Como cada mediodía, Gwen jugaba "Soule" con Diego y Sunday en el patio trasero. Una pequeña bola de acero descansaba sobre su pie izquierdo, lista para el primer movimiento. Diego, frente a ella, defendía su marco mientras Sunday, atento, se disponía a arbitrar el encuentro:—¡Salida! —gritó desde la línea lateral, marcando el comienzo del juego.Gwen movió la esfera con destreza, haciendo una finta antes de apuntar al marco de Diego y anotar el primer punto. Celebró y festejó con fervor, pero el brillo de su entusiasmo se apagó cuando notó la expresión extrañada de Diego y Sunday.—¡Gwen, tu cabello está… flotando! —exclamó Sunday, señalando el ligero chisporroteo que rodeaba su cabello.Sorprendida por como se erizaba en el aire, Gwen intentó alisarlo.—Está generando electricidad de fricción, es eso —comentó Diego, intentando que sonara casual—. Nada grave, aunque es… raro.Gwen se detuvo, confundida por sus palabras. Ella nunca antes había escuchado esos términos, de hecho, tampoc
Sola y desesperada, Gwen corrió en busca de su hermano sin saber por dónde empezar. Mientras recorría las calles, escuchó voces provenientes de un callejón lateral. Sigilosamente, se acercó y se ocultó detrás de un contenedor de basura. Frente a ella, un grupo de individuos rodeaba a una niña pequeña que, aunque asustada, parecía decidida a no mostrar su miedo.Gwen apretó los puños, sabiendo que debía actuar, pero se negaba a usar sus Habilidades Plasmáticas, optando por una estrategia más terrenal. Notó una pila de objetos metálicos cerca. Con cuidado, comenzó a lanzarlos uno a uno hacia los agresores, distrayéndolos. Cuando la confusión fue suficiente, Gwen se deslizó entre ellos, corrió hacia la niña y la tomó de la mano.—Corre —le susurró mientras ambas escapaban hacia un callejón cercano.Los agresores las persiguieron, pero Gwen, confiando en su agilidad y conocimiento del vecindario, logró despistarlos. Mientras huían, se preguntó por qué estaba ayudando a alguien más cuando
El Callejón Medieval se alzaba estrecho y opresivo. Las paredes húmedas y la penumbra envolvían el lugar en una atmósfera que parecía encogerse con cada paso. Sunday llegó primero, deteniéndose junto a una pila de cajas viejas. Su respiración era rápida y entrecortada. Miró de un lado a otro, nervioso, con la mirada fija en la entrada.—Vamos, Gwen... —murmuró, apretando los puños con fuerza.Poco después, su hermana emergió de la oscuridad, tambaleándose. Sus ojos estaban entrecerrados por la fatiga, y su respiración sonaba pesada. Sunday intuyó que había recurrido a las prácticas Plasmáticas para moverse en la penumbra. Cuando llegó hasta él, Gwen arrojó la barra de metal a un costado, y el niño corrió a abrazarla con fuerza, pero su mirada se detuvo de golpe.Dos figuras avanzaban detrás de ella.—Son ellos —susurró Sunday, señalándolos con el dedo tembloroso—. Los que me capturaron.Gwen giró la cabeza. Allí estaban: dos guerreros con armaduras medievales, cada paso suyo resonando
El aire era espeso y la luz tenue se filtraba por las grietas de las paredes de piedra. Gwen abrió los ojos lentamente. Su vista era borrosa al principio, pero pronto distinguió la figura de Sunday, inclinado sobre ella, con una expresión de preocupación.—Fallé, hermano —murmuró Gwen, con la voz apagada por el dolor.—No, Gwen, todo salió bien —respondió Sunday con una sonrisa forzada, cubriéndola con una bata blanca a modo de manto.Gwen apartó la bata con lentitud. El aroma metálico la golpeó de inmediato. Bajó la mirada y vio su ropa manchada de rojo. Su cuerpo se tensó.—Me han visto sangrar… —susurró con un tono desolado—. Ya no podremos vivir en paz.—No te vieron, hermana —afirmó Sunday, con la voz firme pero sus ojos temblorosos—. Te trasladamos a este callejón antes de que alguien notara tus heridas.Gwen frunció el ceño. La confusión se reflejó en sus ojos.—¿"Trasladamos"? —preguntó, mirándolo con incredulidad—. ¿Cómo te salvaste? ¿Diego te ayudó?Sunday bajó la mirada. An
