12ZairaEl día había comenzado con el ajetreo del viaje. Desde el mediodía, estuvimos atrapados en aeropuertos y aviones, con las horas deslizándose lentamente entre escalas, esperas y el zumbido constante de los motores. Aunque el cielo despejado ofrecía vistas espectaculares, mi mente estaba demasiado cansada para apreciarlo.El vuelo era largo, pero ni siquiera el murmullo de las conversaciones o el ronroneo monótono del avión me distraía de mis pensamientos. Gabriel, como siempre, había mantenido su distancia, envuelto en su propia burbuja de frialdad. Intenté concentrarme en cualquier otra cosa: el libro en mis manos, la comida mediocre del avión, incluso las conversaciones ajenas. Pero su presencia siempre lograba perturbar mi paz, como una sombra constante.Finalmente, llegamos a nuestro destino en la madrugada. La casa estaba tan fría y silenciosa como siempre, pero no tenía intención de quedarme mucho tiempo. En cuanto bajé del auto y recuperé mi maleta, me moví rápido, a
13ZairaMi madre comenzó a acosarme con mensajes y llamadas constantes para saber la identidad de mi supuesto novio. Cada vibración de mi teléfono era como un recordatorio de la mentira que había dicho y del problema que me esperaba si ella descubría la verdad. No podía arriesgarme a meter a ninguno de los empleados del señor Seraphiel en problemas.Ella siempre había sido así de controladora conmigo, y durante mucho tiempo pensé que era normal, algo que las madres simplemente hacían. Pero con el tiempo, comencé a notar que el nivel de control que quería ejercer en mí y en mi vida personal iba mucho más allá. Suspiré pesadamente mientras caminaba hacia la mansión Jadeíta, intentando despejar esos pensamientos de mi cabeza.Al llegar, me recibió el señor Frederic, con su actitud práctica y profesional de siempre. Me extendió unas llaves y una tarjeta.—Esto es para que puedas hacer las compras —dijo, entregándome todo con calma—. Si necesitas a alguien para cargar todo, dime, y te env
14ZairaEl recuerdo de lo ocurrido en Suiza cruzó por mi mente, algo que creía que quedaría enterrado en ese viaje, lejos de aquí. Pero ahora... ahora parecía que no era así. Mi mente se quedó en blanco al sentir el roce de sus labios contra mi cuello, un gesto tan inesperado como arrollador.Mis piernas comenzaron a debilitarse, y mi cuerpo tembló ligeramente ante la intensidad del momento. "¡Qué débil eres, Zaira!" me reprochó mi mente, pero era inútil. Estaba congelada, atrapada entre el miedo, la sorpresa y algo que no me atrevía a nombrar.A pesar de que su aroma me tenía envuelta e hipnotizada, logró algo que pocas veces pasaba conmigo: que mi mente dejara de funcionar. Me giró con firmeza, y antes de que pudiera reaccionar, sus labios se apoderaron de los míos. Su beso era intenso, arrollador, y no pude evitar perderme en él.Por un instante, olvidé todo: mi nombre, el lugar donde estábamos, incluso quién era él. Solo éramos nosotros y ese momento.Sin embargo, cuando sentí qu
15ZairaEra fácil adivinar de quién era hijo el pequeño que ahora estaba entrando en mi cocina. Su expresión seria, esos ojos color miel llenos de intensidad... eran idénticos a los del joven maestro.Había escuchado rumores de que él tenía un hijo, pero hasta ahora no lo había conocido. Verlo allí, de pie junto a la mesa, con las manos cruzadas frente a él, era como ver una versión en miniatura de su padre."Tal vez la difunta esposa del joven maestro fue su gran amor", pensé, sintiendo una leve punzada de desánimo mientras le daba vueltas al cucharon en la olla. "Este hermoso niño debe ser el fruto de ese amor, la razón por la que su corazón parece cerrado a todo lo demás."Suspiré suavemente, recordando cómo había evitado responder a mi pregunta días atrás, cuando mencioné si tenía a alguien especial en su vida. Ahora lo entendía. ¿Cómo podría responder, cuando su corazón ya estaba ocupado por el recuerdo de la madre de su hijo?Decidí sacudirme esos pensamientos y enfocarme en mi
1Gabriel SeraphielEntré en el comedor con paso seguro, mi presencia serena y estoica. Mi mirada estaba fija en el plato que esperaba en la mesa. Me siento sin prisa, ajustando la chaqueta perfectamente cortada de mi traje color carbón y tomo los cubiertos con precisión. —Hola, padre —saluda mi pequeño hijo de cinco años.Samuel Seraphiel, mi hijo siempre se sentaba a mi izquierda en todas las ocasiones y a mi derecha debería ir su madre, pero ese asiento lleva años vacío.—Hola, Samuel —le dije a él mientras le terminaban de servir la misma cena que a mí— ¿hiciste tus deberes?—Sí, como siempre —contesta, igual de serio que yo— quiero aprender algo nuevo.Mi hijo era mi viva copia, mismos ojos, cabello azabache y piel canela como la mía, también era un niño sumamente inteligente y a pesar de su corta edad aprendió a leer y escribir muy bien en poco tiempo y ahora tiene tutores avanzados.—Ya veremos luego, primero termina tus clases —contesté, con parsimonia y Samuel solo asintió.
2Zaira MoreauMe sentía feliz, radiante y llena de energía. El aroma a pan recién horneado y especias aún impregnaba mis manos después de las clases de cocina. Mi maestro, el renombrado chef Alain Dubois, había anunciado en la última lección que era la mejor estudiante de todos los tiempos. El chef Dubois me había elegido como su aprendiz hace algunas semanas y había aprendido muchísimo en estas pocas semanas. Era el primer paso hacia el sueño que me había guiado desde mi niñez. Una vez mi maestro se me acercó: —¿Por qué quieres ser mi aprendiz? —me preguntó el día antes de elegir su aprendiz.—Quiero hacer feliz a las personas con mi comida, chef —le respondí sinceramente. Y solo así aceptó ser mi maestro.He amado la comida desde que podía recordar. A los dos años, ya acompañaba a la abuela en la cocina, preguntando curiosa por cada ingrediente. Mi abuela, con paciencia infinita, me enseñó todo lo que sabía: desde amasar pan hasta preparar las más delicadas salsas francesas. Mi co
3Zaira—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.Abrí las alacenas y el ref
4ZairaMe esmeré en cada uno de los detalles de esos postres, poniendo mi corazón en casa uno de ellos. Tres postres que consideraba obras maestras: una tarte tatin con un toque de canela, un éclair de chocolate con un relleno de frambuesa y una mousse de limón con base de almendras tostadas. Tras asegurarme de que cada creación lucía impecable, coloqué muestras cuidadosamente empaquetadas en pequeñas cajas decorativas y el resto se las di de prueba a mi madre y abuela, quienes se deleitaron al verlas. —Son maravillosos, Zaira. Como siempre —dijo la abuela, con una sonrisa cálida mientras inspeccionaba la tarte tatin. —Gracias, abuela. Me esforcé mucho —respondí con orgullo, dándole un beso en la mejilla antes de recoger mi bolso y comenzar a salir sin esperar por el veredicto de mi madre. Mi madre resopló al ver el bonito postre frente a ella.—Al menos, deberías hacer algo libre de gluten, eso engorda y toda esa grasa se aloja en tu estómago y muslos —detalló mi postre con malos