18Anaiza SeraphielCuando vi el mensaje de Gabriel, no pude evitar sonreír con satisfacción. Al fin, las cosas comenzaban a alinearse como debía ser. Le respondí rápidamente, fijando la fecha: dos días. Para entonces, mi hijo conocería a su prometida, y si todo salía bien, su vida—y la de mi nieto—mejorarían considerablemente. —George, lo logré —dije emocionada a mi asistente mientras acomodaba unos papeles sobre mi escritorio. —Me alegra mucho, señora Seraphiel —respondió con su habitual sonrisa cortés. —Avísale a Jonás que pase por mi estudio de arte cuando regrese del golf —le pedí a una de las criadas mientras salía de la habitación con pasos decididos. Sentía una energía renovada, casi eufórica. El banquete que habíamos organizado esa tarde fue un éxito rotundo. La comida impecable, las flores perfectas, y todos los invitados parecían disfrutar del ambiente refinado que había preparado con tanto esmero. Las señoras de mi círculo social no dejaban de alabar cada detalle, aunq
19ZairaSuspiré mientras ajustaba el vestido que mi madre había elegido para mí. Era incómodo y no me hacía sentir yo misma. Mi cabello, alisado hasta quedar liso como una tabla, caía sobre mis hombros, y apenas me reconocía en el espejo. Me sentía disfrazada, una versión fabricada de alguien que no era yo.—Estamos disfrazadas, mamá —resoplé, cruzando los brazos mientras la miraba.Ella se giró hacia mí, con esa mirada severa que conocía tan bien. Luego soltó una risa burlona, como si hubiera dicho algo absurdo.—¡Disfrazadas, niña estúpida! —repitió, con un tono cargado de sarcasmo—. ¿No estás viendo que ellos son una familia de dinero? ¡Debemos estar a la altura!Observé su atuendo perfectamente coordinado y luego me miré a mí misma de nuevo en el espejo. Me sentía incómoda, como si no encajara, como si todo esto fuera una escena para la que nunca había sido convocada.—Y tú… —añadió, con una sonrisa maliciosa que dolía más de lo que quería admitir—. Bueno, hija, a ti ni lo
20Zaira—No debí hacerte caso. No me vuelvas a arrastrar a tus ideas tontas y absurdas.Me levanté de la silla con un movimiento brusco, ignorando las miradas curiosas de las otras mesas. Ni siquiera sabía a dónde iba, pero necesitaba salir de ahí antes de perder completamente el control.Llegué a casa de Karen con el corazón hecho un nudo y la cabeza llena de frustración. Apenas abrió la puerta, me miró y no dijo nada, solo me abrazó con fuerza. Sus brazos eran el refugio que necesitaba, y aunque traté de contenerme, un sollozo escapó de mi garganta mientras ella me guiaba adentro con cuidado, como si fuera a romperme en mil pedazos.—¿Qué pasó ahora? —preguntó con esa mezcla de cariño y preocupación que solo ella sabía expresar.Negué con la cabeza, incapaz de hablar sin volver a llorar. Me senté en el sillón y ella desapareció por un momento. Cuando regresó, tenía en las manos un enorme recipiente de helado y una caja de pizza recién calentada.—Mi madre… —no quise continuar
21ZairaKaren dejó la taza sobre la mesa y se acercó rápidamente, poniendo una mano en mi frente.—Estás helada. Zaira, no me gusta cómo te ves —me miró preocupada.Suspiré, intentando restarle importancia, pero la verdad era que me sentía peor con cada segundo que pasaba. ¿Sería algo que comí? ¿O era el estrés acumulado de estos días de torbellinos? Lo único que sabía era que mi cuerpo me estaba dando señales de que algo no andaba bien.Karen me había preparado un caldo caliente para ver si mejoraba, y con esfuerzo logré tomar unas cucharadas. Sin embargo, apenas iba por la mitad cuando sentí un nudo subir desde mi estómago y corrí al baño. No tuve tiempo de cerrar la puerta antes de inclinarme sobre el inodoro y vomitar todo lo que había podido comer. La sensación era terrible, como si mi cuerpo estuviera rechazando cualquier intento de consuelo. —Tal vez sea un virus —murmuré, todavía agachada, mientras Karen sostenía mi cabello y me miraba con el ceño fruncido, claramente p
22ZairaCuando llegué al trabajo, me sentía un manojo de nervios. Angustiada, con el estómago revuelto y las manos sudorosas, apenas podía concentrarme en lo que estaba haciendo. “¿Tenía que hablar con el señor Seraphiel… debía decirle sobre mi…? no, no podía ni pensarlo” pensé. Solo pensarlo.“Si no lo digo no es real si no lo digo no es real” pensaba una y otra vez. Decirlo en voz alta sería hacerlo real, y no estaba preparada para enfrentar eso. Si Karen estuviera aquí, seguramente me habría abofeteado por estar en esta negación absurda. Mientras organizaba unas recetas en mi escritorio, escuché a algunos trabajadores de la compañía hablar en voz baja sobre el hijo del señor Seraphiel. Al parecer, estaba enfermo y el maestro Seraphiel no había venido, y una punzada de preocupación me recorrió el pecho. —¿Escuchaste sobre la señora Seraphiel? —pregunta una chica pasando a mi lado mientras hablaba con una compañera. Pero no pude escuchar el resto porque ya se habían
23Zaira—Ella es la chef privada del joven amo —dijo una de las empleadas para ganarse el favor de la esposa de Gabriel Seraphiel.Los chismes siempre rondaban, algunos creían que estaban —¿Es eso así? —se cruzó de brazos— entonces no eres nada, eres peor que nada, así que limítate a tu lugar, cerda asquerosa. Yo soy y siempre será la señora Seraphiel.Sus palabras me golpearon como un mazo. Sentí como si todo el aire se me escapara del pecho. No sabía qué responder, pensé que estaba muerta. ¿Cómo alguien podía ser tan cruel con una desconocida? Me quedé paralizada, incapaz de moverme, mientras las lágrimas que había estado conteniendo finalmente comenzaron a deslizarse por mi rostro.No podía dejar de mirarla, y en mi mente todo encajó. La forma de sus ojos, la nariz… el pequeño Samuel se parecía mucho a ella. No podía negar que era su madre.Sentí un nudo en la garganta, pero no fue por sus palabras. Sino por muchas cosas más Ella pareció darse cuenta. Tal vez fue mi expre
24ZairaCuando estuve fuera de Grupo Seraphiel sentí un tirón en mi cabello fue como un rayo que bajó directo a mi cabeza. El dolor era punzante, pero lo que más me dolía era la forma en que mi madre me gritaba frente a todos.—¡Hija ingrata! —vociferó, sin soltarme.Intenté zafarme, pero su agarre era feroz.—¡Mamá, suéltame! —le grité, las lágrimas acumulándose en mis ojos. No por debilidad, sino por pura frustración.—¡Eres una puta! ¿Dónde te quedaste anoche? —Su voz resonaba, llena de desprecio, desgarrándome por dentro.Quise gritarle que no era una niña, que no tenía derecho a tratarme así, pero las palabras se atoraban en mi garganta. Alrededor, la gente comenzó a detenerse, a observarnos, algunos con curiosidad malsana, otros con sus teléfonos en alto, grabando mi humillación. Sentí las miradas atravesándome como cuchillos.—¡Mamá, por Dios, suéltame! —gemí, desesperada, mientras sus dedos tiraban de mi cabello como si quisiera arrancármelo.Finalmente, un taxi se de
25Gabriel—¿Por qué renunciaste? —pregunté, mi voz ronca, controlando el temperamento que amenazaba con explotar.Zaira salió apresurada, cerrando la puerta tras ella como si quisiera impedirme entrar y la vi con el ceño fruncido.—¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de sonar firme, siento que no lo logré, pero ella parece no notarlo.—Vine a buscar respuestas —contesté con la obviedad que dictaba la situación.—¿Respuestas? ¿A qué? —cuestionó con esa mezcla de incredulidad y desafío que tanto me intrigaba.Era pequeña, menuda en comparación conmigo, pero lo que más destacaba era el contraste: donde yo era frío y duro, ella era blanda y cálida. Mi mirada recorrió su figura; sí, era voluptuosa, pero en sus ojos había algo que no podía ignorar.—¿Por qué renunciaste? —repetí la pregunta, esta vez con un tono aún más frío, imperturbable.—Porque sí. No estoy amarrada a ti —contestó con brusquedad, plantándose con actitud, sus manos en sus caderas curvilíneas.—Pues no te he dado permis