3. La familia Moreau

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Zaira

—Entendido —le regalé una sonrisa suave y tranquila al hombre. Nuevamente no hubo reacción y ya comenzaba a ponerme nerviosa.

—Quiero que sepa que puede utilizar cualquier ingrediente que necesite. No escatime en gastos. El chef Dubois habló maravillas de usted, y esperamos que cumpla con las expectativas —el señor Frederic me mira algo escéptico.

“Tal vez piensa que no tengo lo que se necesita para hacer este trabajo” el pensamiento pasa por mi mente y sonreí más amplio internamente. Me gustaba cuando me subestimada, siempre terminan sorprendiéndose.

—Por supuesto, señor LeBlanc. No se preocupe, todo estará bien —respondí con una sonrisa cálida.

Yo ya estaba concentrada en lo que haría mientras se despedía del señor misterioso que la había contratado. Apenas cruce la puerta de mi casa caminé directo a la cocina.

—¡Le haré mis mejores postres! —mi mente era un torbellino de ideas y sabores, cada una peleando por ocupar el primer lugar en su atención.

Abrí las alacenas y el refrigerador, sacando ingredientes con movimientos precisos, casi frenéticos.

—Harina, mantequilla, especias, vainilla… todo lo que necesitaba para comenzar a crear —hablaba entre dientes para mí misma casi tarareando de felicidad.

Sumida en mi concentración, no noté la presencia de mi madre, Helen Moreau, hasta que esta carraspeó desde la entrada. 

—Zaira, ¡¿otra vez encerrada aquí?! —preguntó ella, con un dejo de exasperación en su tono— llegas del trabajo y directo a esta cocina. Te dije que necesitas buscar un esposo no más comida —se queja mi madre.

Apenas levanté la vista mientras trituraba un puñado de almendras frescas, mi madre era una mujer elegante y refinada con un cuerpo envidiable a pesar de estar cerca de los cincuenta. Era una digna ex reina de belleza y lastimosamente yo era todo lo contrario a ella; a su lado me siento gorda y fea. Aunque mi abuela me dice todo el tiempo que soy curvilínea… que algún día un hombre podrá manejar tantas curvas hermosas como las mías.

—Sabes que me gusta mi trabajo, mamá. Esto es lo que amo hacer —le recalco como por quinta vez esa semana— y paga las cuentas.

—Bueno, hablando de cuentas necesito más dinero, Zaira —extiende la mano como si fuera un cajero automático.

—No quieres que trabaje, pero me pides dinero cada vez —comencé de nuevo a triturar las almendras, apartando mi mirada de ella y empecé seleccionar los ingredientes que iba a usar de inmediato.

—Ya que no quieres buscarte un marido millonario —se encoge de hombros— si me hicieras caso y siguieras con la dieta que te puse, aún estás… pasada de peso —me miró con desagrado.

Sus palabras ya no hieren como antes, pero mi corazón se resiente.

—Estoy bien, me gusta como estoy —vi mi vestido purpura y me gustaba como contrastaba con mi piel blanca. Además, busqué vestidos que realzarán mi figura, pero celulitis es sinónimo de pecado para mi madre.

La escuché suspirar y por el rabillo del ojo vi que se apoyó en el marco de la puerta mientras yo la ignoraba a propósito.

—El trabajo no lo es todo. A veces es saludable salir con chicos, divertirte un poco… —trató de tomar otro enfoque conmigo, pero no le creía. Mi mamá no era dulce o gentil conmigo desde que se dio cuenta que mi cuerpo de guitarra no era igual al delgado y atlético de ella—. Mientras mi suegra siga apoyándote como lo hace no te casarás nunca, Zaira.

Dejé de triturar por un momento y miré a mi madre con una mezcla de paciencia y exasperación. 

—Mamá, no quiero salir con nadie. Estoy bien así, ¿de acuerdo? —respondí mientras volví a concentrarse en mi tarea— los hombres y yo… no sirve, ya lo intenté.

Las citas no son lo mío, siempre que me ven esos hombres que mi madre me busca prácticamente corren en la dirección contraria por miedo a que los aplaste o que se yo. Ojalá mi madre entendiera que los hombres y yo no somos compatibles desde… nunca.

La mirada de mi madre se tornó más seria y severa al no poder razonar conmigo como ella quisiera. 

—Entiendo, pero… Zaira, conocerás a tu prometido este fin de semana —le deja claro con un tono más duro— ya está bueno de jugar a la comidita, necesitas sentar cabeza y ya que no eres buena buscando marido yo te ayudaré.

La cuchara quedó congelada en el aire con mis manos al escuchar sus palabras. Lentamente giré hacia mi madre, incrédula. 

—¿Por qué, madre? ¿Soy muy gorda para buscar marido por mi misma? — sentía que podía desmayarme en cualquier momento y la ira llenaba cada letra que había dicho— no quiero casarme con nadie, me gusta como estoy ahora.

 Al parecer la paciencia de mi madre murió en cuanto abrió la boca.

—No seas ridícula ¡Ese hombre es perfecto! Esta es nuestra oportunidad para tener todo lo que debimos haber tenido hace años cuando murió tu padre —me deja saber mi madre con una sonrisa brillante, como si eso fuera a convencerme— dañé mi cuerpo para darte la vida, niña, casarte es lo menos que puedes hacer por la familia Moreau.

Solté una carcajada nerviosa, dejando la cuchara a un lado.

—¿Acaso te escuchas, mamá? ¿En qué época vivimos? ¿Viajamos al pasado y nadie me avisó? —mi sarcasmo saliendo siempre, cuando estaba nerviosa— y tu cuerpo es perfecto, madre.

Mi mamá bufó con frustración, pero suavizó su rostro al escucharme hablar de su figura, ella cuidaba mucho de su cuerpo y le hubiera gustado que yo fuera como ella. 

—No seas intransigente, ¿No te ves en un espejo? Ese hombre es encantador, apuesto, educado y con dinero —continuó, antes de que la detuviera —además no actúes como si no supieras esto, jovencita. Te lo dije cuando vinieron de visita hace muchos años.

—¡No quiero casarme, mamá! —espeté, enojada. Di un paso hacia mi madre y comencé a empujarla suavemente fuera de la cocina—. Mamá, esto arruinará mis sueños. No pienso sacrificar lo que quiero por un acuerdo que hicieron hace décadas. 

—Zaira, esto es importante para la familia ¡Para mí! y vas a cumplirlo por las buenas o por las malas. No tienes el cuerpo para buscar otro esposo con dinero que nos saque de la bancarrota, así que es este hombre y punto —protesta mientras le cerraba la puerta en la cara. 

Giré la llave con determinación, bloqueando cualquier nueva interrupción. Tomé una respiración profunda y me dirigí de nuevo a la encimera, donde esos hermosos ingredientes esperaban para crear una obra maestra. Sin embargo, por mucho que intentara enfocarme en mis postres, las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza y las lágrimas acudieron a mis ojos. Respire hondo no dejando que me siguiera afectando sus palabras.

Escuché bufar a mi madre luego de ver qué no iba a abrirle la puerta nuevamente. 

—¡La familia Moreau está pasando por un momento crítico y necesito que te cases con ese hombre, Zaira no seas testaruda! —gritó a pesar de que no quería oírla—. Esa chica siempre ha sido obstinada —murmuró y yo sonreí orgullosa de mí, aún había lágrimas en mis pestañas.

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