La traición puede convertir el amor en odio, y nadie lo sabe mejor que Elizabeth Turner. Traicionada por aquellos en quienes confiaba, está dispuesta a arriesgarlo todo para devolver el golpe. Pero Nathan Kingston, el hombre que representa el mundo que la destruyó, no solo se interpone en su camino: despierta en ella un deseo tan oscuro como su sed de venganza. Elizabeth deberá decidir si consumarla o rendirse a una pasión que podría ser su perdición.
Leer másIsabella condujo a Emma hacia la biblioteca, donde se habían tomado tantas decisiones importantes. El aroma a cuero la envolvió al entrar, y miró a su hija que se dejó caer en el sofá con esa misma postura defensiva que Isabella conocía de memoria. Cerró la puerta con cuidado y tomó asiento frente a ella antes de decir:—Quiero entender qué pasó.—¿Sin sermones sobre la seguridad familiar? ¿Sin advertencias sobre los peligros? —preguntó sorprendida.Isabella sonrió levemente mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.—Prefiero escuchar primero. Háblame de ese chico.El cambio en la expresión de Emma resultó revelador para Isabella: un ligero rubor, un brillo inconfundible en la mirada.—No es como los tipos que me rodean allá —murmuró—. Es de Medio Oriente. Su familia tiene negocios por todo el mundo. Tiene un acento marcado, pero habla con una seguridad que no se finge.—¿Y tiene nombre? —¡Mamá! Sí… —dijo Emma con una sonrisa que no pudo contener—. Se llama Karim
La boca de Nathan recorrió la columna de Isabella mientras la luz de la luna se filtraba entre las cortinas. Sus dedos se cerraban sobre sus caderas con la misma hambre intacta que diecisiete años no habían logrado extinguir.Isabella cerró los ojos, abandonándose al calor de su cuerpo y al roce sutil de las sábanas de seda.—Ese japonés y sus malditas formalidades —murmuró Nathan contra su cuello—. Pensé que no acabaría nunca la negociación.—¿Tan aburrido estuvo? —Isabella giró apenas el rostro, alzando una ceja con ironía.—Casi me duermo entre reverencias —rozó con los dientes el lóbulo de su oreja—. Pero pensaba en ti. En esto.Las manos de Isabella recorrieron la espalda de Nathan, trazando las cicatrices que conocía de memoria, mapas de batallas pasadas que había aprendido a amar.—Vendimos todo el Midnight en menos de una semana —murmuró, como si el negocio también formara parte del deseo.—Que se joda el Midnight… —gruñó él, deslizándose en su interior con lentitud—. Ahora so
Isabella siguió a Ilenka, alejándose de los invitados, aún irritada por la provocación descarada hacia su esposo. No había planeado mostrarse vulnerable, pero verla rondar a Nathan fue suficiente para hacerle perder el control.Las luces en la pérgola centelleaban como constelaciones suspendidas entre las flores. Isabella respiró hondo, dejando que el aroma la calmara. Los acordes de la celebración se desvanecieron, reemplazados por el susurro de las hojas bajo cada paso.Ilenka extrajo un sobre de su pequeño bolso de fiesta y lo desdobló sobre la mesa de madera frente a ella.—Isabella Hamilton, con este documento, El Grupo reconoce que has cumplido tu misión al entregar a James Kingston a las autoridades —anunció Ilenka con seriedad—. Y te libera de cualquier obligación previa, pero también te excluye de nuestra protección.Isabella estudió el sobre sin tocarlo, y contuvo el deseo de echarse a reír tras meses de persecuciones, amenazas y medias verdades. El papel parecía ordinario, p
La cicatriz en su pecho quedó oculta bajo la camisa antes de ajustar la corbata y contemplar su reflejo mientras terminaba de vestirse para la boda de Samuel y Mario en Villa Esmeralda. A pesar de los fantasmas que habitaban el lugar y el dolor vivido, aceptó el pedido de Isabella. No solo por ver su mirada de agradecimiento, sino porque ese lugar albergaba su historia con ella: su transformación de víctima a guerrera, su pasión entre susurros, Emma corriendo tras King en el jardín. Sin saberlo, había construido los cimientos de lo que ahora intentaba recuperar.Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.—Adelante…Samuel entró con un esmoquin negro, y le mostró una caja pequeña.—¿Me ayudas con esto? —Le mostró dos gemelos dorados—. Mis manos parecen traicionarme hoy.Nathan los tomó, y sonrió al ver las iniciales de ambos grabados en ellos.—Nunca imaginé ver al doctor Brennan perder la compostura por algo que no fuera una cirugía.—El matrimonio es más aterrador que cualq
