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Zaira
Me esmeré en cada uno de los detalles de esos postres, poniendo mi corazón en casa uno de ellos. Tres postres que consideraba obras maestras: una tarte tatin con un toque de canela, un éclair de chocolate con un relleno de frambuesa y una mousse de limón con base de almendras tostadas. Tras asegurarme de que cada creación lucía impecable, coloqué muestras cuidadosamente empaquetadas en pequeñas cajas decorativas y el resto se las di de prueba a mi madre y abuela, quienes se deleitaron al verlas.
—Son maravillosos, Zaira. Como siempre —dijo la abuela, con una sonrisa cálida mientras inspeccionaba la tarte tatin.
—Gracias, abuela. Me esforcé mucho —respondí con orgullo, dándole un beso en la mejilla antes de recoger mi bolso y comenzar a salir sin esperar por el veredicto de mi madre.
Mi madre resopló al ver el bonito postre frente a ella.
—Al menos, deberías hacer algo libre de gluten, eso engorda y toda esa grasa se aloja en tu estómago y muslos —detalló mi postre con malos ojos— por lo menos, si algún día decides abrir ese supuesto restaurante, estarás más que lista para engordar a toda una nación —dice con una risita.
—Ya basta, Helen —le regaña mi abuela, pero ella le ignora cuando se trata de mí.
—Eres bonita de rostro, Zaira solo te falta una dieta y tendrás el cuerpo necesario para atrapar a un buen hombre. Te acordarás de mí —solo asentí, centrada en lo que venía a continuación— ¿Restaurante? ¿Comida? A los hombres les gusta un coño virgen y un culo delgado.
—¡Helen! —se escandaliza mi abuela, pero lo que era yo, ya estaba acostumbrada. Así que no reaccioné solo quería irme
Sabía que mi madre no iba a cambiar nunca, como el hecho de buscarme prospectos de esposos que en cuanto me ven el desagrado en sus rostros es inconfundible.
—Pensé que eras más como tu madre —dijo un hombre en una de esas citas.
Cita fallida.
—Bueno siempre puedes operarte —habló otro hombre semanas después en otra cita que acepté a regañadientes.
Cita fallida. ¿Por qué querría operarme?
—¿Por qué no pides una ensalada? —hablaba uno de esas tantas citas de forma condescendiente— estás gorda porque no te cuidas y créeme, sé de qué hablo.
Cita mega fallida. ¿Más dietas? Estaba cansada de todas y cada una de las dietas que mi mamá me imponía.
Recordando citas pasadas llegué al restaurante donde trabajo como aprendiz. El lugar era un establecimiento de renombre dirigido por el chef Dubois, era mi segundo hogar. El señor Alain me había tomado bajo su ala con gusto, impresionado por mi talento innato y mi insaciable pasión por la cocina.
Al llegar, me encuentro con Frederic LeBlanc esperando frente al restaurante. Con su porte impecable y su aire de formalidad, no era difícil adivinar que representaba algo importante.
—Señorita Zaira, justo a tiempo. Por favor, acompáñeme —dijo el señor Frederic con una ligera reverencia, señalando un auto negro que aguardaba cerca.
Me detuve un momento, contemplando el vehículo con cierta inquietud, hubiera preferido llegar a la casa del cliente yo sola. Ahora dependía de ese señor que no conocía de nada.
—¿Adónde vamos exactamente? —pregunta desconfiada.
—A la versión más pequeña de la mansión Jadeíta. Es una de las propiedades del señor Gabriel Seraphiel. Está en Francia, como sabrá —respondió Frederic con un tono neutro, como si la información fuera extraordinaria. Para ella no lo era, ni siquiera había visto a ese señor Seraphiel en una revista.
Sentí un nudo en el estómago al ver a donde conducía el señor Frederic. La mansión Jadeíta era famosa, un símbolo de lujo y poder que pocos podían siquiera imaginar visitar.
“¿Esa es la mansión mas pequeña?” me pregunté, viendo todo con ojos muy abiertos, maravillada de tanta opulencia y solo estábamos subiendo la colina.
—Está bien, vamos —respondí con determinación, bajando del auto.
—Me alegra que llegara a tiempo. Es importante que todo salga bien hoy —comentó mientras el auto se estacionaba.
Aunque estaba intrigada por el misterio que rodeaba al enigmático Gabriel Seraphiel, no podía evitar sentirme un poco intimidada.
¿Será feo?
¿Tendrá algún problema?
¿Es un monstruo?
Sin embargo, mi amor por la cocina y el desafío que representaba trabajar para alguien de ese calibre eran suficientes para impulsarme hacia adelante. Ya había escuchado hablar de Gabriel Seraphiel y ¿quién no? Solo viviendo bajo una piedra no sabrías quién es, aunque no he visto fotos de él… supongo que si no sale en una revista de cocina no me va a importar.
Mientras el auto avanzaba por caminos serpenteantes hacia la majestuosa mansión, miré por la ventana, preguntándome qué me esperaba tras esas puertas imponentes.
—Señorita Moreau —dijo el señor LeBlanc, con tono firme mientras yo miraba por la ventana—, hay algunas instrucciones que debo darle antes de que entremos.
Lo miré, intrigada.
—Claro, dígame —me encogí de hombros. Los clientes suelen ser a veces peculiares.
—Primero, nunca debe mirar directamente a los ojos al joven maestro si lo llega a ver. Manténgase alejada de la mesa mientras él esté presente y limite cualquier contacto verbal con él. Su trabajo es cocinar, y nada más —le empieza a dejar claro los puntos uno por uno— y mejor quédese en el salón principal.
Me quedé perpleja ante tanta regla sin sentido y arqueo una ceja.
—Entendido. Yo solo quiero cocinar, no molestar a nadie —le aclaré de una vez— pero… ¿Puedo servir yo misma los postres? A los chef le gusta ver las reacciones.
El señor LeBlanc me dedicó una mirada rápida, quizás tratando de descifrar si mis palabras eran genuinas.
—Será mejor que no, el joven maestro es… bastante exigente y con mal temperamento y no quiero que se lo tome personal —habla el señor Frederic.
“¿Qué clase de demonio del inframundo es este?” pensé abriendo mis ojos angustiada, me sentía como una caricatura. Asentí sin querer causar problemas y el hombre serio exhaló aliviado.
“¿Tendrá que ver con los arcángeles como dicen algunos?” casi me río de mis pensamientos alocados, pero no quería preocupar al hombre.
La perspectiva de cocinar para alguien tan misterioso y aparentemente exigente me llenaba de energía y ansiedad. Ni siquiera me detuve a pensar en lo inusual que eran las instrucciones de ese señor, Frederic. Para mí, el mundo se reducía a una cocina, un cuchillo afilado, y la creación de algo hermoso y delicioso.
Sin embargo, mientras las puertas de la mansión se abrían frente a nosotros, no pude evitar pensar que esto podría volverse caótico rápidamente. Gabriel Seraphiel no era alguien que perdonara errores y eso más que todo eran los rumores que yo más escuchaba.
El joven maestro Seraphiel como le decía el señor LeBlanc llegó a la mansión Jadeíta, según investigué en Internet cuando me dejaron sola en la sala esta… casa, era una replica de su mansión en su país natal, con pasos firmes y decididos caminó a donde el señor Frederic le esperaba, ni siquiera me vio en la sala y no soy exactamente bajita o delgada para pasarme por alto. Su sola presencia llenaba el lugar con una mezcla de autoridad y frialdad que intimidaba a cualquiera empezando por mí. Se veía que era un hombre que no aceptará el fracaso, esperaba superar sus exigencias con creces.
Lo seguí en silencio cuando entró a la habitación donde se le había servido el postre, al menos el señor LeBlanc me dejó colocarlo en un plato con la decoración que yo quería para su presentación. Era un plato sencillo, pero su presentación estaba llena de color y, curiosamente, transmitía una sensación de alegría, al menos para mí. Solo esperaba que él también lo viera así.
Me mordí el pulgar ansiosa por saber si le gustaba. Solo podía ver su espalda, lo vi tomar la cuchara y probó un bocado de mi postre, la ansiedad me anudaba el estómago, y solo vi su espalda tensarse.
¿No le gustó?
No puede ser, mis platillos siempre son coloridos y deliciosos. Tiene que gustarle ¿Verdad?
“Voy a vomitar… puedo vomitar aquí mismo si ese hombre no dice nada” pensé tocando mi estómago con una de mis manos.
Cuando habló su voz ronca envío electricidad a través de mi columna y me sentí palidecer con sus palabras.
5Gabriel Llegué con las expectativas bajas, así que imagina mi sorpresa cuando probé el pequeño postre frente a mí y pude saborear algo… no era mucho, pero era más de lo que había sentido en meses. No soy alguien que se impresionara fácilmente, pero este postre había logrado lo imposible. —¿Quién preparó esto? ¿Dónde está? Quiero verlo —demandé con mi voz profunda y autoritaria, mirando a Frederic, quien esperaba en una esquina, conteniendo el aliento. —Está en el salón principal, joven amo Seraphiel… —habló Frederic extrañado por mis preguntas.Ni siquiera esperé que terminara de hablar. Sin perder tiempo, me levanté y me dirigí rápidamente al salón. Al llegar, me detuve en seco en la entrada al ver la figura de una mujer de espaldas a mí. Llevaba un vestido rosa chicle que, a pesar de lo llamativo, le sentaba perfectamente en sus caderas anchas y su trasero redondo y grande. Su cabello rojo fuego caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su postura irradiaba confianza y el
6Zaira—¿Y si no te gusta trabajar conmigo? —pregunté finalmente, todavía desafiante. El hombre me miró con intensidad, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de determinación y algo que casi parecía diversión, sentí un cosquilleo en mis muslos y apreté con fuerza. —Entonces será libre de marcharse, señorita. Pero le aseguro que no querrá hacerlo —respondió, con una confianza que parecía inquebrantable.Yo lo observé en silencio durante un largo momento, sopesando mis supuestas opciones. Finalmente, dejo escapar un suspiro pesado. —Está bien. Acepto, pero con una condición —dijo, apuntándolo con un dedo sin miedo—. Quiero que mi maestro apruebe cada paso que dé en este trabajo, así que lo llamaré siempre. El señor Seraphiel inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera mi pequeño momento de valentía. —Hecho —acordó extendiendo una mano que tarde un poco en corresponder y una deliciosa electricidad paso de su mano a la mía. No sabía si había tomado la mejor de
7ZairaSaqué mi teléfono apresuradamente, intentando encontrar respuestas. Justo en ese momento, una llamada de un número desconocido interrumpió mis frenéticos pensamientos.Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando contesté, y una voz grave y claramente enfadada me recibió al instante que hizo vibrar todo mi cuerpo de manera equivocada. —¡¿Dónde estás?! —preguntó mi nuevo jefe con tono cortante, casi rugiendo al otro lado de la línea. Fruncí el ceño, irritada por el tono autoritario que parecía tener grabado en su carácter. —¿Dónde más? —repliqué, molesta—. Estoy en el aeropuerto. ¿Dónde están ustedes? Un seco bufido se escuchó antes de que él respondiera frío y cortante.—Estamos en el aeropuerto privado. ¿No pensaste que de verdad viajaría en un vuelo comercial, ¿verdad? —Su tono burlón hizo que apretara los dientes, luchando por no gritarle.—¿Qué? Pero…Antes de que pudiera siquiera replicar, él añadió con tono aún más imperioso: —¡Ven ya mismo! Niña tonta —.
