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Zaira
—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.
—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.
“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.
—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.
Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.
—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.
Abrí las alacenas y el refrigerador, sacando ingredientes con movimientos precisos, casi frenéticos.
—Harina, mantequilla, especias, vainilla… todo lo que necesitaba para comenzar a crear —hablaba entre dientes para mí misma casi tarareando de felicidad.
Sumida en mi concentración, no noté la presencia de mi madre, Helen Moreau, hasta que esta carraspeó desde la entrada.
—Zaira, ¡¿otra vez encerrada aquí?! —preguntó ella, con un dejo de exasperación en su tono— llegas del trabajo y directo a esta cocina. Te dije que necesitas buscar un esposo no más comida —se queja mi madre.
Apenas levanté la vista mientras trituraba un puñado de almendras frescas, mi madre era una mujer elegante y refinada con un cuerpo envidiable a pesar de estar cerca de los cincuenta. Era una digna ex reina de belleza y lastimosamente yo era todo lo contrario a ella; a su lado me siento gorda y fea. Aunque mi abuela me dice todo el tiempo que soy curvilínea… que algún día un hombre podrá manejar tantas curvas hermosas como las mías.
—Sabes que me gusta mi trabajo, mamá. Esto es lo que amo hacer —le recalco como por quinta vez esa semana— y paga las cuentas.
—Bueno, hablando de cuentas necesito más dinero, Zaira —extiende la mano como si fuera un cajero automático.
—No quieres que trabaje, pero me pides dinero cada vez —comencé de nuevo a triturar las almendras, apartando mi mirada de ella y empecé seleccionar los ingredientes que iba a usar de inmediato.
—Ya que no quieres buscarte un marido millonario —se encoge de hombros— si me hicieras caso y siguieras con la dieta que te puse, aún estás… pasada de peso —me miró con desagrado.
Sus palabras ya no hieren como antes, pero mi corazón se resiente.
—Estoy bien, me gusta como estoy —vi mi vestido purpura y me gustaba como contrastaba con mi piel blanca. Además, busqué vestidos que realzarán mi figura, pero celulitis es sinónimo de pecado para mi madre.
La escuché suspirar y por el rabillo del ojo vi que se apoyó en el marco de la puerta mientras yo la ignoraba a propósito.
—El trabajo no lo es todo. A veces es saludable salir con chicos, divertirte un poco… —trató de tomar otro enfoque conmigo, pero no le creía. Mi mamá no era dulce o gentil conmigo desde que se dio cuenta que mi cuerpo de guitarra no era igual al delgado y atlético de ella—. Mientras mi suegra siga apoyándote como lo hace no te casarás nunca, Zaira.
Dejé de triturar por un momento y miré a mi madre con una mezcla de paciencia y exasperación.
—Mamá, no quiero salir con nadie. Estoy bien así, ¿de acuerdo? —respondí mientras volví a concentrarse en mi tarea— los hombres y yo… no sirve, ya lo intenté.
Las citas no son lo mío, siempre que me ven esos hombres que mi madre me busca prácticamente corren en la dirección contraria por miedo a que los aplaste o que se yo. Ojalá mi madre entendiera que los hombres y yo no somos compatibles desde… nunca.
La mirada de mi madre se tornó más seria y severa al no poder razonar conmigo como ella quisiera.
—Entiendo, pero… Zaira, conocerás a tu prometido este fin de semana —le deja claro con un tono más duro— ya está bueno de jugar a la comidita, necesitas sentar cabeza y ya que no eres buena buscando marido yo te ayudaré.
La cuchara quedó congelada en el aire con mis manos al escuchar sus palabras. Lentamente giré hacia mi madre, incrédula.
—¿Por qué, madre? ¿Soy muy gorda para buscar marido por mi misma? — sentía que podía desmayarme en cualquier momento y la ira llenaba cada letra que había dicho— no quiero casarme con nadie, me gusta como estoy ahora.
Al parecer la paciencia de mi madre murió en cuanto abrió la boca.
—No seas ridícula ¡Ese hombre es perfecto! Esta es nuestra oportunidad para tener todo lo que debimos haber tenido hace años cuando murió tu padre —me deja saber mi madre con una sonrisa brillante, como si eso fuera a convencerme— dañé mi cuerpo para darte la vida, niña, casarte es lo menos que puedes hacer por la familia Moreau.
Solté una carcajada nerviosa, dejando la cuchara a un lado.
—¿Acaso te escuchas, mamá? ¿En qué época vivimos? ¿Viajamos al pasado y nadie me avisó? —mi sarcasmo saliendo siempre, cuando estaba nerviosa— y tu cuerpo es perfecto, madre.
Mi mamá bufó con frustración, pero suavizó su rostro al escucharme hablar de su figura, ella cuidaba mucho de su cuerpo y le hubiera gustado que yo fuera como ella.
—No seas intransigente, ¿No te ves en un espejo? Ese hombre es encantador, apuesto, educado y con dinero —continuó, antes de que la detuviera —además no actúes como si no supieras esto, jovencita. Te lo dije cuando vinieron de visita hace muchos años.
—¡No quiero casarme, mamá! —espeté, enojada. Di un paso hacia mi madre y comencé a empujarla suavemente fuera de la cocina—. Mamá, esto arruinará mis sueños. No pienso sacrificar lo que quiero por un acuerdo que hicieron hace décadas.
—Zaira, esto es importante para la familia ¡Para mí! y vas a cumplirlo por las buenas o por las malas. No tienes el cuerpo para buscar otro esposo con dinero que nos saque de la bancarrota, así que es este hombre y punto —protesta mientras le cerraba la puerta en la cara.
Giré la llave con determinación, bloqueando cualquier nueva interrupción. Tomé una respiración profunda y me dirigí de nuevo a la encimera, donde esos hermosos ingredientes esperaban para crear una obra maestra. Sin embargo, por mucho que intentara enfocarme en mis postres, las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza y las lágrimas acudieron a mis ojos. Respire hondo no dejando que me siguiera afectando sus palabras.
Escuché bufar a mi madre luego de ver qué no iba a abrirle la puerta nuevamente.
—¡La familia Moreau está pasando por un momento crítico y necesito que te cases con ese hombre, Zaira no seas testaruda! —gritó a pesar de que no quería oírla—. Esa chica siempre ha sido obstinada —murmuró y yo sonreí orgullosa de mí, aún había lágrimas en mis pestañas.
4ZairaMe esmeré en cada uno de los detalles de esos postres, poniendo mi corazón en casa uno de ellos. Tres postres que consideraba obras maestras: una tarte tatin con un toque de canela, un éclair de chocolate con un relleno de frambuesa y una mousse de limón con base de almendras tostadas. Tras asegurarme de que cada creación lucía impecable, coloqué muestras cuidadosamente empaquetadas en pequeñas cajas decorativas y el resto se las di de prueba a mi madre y abuela, quienes se deleitaron al verlas. —Son maravillosos, Zaira. Como siempre —dijo la abuela, con una sonrisa cálida mientras inspeccionaba la tarte tatin. —Gracias, abuela. Me esforcé mucho —respondí con orgullo, dándole un beso en la mejilla antes de recoger mi bolso y comenzar a salir sin esperar por el veredicto de mi madre. Mi madre resopló al ver el bonito postre frente a ella.—Al menos, deberías hacer algo libre de gluten, eso engorda y toda esa grasa se aloja en tu estómago y muslos —detalló mi postre con malos
5Gabriel Llegué con las expectativas bajas, así que imagina mi sorpresa cuando probé el pequeño postre frente a mí y pude saborear algo… no era mucho, pero era más de lo que había sentido en meses. No soy alguien que se impresionara fácilmente, pero este postre había logrado lo imposible. —¿Quién preparó esto? ¿Dónde está? Quiero verlo —demandé con mi voz profunda y autoritaria, mirando a Frederic, quien esperaba en una esquina, conteniendo el aliento. —Está en el salón principal, joven amo Seraphiel… —habló Frederic extrañado por mis preguntas.Ni siquiera esperé que terminara de hablar. Sin perder tiempo, me levanté y me dirigí rápidamente al salón. Al llegar, me detuve en seco en la entrada al ver la figura de una mujer de espaldas a mí. Llevaba un vestido rosa chicle que, a pesar de lo llamativo, le sentaba perfectamente en sus caderas anchas y su trasero redondo y grande. Su cabello rojo fuego caía en suaves ondas sobre sus hombros, y su postura irradiaba confianza y el
6Zaira—¿Y si no te gusta trabajar conmigo? —pregunté finalmente, todavía desafiante. El hombre me miró con intensidad, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de determinación y algo que casi parecía diversión, sentí un cosquilleo en mis muslos y apreté con fuerza. —Entonces será libre de marcharse, señorita. Pero le aseguro que no querrá hacerlo —respondió, con una confianza que parecía inquebrantable.Yo lo observé en silencio durante un largo momento, sopesando mis supuestas opciones. Finalmente, dejo escapar un suspiro pesado. —Está bien. Acepto, pero con una condición —dijo, apuntándolo con un dedo sin miedo—. Quiero que mi maestro apruebe cada paso que dé en este trabajo, así que lo llamaré siempre. El señor Seraphiel inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera mi pequeño momento de valentía. —Hecho —acordó extendiendo una mano que tarde un poco en corresponder y una deliciosa electricidad paso de su mano a la mía. No sabía si había tomado la mejor de
7ZairaSaqué mi teléfono apresuradamente, intentando encontrar respuestas. Justo en ese momento, una llamada de un número desconocido interrumpió mis frenéticos pensamientos.Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando contesté, y una voz grave y claramente enfadada me recibió al instante que hizo vibrar todo mi cuerpo de manera equivocada. —¡¿Dónde estás?! —preguntó mi nuevo jefe con tono cortante, casi rugiendo al otro lado de la línea. Fruncí el ceño, irritada por el tono autoritario que parecía tener grabado en su carácter. —¿Dónde más? —repliqué, molesta—. Estoy en el aeropuerto. ¿Dónde están ustedes? Un seco bufido se escuchó antes de que él respondiera frío y cortante.—Estamos en el aeropuerto privado. ¿No pensaste que de verdad viajaría en un vuelo comercial, ¿verdad? —Su tono burlón hizo que apretara los dientes, luchando por no gritarle.—¿Qué? Pero…Antes de que pudiera siquiera replicar, él añadió con tono aún más imperioso: —¡Ven ya mismo! Niña tonta —.
8 Zaira Me quedé en la cabina del avión, mientras veía a mi nuevo jefe bajar hacia la pista de aterrizaje sin siquiera lanzar una mirada en mi dirección y también sentí cómo el frío comenzaba a colarse incluso aquí dentro. “Esto no puede ser normal” pensé mientras me frotaba los brazos con las manos. No llevaba más que un suéter delgado, y ahora el viento gélido de Suiza parecía querer congelarme hasta las entrañas. Cuando finalmente me atreví a levantarme para bajar, una ráfaga helada me cortó la piel. “Oh, genial, ni siquiera me ofrecieron un abrigo,” pensé con ironía, abrazándome a mí misma en un intento desesperado de conservar el calor de mi cuerpo. Pero no me quejé, es mi culpa. Debía haberlo sabido mejor, pero no es que me hubieran dado tiempo para compras de último momento. Es Suiza después de todo. No quería causar problemas ni parecer desagradecida así que me tragué cualquier queja. “No tengo abrigos tan gruesos como ese que él se puso, pero no importa” Decidid
9ZairaLos primeros días veía muy poco al joven maestro, desde el tercer día me pedía que le acompañara y cumplía, pero no nos decíamos absolutamente nada. Él comía y yo lo veía disfrutar de lo que preparaba con esmero.Nochebuena llegó en un abrir y cerrar de ojos, y me encontraba en un estado de aburrimiento absoluto. Había pasado todos esos días encerrada en la rutina, con el uniforme de chef como mi única compañía, y esta noche, por primera vez desde que llegué, decidí hacer algo diferente. “Quería sentirme yo, no solo la chef privada del joven maestro Seraphiel.”El señor Frederic tenía el día libre, y los escoltas estaban con el señor Seraphiel, lo que significaba que tenía tiempo para mí misma. Entré al baño y me miré al espejo, con una toalla enrollada en el cabello y otra cubriendo mi cuerpo. La imagen reflejada me sonrió. —¡Vamos de paseo, chica! —le dije a mi reflejo, como si necesitara mi propia aprobación para atreverme.Me maquillé con dedicación, algo que no ha
10GabrielEl beso se intensificó más de lo que esperaba, hasta el punto en que tuve que quitarle la copa de las manos y dejarla junto con la mía en la mesa más cercana. Su rostro estaba sonrojado, y por un segundo, esa mezcla de sorpresa y timidez me desarmó. Se veía… adorable.“¿Qué me pasa?” me pregunté a mí misma.Sin pensarlo mucho más, la tomé de la mano y la llevé con rapidez al cuarto más cercano. La habitación estaba cálida, con una chimenea encendida que iluminaba el lugar con un brillo tenue y acogedor. El ambiente parecía hecho a propósito para lo que estaba por suceder.—Señor… Señor Seraphiel… —titubeó Zaira, su voz apenas un susurro.—Shhh… —le dije con voz ronca, deteniéndome frente a ella, vi sus ojos llenos de pasión— déjame esto a mí.Ella no dijo nada, solo asintió, con esos ojos grandes y brillantes que me miraban como si estuviera a punto de revelarle todos los secretos del universo y volví a besarla ferozmente. El calor del alcohol seguía corriendo por m
11 Zaira Me desperté con una sensación extraña en todo el cuerpo: un ligero aturdimiento y un dolor sordo en lugares que nunca había imaginado que podían doler. Mi cabello, sin duda, era un desastre, probablemente un auténtico nido de pájaro, pero eso no me preocupó de inmediato. En cambio, pequeños flashes de la noche anterior comenzaron a pasar por mi mente. Mis mejillas se encendieron al recordar cada uno de ellos. —¡Ay, por los dioses en calzones! ¿Qué hice? —me pregunté a mí misma en voz alta, llevando las manos a mi cara como si eso pudiera esconder la vergüenza que sentía.Miré a mi alrededor, esperando verlo. La habitación estaba en completo silencio. No había señales de él, ni siquiera en el baño. “¿Estará afuera?”, pensé mientras me levantaba con cuidado, todavía un poco adolorida.Me di una ducha rápida, tratando de despejar mi mente y evitar analizar demasiado lo que había sucedido. Salí al pasillo con el corazón latiéndome con fuerza, esperando encontrarlo en algú