Las puertas del salón privado del Ivy League se abrieron para darle paso a Isabella, flanqueada por Nathan y Walter, logrando que los hombres más poderosos y peligrosos de la ciudad no pudieran ocultar su sorpresa.Las miradas se posaron en su vientre prominente, y captó fragmentos de conversaciones risueñas o incómodas con palabras como: «la señora Kingston», «mujeres» y «su condición» que le causaron gracia.Nadie se levantó. Algunos apenas asintieron, pero la atención iba de Isabella a Nathan, como si no supieran a quién mirar primero.Nathan los había convocado, así que le correspondía abrir la reunión. Pero Gallagher se adelantó invitando a todos a tomar asiento y dejando a los guardaespaldas de todos fuera.—¿Una reunión de negocios es lugar para una mujer embarazada? —dijo con su acento irlandés más marcado cuando buscaba provocar—. Quizá deberías esperar fuera, querida. Mientras definimos tu posición en la mesa.Isabella sintió el calor de la indignación subirle por el cuello,
El abrazo de Nathan hizo que se tensara y el beso que recibió formó un hueco en su estómago, porque debería odiarlo. Lo odiaba. Y sin embargo, esa noche arriesgó su vida por Emma. Los cortes en su rostro eran el testimonio silencioso de la batalla que había librado por ellas.No supo cuánto tiempo había pasado desde que llegaron, pero el carraspeo de la garganta de Jeremy la sacó de su letargo.—Si me permiten, llevaré a la señorita a su habitación —ofreció al señalar a Emma dormida.—Iré con ustedes —respondió Isabella, pero un dolor punzante en su vientre la hizo tambalearse.Rita apareció con una taza de té y se la entregó.—Yo me haré cargo de lo que ella necesite, señora —dijo, siguiendo a su esposo gradas arriba. Nathan la sostuvo por el codo, su agarre firme pero gentil.—Necesitas descansar —murmuró para que solo ella lo escuchara—. Emma está a salvo ahora.Isabella quería protestar, pero esa certeza le drenó sus últimas reservas de energía. Asintió levemente, consciente de q
Con la pistola ajustada a la cintura, Nathan cruzó el vestíbulo arrastrando un dolor que no era físico, sino la angustia de dejar a Isabella sufriendo. Al llegar a la puerta, encontró a Jorge esperándolo.—Nadie entra ni sale —ordenó sin detenerse—. Si Isabella intenta levantarse, impídeselo.—¿Cuántos hombres necesita, jefe?—Ninguno. Walter espera a Isabella, no a mí. Esa es mi única ventaja.El motor rugió y la mansión se reducía en el retrovisor, al igual que su esposa… atrapada en un odio que él mismo alimentó con sus secretos.Encendió el manos libres.—Mario, dame información.—Almacén Johnson. Tres niveles, abandonado hace cinco años. Dos entradas confirmadas, posible tercera al oeste.—¿Ana?—En cirugía. Herida de bala en el abdomen. Pero García está en el hospital supervisando todo.Walter había cruzado una línea imperdonable. —¿Qué averiguaste sobre sus movimientos?—Nada concreto, pero una de las chicas de Gloria dice que se llevó a Ethan.Nathan cerró los ojos un instant
Nathan la dejó en la cama y acomodó las almohadas con precisión, ajeno a su corazón desbocado por culpa de su cercanía y su necedad por llevarla él mismo a la habitación. —Esto es innecesario —murmuró Isabella, su voz ronca traicionando su nerviosismo, pero también por el sopor que la consumía por culpa de los medicamentos—. Puedo acomodarme sola.Él continuó su labor sin inmutarse. Alineó los medicamentos en la mesita de noche junto a un vaso de agua y verificó el monitor de presión arterial que Jorge puso en una de las esquinas. —Las instrucciones del médico fueron claras —respondió—. Reposo absoluto significa exactamente eso.Isabella respiró hondo. La tensión se acumuló en su nuca al ver el desafío en su mirada, inalterable desde que supieron que su bebé estaba en riesgo y que ella quedaría confinada por lo menos quince días.La puerta se abrió con un crujido suave y Emma irrumpió en la habitación, su energía infantil contrastando con el pesado ambiente. En sus manos sostenía un
Isabella no tuvo tiempo de reaccionar. Un dolor punzante le recorrió el cuero cabelludo cuando la lanzaron contra la pared de ladrillos.El impacto le cortó la respiración.Ante ella, el general Reed se recortó contra la luz abrasadora del mediodía, sus rasgos endurecidos por las sombras que le trazaban surcos en el rostro. —Señora Kingston —siseó, su aliento impregnado de whisky rancio—. Qué encuentro tan oportuno.El miedo la recorrió como un latigazo, pero no parpadeó.—¿Qué quiere? —Su voz salió firme, aunque sus dedos buscaban a tientas el interior de su bolso.Reed sonrió, ladeando la cabeza. Sus ojos, inyectados en sangre, la devoraban con un odio palpable.—Sophia me llamó esa noche. Me dijo que había descubierto quién eras en realidad, Elizabeth.El sonido de su verdadero nombre en su boca la estremeció más que la amenaza velada.—No sé de qué habla.—Dijo que tenía pruebas —continuó Reed, acercándose hasta que pudo distinguir cada arruga de amargura en su rostro—. Que con e