El rugido de los escombros se extendía por la Usina Succina como un latido desbocado, sacudiendo los muros y haciéndose sentir bajo los pies. Cada impacto de acero contra acero era un estruendo seco, similar al grito de una bestia herida. El aire, cargado de óxido y polvo, era denso, casi tangible. Difícil de respirar. Imposible de ignorar.
La joven Gwen corría. Sus pasos eran caóticos pero constantes, como si cada uno fuese una decisión de último momento. Esquivaba vigas caídas y maquinaria corroída mientras la monumentalidad de la usina la aplastaba con su sola presencia. Era diminuta en ese mundo de colosos metálicos, una sombra móvil en un abismo de hierro y óxido. Pero no se detenía.
El polvo le cubría el rostro sudoroso, formando una máscara grisácea que picaba su piel. Sus pulmones, forzados, luchaban por cada bocanada de aire seco y metálico. El sabor del óxido le quemaba la garganta.
A sus espaldas, la Usina Succina se desmoronaba. Los casi dos mil pasos cuadrados de aquella fortaleza de acero se quebraban pieza por pieza. Placas de hierro, vigas y fragmentos de cobre caían con fuerza, rebotando contra las plataformas con un estruendo ensordecedor. El suelo temblaba con cada caída, y esas vibraciones subían por sus piernas como advertencias vivas.
De repente, un crujido agudo y prolongado le erizó la piel. Era el lamento del metal soltándose. No necesitó mirar. Se lanzó al suelo, rodando con el cuerpo en tensión. Sintió el frío rugoso del acero contra su piel, y el codo izquierdo se le desgarró al rozar la superficie oxidada. Un calor punzante le recorrió el brazo, pero no se permitió detenerse. Con un impulso feroz, se levantó, como si el suelo la hubiese escupido.
—No te detengas… —se dijo en un susurro ahogado, su voz quebrada por el esfuerzo.

La Usina Succina temblaba con ella. Cada paso era un choque de fuerzas: su cuerpo contra el cansancio, su mente contra el miedo. Las sombras proyectadas por los destellos intermitentes de las luces succíneas se alargaban, deformadas, danzando con la misma inquietud que sentía en su interior. Desde las alturas, las vigas oscilantes parecían ojos observándola. Ojos que juzgaban. Ojos que esperaban verla caer.
El estruendo se intensificó. Los gritos del metal desgarrado llenaron el aire. Una viga se soltó de lo alto. La sombra se proyectó sobre ella, negra e imponente. Su instinto la impulsó hacia un lado, sus pies patinaron, pero reaccionó antes de caer. Se lanzó al suelo una vez más, rodando sobre su costado derecho. La viga impactó con un estruendo que hizo vibrar toda la estructura.
—¡Por fin te encontré, Gwen! —la voz rebotó entre los muros metálicos.
Su respiración se cortó. Un escalofrío le recorrió la espalda. No necesitó girarse para saber de quién era esa voz.
* * *
De entre la penumbra surgió Gabi, una chica un año mayor que Gwen, caminando con la calma de quien ya ha ganado la partida. Sus pasos lentos, seguros, se oían más pesados que los escombros cayendo. La inclinación de su cabeza y la media sonrisa torcida la hacían ver más peligrosa que cualquier viga.
—¿Pensabas que podías ocultarlo de mí? —preguntó Gabi, su voz filosa como una hoja.
El pecho de Gwen se contrajo. Su mayor secreto, el que había protegido durante años, ahora estaba expuesto. La verdad, brutal y desnuda, estaba en boca de su enemiga.
—¡Sos una Sanguínea! —gritó Gabi, escupiendo cada palabra con asco y triunfo—. ¡Y lo supe desde hace tiempo!
El mundo se comprimió. La espalda de Gwen chocó contra una viga fría. El acero se filtró por la tela, traspasándole la piel. Sus dedos se aferraron a la viga con fuerza, los nudillos blancos por la tensión. Su mente se llenó de preguntas que se atropellaban unas a otras. ¿Cómo lo supo? ¿Cuándo? ¿Qué hice mal? Ninguna tendría respuesta.
Gabi alzó una mano. A su alrededor, el aire tembló. Una viga cercana comenzó a moverse. El polvo se sacudió de su superficie mientras el aura azul la rodeaba. Lentamente, la viga flotó con una ligereza antinatural.
—¡No te lo voy a repetir, Gwen! —la mirada de Gabi se endureció—. ¡Sos Sanguínea! Y los Sanguíneos no pertenecen a este lugar.
El aire se volvió denso. La viga disparada se acercó con fuerza. Gwen se lanzó a la izquierda, pero el golpe alcanzó su pierna. Un dolor fue agudo, crudo, real. Este recorrió su extremidad, y el grito escapó de su garganta sin control. No se permitió caer. Se tambaleó, cojeando, con el rostro endurecido por la furia.
—¡Basta! —su grito resonó por toda la usina.
El suelo tembló con un latido azul que vibró en el aire con chispas erráticas. No fue una explosión, sino un pulso. Un pulso de Energía Plasmática que recorrió la columna de Gwen como un relámpago súbito. La energía fluyó de ella con violencia, haciendo que cada viga y pieza de metal flotante se desplomara con un estrépito ensordecedor.
