El estruendo de los escombros resonaba como un rugido en la oxidada Usina Succina, amenazando con devorar a Gwen. Corría a ciegas a través de esa construcción monumental, de casi dos mil pasos cuadrados, mientras el polvo espeso cegaba sus ojos y el aire cargado de óxido se le clavaba en la garganta. Las vigas caían tras ella, retumbando como si la fábrica intentara sepultarla junto a sus secretos.Cada inhalación era como tragar metal. Mientras avanzaba por los pasillos corroídos, un pensamiento la atravesó: ¿Cómo la Usina Succina, antaño símbolo de poder en Puerto Bando, había caído en el olvido y convertida en un refugio de criminales? Su decadencia era tan grande como la amenaza que ahora la perseguía. Gwen estaba atrapada en sus ruinas.Subió unas escaleras desgastadas, con cada crujido del metal bajo sus pies recordándole lo frágil que era todo a su alrededor. Necesitaba llegar a la azotea. Era su única oportunidad. Pero antes de que pudiera avanzar más, una voz conocida rompió
El sol abrasaba la Plaza Central de Pueblo Plasmar, pero el calor sofocante no era lo más insoportable. Era la tensión en cada mirada furtiva, en los pasos apresurados y en las patrullas Plasmáticas que cruzaban las calles. Siete meses después de la batalla en la Usina Succina, el pueblo ya no era el mismo. Las sonrisas habían desaparecido, las conversaciones se susurraban, y cada día el control de Marta, la Mandataria, se hacía más evidente.Antenas y cámaras cubrían cada esquina, observando cada paso de los habitantes; las miradas desconfiadas eran constantes y se multiplicaban. En el centro de la plaza, Marta se erguía sobre un estrado improvisado, su voz resonando con una fuerza inquebrantable entre los muros de piedra. Su implacable fervor no dejaba lugar a dudas: estaba instigando a la multitud.—¡Escuchad, mortales, nuestro grito sagrado! —declaró, levantando los brazos con dramatismo—. ¡Los Sanguíneos son la verdadera amenaza de nuestra civilización! El Proyecto Purga Sanguíne
Pueblo Plasmar ardía bajo un sol implacable cada día, pero aún era demasiado pronto para que sus habitantes notaran este fenómeno. Mientras tanto, Gwen corría con el polvo levantándose tras sus pasos, su mente intentaba mantener el control entre la adrenalina y el terror. Tras lanzar las piedras que tenía en las manos, logró dispersar momentáneamente a sus perseguidores y encontró refugio en un baldío atestado de chatarra oxidada.Se escondió entre los escombros, metales oxidados y restos de maquinarias olvidadas, su respiración entrecortada mientras intentaba decidir su próximo movimiento. La desesperación le pesaba en el pecho, más densa que el aire caliente a su alrededor. Los gritos de la multitud todavía resonaban en su mente, como ecos incesantes que no podía acallar. Huir había sido su única opción, pero ahora la supervivencia parecía un espejismo cada vez más distante.De repente, un silbido cortó el aire. Una flecha rozó su cabello, pasando tan cerca que pudo sentir la vibrac
Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.—¡Ahí está! —gr
Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de