Liz entró en la oficina esa mañana, desvelada, pero disfrutando el silencio del fin de semana. El sábado era su día favorito para ponerse al día con los reportes de las nuevas propiedades, porque solía imaginar en lo que podían convertirse después de hacer su magia con las renovaciones, como cuando era niña y acompañaba a su padre.
Se sentó en su escritorio, respirando hondo, y luego vio a Richard entrar a su oficina. El corazón le dio un vuelco al verlo fresco y campante. No había vuelto a casa después de la fiesta, y aunque se excusó por un mensaje por algo del trabajo, su presencia tan temprano la tomó por sorpresa.
—No estoy lista para esto —murmuró, concentrándose en el correo que estaba redactando.
Liz evitó mirarlo durante un par de horas y el tiempo pasó demasiado lento hasta que el ruido de tacones resonó en el pasillo. Al levantar la vista, vio a Amelia entrar en la oficina con su característica energía.
—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañada, porque no tenía nada pendiente que trabajar con su empresa de diseño de interiores y ella odiaba llegar a la oficina los fines de semana.
—Vengo a secuestrarte, sabía que estarías aquí. Te invito a almorzar al nuevo restaurante de la quince.
—Acepto, pero… ¿Qué hiciste ahora, Amelia Kingston? —Liz la miró inquisidora.
Su amiga se mordió el labio, conteniendo apenas su emoción, hasta que una carcajada salió de su pecho mientras se cubría las mejillas.
—Es que no me lo vas a creer. Conocí a un hombre increíble y fue… ¡La mejor noche de mi vida! Todo un semental.
La frase sorprendió a Liz. No era común escuchar eso de sus labios y, para ser sincera, agradecía la interrupción, así que cerró su laptop y recogió sus cosas.
Amelia no perdió tiempo y la abrazó por detrás para decirle:
—Quisiera que lo vieras como yo.
—¡Vaya! Pues preséntame a ese caballero, prometo que lo intentaré. —Liz le sonrió indulgente.
Amelia la había pasado muy mal con los hombres que elegía y ninguna de las dos lograba encontrar la razón, porque era una mujer maravillosa, empresaria, hermosa y tenía un gran corazón. Pero si este era el hombre, sería feliz por ella y se olvidaría por un momento de sus propios problemas.
Cuando estaban por salir, Richard apareció y les dedicó una sonrisa arrogante. Liz, temiendo otro de sus encontronazos con Amelia, la empujó sutilmente para seguir adelante.
—Así que por fin lo atrapaste —comentó Richard al mismo tiempo en que miró su reloj.
—Siempre logro mis objetivos, querido —le respondió Amelia con una sonrisa ladina.
—Vaya, Amelia, eres toda una diablilla —Richard negó devolviendo el gesto.
La vio ponerse los dedos en la cabeza, simulando serlo mientras se movía de manera sensual frente a él y ambos soltaron una risotada que a Liz le pareció extraña. Intercambiaron unas palabras en voz baja antes de reír de nuevo. Aunque le agradaba que ya no se tiraran pullas, el tono cómplice entre ellos le resultaba inquietante, pero intentó sacudirse esa sensación incómoda que comenzaba a formarse en su estómago.
—Sé que está loco por mí —agregó Amelia en voz alta en tono presuntuoso.
—No creo que debas hablar así sobre hombres que conoces de una noche —le aconsejó Liz con una voz más firme de lo habitual mientras cerraba la oficina.
Aunque vaciló, porque no quería enfadarla. Pero ambos se rieron de nuevo, y no entendió el motivo detrás del humor compartido entre ellos. Se preguntó en qué momento se hicieron tan amigos como para que ella no se diera cuenta, si por años fue la mediadora entre ambos.
—Te veo en casa —le dijo A Richard y este endureció la mirada, pero asintió, al señalar el pasillo.
* * *
Desde que salieron de Legacy Real Estate, Amelia no paró de hablar de su “hombre maravilla” con el que estuvo hasta que se acomodaron en la mesa que reservó en Giorgio’s. Y mientras cortaba un trozo de filete, describió cada detalle de su noche de pasión con una sonrisa sugerente en los labios.
