Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.
Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.
—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.
—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía.
Diego sin escuchar ese diálogo, intentó desviar la atención de los enemigos alzando las manos en señal de paz, pero con Gwen fuera, estaban los tres frente a él.
—Hagamos un trato —propuso Diego—. Les puedo enseñar a usar este arco. Les daría ventaja en futuras peleas. Piénsenlo.
—Si aceptamos eso, desobedeceríamos las órdenes de la Mandataria número uno —respondió Quinoa con desprecio.
El grupo no se dejó convencer y comenzó a rodear a Diego en un círculo cada vez más estrecho, su formación ajustándose cada vez más. Diego miró de reojo hacia la dirección en la que Gwen había escapado, deseando que estuviera lejos. Sabía que la negociación no funcionaría. Dio un paso atrás, evaluando sus opciones, pero chocó con la colosal figura de Krakatoa detrás de él. Karola lo empujó hacia el centro, disfrutando del control que tenía sobre Diego.
—Escapar no está en las normas municipales —dijo Karola con sarcasmo—. ¿También eres un Sanguíneo? ¡Ponte en guardia!
—Acá nadie es Sanguíneo —gritó Diego, levantando su arco en un intento de parecer amenazante. Pero Karola soltó una risa, acercándose con pasos lentos, saboreando su superioridad.
—Déjalo —gruñó Krakatoa—. Este chico está planeando algo, lo más probable.
Diego esbozó una sonrisa astuta, sabiendo que había captado su atención. En un movimiento rápido, barrió los pies de Krakatoa, haciendo que el gigante cayera al suelo con un estruendo.
—¿No te enseñaron a desconfiar? —le dijo Diego, acercándose con la mirada firme pero también de intriga hacia el coloso caído—. ¿Vos sos Krakatoa? Entonces vos debes ser Karola, ¿verdad? Así que ustedes son los "Crac"... pero son cinco. ¿Dónde están los otros tres?
Karola soltó una risa seca y maliciosa.
—Los otros dos deben estar con tu compañera, la que acaba de escapar...
Krakatoa se levantó rápidamente, lanzándose de nuevo hacia él, pero Diego volvió a barrer sus pies, haciéndolo caer otra vez.
—No les conviene enfrentarse a ella —dijo Diego, evaluando su oportunidad de escape—. Solo conseguirán perder su energía.
Los tres se quedaron pensativos por un segundo, confundidos por sus palabras. Pero Diego aprovechó el momento, saltando sobre Krakatoa para escapar.
* * *
Karola resopló y ajustó su cuchillo con bronca.
—¡Esto es culpa tuya, Kraka! No debiste subestimarlo.
—¿Deberíamos perseguirlo? —preguntó Quinoa, dudosa.
Krakatoa frunció el ceño, furioso.
—Si lo seguimos ahora, solo caeremos en más de sus trampas. Tenemos que ser más inteligentes que ellos. No podemos permitirnos perder dos veces en el mismo día.
Un grito resonó a lo lejos, y un niño apareció corriendo hacia ellos.
—¡Vengan rápido! ¡Una Sanguínea está re cerca! —dijo el niño, su voz temblorosa.
—Gracias, Carpincho —respondió Krakatoa, lanzando una última mirada a sus compañeros—. Esta vez, que no queden rastros —añadió con tono oscuro—, limpiaremos nuestra imagen con este próximo enemigo.
Karola y Quinoa se miraron entre sí, hasta que se movieron bajo las indicaciones del niño. Atravesaron la Plaza Central, donde el atardecer teñía el cielo con tonos rojizos proyectando una atmósfera inquietante.
* * *
De lejos, en su palco municipal, la Mandataria Marta observaba la actividad en la plaza. Frente a ella, un grupo de técnicos Plasmáticos ajustaba las Antenas Plato, ahora ubicadas en cada esquina, cada una reflejando una red de vigilancia cada vez más estrecha. Una sonrisa fría se dibujó en su rostro mientras imaginaba el destino de los Sanguíneos. Para ellos, el margen de la vida y de libertad en Pueblo Plasmar se encogía con cada día que pasaba.
