6. Se perdió el avión

6

Zaira

—¿Y si no te gusta trabajar conmigo? —pregunté finalmente, todavía desafiante.

El hombre me miró con intensidad, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de determinación y algo que casi parecía diversión, sentí un cosquilleo en mis muslos y apreté con fuerza.

—Entonces será libre de marcharse, señorita. Pero le aseguro que no querrá hacerlo —respondió, con una confianza que parecía inquebrantable.

Yo lo observé en silencio durante un largo momento, sopesando mis supuestas opciones. Finalmente, dejo escapar un suspiro pesado.

—Está bien. Acepto, pero con una condición —dijo, apuntándolo con un dedo sin miedo—. Quiero que mi maestro apruebe cada paso que dé en este trabajo, así que lo llamaré siempre.

El señor Seraphiel inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera mi pequeño momento de valentía.

—Hecho —acordó extendiendo una mano que tarde un poco en corresponder y una deliciosa electricidad paso de su mano a la mía.

No sabía si había tomado la mejor decisión, pero algo en mi interior me decía que esta experiencia cambiaría mi vida para siempre.

—Entonces, espero que mi comida hable por sí sola —repliqué con una ligera sonrisa, girándome para tomar mi bolso y lista para marcharme.

Sentí ojos en mi espalda mientras me alejaba, pero me negué a voltear a verlo una última vez.

Cuando llegué a casa dos horas después, apenas saludé a mi madre y subí directamente a mi habitación. Cierro la puerta con un golpe suave y me dejo caer en la cama por unos segundos y, finalmente, decidí levantarme para empezar a empacar. Cada prenda que colocaba en la maleta llevaba consigo un sentimiento de frustración. No podía creer cómo me habían acorralado en una decisión que apenas había tenido tiempo de procesar.

La puerta de mi se abrió de forma brusca lo que me sacó de mis pensamientos. Mi madre, Helen, entró con una sonrisa de falsa calidez que se desvaneció al ver las maletas abiertas sobre la cama.

—¿Adónde vas, Zaira? —preguntó con una mezcla de curiosidad y desdén— ni creas que vas a irte de esta casa, tienes cuentas que pagar, jovencita.

Sin detenerme, seguí doblando ropa y guardándola en silencio por un momento antes de responder con voz firme:

—Me ofrecieron un buen trabajo como chef personal. Es para alguien importante y millonario, así que me voy a Suiza hoy mismo, mamá —le conté sin dejar de doblar prendas.

Helen se me quedó mirando muy quieta, observándome como si quisiera traspasarme con un sable, sabía que solo están seduciendo si decía la verdad o no.

—¿Y yo? —preguntó con cautela, acercándose un poco— ¿Quién me va a cuidar? Te dije que necesito dinero y en vez de irte a casar con el prometido que te busqué para conseguir la cantidad de dinero que necesito ¿Te vas a Suiza? ¡Siempre piensas en ti! ¡Eres una egoísta malcriada! —me grita enojada— eres una gorda inútil, no puedes irte así.

Ignoré sus insultos acostumbradas a ellos, con un muro en mi corazón para que no me dolieran sus crueles palabras.

—Sí, mamá. Es una gran oportunidad, no hay nada que pensar —le sonreí a mi madre rápidamente, para desviar su atención— te enviaré dinero en cuanto cobre mi primer sueldo, me pagarán bien.

—¿Ni siquiera me dices el nombre de tu jefe? —insistió ella, tratando de sacar más información— ¿Cuánto vas a cobrar? Vi un bolso Channel muy hermoso que quiero.

La miré un instante y luego sacudí la cabeza.

—No importa como se llama, madre. Es un hombre importante y de dinero no sé si puedo decirte su nombre. Debo preguntar —reí entre dientes— así de importante es, madre, pero eso no tiene relevancia para ti, mamá.

La vi fruncir el ceño, pues no era normal que yo fuera tan esquiva con la información de mis trabajos, pero la dejé en paz esperando que no presionara.

La imagen de Gabriel Seraphiel no dejaba de aparecer en mis tontos pensamientos, y eso me frustraba aún más… sus ojos marrón claro fría y desprovista de emociones… ¿Será así para todo?

Seguía guardando lo último en mi maleta mientras mi madre seguía fingiendo tristeza, permanecía en la puerta de la habitación. Cuando volvió a hablar, su voz llevaba un matiz de frialdad que no pude ignorar y que me dolía.

—Entonces, ¿no estarás en Navidad? —preguntó mi madre, tratando de mantener la compostura—. Tu tío llega en una semana desde California.

Las palabras golpearon mi mente como un balde de agua fría. En mi constante dedicación al trabajo y mis empeño por cumplir mis sueños, había perdido la noción de las fechas. “Había olvidado que la Navidad estaba tan cerca” pensé triste.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí una punzada de culpa en mi pecho. Pero rápidamente aparté esos sentimientos, enterrándolos en lo profundo de mi mente.

—Los veré luego, mamá —respondí con un tono casual, como si aquello no tuviera mayor importancia—. Es casi lo mismo. Supongo que no estaré, pero si estoy libre ese día, les aviso.

Mi madre asintió lentamente, aunque sus ojos reflejaban un fastidio que no podía ni quería enfrentar en ese momento.

—Está bien —dijo mi madre con voz quebrada, tragándose las lágrimas que amenazaban con salir de forma teatral—. Te escribiré para que no te olvides de mí y me mandes dinero, Zaira —el tema favorito de mi madre era ese. El dinero.

Mi madre se esforzó por mostrarse tranquila mientras me veía guardar algunas prendas cuidadosamente dobladas en la maleta, pero su molestia era evidente, aunque activamente la ignoré. Tomé un taxi hacia el aeropuerto, sintiéndome más ligera al dejar atrás esa conversación incómoda.

Sin embargo, esa ligereza no duró mucho. Al llegar al aeropuerto, comprobé los horarios de los vuelos.

¡El vuelo a Suiza había salido hace quince minutos!

Sentí cómo la sangre me hervía al instante, vi mi reloj en mi muñeca y era la hora que me había pedido Frederic que llegara. “¿La habían engañado?” “¿Por qué nadie la había informado del cambio?”

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