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04. El Aliado Inesperado.

Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.

Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:

—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?

El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.

—¡Ahí está! —gritó, alzando su voz sobre el ruido, señalándolos con el arma desde la distancia.

* * *

De inmediato, Krakatoa se plantó frente a Diego, bloqueando su paso con su enorme figura.

—¿Y tú qué? ¿La estás ayudando? —lo desafió, con una chispa de amenaza en la voz.

Diego, manteniendo su arco en la mano, retrocedió con calma.

—No me importa. Peleen entre ustedes —respondió con frialdad, desviando la mirada hacia Gwen.

El peso de esas palabras cayó sobre ella como una piedra. Gwen sintió una tristeza profunda. Lo había perdido. Estaba sola contra ellos y contra una parte de sí misma que no quería liberar. El susurro de su mente le urgía: «¡Ataca ya! ¡Revélales lo que eres y demuestra tu poder!».

—¡Cállate! —gritó de repente, sin saber si hablaba consigo misma, con Diego o con los cazadores—. ¡Diego, tenemos que pelear juntos! —exclamó con desesperación—. ¡Son tres contra nosotros!

Diego la miró, incrédulo, no parecía encontrar gravedad en la situación.

—No lo entiendo, Gwen. Nunca necesitaste a nadie. Siempre fuiste invencible con tus habilidades y odiabas pelear a la par.

—¡Y aliarse está prohibido! —interrumpió Krakatoa, avanzando con una sonrisa cruel—. Las peleas deben ser uno contra uno, como dictaron las normas municipales.

Karola se acercó a Diego con el cuchillo desenfundado, sus ojos fijos en él.

—Lo tuyo es una desobediencia a las reglas de la Mandataria. Si no la atacaste, significa que eres uno de ellos.

Gwen ya no podía escuchar. En un arrebato, arrancó el arco de las manos de Diego y lo empujó hacia un montón de chatarra.

—¡Entonces préstamelo! —gritó con furia, tensando la cuerda con sus últimas fuerzas, apuntando directamente a Karola, quien retrocedió sorprendida.

Diego, incrédulo y molesto, intentó recuperar el arco, pero en el forcejeo, Gwen soltó la cuerda. La flecha salió disparada, impactando en la frente de Krakatoa. Pero el gigante apenas se inmutó. Con una sonrisa siniestra, se arrancó la flecha y continuó avanzando. La energía abandonó a Gwen de repente, mareada y exhausta, soltó el arco y cayó de rodillas.

La Sanguínea, con una mano sobre la cabeza, intentó levantarse, pero un dolor intenso la frenaba. Diego, viendo su estado, se lanzó sobre el arco y disparó tres flechas más, logrando alcanzar a Karola y a Quinoa. Ambas retrocedieron, heridas pero aún en pie, sus ojos llenos de saña. En un abrir y cerrar de ojos, Krakatoa alcanzó a Gwen, clavándole una flecha en el brazo. Ella gritó de dolor, cayendo al suelo.

—Hice lo que pude... —susurró Diego, su rostro reflejando confusión al ver a Gwen debilitada—. Perdón, Gwen —dijo, retrocediendo mientras intentaba comprender la situación.

* * *

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