Gwen movía los dedos con agilidad y precisión, llenando la alforja con la mayor cantidad de Inhaladores Plasma que podía encontrar en la "Sala 505-B". A su alrededor, la oscuridad apenas era interrumpida por los destellos parpadeantes de las alarmas, que informaban que algo ocurría pero no indicaban precisamente en cual habitación o sala estaba ocurriendo el robo. El tiempo parecía estar a su favor, además había utilizado su Fuente Succina para bloquear la "Sala 505-F", donde habían acudido Mactodo y Rawdon, atrapándolos temporalmente. Pensó que eso le daría ventaja suficiente para registrar las salas y tomar lo que quisiera de ellas.Pero el tiempo no podía perpetuarse en su beneficio, su breve sensación de triunfo desapareció cuando la luz de la sala se encendió de golpe.—Danna, eres un estorbo. ¿Ahora qué quieres? —dijo Gwen, volteándose bruscamente.Pero no era Danna. Abel estaba de pie en el umbral de la Sala 505-B, su rostro iluminado por una mezcla de furia y satisfacción. Los
Gwen continuó con su arremolinada salida por los pasillos oscuros de la Agrupación Plasma. A pesar de su alforja cargada de Inhaladores a cuestas y del dolor en su hombro izquierdo por la presión ejercida en el ataque a Abel, su voluntad la mantenía en movimiento. Cada paso se sentía pesado pero la acercaba a la libertad.De pronto, sintió una gota fría impactar sobre su frente. Miró hacia arriba, pero la oscuridad no ayudaba. Más gotas comenzaron a caer, empapándola. «¿Los aspersores? ¿Por qué se encendieron? No importa», pensó, y siguió adelante como pudo. No podía permitirse detenerse.Al descender por la Escalera Adenea hacia el "piso menos uno", sintió una presencia detrás de ella. Antes de que pudiera reaccionar, un disparo atravesó su hombro izquierdo. El dolor la hizo tambalearse, y su alforja casi cayó al suelo. Giró bruscamente para enfrentarse al atacante.—¿Realmente pensaste que podrías salir de aquí tan fácilmente? —preguntó Mactodo con una sonrisa inquierante mientras e
El rugido de los escombros se extendía por la Usina Succina como un latido desbocado, sacudiendo los muros y haciéndose sentir bajo los pies. Cada impacto de acero contra acero era un estruendo seco, similar al grito de una bestia herida. El aire, cargado de óxido y polvo, era denso, casi tangible. Difícil de respirar. Imposible de ignorar.La joven Gwen corría. Sus pasos eran caóticos pero constantes, como si cada uno fuese una decisión de último momento. Esquivaba vigas caídas y maquinaria corroída mientras la monumentalidad de la usina la aplastaba con su sola presencia. Era diminuta en ese mundo de colosos metálicos, una sombra móvil en un abismo de hierro y óxido. Pero no se detenía.El polvo le cubría el rostro sudoroso, formando una máscara grisácea que picaba su piel. Sus pulmones, forzados, luchaban por cada bocanada de aire seco y metálico. El sabor del óxido le quemaba la garganta.A sus espaldas, la Usina Succina se desmoronaba. Los casi dos mil pasos cuadrados de aquella f
El sol abrasaba la Plaza Central de Pueblo Plasmar, pero el calor sofocante no era lo más insoportable. Era la tensión en cada mirada furtiva, en los pasos apresurados y en las patrullas Plasmáticas que cruzaban las calles. Siete meses después de la batalla en la Usina Succina, el pueblo ya no era el mismo. Las sonrisas habían desaparecido, las conversaciones se susurraban, y cada día el control de Marta, la Mandataria, se hacía más evidente.Antenas y cámaras cubrían cada esquina, observando cada paso de los habitantes; las miradas desconfiadas eran constantes y se multiplicaban. En el centro de la plaza, Marta se erguía sobre un estrado improvisado, su voz resonando con una fuerza inquebrantable entre los muros de piedra. Su implacable fervor no dejaba lugar a dudas: estaba instigando a la multitud.—¡Escuchad, mortales, nuestro grito sagrado! —declaró, levantando los brazos con dramatismo—. ¡Los Sanguíneos son la verdadera amenaza de nuestra civilización! El Proyecto Purga Sanguíne
Pueblo Plasmar ardía bajo un sol implacable cada día, pero aún era demasiado pronto para que sus habitantes notaran este fenómeno. Mientras tanto, Gwen corría con el polvo levantándose tras sus pasos, su mente intentaba mantener el control entre la adrenalina y el terror. Tras lanzar las piedras que tenía en las manos, logró dispersar momentáneamente a sus perseguidores y encontró refugio en un baldío atestado de chatarra oxidada.Se escondió entre los escombros, metales oxidados y restos de maquinarias olvidadas, su respiración entrecortada mientras intentaba decidir su próximo movimiento. La desesperación le pesaba en el pecho, más densa que el aire caliente a su alrededor. Los gritos de la multitud todavía resonaban en su mente, como ecos incesantes que no podía acallar. Huir había sido su única opción, pero ahora la supervivencia parecía un espejismo cada vez más distante.De repente, un silbido cortó el aire. Una flecha rozó su cabello, pasando tan cerca que pudo sentir la vibrac
Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.—¡Ahí está! —gr
Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab