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Un Simple Pulso Sanguíneo
Un Simple Pulso Sanguíneo
Por: Matías R Cisneros
01. Prólogo: Ruinas de Poder y Sangre.

El rugido de los escombros se extendía por la Usina Succina como un latido desbocado, sacudiendo los muros y haciéndose sentir bajo los pies. Cada impacto de acero contra acero era un estruendo seco, similar al grito de una bestia herida. El aire, cargado de óxido y polvo, era denso, casi tangible. Difícil de respirar. Imposible de ignorar.

La joven Gwen corría. Sus pasos eran caóticos pero constantes, como si cada uno fuese una decisión de último momento. Esquivaba vigas caídas y maquinaria corroída mientras la monumentalidad de la usina la aplastaba con su sola presencia. Era diminuta en ese mundo de colosos metálicos, una sombra móvil en un abismo de hierro y óxido. Pero no se detenía.

El polvo le cubría el rostro sudoroso, formando una máscara grisácea que picaba su piel. Sus pulmones, forzados, luchaban por cada bocanada de aire seco y metálico. El sabor del óxido le quemaba la garganta.

A sus espaldas, la Usina Succina se desmoronaba. Los casi dos mil pasos cuadrados de aquella fortaleza de acero se quebraban pieza por pieza. Placas de hierro, vigas y fragmentos de cobre caían con fuerza, rebotando contra las plataformas con un estruendo ensordecedor. El suelo temblaba con cada caída, y esas vibraciones subían por sus piernas como advertencias vivas.

De repente, un crujido agudo y prolongado le erizó la piel. Era el lamento del metal soltándose. No necesitó mirar. Se lanzó al suelo, rodando con el cuerpo en tensión. Sintió el frío rugoso del acero contra su piel, y el codo izquierdo se le desgarró al rozar la superficie oxidada. Un calor punzante le recorrió el brazo, pero no se permitió detenerse. Con un impulso feroz, se levantó, como si el suelo la hubiese escupido.

—No te detengas… —se dijo en un susurro ahogado, su voz quebrada por el esfuerzo.

La Usina Succina temblaba con ella. Cada paso era un choque de fuerzas: su cuerpo contra el cansancio, su mente contra el miedo. Las sombras proyectadas por los destellos intermitentes de las luces succíneas se alargaban, deformadas, danzando con la misma inquietud que sentía en su interior. Desde las alturas, las vigas oscilantes parecían ojos observándola. Ojos que juzgaban. Ojos que esperaban verla caer.

El estruendo se intensificó. Los gritos del metal desgarrado llenaron el aire. Una viga se soltó de lo alto. La sombra se proyectó sobre ella, negra e imponente. Su instinto la impulsó hacia un lado, sus pies patinaron, pero reaccionó antes de caer. Se lanzó al suelo una vez más, rodando sobre su costado derecho. La viga impactó con un estruendo que hizo vibrar toda la estructura.

—¡Por fin te encontré, Gwen! —la voz rebotó entre los muros metálicos.

Su respiración se cortó. Un escalofrío le recorrió la espalda. No necesitó girarse para saber de quién era esa voz.

* * *

De entre la penumbra surgió Gabi, una chica un año mayor que Gwen, caminando con la calma de quien ya ha ganado la partida. Sus pasos lentos, seguros, se oían más pesados que los escombros cayendo. La inclinación de su cabeza y la media sonrisa torcida la hacían ver más peligrosa que cualquier viga.

—¿Pensabas que podías ocultarlo de mí? —preguntó Gabi, su voz filosa como una hoja.

El pecho de Gwen se contrajo. Su mayor secreto, el que había protegido durante años, ahora estaba expuesto. La verdad, brutal y desnuda, estaba en boca de su enemiga.

—¡Sos una Sanguínea! —gritó Gabi, escupiendo cada palabra con asco y triunfo—. ¡Y lo supe desde hace tiempo!

El mundo se comprimió. La espalda de Gwen chocó contra una viga fría. El acero se filtró por la tela, traspasándole la piel. Sus dedos se aferraron a la viga con fuerza, los nudillos blancos por la tensión. Su mente se llenó de preguntas que se atropellaban unas a otras. ¿Cómo lo supo? ¿Cuándo? ¿Qué hice mal? Ninguna tendría respuesta.

Gabi alzó una mano. A su alrededor, el aire tembló. Una viga cercana comenzó a moverse. El polvo se sacudió de su superficie mientras el aura azul la rodeaba. Lentamente, la viga flotó con una ligereza antinatural.

—¡No te lo voy a repetir, Gwen! —la mirada de Gabi se endureció—. ¡Sos Sanguínea! Y los Sanguíneos no pertenecen a este lugar.

El aire se volvió denso. La viga disparada se acercó con fuerza. Gwen se lanzó a la izquierda, pero el golpe alcanzó su pierna. Un dolor fue agudo, crudo, real. Este recorrió su extremidad, y el grito escapó de su garganta sin control. No se permitió caer. Se tambaleó, cojeando, con el rostro endurecido por la furia.

—¡Basta! —su grito resonó por toda la usina.

El suelo tembló con un latido azul que vibró en el aire con chispas erráticas. No fue una explosión, sino un pulso. Un pulso de Energía Plasmática que recorrió la columna de Gwen como un relámpago súbito. La energía fluyó de ella con violencia, haciendo que cada viga y pieza de metal flotante se desplomara con un estrépito ensordecedor.

Las plataformas se sacudieron, y Gabi, su sombra constante, cayó entre los escombros. Su cuerpo se deslizo hasta detenerse, herida y con el aliento entrecortado. Intentó levantarse, pero sus piernas flaquearon y volvió a desplomarse. Su energía, sus fuerzas, la habían abandonado.

—No… lo… entiendo… —murmuró Gabi con la respiración entrecortada—. Si sos Sanguínea… ¿cómo?

Gwen se acercó lentamente, con la respiración pesada. Su cuerpo temblaba, pero no de miedo. Sangre y sudor bajaban por su rostro, mezclándose con la suciedad.

—Toda tu virtud es una mentira… —murmuró Gabi con una sonrisa débil—. Nunca serás nada sin ese poder prestado.

La mirada de Gwen se endureció. Su mano ensangrentada se posó sobre el cuello de Gabi. Podía hacerlo. Podía terminarlo todo. «Sólo aprieta, y se acaba», se dijo. Dos años de entrenamiento para enfrentar situaciones como esta, y por fin, había ganado. Había vencido a la Plasmática más poderosa de Pueblo Plasmar.

La voz interior regresó. «Termínalo. Debes silenciarla». Apretó la mandíbula con fuerza, y el tiempo se detuvo. Un temblor la recorrió, y su respiración se volvió inestable. Soltó el cuello de Gabi de golpe. Su enemiga cayó, inerte, entre el hierro retorcido. Gwen retrocedió, respirando con fuerza. Se sentó.

—Sos… una farsa, Gwen —fue lo último que escupió Gabi antes de cerrar los ojos.

Gwen permaneció quieta. La rabia, la impotencia y la duda se arremolinaron en su interior. El poder que la había salvado no era suyo. No debería haberlo usado. Lo sabía. Pero allí estaba, aferrándose a la Energía Plasma para sobrevivir.

El crujido metálico de un pie sobre el hierro la hizo girarse. Entre las sombras, un niño la observaba. Sus ojos enormes la miraban llenos de temor. Sus pequeñas manos se aferraban a una viga, como si con eso pudiera protegerse de ella. Un testigo.

El silencio se alargó. Gwen apartó la mirada primero. Dio media vuelta y salió por las ventanas rotas de la Usina Succina.

* * *

🌊

El viento marítimo acariciaba su piel herida, recordándole la inmensidad de un mundo que seguía adelante, indiferente a su lucha. La luz del sol caía sobre su cuerpo agotado.

Avanzó hacia la Agrupación Plasma, pero sus piernas cedieron. Cayó de rodillas, y la arena fría la recibió con un abrazo áspero. El agua salada en el aire se mezcló con el aroma metálico de la sangre. Sangre suya.

Sus ojos se cerraron lentamente, pero antes de que el sueño la reclamara, una voz se deslizó en los bordes de su conciencia.

—No eres una farsa, Gwen. No dejes tus Habilidades Plasmáticas.

No supo si la voz era suya o de alguien más, pero la sintió tan real como el rugido del mar.

🌊🌊

La batalla había terminado, pero su guerra interna acababa de comenzar. El poder que ahora ostentaba en el pueblo no le brindaba consuelo. Era sólo el preludio de lo que estaba por venir.

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