Gwen vive en un pueblo donde nunca hubo seguridad para los suyos. Como "Sanguínea" oculta en Pueblo Plasmar, debe fingir que pertenece a los "Plasmáticos": personas con poderes sobrenaturales que siguen ciegamente a la Mandataria y ven a los Sanguíneos como una amenaza a erradicar. Siete meses después de una batalla decisiva, el pueblo ha cambiado y se encuentra bajo un régimen de vigilancia opresivo. Cuando su hermano menor está en peligro, Gwen enfrenta el dilema más difícil: usar sus habilidades para ponerlo a salvo y arriesgar un secreto aún más temible que ser Sanguínea, o aferrarse a sus principios y promesas. Esta historia de suspense, acción, misterio y ciencia ficción con un poco de fantasía oscura te adentrará en un mundo marcado por secretos, traiciones y una lucha desesperada por sobrevivir. Gwen deberá enfrentar sus propios demonios y decidir si usará su poder en medio de una guerra silenciosa, mientras evade la mirada de enemigos implacables y el peligro constante de ser descubierta. Se enfrentará a dilemas de identidad y alianzas imposibles mientras se despliega un juego de supervivencia, tanto externo como interno. Entre la lealtad y el miedo, esta novela explora el viaje de una joven que busca descubrir quién es y hasta dónde está dispuesta a llegar para proteger lo que le queda.
Leer másLa noche caía sobre la plaza de Rioba Sol, envolviendo el pueblo en sombras densas que se arrastraban por los callejones. Gwen le había contado a Diego cómo había rescatado a Sunday, mientras él reflexionaba en silencio sobre el incierto destino del pueblo bajo el control de la Mandataria Marta. Poco después, Diego regresó al Almacén Ismael, donde se encontró con Rouge.Ambos se miraron, un entendimiento silencioso entre ellos. No hizo falta hablar: sabían lo que debían hacer. Los dos Sanguíneos habían aprendido a sortear las dificultades de un pueblo plagado de Plasmáticos.Rouge, con su carácter impulsivo, ya estaba lista. Miraba las estanterías con la decisión de quien había aprendido a vivir en los márgenes. Tomó un par de latas, pero la mano de Diego se posó con firmeza en su brazo.—No podemos robar donde trabajamos —susurró, con la voz tensa pero controlada—. ¡No acá, Rouge!Rouge soltó las latas, con los ojos clavados en él, entre la frustración y
Una penumbra helada se aferraba a la habitación. La temperatura era baja, tanto que se formaba una fina niebla cerca del suelo. En medio de ese frío espectral, Row y Dodge permanecían de pie, inmóviles frente a una Cámara Criónica. A través de su cristal translúcido, una figura frágil yacía en el interior. Su cuerpo parecía suspendido en el tiempo, atrapado en un sueño infinito.Row, con la respiración entrecortada, apoyó sus pequeños dedos sobre el cristal. El frío le calaba la piel, pero no apartó la mano. Sus ojos, grandes y llenos de preguntas, reflejaban una mezcla de esperanza y miedo.A su lado, Dodge se mantenía a una distancia prudente. Su postura era recta, firme, pero su mirada se entrecerraba con una seriedad que pocas veces mostraba. No decía nada, pero su sola presencia ofrecía una sensación de seguridad.—Gracias por ayudarme, Dodge —murmuró Row, sin apartar la vista de la niña en la cápsula—. Sabes lo importante que es para mí.Dodge inclinó levemente la cabeza. Con un
El aire era espeso y la luz tenue se filtraba por las grietas de las paredes de piedra. Gwen abrió los ojos lentamente. Su vista era borrosa al principio, pero pronto distinguió la figura de Sunday, inclinado sobre ella, con una expresión de preocupación.—Fallé, hermano —murmuró Gwen, con la voz apagada por el dolor.—No, Gwen, todo salió bien —respondió Sunday con una sonrisa forzada, cubriéndola con una bata blanca a modo de manto.Gwen apartó la bata con lentitud. El aroma metálico la golpeó de inmediato. Bajó la mirada y vio su ropa manchada de rojo. Su cuerpo se tensó.—Me han visto sangrar… —susurró con un tono desolado—. Ya no podremos vivir en paz.—No te vieron, hermana —afirmó Sunday, con la voz firme pero sus ojos temblorosos—. Te trasladamos a este callejón antes de que alguien notara tus heridas.Gwen frunció el ceño. La confusión se reflejó en sus ojos.—¿"Trasladamos"? —preguntó, mirándolo con incredulidad—. ¿Cómo te salvaste? ¿Diego te ayudó?Sunday bajó la mirada. An
El Callejón Medieval se alzaba estrecho y opresivo. Las paredes húmedas y la penumbra envolvían el lugar en una atmósfera que parecía encogerse con cada paso. Sunday llegó primero, deteniéndose junto a una pila de cajas viejas. Su respiración era rápida y entrecortada. Miró de un lado a otro, nervioso, con la mirada fija en la entrada.—Vamos, Gwen... —murmuró, apretando los puños con fuerza.Poco después, su hermana emergió de la oscuridad, tambaleándose. Sus ojos estaban entrecerrados por la fatiga, y su respiración sonaba pesada. Sunday intuyó que había recurrido a las prácticas Plasmáticas para moverse en la penumbra. Cuando llegó hasta él, Gwen arrojó la barra de metal a un costado, y el niño corrió a abrazarla con fuerza, pero su mirada se detuvo de golpe.Dos figuras avanzaban detrás de ella.—Son ellos —susurró Sunday, señalándolos con el dedo tembloroso—. Los que me capturaron.Gwen giró la cabeza. Allí estaban: dos guerreros con armaduras medievales, cada paso suyo resonando
Sola y desesperada, Gwen corrió en busca de su hermano sin saber por dónde empezar. Mientras recorría las calles, escuchó voces provenientes de un callejón lateral. Sigilosamente, se acercó y se ocultó detrás de un contenedor de basura. Frente a ella, un grupo de individuos rodeaba a una niña pequeña que, aunque asustada, parecía decidida a no mostrar su miedo.Gwen apretó los puños, sabiendo que debía actuar, pero se negaba a usar sus Habilidades Plasmáticas, optando por una estrategia más terrenal. Notó una pila de objetos metálicos cerca. Con cuidado, comenzó a lanzarlos uno a uno hacia los agresores, distrayéndolos. Cuando la confusión fue suficiente, Gwen se deslizó entre ellos, corrió hacia la niña y la tomó de la mano.—Corre —le susurró mientras ambas escapaban hacia un callejón cercano.Los agresores las persiguieron, pero Gwen, confiando en su agilidad y conocimiento del vecindario, logró despistarlos. Mientras huían, se preguntó por qué estaba ayudando a alguien más cuando
Como cada mediodía, Gwen jugaba "Soule" con Diego y Sunday en el patio trasero. Una pequeña bola de acero descansaba sobre su pie izquierdo, lista para el primer movimiento. Diego, frente a ella, defendía su marco mientras Sunday, atento, se disponía a arbitrar el encuentro:—¡Salida! —gritó desde la línea lateral, marcando el comienzo del juego.Gwen movió la esfera con destreza, haciendo una finta antes de apuntar al marco de Diego y anotar el primer punto. Celebró y festejó con fervor, pero el brillo de su entusiasmo se apagó cuando notó la expresión extrañada de Diego y Sunday.—¡Gwen, tu cabello está… flotando! —exclamó Sunday, señalando el ligero chisporroteo que rodeaba su cabello.Sorprendida por como se erizaba en el aire, Gwen intentó alisarlo.—Está generando electricidad de fricción, es eso —comentó Diego, intentando que sonara casual—. Nada grave, aunque es… raro.Gwen se detuvo, confundida por sus palabras. Ella nunca antes había escuchado esos términos, de hecho, tampoc
La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silenc
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó