia, llenaban mi mente. Allí quería vivir, rodeada de vegetales frescos y especias, quería vivir una vida sencilla y plena.
Sin embargo, mis pensamientos se interrumpieron abruptamente al notar a un hombre alto y de porte serio parado en la entrada de mi casa. Vestía un traje oscuro impecable que contrastaba con el ambiente relajado del pueblo.
Fruncí el ceño, preparándome mentalmente para cualquier eventualidad, avance con cautela.
—¿Es usted la señorita Zaira Moreau? —preguntó el hombre con una voz firme y grave.
Me detuve y lo miró fijamente, hundiendo más el ceño.
—Lo soy. ¿Quién me busca? —mi mirada cautelosa, viendo siempre alrededor por si debo correr.
El hombre dio un paso adelante, extendiéndole una tarjeta de presentación elegante de color blanco y letras doradas que tomé con desconfianza.
—Necesito que venga conmigo. Su maestro, el chef Alain Dubois, la ha recomendado con esmero. Su talento ha sido reconocido, y mi jefe necesita de sus habilidades —le cuenta el hombre.
—¿Quién es su jefe? —mi pregunta, sale de mis labios sin pensarlo mucho, manteniendo la voz firme, aunque mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho.
La emoción llenando mis venas.
—Alguien muy exigente y con recursos ilimitados —respondió el hombre, sin dar más detalles—. La decisión es suya, pero le aseguro que esta es una oportunidad única.
Tras un momento de silencio, finalmente me atreví a hablar:
—Debo hacer unas consultas —concluí luego de un silencio prolongado, y aunque pude notar al hombre algo nervioso estaba decidida a tomar una buena decisión.
El hombre asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Haga lo que tiene que hacer, así no pierdo el tiempo —dijo de manera fría, pero ya yo estaba acostumbrada a ese trato, así que no me lo tome personal.
Una mezcla de emoción y cautela llenó mi pecho. Algo me decía que ese encuentro cambiaría mi vida para siempre.
Tras una breve llamada a mi maestro y mi abuela paterna, Marguerite Moreau, una mujer con el alma tan cálida como su nombre, dejé escapar una sonrisa satisfecha.
—Está bien, señor… ¿cómo se llama? —pregunté, girándome hacia el hombre un poco indecisa.
El hombre inclinó la cabeza en una ligera reverencia que correspondí.
—Mil disculpas, señorita. Mi nombre es Frederic LeBlanc —habla despacio.
—Bueno, señor LeBlanc, haré los postres y los llevaré a su casa —dije con una pequeña sonrisa— ¿Está bien para este fin de semana?
—Esto es importante para mi jefe —me advierte el señor serio frente a mí— no puedes perder esta oportunidad, la familia Seraphiel es poderosa y puede impulsar su carrera o hundirla con el chasquido de los dedos.
No podía evitar sentirme emocionada. La posibilidad de cocinar para alguien importante encendía mi imaginación como luces de navidad coloridas y emocionadas. Ya estaba pensando en ingredientes, en la presentación de los platos y en los sabores que deseaba transmitir.
El hombre no dejaba de verme detallándome una y otra vez. Tal vez miraba mi cabello teñido de rojo fuego, rebelde y brillante, que hacía un curioso contraste con mi piel de porcelana, quizás veía mis ojos que, con una mezcla fascinante entre verde y marrón, brillaban de entusiasmo. Aunque sabía que solo veía mi cuerpo. Mi silueta era más de talla grande que lo que muchos consideraban atractivo, yo tenía una soltura y elegancia natural que pasaban desapercibidas, ya que todo eso se veía eclipsado por mis caderas anchas, mi estómago redondeado, mi enorme trasero o mis brazos gordos. Sabía que el hombre la criticaba en su mente como hacia todo aquel que la conocía.
—Entiendo, señor LeBlanc el fin de semana llevaré los postres —le regalé una pequeña sonrisa que el hombre devolvió y que a mí no me importó.
—Quiero que se enfoque solo en cocinar —añade viéndome de arriba abajo, detallando mi vestido o tal vez mi gordura— aunque usted no tiene nada para distraer a mi jefe —me veía neutral, pero casi podía adivinar sus pensamientos.
3Zaira—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.Abrí las alacenas y el ref
4ZairaMe esmeré en cada uno de los detalles de esos postres, poniendo mi corazón en casa uno de ellos. Tres postres que consideraba obras maestras: una tarte tatin con un toque de canela, un éclair de chocolate con un relleno de frambuesa y una mousse de limón con base de almendras tostadas. Tras asegurarme de que cada creación lucía impecable, coloqué muestras cuidadosamente empaquetadas en pequeñas cajas decorativas y el resto se las di de prueba a mi madre y abuela, quienes se deleitaron al verlas. —Son maravillosos, Zaira. Como siempre —dijo la abuela, con una sonrisa cálida mientras inspeccionaba la tarte tatin. —Gracias, abuela. Me esforcé mucho —respondí con orgullo, dándole un beso en la mejilla antes de recoger mi bolso y comenzar a salir sin esperar por el veredicto de mi madre. Mi madre resopló al ver el bonito postre frente a ella.—Al menos, deberías hacer algo libre de gluten, eso engorda y toda esa grasa se aloja en tu estómago y muslos —detalló mi postre con malos
5Gabriel Llegué con las expectativas bajas, así que imagina mi sorpresa cuando probé el pequeño postre frente a mí y pude saborear algo… no era mucho, pero era más de lo que había sentido en meses. No soy alguien que se impresionara fácilmente, pero este postre había logrado lo imposible. —¿Quién preparó esto? ¿Dónde está? Quiero verlo —demandé con mi voz profunda y autoritaria, mirando a Frederic, quien esperaba en una esquina, conteniendo el aliento. —Está en el salón principal, joven amo Seraphiel… —habló Frederic extrañado por mis preguntas.Ni siquiera esperé que terminara de hablar. Sin perder tiempo, me levanté y me dirigí rápidamente al salón. Al llegar, me detuve en seco en la entrada al ver la figura de una mujer de espaldas a mí. Llevaba un vestido rosa chicle que, a pesar de lo llamativo, le sentaba perfectamente en sus caderas anchas y su trasero redondo y grande. Su cabello rojo fuego caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su postura irradiaba confianza y el
6Zaira—¿Y si no te gusta trabajar conmigo? —pregunté finalmente, todavía desafiante. El hombre me miró con intensidad, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de determinación y algo que casi parecía diversión, sentí un cosquilleo en mis muslos y apreté con fuerza. —Entonces será libre de marcharse, señorita. Pero le aseguro que no querrá hacerlo —respondió, con una confianza que parecía inquebrantable.Yo lo observé en silencio durante un largo momento, sopesando mis supuestas opciones. Finalmente, dejo escapar un suspiro pesado. —Está bien. Acepto, pero con una condición —dijo, apuntándolo con un dedo sin miedo—. Quiero que mi maestro apruebe cada paso que dé en este trabajo, así que lo llamaré siempre. El señor Seraphiel inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera mi pequeño momento de valentía. —Hecho —acordó extendiendo una mano que tarde un poco en corresponder y una deliciosa electricidad paso de su mano a la mía. No sabía si había tomado la mejor de
7ZairaSaqué mi teléfono apresuradamente, intentando encontrar respuestas. Justo en ese momento, una llamada de un número desconocido interrumpió mis frenéticos pensamientos.Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando contesté, y una voz grave y claramente enfadada me recibió al instante que hizo vibrar todo mi cuerpo de manera equivocada. —¡¿Dónde estás?! —preguntó mi nuevo jefe con tono cortante, casi rugiendo al otro lado de la línea. Fruncí el ceño, irritada por el tono autoritario que parecía tener grabado en su carácter. —¿Dónde más? —repliqué, molesta—. Estoy en el aeropuerto. ¿Dónde están ustedes? Un seco bufido se escuchó antes de que él respondiera frío y cortante.—Estamos en el aeropuerto privado. ¿No pensaste que de verdad viajaría en un vuelo comercial, ¿verdad? —Su tono burlón hizo que apretara los dientes, luchando por no gritarle.—¿Qué? Pero…Antes de que pudiera siquiera replicar, él añadió con tono aún más imperioso: —¡Ven ya mismo! Niña tonta —.
8 Zaira Me quedé en la cabina del avión, mientras veía a mi nuevo jefe bajar hacia la pista de aterrizaje sin siquiera lanzar una mirada en mi dirección y también sentí cómo el frío comenzaba a colarse incluso aquí dentro. “Esto no puede ser normal” pensé mientras me frotaba los brazos con las manos. No llevaba más que un suéter delgado, y ahora el viento gélido de Suiza parecía querer congelarme hasta las entrañas. Cuando finalmente me atreví a levantarme para bajar, una ráfaga helada me cortó la piel. “Oh, genial, ni siquiera me ofrecieron un abrigo,” pensé con ironía, abrazándome a mí misma en un intento desesperado de conservar el calor de mi cuerpo. Pero no me quejé, es mi culpa. Debía haberlo sabido mejor, pero no es que me hubieran dado tiempo para compras de último momento. Es Suiza después de todo. No quería causar problemas ni parecer desagradecida así que me tragué cualquier queja. “No tengo abrigos tan gruesos como ese que él se puso, pero no importa” Decidid
9ZairaLos primeros días veía muy poco al joven maestro, desde el tercer día me pedía que le acompañara y cumplía, pero no nos decíamos absolutamente nada. Él comía y yo lo veía disfrutar de lo que preparaba con esmero.Nochebuena llegó en un abrir y cerrar de ojos, y me encontraba en un estado de aburrimiento absoluto. Había pasado todos esos días encerrada en la rutina, con el uniforme de chef como mi única compañía, y esta noche, por primera vez desde que llegué, decidí hacer algo diferente. “Quería sentirme yo, no solo la chef privada del joven maestro Seraphiel.”El señor Frederic tenía el día libre, y los escoltas estaban con el señor Seraphiel, lo que significaba que tenía tiempo para mí misma. Entré al baño y me miré al espejo, con una toalla enrollada en el cabello y otra cubriendo mi cuerpo. La imagen reflejada me sonrió. —¡Vamos de paseo, chica! —le dije a mi reflejo, como si necesitara mi propia aprobación para atreverme.Me maquillé con dedicación, algo que no ha
10GabrielEl beso se intensificó más de lo que esperaba, hasta el punto en que tuve que quitarle la copa de las manos y dejarla junto con la mía en la mesa más cercana. Su rostro estaba sonrojado, y por un segundo, esa mezcla de sorpresa y timidez me desarmó. Se veía… adorable.“¿Qué me pasa?” me pregunté a mí misma.Sin pensarlo mucho más, la tomé de la mano y la llevé con rapidez al cuarto más cercano. La habitación estaba cálida, con una chimenea encendida que iluminaba el lugar con un brillo tenue y acogedor. El ambiente parecía hecho a propósito para lo que estaba por suceder.—Señor… Señor Seraphiel… —titubeó Zaira, su voz apenas un susurro.—Shhh… —le dije con voz ronca, deteniéndome frente a ella, vi sus ojos llenos de pasión— déjame esto a mí.Ella no dijo nada, solo asintió, con esos ojos grandes y brillantes que me miraban como si estuviera a punto de revelarle todos los secretos del universo y volví a besarla ferozmente. El calor del alcohol seguía corriendo por m