8 Zaira Me quedé en la cabina del avión, mientras veía a mi nuevo jefe bajar hacia la pista de aterrizaje sin siquiera lanzar una mirada en mi dirección y también sentí cómo el frío comenzaba a colarse incluso aquí dentro. “Esto no puede ser normal” pensé mientras me frotaba los brazos con las manos. No llevaba más que un suéter delgado, y ahora el viento gélido de Suiza parecía querer congelarme hasta las entrañas. Cuando finalmente me atreví a levantarme para bajar, una ráfaga helada me cortó la piel. “Oh, genial, ni siquiera me ofrecieron un abrigo,” pensé con ironía, abrazándome a mí misma en un intento desesperado de conservar el calor de mi cuerpo. Pero no me quejé, es mi culpa. Debía haberlo sabido mejor, pero no es que me hubieran dado tiempo para compras de último momento. Es Suiza después de todo. No quería causar problemas ni parecer desagradecida así que me tragué cualquier queja. “No tengo abrigos tan gruesos como ese que él se puso, pero no importa” Decidid
9ZairaLos primeros días veía muy poco al joven maestro, desde el tercer día me pedía que le acompañara y cumplía, pero no nos decíamos absolutamente nada. Él comía y yo lo veía disfrutar de lo que preparaba con esmero.Nochebuena llegó en un abrir y cerrar de ojos, y me encontraba en un estado de aburrimiento absoluto. Había pasado todos esos días encerrada en la rutina, con el uniforme de chef como mi única compañía, y esta noche, por primera vez desde que llegué, decidí hacer algo diferente. “Quería sentirme yo, no solo la chef privada del joven maestro Seraphiel.”El señor Frederic tenía el día libre, y los escoltas estaban con el señor Seraphiel, lo que significaba que tenía tiempo para mí misma. Entré al baño y me miré al espejo, con una toalla enrollada en el cabello y otra cubriendo mi cuerpo. La imagen reflejada me sonrió. —¡Vamos de paseo, chica! —le dije a mi reflejo, como si necesitara mi propia aprobación para atreverme.Me maquillé con dedicación, algo que no ha
10GabrielEl beso se intensificó más de lo que esperaba, hasta el punto en que tuve que quitarle la copa de las manos y dejarla junto con la mía en la mesa más cercana. Su rostro estaba sonrojado, y por un segundo, esa mezcla de sorpresa y timidez me desarmó. Se veía… adorable.“¿Qué me pasa?” me pregunté a mí misma.Sin pensarlo mucho más, la tomé de la mano y la llevé con rapidez al cuarto más cercano. La habitación estaba cálida, con una chimenea encendida que iluminaba el lugar con un brillo tenue y acogedor. El ambiente parecía hecho a propósito para lo que estaba por suceder.—Señor… Señor Seraphiel… —titubeó Zaira, su voz apenas un susurro.—Shhh… —le dije con voz ronca, deteniéndome frente a ella, vi sus ojos llenos de pasión— déjame esto a mí.Ella no dijo nada, solo asintió, con esos ojos grandes y brillantes que me miraban como si estuviera a punto de revelarle todos los secretos del universo y volví a besarla ferozmente. El calor del alcohol seguía corriendo por m
11 Zaira Me desperté con una sensación extraña en todo el cuerpo: un ligero aturdimiento y un dolor sordo en lugares que nunca había imaginado que podían doler. Mi cabello, sin duda, era un desastre, probablemente un auténtico nido de pájaro, pero eso no me preocupó de inmediato. En cambio, pequeños flashes de la noche anterior comenzaron a pasar por mi mente. Mis mejillas se encendieron al recordar cada uno de ellos. —¡Ay, por los dioses en calzones! ¿Qué hice? —me pregunté a mí misma en voz alta, llevando las manos a mi cara como si eso pudiera esconder la vergüenza que sentía.Miré a mi alrededor, esperando verlo. La habitación estaba en completo silencio. No había señales de él, ni siquiera en el baño. “¿Estará afuera?”, pensé mientras me levantaba con cuidado, todavía un poco adolorida.Me di una ducha rápida, tratando de despejar mi mente y evitar analizar demasiado lo que había sucedido. Salí al pasillo con el corazón latiéndome con fuerza, esperando encontrarlo en algú
12ZairaEl día había comenzado con el ajetreo del viaje. Desde el mediodía, estuvimos atrapados en aeropuertos y aviones, con las horas deslizándose lentamente entre escalas, esperas y el zumbido constante de los motores. Aunque el cielo despejado ofrecía vistas espectaculares, mi mente estaba demasiado cansada para apreciarlo.El vuelo era largo, pero ni siquiera el murmullo de las conversaciones o el ronroneo monótono del avión me distraía de mis pensamientos. Gabriel, como siempre, había mantenido su distancia, envuelto en su propia burbuja de frialdad. Intenté concentrarme en cualquier otra cosa: el libro en mis manos, la comida mediocre del avión, incluso las conversaciones ajenas. Pero su presencia siempre lograba perturbar mi paz, como una sombra constante.Finalmente, llegamos a nuestro destino en la madrugada. La casa estaba tan fría y silenciosa como siempre, pero no tenía intención de quedarme mucho tiempo. En cuanto bajé del auto y recuperé mi maleta, me moví rápido, a