Una penumbra helada se aferraba a la habitación. La temperatura era baja, tanto que se formaba una fina niebla cerca del suelo. En medio de ese frío espectral, Row y Dodge permanecían de pie, inmóviles frente a una Cámara Criónica. A través de su cristal translúcido, una figura frágil yacía en el interior. Su cuerpo parecía suspendido en el tiempo, atrapado en un sueño infinito.Row, con la respiración entrecortada, apoyó sus pequeños dedos sobre el cristal. El frío le calaba la piel, pero no apartó la mano. Sus ojos, grandes y llenos de preguntas, reflejaban una mezcla de esperanza y miedo.A su lado, Dodge se mantenía a una distancia prudente. Su postura era recta, firme, pero su mirada se entrecerraba con una seriedad que pocas veces mostraba. No decía nada, pero su sola presencia ofrecía una sensación de seguridad.—Gracias por ayudarme, Dodge —murmuró Row, sin apartar la vista de la niña en la cápsula—. Sabes lo importante que es para mí.Dodge inclinó levemente la cabeza. Con un
La noche caía sobre la plaza de Rioba Sol, envolviendo el pueblo en sombras densas que se arrastraban por los callejones. Gwen le había contado a Diego cómo había rescatado a Sunday, mientras él reflexionaba en silencio sobre el incierto destino del pueblo bajo el control de la Mandataria Marta. Poco después, Diego regresó al Almacén Ismael, donde se encontró con Rouge.Ambos se miraron, un entendimiento silencioso entre ellos. No hizo falta hablar: sabían lo que debían hacer. Los dos Sanguíneos habían aprendido a sortear las dificultades de un pueblo plagado de Plasmáticos.Rouge, con su carácter impulsivo, ya estaba lista. Miraba las estanterías con la decisión de quien había aprendido a vivir en los márgenes. Tomó un par de latas, pero la mano de Diego se posó con firmeza en su brazo.—No podemos robar donde trabajamos —susurró, con la voz tensa pero controlada—. ¡No acá, Rouge!Rouge soltó las latas, con los ojos clavados en él, entre la frustración y
La mañana del lunes 20 de marzo, Gwen caminaba por los pasillos de la Escuela Continua Plasma, con la mente sumida en un torbellino de pensamientos. El eco de las palabras de Mactodo seguía resonando en su cabeza, como un zumbido que no podía acallar. "Regresa a la Agrupación Plasma", había dicho, y ahora esa frase se había instalado en su mente, llenando el espacio de cada duda y cada pausa.La jornada comenzó con retraso. Gwen llegó tarde a la clase de Historia Exterior, donde la Maestra Lima hablaba sobre la Guerra de Evreba, un tema que siempre le resultaba incómodo. La culpa se le pegaba al cuerpo como una sombra invisible. Cada vez que oía hablar de ese conflicto, un nudo de responsabilidad le apretaba la garganta. Había cosas que había hecho, cosas que había visto… y que no quería recordar.—Lo que me preocupa es que las armas del Viejo Mundo lleguen a AbeAla y terminen desembarcando en Pueblo Plasmar —comentó Gwen, en voz baja, como si hablara para sí misma.La maestra Lima gi
El estruendo de los escombros resonaba como un rugido en la oxidada Usina Succina, amenazando con devorar a Gwen. Corría a ciegas a través de esa construcción monumental, de casi dos mil pasos cuadrados, mientras el polvo espeso cegaba sus ojos y el aire cargado de óxido se le clavaba en la garganta. Las vigas caían tras ella, retumbando como si la fábrica intentara sepultarla junto a sus secretos.Cada inhalación era como tragar metal. Mientras avanzaba por los pasillos corroídos, un pensamiento la atravesó: ¿Cómo la Usina Succina, antaño símbolo de poder en Puerto Bando, había caído en el olvido y convertida en un refugio de criminales? Su decadencia era tan grande como la amenaza que ahora la perseguía. Gwen estaba atrapada en sus ruinas.Subió unas escaleras desgastadas, con cada crujido del metal bajo sus pies recordándole lo frágil que era todo a su alrededor. Necesitaba llegar a la azotea. Era su única oportunidad. Pero antes de que pudiera avanzar más, una voz conocida rompió