Las plataformas se sacudieron, y Gabi, su sombra constante, cayó entre los escombros. Su cuerpo se deslizo hasta detenerse, herida y con el aliento entrecortado. Intentó levantarse, pero sus piernas flaquearon y volvió a desplomarse. Su energía, sus fuerzas, la habían abandonado.
—No… lo… entiendo… —murmuró Gabi con la respiración entrecortada—. Si sos Sanguínea… ¿cómo?
Gwen se acercó lentamente, con la respiración pesada. Su cuerpo temblaba, pero no de miedo. Sangre y sudor bajaban por su rostro, mezclándose con la suciedad.
—Toda tu virtud es una mentira… —murmuró Gabi con una sonrisa débil—. Nunca serás nada sin ese poder prestado.
La mirada de Gwen se endureció. Su mano ensangrentada se posó sobre el cuello de Gabi. Podía hacerlo. Podía terminarlo todo. «Sólo aprieta, y se acaba», se dijo. Dos años de entrenamiento para enfrentar situaciones como esta, y por fin, había ganado. Había vencido a la Plasmática más poderosa de Pueblo Plasmar.
La voz interior regresó. «Termínalo. Debes silenciarla». Apretó la mandíbula con fuerza, y el tiempo se detuvo. Un temblor la recorrió, y su respiración se volvió inestable. Soltó el cuello de Gabi de golpe. Su enemiga cayó, inerte, entre el hierro retorcido. Gwen retrocedió, respirando con fuerza. Se sentó.
—Sos… una farsa, Gwen —fue lo último que escupió Gabi antes de cerrar los ojos.
Gwen permaneció quieta. La rabia, la impotencia y la duda se arremolinaron en su interior. El poder que la había salvado no era suyo. No debería haberlo usado. Lo sabía. Pero allí estaba, aferrándose a la Energía Plasma para sobrevivir.

El crujido metálico de un pie sobre el hierro la hizo girarse. Entre las sombras, un niño la observaba. Sus ojos enormes la miraban llenos de temor. Sus pequeñas manos se aferraban a una viga, como si con eso pudiera protegerse de ella. Un testigo.
El silencio se alargó. Gwen apartó la mirada primero. Dio media vuelta y salió por las ventanas rotas de la Usina Succina.
* * *
🌊
El viento marítimo acariciaba su piel herida, recordándole la inmensidad de un mundo que seguía adelante, indiferente a su lucha. La luz del sol caía sobre su cuerpo agotado.
Avanzó hacia la Agrupación Plasma, pero sus piernas cedieron. Cayó de rodillas, y la arena fría la recibió con un abrazo áspero. El agua salada en el aire se mezcló con el aroma metálico de la sangre. Sangre suya.
Sus ojos se cerraron lentamente, pero antes de que el sueño la reclamara, una voz se deslizó en los bordes de su conciencia.
—No eres una farsa, Gwen. No dejes tus Habilidades Plasmáticas.
No supo si la voz era suya o de alguien más, pero la sintió tan real como el rugido del mar.
🌊🌊
La batalla había terminado, pero su guerra interna acababa de comenzar. El poder que ahora ostentaba en el pueblo no le brindaba consuelo. Era sólo el preludio de lo que estaba por venir.
El sol abrasaba la Plaza Central de Pueblo Plasmar, pero el calor sofocante no era lo más insoportable. Era la tensión en cada mirada furtiva, en los pasos apresurados y en las patrullas Plasmáticas que cruzaban las calles. Siete meses después de la batalla en la Usina Succina, el pueblo ya no era el mismo. Las sonrisas habían desaparecido, las conversaciones se susurraban, y cada día el control de Marta, la Mandataria, se hacía más evidente.Antenas y cámaras cubrían cada esquina, observando cada paso de los habitantes; las miradas desconfiadas eran constantes y se multiplicaban. En el centro de la plaza, Marta se erguía sobre un estrado improvisado, su voz resonando con una fuerza inquebrantable entre los muros de piedra. Su implacable fervor no dejaba lugar a dudas: estaba instigando a la multitud.—¡Escuchad, mortales, nuestro grito sagrado! —declaró, levantando los brazos con dramatismo—. ¡Los Sanguíneos son la verdadera amenaza de nuestra civilización! El Proyecto Purga Sanguíne
Pueblo Plasmar ardía bajo un sol implacable cada día, pero aún era demasiado pronto para que sus habitantes notaran este fenómeno. Mientras tanto, Gwen corría con el polvo levantándose tras sus pasos, su mente intentaba mantener el control entre la adrenalina y el terror. Tras lanzar las piedras que tenía en las manos, logró dispersar momentáneamente a sus perseguidores y encontró refugio en un baldío atestado de chatarra oxidada.Se escondió entre los escombros, metales oxidados y restos de maquinarias olvidadas, su respiración entrecortada mientras intentaba decidir su próximo movimiento. La desesperación le pesaba en el pecho, más densa que el aire caliente a su alrededor. Los gritos de la multitud todavía resonaban en su mente, como ecos incesantes que no podía acallar. Huir había sido su única opción, pero ahora la supervivencia parecía un espejismo cada vez más distante.De repente, un silbido cortó el aire. Una flecha rozó su cabello, pasando tan cerca que pudo sentir la vibrac
Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.—¡Ahí está! —gr
Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de
La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silenc