Una penumbra helada se aferraba a la habitación. La temperatura era baja, tanto que se formaba una fina niebla cerca del suelo. En medio de ese frío espectral, Row y Dodge permanecían de pie, inmóviles frente a una Cámara Criónica. A través de su cristal translúcido, una figura frágil yacía en el interior. Su cuerpo parecía suspendido en el tiempo, atrapado en un sueño infinito.Row, con la respiración entrecortada, apoyó sus pequeños dedos sobre el cristal. El frío le calaba la piel, pero no apartó la mano. Sus ojos, grandes y llenos de preguntas, reflejaban una mezcla de esperanza y miedo.A su lado, Dodge se mantenía a una distancia prudente. Su postura era recta, firme, pero su mirada se entrecerraba con una seriedad que pocas veces mostraba. No decía nada, pero su sola presencia ofrecía una sensación de seguridad.—Gracias por ayudarme, Dodge —murmuró Row, sin apartar la vista de la niña en la cápsula—. Sabes lo importante que es para mí.Dodge inclinó levemente la cabeza. Con un
La noche caía sobre la plaza de Rioba Sol, envolviendo el pueblo en sombras densas que se arrastraban por los callejones. Gwen le había contado a Diego cómo había rescatado a Sunday, mientras él reflexionaba en silencio sobre el incierto destino del pueblo bajo el control de la Mandataria Marta. Poco después, Diego regresó al Almacén Ismael, donde se encontró con Rouge.Ambos se miraron, un entendimiento silencioso entre ellos. No hizo falta hablar: sabían lo que debían hacer. Los dos Sanguíneos habían aprendido a sortear las dificultades de un pueblo plagado de Plasmáticos.Rouge, con su carácter impulsivo, ya estaba lista. Miraba las estanterías con la decisión de quien había aprendido a vivir en los márgenes. Tomó un par de latas, pero la mano de Diego se posó con firmeza en su brazo.—No podemos robar donde trabajamos —susurró, con la voz tensa pero controlada—. ¡No acá, Rouge!Rouge soltó las latas, con los ojos clavados en él, entre la frustración y
La mañana del lunes 20 de marzo, Gwen caminaba por los pasillos de la Escuela Continua Plasma, con la mente sumida en un torbellino de pensamientos. El eco de las palabras de Mactodo seguía resonando en su cabeza, como un zumbido que no podía acallar. "Regresa a la Agrupación Plasma", había dicho, y ahora esa frase se había instalado en su mente, llenando el espacio de cada duda y cada pausa.La jornada comenzó con retraso. Gwen llegó tarde a la clase de Historia Exterior, donde la Maestra Lima hablaba sobre la Guerra de Evreba, un tema que siempre le resultaba incómodo. La culpa se le pegaba al cuerpo como una sombra invisible. Cada vez que oía hablar de ese conflicto, un nudo de responsabilidad le apretaba la garganta. Había cosas que había hecho, cosas que había visto… y que no quería recordar.—Lo que me preocupa es que las armas del Viejo Mundo lleguen a AbeAla y terminen desembarcando en Pueblo Plasmar —comentó Gwen, en voz baja, como si hablara para sí misma.La maestra Lima gi
El frío amanecer del jueves 23 de marzo arrojó sombras largas sobre Pueblo Plasmar. Las calles estaban medio desiertas, y el aire traía consigo el aroma metálico del óxido. Gwen corría. Cada paso golpeaba el suelo con fuerza, cada respiración se sentía como una batalla. No podía fallar otra vez.Cuatro figuras la rodeaban. No se atacaban como Plasmáticos, pero tampoco parecían simples civiles. Portaban objetos improvisados como armas: varas de metal, una cubeta de latón y, lo más preocupante, un Arma de Municiones. Ella retrocedió, con la vista fija en el portador del arma, observando cada uno de sus movimientos.—¿Nos llamas delincuentes? —se burló uno de ellos, apuntando el Arma hacia su pecho.Intentó canalizar su "Fuente Succina", pero nada sucedió. La energía estaba allí, como un río subterráneo que no podía alcanzar. Frustración. Era como golpear una pared invisible. Intentó una vez más, enfocándose en el calor que solía recorrer su cuerpo cuando usaba sus habilidades. Pero no h