—No sabes lo que es sentirse tan viva —dijo, con la mirada brillante de emoción—. Ese hombre hizo que mi cuerpo se despertara de un eterno letargo.
Liz luchaba por concentrarse en la conversación, sobre todo al notar esa sonrisa de triunfo que no se le había borrado desde que fue a su oficina. Pero la imagen de ellos riendo juntos la asaltó una vez más, y se le quitó el apetito.
—Richard no volvió a casa anoche —dijo Liz de repente, intentando que su tono sonara casual y despreocupado.
Amelia dejó caer su tenedor, con una expresión de desaprobación.
—Lizzie, ¿eso qué tiene de extraño? Sabes cómo son los negocios, cariño, así que no empieces a tejer tus retorcidas teorías de conspiración.
—Solo digo que…
—¿Qué ya no confías en tu marido? —Se llevó la copa de vino a la boca.
Liz se dio cuenta de que sonaba fatal, porque todos ellos se conocían casi desde niños, y apartó la mirada hacia los ventanales.
Alguien le tocó el hombro con sutileza y sonrió al reconocer a Sara Campbell de pie.
—¡Qué sorpresa, Elizabeth!
—Ven, únete a nosotras —Liz señaló la silla vacía, notando cómo la sonrisa de Amelia se tensaba.
Ella era la mejor amiga de su madre y fueron juntas a la universidad, por lo que le tenía un cariño especial. La conversación derivó hacia temas más ligeros hasta que Sara mencionó a una amiga común.
—Pobrecita, jamás imaginó que su esposo le haría semejante bajeza. Pero ya sabes lo que dicen: el que busca, siempre encuentra.
Amelia rodó los ojos con exasperación.
—Eso no nos va a pasar a nosotras y menos a ti, Elizabeth, porque tienes al mejor esposo del mundo.
Amelia posó su mano sobre la suya y Liz forzó una sonrisa, pero las palabras de Sara se clavaron en su pecho de inmediato.
* * *
Cierta ansiedad se posó en ella durante todo el camino de regreso a casa, preguntándose una y otra vez si las dudas que seguían creciendo en su interior tenían las bases suficientes o solo eran producto de su imaginación.
Entró al salón y se encontró a Emma con los ojos enrojecidos, jugando sola, así que dejó a un lado sus pensamientos y se sentó junto a ella para hacerle cosquillas. Primero rio, pero luego se echó a llorar contra su pecho.
—¿Soy una niña mala, mami?
—Por supuesto que no —respondió con cautela—. ¿Quién te dijo eso?
—Es que Beth se va.
—Oh, querida —abrió los brazos para acunarla—. Ella viaja mucho por el trabajo de su papi, pero podemos ir a verla a Dubái en vacaciones.
Casi se echó a reír al ver cómo se iluminaron sus ojos y asentía antes de echarse a correr por su muñeca favorita.
—¿Jugamos a las princesas, mami? —le preguntó, limpiándose la cara con torpeza.
Emma adoraba los cuentos de hadas, su pequeño mundo era una mezcla de fantasía que ella avivaba con fervor.
—Claro, amor. ¿Así que llorabas por tu amiga?
Emma miró hacia la cocina, y negó.
—Papá se enfadó.
Liz abrazó a su hija con fuerza, sintiendo cómo el corazón se le encogía de dolor. No debió haberse ido con Amelia.
—No llores, mi vida —dijo, guiñándole un ojo—. Ya sabes que los adultos somos un poco raros de vez en cuando.
Sonrió, aunque no podía dejarlo pasar. Una cosa es que tuvieran problemas de pareja y otra muy distinta que tratara mal a Emma solo porque llegó de mal humor.
Se acercó a la puerta que llevaba al jardín y verlo riendo junto a la piscina fue como una puñalada. Parecía tan ajeno a todo, mientras ella se debatía entre sus propios demonios y la lucha por seguir adelante, que cuando lo vio entrar y dejar el teléfono cargando en la encimera, Liz tomó el aparato por impulso, dispuesta a descubrir la verdad tras su comportamiento. Pero no esperaba encontrarlo bloqueado.
