20. La trampa de Mactodo.

Las sombras del mediodía veían a Gwen dirigirse a la sede de la Agrupación Plasma. Su paso era firme, impulsado por la ira y la ansiedad. Mactodo había conseguido su objetivo: Gwen estaba cada vez más unida a sus poderes Plasmáticos, aunque ella se resistiera a aceptarlo.

Las puertas de la Agrupación crujieron al abrirse. La mirada de Gwen no buscaba respuestas, sino explicaciones. El sol se filtraba a través de los cristales rotos, proyectando haces de luz sobre el suelo polvoriento. Su eco resonaba con cada paso firme y decidido. Las marcas de la batalla seguían frescas: la herida abierta en su pierna, el hombro adolorido y los restos del inhalador roto aún incrustados en su palma. Pero su mirada no titubeaba.

Frente a Gwen, Mactodo, el líder encapuchado de la Agrupación, esperaba sentado en una silla de madera. Su expresión tranquila, casi burlona, le daba el aire de un cazador que observa a su presa. Sus ojos la siguieron con paciencia.

—¡Fuiste tú! —la voz de Gwen cortó el aire—.
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