El estruendo de los escombros resonaba como un rugido en la oxidada Usina Succina, amenazando con devorar a Gwen. Corría a ciegas a través de esa construcción monumental, de casi dos mil pasos cuadrados, mientras el polvo espeso cegaba sus ojos y el aire cargado de óxido se le clavaba en la garganta. Las vigas caían tras ella, retumbando como si la fábrica intentara sepultarla junto a sus secretos.
Cada inhalación era como tragar metal. Mientras avanzaba por los pasillos corroídos, un pensamiento la atravesó: ¿Cómo la Usina Succina, antaño símbolo de poder en Puerto Bando, había caído en el olvido y convertida en un refugio de criminales? Su decadencia era tan grande como la amenaza que ahora la perseguía. Gwen estaba atrapada en sus ruinas.
Subió unas escaleras desgastadas, con cada crujido del metal bajo sus pies recordándole lo frágil que era todo a su alrededor. Necesitaba llegar a la azotea. Era su única oportunidad. Pero antes de que pudiera avanzar más, una voz conocida rompió el silencio, reverberando con furia entre las paredes de la usina:
—¡Por fin te encontré, Gwen! —gritó Gabi, emergiendo de las sombras.
El escalofrío que recorrió a Gwen fue instantáneo. La figura de Gabi se materializó entre la polvareda, con una mirada cargada de odio. Las vigas temblaron, vibrando con la intensidad del poder Plasmático de Gabi. Gwen lo sabía: el secreto que había luchado por proteger durante años estaba expuesto.
—¿Pensabas que podías ocultarlo de mí? —continuó Gabi, su voz baja y amenazante. Dio un paso hacia Gwen, y el metal corroído a su alrededor crujió con cada movimiento—. ¡Sos una Sanguínea!
El peso de esas palabras fue más devastador que el colapso de la usina. Gwen se aferró a una viga oxidada, luchando por mantener la calma. Su cuerpo, débil y desgastado, no debería haber aguantado tanto, pero algo inexplicable en ella seguía adelante, algo que no comprendía del todo. Ahora se veía obligada a defender algo más que su vida; su identidad misma pendía de un hilo.
Gabi, más alta y unos meses mayor, se alzó sobre una plataforma metálica preparándose para atacar, la ira reflejada en cada gesto.
—No te atrevas a compararte conmigo —espetó, su voz goteando desprecio—. Los Plasmáticos no se hacen. ¡Nacemos con el poder! Vos sólo sos una farsante.
Las palabras de Gabi la golpearon como un mazo. El suelo tembló, y las plataformas metálicas comenzaron a elevarse alrededor de Gabi. Con un movimiento de su mano, barras de hierro corroídas se lanzaron hacia Gwen. Pero antes de que impactaran, una ráfaga de luz azul brotó de Gwen, destellando con una fuerza imposible que incluso ella desconocía.
Gabi perdió el equilibrio y cayó desde la plataforma, golpeándose contra una pila de escombros. Gwen jadeó, sorprendida por su propia resistencia. Pero no había tiempo para celebraciones. Las estructuras que Gabi había manipulado regresaron, lanzándose de nuevo hacia ella. Sus piernas cedieron, y cayó al suelo, sintiendo cómo la sangre resbalaba de una herida en su brazo.
El dolor, sin embargo, era distante. Como si ya no le perteneciera. Sabía que había dejado de ser "Sanguínea"; pero también algo más profundo e inexplicable la mantenía en pie.
* * *
Gabi, herida pero no derrotada, se levantó con dificultad. Su rostro estaba cubierto de polvo y sangre, pero su mirada fulminaba a Gwen desde la distancia.
—Toda tu virtud es una mentira; no vale el intento pelear contra vos —dijo con voz temblorosa, pero cargada de una rabia implacable—. Ya sé lo que sos, farsante.
Gwen no respondió. Su mente calculaba su próximo movimiento. No solo necesitaba escapar; tenía que vencerla de una vez. La presión en su pecho crecía con cada palabra de Gabi.
—Nunca serías nada sin ese poder que te dieron —gruñó Gabi, avanzando lentamente.
El suelo metálico cedía bajo sus pasos, cada sonido un preludio del ataque que se avecinaba. Gwen no pensaba dejarle la ventaja. Plantó las manos en el suelo oxidado y, con un grito ahogado, desató una onda de choque que envió a Gabi volando, estrellándola contra un montón de hierro retorcido. El eco del impacto resonó en toda la usina, y por un instante, el silencio fue absoluto.
Gwen respiró con dificultad, su cuerpo temblando por el esfuerzo. Había entrenado dos años para enfrentarse a situaciones como esta, y finalmente, vio que había logrado lo que parecía imposible: había vencido a la Plasmática más poderosa de Pueblo Plasmar.
* * *
Se acercó a Gabi, quien yacía inmóvil entre los escombros. Con un último esfuerzo, la sujetó del cuello con una mano, observando cómo la fuerza de su oponente Plasmática se desvanecía. Aunque Gabi no sangraba, el debilitamiento en su cuerpo era evidente. Sin embargo, al ver su rostro magullado, algo en Gwen se removió. Una duda sutil, persistente, apareció en ella.
Su enemiga, casi sin fuerzas, levantó un brazo débilmente y esbozó una sonrisa amarga.
—Siempre te creí una amenaza, Gwen. Y ahora lo confirmo —dijo Gabi, su voz apenas audible—. No sos como nosotros, pero tampoco como los Sanguíneos. Sos una abominación —susurró, antes de cerrar los ojos.
Gwen sintió el peso de esas palabras. Sabía que Gabi tenía razón en algo: el poder que la mantenía viva no era suyo. No debería tenerlo ni haberlo usado, pero allí estaba, aferrándose a él para sobrevivir. Con un suspiro ahogado, soltó a Gabi y dejó que su cuerpo cayera inerte entre los escombros.
Un ruido la sacó de su trance. Un niño apareció en el camino, observándola con ojos llenos de temor. Gwen apartó la mirada y salió por las ventanas rotas de la usina, dejando atrás a su enemiga derrotada.
* * *
Al sureste de Pueblo Plasmar, el sonido del mar y el viento golpearon su rostro como una bienvenida amarga a la libertad. Con el sol poniéndose sobre su cuerpo ensangrentado, Gwen se sintió momentáneamente invencible. Pero mientras dejaba atrás los restos de la usina, lo comprendió: esto no había terminado. No para ella.
El peso de la batalla seguía aplastándola, no solo físicamente, sino en su interior. Algo en ella se había roto, algo que no podría repararse tan fácilmente como las heridas de su cuerpo. Se tambaleó hacia la dirección de la Agrupación Plasma, su refugio más cercano, pero el agotamiento la venció antes de llegar.
Su cuerpo colapsó sobre la arena, con el rostro golpeando el suelo. Mientras sus pensamientos se desvanecían, el retumbar de las olas llenó el silencio, llevándose consigo las huellas de una lucha más profunda que la física. La calma de ser ahora la habitante poderosa del pueblo no era consuelo. Era solo el preludio de lo que estaba por venir.
El sol abrasaba la Plaza Central de Pueblo Plasmar, pero el calor sofocante no era lo más insoportable. Era la tensión en cada mirada furtiva, en los pasos apresurados y en las patrullas Plasmáticas que cruzaban las calles. Siete meses después de la batalla en la Usina Succina, el pueblo ya no era el mismo. Las sonrisas habían desaparecido, las conversaciones se susurraban, y cada día el control de Marta, la Mandataria, se hacía más evidente.Antenas y cámaras cubrían cada esquina, observando cada paso de los habitantes; las miradas desconfiadas eran constantes y se multiplicaban. En el centro de la plaza, Marta se erguía sobre un estrado improvisado, su voz resonando con una fuerza inquebrantable entre los muros de piedra. Su implacable fervor no dejaba lugar a dudas: estaba instigando a la multitud.—¡Escuchad, mortales, nuestro grito sagrado! —declaró, levantando los brazos con dramatismo—. ¡Los Sanguíneos son la verdadera amenaza de nuestra civilización! El Proyecto Purga Sanguíne
Pueblo Plasmar ardía bajo un sol implacable cada día, pero aún era demasiado pronto para que sus habitantes notaran este fenómeno. Mientras tanto, Gwen corría con el polvo levantándose tras sus pasos, su mente intentaba mantener el control entre la adrenalina y el terror. Tras lanzar las piedras que tenía en las manos, logró dispersar momentáneamente a sus perseguidores y encontró refugio en un baldío atestado de chatarra oxidada.Se escondió entre los escombros, metales oxidados y restos de maquinarias olvidadas, su respiración entrecortada mientras intentaba decidir su próximo movimiento. La desesperación le pesaba en el pecho, más densa que el aire caliente a su alrededor. Los gritos de la multitud todavía resonaban en su mente, como ecos incesantes que no podía acallar. Huir había sido su única opción, pero ahora la supervivencia parecía un espejismo cada vez más distante.De repente, un silbido cortó el aire. Una flecha rozó su cabello, pasando tan cerca que pudo sentir la vibrac
Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.—¡Ahí está! —gr
Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de
La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silenc