Las puertas del salón privado del Ivy League se abrieron para darle paso a Isabella, flanqueada por Nathan y Walter, logrando que los hombres más poderosos y peligrosos de la ciudad no pudieran ocultar su sorpresa.Las miradas se posaron en su vientre prominente, y captó fragmentos de conversaciones risueñas o incómodas con palabras como: «la señora Kingston», «mujeres» y «su condición» que le causaron gracia.Nadie se levantó. Algunos apenas asintieron, pero la atención iba de Isabella a Nathan, como si no supieran a quién mirar primero.Nathan los había convocado, así que le correspondía abrir la reunión. Pero Gallagher se adelantó invitando a todos a tomar asiento y dejando a los guardaespaldas de todos fuera.—¿Una reunión de negocios es lugar para una mujer embarazada? —dijo con su acento irlandés más marcado cuando buscaba provocar—. Quizá deberías esperar fuera, querida. Mientras definimos tu posición en la mesa.Isabella sintió el calor de la indignación subirle por el cuello,
La cicatriz en su pecho quedó oculta bajo la camisa antes de ajustar la corbata y contemplar su reflejo mientras terminaba de vestirse para la boda de Samuel y Mario en Villa Esmeralda. A pesar de los fantasmas que habitaban el lugar y el dolor vivido, aceptó el pedido de Isabella. No solo por ver su mirada de agradecimiento, sino porque ese lugar albergaba su historia con ella: su transformación de víctima a guerrera, su pasión entre susurros, Emma corriendo tras King en el jardín. Sin saberlo, había construido los cimientos de lo que ahora intentaba recuperar.Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.—Adelante…Samuel entró con un esmoquin negro, y le mostró una caja pequeña.—¿Me ayudas con esto? —Le mostró dos gemelos dorados—. Mis manos parecen traicionarme hoy.Nathan los tomó, y sonrió al ver las iniciales de ambos grabados en ellos.—Nunca imaginé ver al doctor Brennan perder la compostura por algo que no fuera una cirugía.—El matrimonio es más aterrador que cualq
Isabella siguió a Ilenka, alejándose de los invitados, aún irritada por la provocación descarada hacia su esposo. No había planeado mostrarse vulnerable, pero verla rondar a Nathan fue suficiente para hacerle perder el control.Las luces en la pérgola centelleaban como constelaciones suspendidas entre las flores. Isabella respiró hondo, dejando que el aroma la calmara. Los acordes de la celebración se desvanecieron, reemplazados por el susurro de las hojas bajo cada paso.Ilenka extrajo un sobre de su pequeño bolso de fiesta y lo desdobló sobre la mesa de madera frente a ella.—Isabella Hamilton, con este documento, El Grupo reconoce que has cumplido tu misión al entregar a James Kingston a las autoridades —anunció Ilenka con seriedad—. Y te libera de cualquier obligación previa, pero también te excluye de nuestra protección.Isabella estudió el sobre sin tocarlo, y contuvo el deseo de echarse a reír tras meses de persecuciones, amenazas y medias verdades. El papel parecía ordinario, p
La boca de Nathan recorrió la columna de Isabella mientras la luz de la luna se filtraba entre las cortinas. Sus dedos se cerraban sobre sus caderas con la misma hambre intacta que diecisiete años no habían logrado extinguir.Isabella cerró los ojos, abandonándose al calor de su cuerpo y al roce sutil de las sábanas de seda.—Ese japonés y sus malditas formalidades —murmuró Nathan contra su cuello—. Pensé que no acabaría nunca la negociación.—¿Tan aburrido estuvo? —Isabella giró apenas el rostro, alzando una ceja con ironía.—Casi me duermo entre reverencias —rozó con los dientes el lóbulo de su oreja—. Pero pensaba en ti. En esto.Las manos de Isabella recorrieron la espalda de Nathan, trazando las cicatrices que conocía de memoria, mapas de batallas pasadas que había aprendido a amar.—Vendimos todo el Midnight en menos de una semana —murmuró, como si el negocio también formara parte del deseo.—Que se joda el Midnight… —gruñó él, deslizándose en su interior con lentitud—. Ahora so
Isabella condujo a Emma hacia la biblioteca, donde se habían tomado tantas decisiones importantes. El aroma a cuero la envolvió al entrar, y miró a su hija que se dejó caer en el sofá con esa misma postura defensiva que Isabella conocía de memoria. Cerró la puerta con cuidado y tomó asiento frente a ella antes de decir:—Quiero entender qué pasó.—¿Sin sermones sobre la seguridad familiar? ¿Sin advertencias sobre los peligros? —preguntó sorprendida.Isabella sonrió levemente mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.—Prefiero escuchar primero. Háblame de ese chico.El cambio en la expresión de Emma resultó revelador para Isabella: un ligero rubor, un brillo inconfundible en la mirada.—No es como los tipos que me rodean allá —murmuró—. Es de Medio Oriente. Su familia tiene negocios por todo el mundo. Tiene un acento marcado, pero habla con una seguridad que no se finge.—¿Y tiene nombre? —¡Mamá! Sí… —dijo Emma con una sonrisa que no pudo contener—. Se llama Karim
Elizabeth se ajustó el vestido negro frente al espejo del pasillo, tirando de la tela para disimular un poco sus curvas. Suspiró, vencida. Desde el nacimiento de Emma, su cuerpo se negaba a volver al que fue, a pesar de su constante lucha con ejercicios y dietas que no parecían funcionar. Se pasó las manos por las caderas, recordando cómo Richard le susurraba lo hermosa que era. Ahora, esos momentos parecían tan lejanos.La mirada de reprobación que le dio en el auto, hizo evidente que no estaba de acuerdo con el vestido que eligió, pero ya no tenían tiempo para que ella se cambiara.Al llegar, Richard dudó entre ayudarle a bajar o dejar que el conductor lo hiciera, pero al sentirse observado, balbuceó algo y le ofreció su mano. Después de forzar una sonrisa con los anfitriones, su esposo desapareció de su lado y ella tuvo que llevar a Emma con los demás niños, pero la incomodidad persistía en su pecho.Al volver al salón principal, Richard se le acercó y sin molestarse en ocultar su
Nathan siguió la voluptuosa figura de Liz con la mirada hasta que se perdió dentro del salón. Algo en su vulnerabilidad siempre despertó un instinto protector en él, pero esta vez lo aplastó de inmediato. No era momento para distracciones. Marcus Chen, el imbécil que le debía dinero a su padre, acababa de escabullirse hacia el baño.Lo siguió con calma y al entrar tras él, lo encontró inclinado sobre el lavabo. Así que lo agarró por el cuello de la camisa y lo estrelló contra la pared.—Una semana de retraso. Te advertí que no jugaras conmigo.Chen tartamudeó excusas patéticas, pero Nathan lo silenció con un puñetazo en el estómago y lo vio desplomarse al suelo con un quejido lastimero.La puerta se abrió de golpe y al voltear, notó el rostro de Richard Crawford contrayéndose al ver la escena, pero intentó disimular su nerviosismo con esa sonrisa falsa que tanto despreciaba.—James mencionó que irían al golf. ¿Vas a…?Nathan lo miró sin expresión. Crawford era un parásito, alimentándo
Liz entró en la oficina esa mañana, desvelada, pero disfrutando el silencio del fin de semana. El sábado era su día favorito para ponerse al día con los reportes de las nuevas propiedades, porque solía imaginar en lo que podían convertirse después de hacer su magia con las renovaciones, como cuando era niña y acompañaba a su padre.Se sentó en su escritorio, respirando hondo, y luego vio a Richard entrar a su oficina. El corazón le dio un vuelco al verlo fresco y campante. No había vuelto a casa después de la fiesta, y aunque se excusó por un mensaje por algo del trabajo, su presencia tan temprano la tomó por sorpresa.—No estoy lista para esto —murmuró, concentrándose en el correo que estaba redactando.Liz evitó mirarlo durante un par de horas y el tiempo pasó demasiado lento hasta que el ruido de tacones resonó en el pasillo. Al levantar la vista, vio a Amelia entrar en la oficina con su característica energía.—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañada, porque no tenía nada pendiente q