La tarde avanzaba lenta y densa, como si cada minuto estuviera cargado de plomo. Gwen avanzaba por las calles de Pueblo Plasmar, pero esta vez no se sentía la cazadora; era la cazada.El frío se filtraba por su ropa, pero no era el clima lo que la hacía temblar. Era la duda. No solo por sus habilidades fallidas, sino por las palabras de Mactodo que no dejaban de resonar en su mente. «Para vengar a tu tía y proteger a tu hermano, debes ser una Plasmática», recordaba una y otra vez, como un eco cruel que no se desvanecía.En medio de su recorrido, se encontró con Teo, el niño que presenció cuando Gwen derrotó a Gabi en la Usina Succina. Teo era un viejo aliado de Gabriela, y uno de los miembros del tan poderoso Clan Calavera, al que Gwen había derrotado meses atrás. El pasado volvía a perseguirla.—¿Qué pasa, "híbrida"? —provocó Teo con una sonrisa torcida—. ¿Sigues creyendo que eres una de nosotros?Gwen sintió un latigazo en el pecho. La rabia creció dentro de ella, y su respiración s
El reloj colgante de Gwen marcaba el mediodía del domingo 26 de marzo. El sol filtrado entre las nubes dibujaba sombras irregulares sobre los adoquines de Pueblo Plasmar. El aire era denso y húmedo, pegándose a la piel con una presencia sofocante.Tres figuras surgieron de una calle lateral y le cerraron el paso con precisión calculada. Cracs. Los había enfrentado antes, pero esta vez, algo en sus miradas la puso en alerta: no era solo codicia, era intención.—Bonitos movimientos los de ayer, chica —dijo uno de ellos, adelantándose con una sonrisa torcida—. ¿Te los enseñaron en la Agrupación Plasma?Aunque no la tocaron, Gwen sintió la sacudida. Su pecho se tensó. «¿Cómo lo saben?», pensó, mientras su rostro se mantenía neutral.—No sé de qué hablas —respondió, impasible.El Crac avanzó con pasos lentos, disfrutando de la incomodidad de Gwen.—Tranquila. No vinimos a pelear… aunque… —hizo un gesto con la cabeza.Detrás de ella, un suave crujido de pasos. Demasiado tarde. Un pinchazo f
Las sombras del mediodía veían a Gwen dirigirse a la sede de la Agrupación Plasma. Su paso era firme, impulsado por la ira y la ansiedad. Mactodo había conseguido su objetivo: Gwen estaba cada vez más unida a sus poderes Plasmáticos, aunque ella se resistiera a aceptarlo.Las puertas de la Agrupación crujieron al abrirse. La mirada de Gwen no buscaba respuestas, sino explicaciones. El sol se filtraba a través de los cristales rotos, proyectando haces de luz sobre el suelo polvoriento. Su eco resonaba con cada paso firme y decidido. Las marcas de la batalla seguían frescas: la herida abierta en su pierna, el hombro adolorido y los restos del inhalador roto aún incrustados en su palma. Pero su mirada no titubeaba.Frente a Gwen, Mactodo, el líder encapuchado de la Agrupación, esperaba sentado en una silla de madera. Su expresión tranquila, casi burlona, le daba el aire de un cazador que observa a su presa. Sus ojos la siguieron con paciencia.—¡Fuiste tú! —la voz de Gwen cortó el aire—.
Una hora después, Gwen se movía por las calles de Pueblo Plasmar, preparada para utilizar sus habilidades de Fuente Succina en la búsqueda de Dodge, el habitante más importante a desafiar según Mactodo. Con el mapa en mano, se detuvo para orientarse, pero no tuvo que hacerlo por mucho tiempo. Lo vio frente a ella, aparentemente desprevenido.Dodge se giró con una calma irritante, como si ya supiera que estaba allí.—Ah, sos vos —dijo con una sonrisa ladina—. Estamos en el mismo problema. ¡Adiaŭ! —se despidió con un gesto casual y se dio la vuelta.Gwen apretó los dientes. La ira le subió al rostro como una llama encendida. Sin pensarlo, corrió tras él, sintiéndose invencible y decidida a no dejarlo escapar. Pero la seguridad de su movimiento se vio truncada por un dolor agudo. Una flecha le perforó el costado.—¡Ahh! —jadeó, llevándose la mano a la herida.Con el rostro crispado de dolor, se arrancó la flecha de un tirón seco. La sangre comenzó a fluir, pero Gwen cerró los ojos y acti