Gwen reaccionó al instante. Tomó a Diego de la mano y lo arrastró hacia un rincón oculto entre la chatarra. Ambos observaron cómo los cazadores pasaban de largo, sus pasos pesados resonando en la distancia. Pero Diego, desconcertado, la miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué nos escondemos? —susurró, sin comprender—. Sos demasiado fuerte. Podrías derrotarlos fácilmente, incluso si son muchos.
Gwen bajó la mirada, evitando responder. El miedo no era por ellos, sino por algo mucho más profundo, algo que no podía explicar. Finalmente, murmuró:
—¿Por qué no lo haces tú? —espetó con amargura—. Mientras no seamos Sanguíneos, todos tenemos Habilidades Plasmáticas, ¿no?
El silencio entre ambos se volvió incómodo, sus miradas cruzándose solo por un instante, cargadas de preguntas sin respuestas, de dudas y de secretos no confesados. Diego pareció querer decir algo, pero no pudo, el ruido de sus palabras atrajo la atención de Quinoa, quien no tardó en divisarlos entre la chatarra.
—¡Ahí está! —gritó, alzando su voz sobre el ruido, señalándolos con el arma desde la distancia.
* * *
De inmediato, Krakatoa se plantó frente a Diego, bloqueando su paso con su enorme figura.
—¿Y tú qué? ¿La estás ayudando? —lo desafió, con una chispa de amenaza en la voz.
Diego, manteniendo su arco en la mano, retrocedió con calma.
—No me importa. Peleen entre ustedes —respondió con frialdad, desviando la mirada hacia Gwen.
El peso de esas palabras cayó sobre ella como una piedra. Gwen sintió una tristeza profunda. Lo había perdido. Estaba sola contra ellos y contra una parte de sí misma que no quería liberar. El susurro de su mente le urgía: «¡Ataca ya! ¡Revélales lo que eres y demuestra tu poder!».
—¡Cállate! —gritó de repente, sin saber si hablaba consigo misma, con Diego o con los cazadores—. ¡Diego, tenemos que pelear juntos! —exclamó con desesperación—. ¡Son tres contra nosotros!
Diego la miró, incrédulo, no parecía encontrar gravedad en la situación.
—No lo entiendo, Gwen. Nunca necesitaste a nadie. Siempre fuiste invencible con tus habilidades y odiabas pelear a la par.
—¡Y aliarse está prohibido! —interrumpió Krakatoa, avanzando con una sonrisa cruel—. Las peleas deben ser uno contra uno, como dictaron las normas municipales.
Karola se acercó a Diego con el cuchillo desenfundado, sus ojos fijos en él.
—Lo tuyo es una desobediencia a las reglas de la Mandataria. Si no la atacaste, significa que eres uno de ellos.
Gwen ya no podía escuchar. En un arrebato, arrancó el arco de las manos de Diego y lo empujó hacia un montón de chatarra.
—¡Entonces préstamelo! —gritó con furia, tensando la cuerda con sus últimas fuerzas, apuntando directamente a Karola, quien retrocedió sorprendida.
Diego, incrédulo y molesto, intentó recuperar el arco, pero en el forcejeo, Gwen soltó la cuerda. La flecha salió disparada, impactando en la frente de Krakatoa. Pero el gigante apenas se inmutó. Con una sonrisa siniestra, se arrancó la flecha y continuó avanzando. La energía abandonó a Gwen de repente, mareada y exhausta, soltó el arco y cayó de rodillas.
La Sanguínea, con una mano sobre la cabeza, intentó levantarse, pero un dolor intenso la frenaba. Diego, viendo su estado, se lanzó sobre el arco y disparó tres flechas más, logrando alcanzar a Karola y a Quinoa. Ambas retrocedieron, heridas pero aún en pie, sus ojos llenos de saña. En un abrir y cerrar de ojos, Krakatoa alcanzó a Gwen, clavándole una flecha en el brazo. Ella gritó de dolor, cayendo al suelo.
—Hice lo que pude... —susurró Diego, su rostro reflejando confusión al ver a Gwen debilitada—. Perdón, Gwen —dijo, retrocediendo mientras intentaba comprender la situación.
* * *
Diego quiso escapar, pero Karola se interpuso en su camino. Con el dolor latiendo en su brazo y el suelo girando bajo ella, Gwen sacó un tubo rojo de su chaqueta y lo llevó a su boca, inhalando profundamente. Un alivio frío corrió por su cuerpo, sellando temporalmente cada herida. Una sonrisa cubrió el rostro de Diego cuando observó que Gwen lentamente comenzó a recuperar sus fuerzas y, que con pasos más seguros, se alejaba del escenario.Sin embargo, a pesar de la calma que el dispositivo le proporcionaba, el gesto no pasó desapercibido. Quinoa, con una mirada de desconfianza, mantuvo sus ojos clavados en el tubo rojo que asomaba de la chaqueta de Gwen.—Es una Sanguínea —murmuró, como si lo acabara de descubrir—. Y está usando ese dispositivo para camuflarse —sus palabras cargadas de desdén y suspicacia.—Escuchen... Desde ahora, las reglas son irrelevantes —la interrumpió Krakatoa, con una voz gélida. Su mirada se endureció mientras observaba la dirección en la que Gwen desaparecía
Cerca de la Fracción Municipal, Gwen avanzaba lentamente hacia su hogar. Cada paso era una lucha contra el dolor y el agotamiento, y con cada sombra que se deslizaba a lo lejos, la preocupación se intensificaba. Pueblo Plasmar, que alguna vez fue un refugio, se estaba convirtiendo en una trampa ineludible. Las calles desiertas parecían estrecharse a su alrededor, opresivas y hostiles.Antes de llegar al barrio Rioba Sol, una figura cercó su camino. Era Coco, un niño calvo, con cicatrices que parecían contar historias de peleas pasadas. Su aspecto maltrecho emanaba desconfianza.—¿Eres de este barrio? —preguntó Coco, su tono cargado de una curiosidad casi agresiva.Gwen no respondió. La voz en su cabeza insistía en que peleara, pero sus brazos apenas respondían. Sus piernas temblaban, y su mente, agotada, solo podía enfocarse en seguir adelante. Intentó esquivarlo, pero Coco no se movió, observándola con una mezcla de cautela y estudio. Parecía más curioso que amenazante, pero Gwen sab
Con su sonrisa torcida, Karola sostenía ese arma tabú, la reliquia peligrosa conocida en el pueblo por su capacidad destructiva para los Sanguíneos.—Karola, basta —alzó la voz Coco, adelantándose rápidamente—. Sabes bien que las armas de munición llevan años prohibidas. No hace falta llegar a esto; ya la tenemos rodeada.Karola lo ignoró, sin despegar la mirada de Gwen.—¿Prohibidas? Cuando se trata de defendernos de los Sanguíneos, las reglas no importan. Y, además, romperlas siempre es divertido, ¿no crees, Coquito? —respondió Karola con una sonrisa amarga.Coco intentó razonar con ella.—Karola, no necesitamos esto. No nos metas en problemas, si disparas, nos descubrirán. Hay vigilancia en cada esquina. No podemos arriesgarnos.—Los problemas ya comenzaron —dijo Karola, levantando el arma con decisión—. A ver si vuestra "Sanguínea milagrosa" realmente aguanta el plomo.Coco, exasperado, extendió la mano e intentó bajar el arma.—Dije que basta —repitió, su tono firme.Karola soltó
Gwen sentía cómo la oscuridad la envolvía en tanto su vista se nublaba. La sangre y el polvo en sus manos se mezclaban, haciéndole difícil distinguir entre el dolor y el agotamiento. Entre una danza con el inconsciente, escuchó pasos suaves acercándose.Diego apareció a su lado, con una expresión de preocupación que no podía ocultar. Se arrodilló junto a ella, observándola con una mezcla de alivio y angustia.—Gwen... no puedo dejarte así. No ahora —susurró, ofreciéndole una mano firme—. Vamos, salgamos de acá.Ella levantó la vista, sorprendida de verlo allí. Había asumido que había huido tras lo sucedido, como cualquier otro lo habría hecho. Pero Diego seguía ahí, y a pesar de todo, sintió que no la abandonaba.—Te dije que no podías ocultarlo para siempre —dijo, ayudándola a levantarse—. Si seguís negándote a usar tus habilidades, te van a matar.Las palabras de Diego perforaron la mente de Gwen, desgarrada entre la necesidad de sobrevivir y su propia lucha interna. En su estado de