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de
La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silenc
Como cada mediodía, Gwen jugaba "Soule" con Diego y Sunday en el patio trasero. Una pequeña bola de acero descansaba sobre su pie izquierdo, lista para el primer movimiento. Diego, frente a ella, defendía su marco mientras Sunday, atento, se disponía a arbitrar el encuentro:—¡Salida! —gritó desde la línea lateral, marcando el comienzo del juego.Gwen movió la esfera con destreza, haciendo una finta antes de apuntar al marco de Diego y anotar el primer punto. Celebró y festejó con fervor, pero el brillo de su entusiasmo se apagó cuando notó la expresión extrañada de Diego y Sunday.—¡Gwen, tu cabello está… flotando! —exclamó Sunday, señalando el ligero chisporroteo que rodeaba su cabello.Sorprendida por como se erizaba en el aire, Gwen intentó alisarlo.—Está generando electricidad de fricción, es eso —comentó Diego, intentando que sonara casual—. Nada grave, aunque es… raro.Gwen se detuvo, confundida por sus palabras. Ella nunca antes había escuchado esos términos, de hecho, tampoc
Sola y desesperada, Gwen corrió en busca de su hermano sin saber por dónde empezar. Mientras recorría las calles, escuchó voces provenientes de un callejón lateral. Sigilosamente, se acercó y se ocultó detrás de un contenedor de basura. Frente a ella, un grupo de individuos rodeaba a una niña pequeña que, aunque asustada, parecía decidida a no mostrar su miedo.Gwen apretó los puños, sabiendo que debía actuar, pero se negaba a usar sus Habilidades Plasmáticas, optando por una estrategia más terrenal. Notó una pila de objetos metálicos cerca. Con cuidado, comenzó a lanzarlos uno a uno hacia los agresores, distrayéndolos. Cuando la confusión fue suficiente, Gwen se deslizó entre ellos, corrió hacia la niña y la tomó de la mano.—Corre —le susurró mientras ambas escapaban hacia un callejón cercano.Los agresores las persiguieron, pero Gwen, confiando en su agilidad y conocimiento del vecindario, logró despistarlos. Mientras huían, se preguntó por qué estaba ayudando a alguien más cuando
El Callejón Medieval se alzaba estrecho y opresivo. Las paredes húmedas y la penumbra envolvían el lugar en una atmósfera que parecía encogerse con cada paso. Sunday llegó primero, deteniéndose junto a una pila de cajas viejas. Su respiración era rápida y entrecortada. Miró de un lado a otro, nervioso, con la mirada fija en la entrada.—Vamos, Gwen... —murmuró, apretando los puños con fuerza.Poco después, su hermana emergió de la oscuridad, tambaleándose. Sus ojos estaban entrecerrados por la fatiga, y su respiración sonaba pesada. Sunday intuyó que había recurrido a las prácticas Plasmáticas para moverse en la penumbra. Cuando llegó hasta él, Gwen arrojó la barra de metal a un costado, y el niño corrió a abrazarla con fuerza, pero su mirada se detuvo de golpe.Dos figuras avanzaban detrás de ella.—Son ellos —susurró Sunday, señalándolos con el dedo tembloroso—. Los que me capturaron.Gwen giró la cabeza. Allí estaban: dos guerreros con armaduras medievales, cada paso suyo resonando
El aire era espeso y la luz tenue se filtraba por las grietas de las paredes de piedra. Gwen abrió los ojos lentamente. Su vista era borrosa al principio, pero pronto distinguió la figura de Sunday, inclinado sobre ella, con una expresión de preocupación.—Fallé, hermano —murmuró Gwen, con la voz apagada por el dolor.—No, Gwen, todo salió bien —respondió Sunday con una sonrisa forzada, cubriéndola con una bata blanca a modo de manto.Gwen apartó la bata con lentitud. El aroma metálico la golpeó de inmediato. Bajó la mirada y vio su ropa manchada de rojo. Su cuerpo se tensó.—Me han visto sangrar… —susurró con un tono desolado—. Ya no podremos vivir en paz.—No te vieron, hermana —afirmó Sunday, con la voz firme pero sus ojos temblorosos—. Te trasladamos a este callejón antes de que alguien notara tus heridas.Gwen frunció el ceño. La confusión se reflejó en sus ojos.—¿"Trasladamos"? —preguntó, mirándolo con incredulidad—. ¿Cómo te salvaste? ¿Diego te ayudó?Sunday bajó la mirada. An