La dureza del pavimento despertó a Gwen con una punzada de dolor. Sus ojos se abrieron lentamente, notando que la madrugada aún teñía el aire de un frío gélido que le hacía temblar. Mientras trataba de orientarse, el recuerdo de lo ocurrido regresó como fragmentos borrosos. Tanteó el suelo a su alrededor, buscando respuestas, y encontró un casquillo metálico: «la munición que Karola disparó». El brillo del objeto le recordó lo cerca que había estado del peligro.A su lado, los restos destrozados del Inhalador Plasma yacían como un recordatorio de su vulnerabilidad. Esa reliquia de la Agrupación Plasma, que había sido su único recurso para igualar las condiciones con los Plasmáticos, ahora no era más que un cúmulo de piezas inservibles. Sin ese dispositivo, estaba completamente expuesta como Sanguínea.Con esfuerzo, Gwen comenzó a incorporarse. Su respiración era pesada, y sus músculos temblaban bajo su propio peso. Un sonido de botas resonando contra el pavimento interrumpió el silenc
Como cada mediodía, Gwen jugaba "Soule" con Diego y Sunday en el patio trasero. Una pequeña bola de acero descansaba sobre su pie izquierdo, lista para el primer movimiento. Diego, frente a ella, defendía su marco mientras Sunday, atento, se disponía a arbitrar el encuentro:—¡Salida! —gritó desde la línea lateral, marcando el comienzo del juego.Gwen movió la esfera con destreza, haciendo una finta antes de apuntar al marco de Diego y anotar el primer punto. Celebró y festejó con fervor, pero el brillo de su entusiasmo se apagó cuando notó la expresión extrañada de Diego y Sunday.—¡Gwen, tu cabello está… flotando! —exclamó Sunday, señalando el ligero chisporroteo que rodeaba su cabello.Sorprendida por como se erizaba en el aire, Gwen intentó alisarlo.—Está generando electricidad de fricción, es eso —comentó Diego, intentando que sonara casual—. Nada grave, aunque es… raro.Gwen se detuvo, confundida por sus palabras. Ella nunca antes había escuchado esos términos, de hecho, tampoc
Sola y desesperada, Gwen corrió en busca de su hermano sin saber por dónde empezar. Mientras recorría las calles, escuchó voces provenientes de un callejón lateral. Sigilosamente, se acercó y se ocultó detrás de un contenedor de basura. Frente a ella, un grupo de individuos rodeaba a una niña pequeña que, aunque asustada, parecía decidida a no mostrar su miedo.Gwen apretó los puños, sabiendo que debía actuar, pero se negaba a usar sus Habilidades Plasmáticas, optando por una estrategia más terrenal. Notó una pila de objetos metálicos cerca. Con cuidado, comenzó a lanzarlos uno a uno hacia los agresores, distrayéndolos. Cuando la confusión fue suficiente, Gwen se deslizó entre ellos, corrió hacia la niña y la tomó de la mano.—Corre —le susurró mientras ambas escapaban hacia un callejón cercano.Los agresores las persiguieron, pero Gwen, confiando en su agilidad y conocimiento del vecindario, logró despistarlos. Mientras huían, se preguntó por qué estaba ayudando a alguien más cuando
El Callejón Medieval se alzaba estrecho y opresivo. Las paredes húmedas y la penumbra envolvían el lugar en una atmósfera que parecía encogerse con cada paso. Sunday llegó primero, deteniéndose junto a una pila de cajas viejas. Su respiración era rápida y entrecortada. Miró de un lado a otro, nervioso, con la mirada fija en la entrada.—Vamos, Gwen... —murmuró, apretando los puños con fuerza.Poco después, su hermana emergió de la oscuridad, tambaleándose. Sus ojos estaban entrecerrados por la fatiga, y su respiración sonaba pesada. Sunday intuyó que había recurrido a las prácticas Plasmáticas para moverse en la penumbra. Cuando llegó hasta él, Gwen arrojó la barra de metal a un costado, y el niño corrió a abrazarla con fuerza, pero su mirada se detuvo de golpe.Dos figuras avanzaban detrás de ella.—Son ellos —susurró Sunday, señalándolos con el dedo tembloroso—. Los que me capturaron.Gwen giró la cabeza. Allí estaban: dos guerreros con armaduras medievales, cada paso suyo resonando