—¿Qué haces? —preguntó él, frunciendo el ceño y se lo quitó de las manos para conectarlo lejos de ella.
Liz sintió cómo su corazón se aceleraba.
—Solo… quería ver si habías recibido un mensaje importante.
—¿En serio? ¿Desde cuándo te consideras mi secretaria? ¿Acaso estás dudando de mí?
—No es eso, pero… —Liz se sintió indefensa—. Hoy Sara decía que…
—¿Sara? ¿Ahora esa anciana es tu consejera matrimonial?
Emma tropezó y el teléfono resbaló de la mesa, estrellándose contra el suelo.
—¡No! ¿Por qué demonios no puedes tener cuidado? —le gritó Richard, haciéndola llorar.
Liz abrazó a su hija.
—No es su culpa —dijo, apartando sus propias lágrimas.
—¿Estás insinuando que es mía?
Liz sintió un nudo en la garganta, incapaz de responder. Aunque quería gritarle que necesitaba una explicación para el abismo que se había abierto entre ellos.
—¡Solo eso faltaba! —se rio sin humor—. Iré a descansar un rato, porque no pegué ojo en toda la noche. Espero que mientras duermo no sigas haciéndote ridículas historias en esa cabecita que tienes.
Las lágrimas de Emma provocaron las suyas, porque la vida que había conocido se esfumaba como humo entre los dedos.
Nathan observó el Black Tide desde su asiento habitual, y aunque extraño, encontraba reconfortante el aroma a madera vieja del lugar. Walter entró como un vendaval, golpeando el hombro de un cliente que se apartó de inmediato al reconocerlo y negó sonriendo. Su amigo era un maldito engreído. Gloria se acercó a su mesa, su característico moño gris enmarcando un rostro curtido, pero aún atractivo. Sus ojos astutos y una leve sonrisa coqueta le daban un aire de sabiduría y picardía que delataba sus años como propietaria del bar. —¿Las chicas de siempre para los caballeros? —preguntó, deslizando una uña con delicadeza por el cuello de Walter.La mención de su padre borró cualquier diversión que pudiera sentir Nathan por el nerviosismo de su amigo ante el gesto de la madura mujer. Su mandíbula se tensó, y Gloria captó la señal, alejándose con cadencia. Lo mejor era que mantuvieran la distancia: ella no estaba para juegos, y Walter era demasiado volátil para una vida tranquilaLo observó
El fin de semana fue tenso entre ellos, pero Liz mantuvo la esperanza de que al llegar a la oficina todo mejoraría con la noticia que tenía. Vio cómo le servían el café y cuando estaba por pedir más azúcar, Richard entró al comedor y arrojó algo sobre la mesa. Reconoció el contrato en el que había estado trabajando de inmediato.—¿Crees que soy un tonto? —preguntó en voz baja mientras apoyaba ambas manos en el otro extremo de la madera.Liz levantó la mirada, confundida, y luchó por mantener la calma.—Richard, logré cerrar el acuerdo de renta para el edificio. Creí que estarías… orgulloso —al final de la frase su voz tembló.La sonrisa gélida de Richard le heló la sangre al verlo acercarse, acorralándola en la silla y, por instinto, se puso de pie. Pero no esperaba que la siguiera hasta que chocó la espalda contra la fría pared.—¿Orgulloso? Todo lo que haces es sabotearme, Liz. Sabes que lucho a diario por mantener un pie tu legado, pero tú, con tus “decisiones” solo me dejas como u
Chapter 6: Perdiendo el controlElizabeth regresó a casa, con un vacío aplastante en su pecho. Al menos había tenido la fortuna de que la desconocida que acompañaba a Nathan en el bar llamara su atención gritando colgada del cuello del chef, y eso le dio tiempo para huir y tomar un taxi sin que tuviera que disculparse ante él por ser tan patética.Se sentó en el sillón de la sala, aguardando a Richard, pero las horas pasaron en una angustiosa espera y la acumulación de los mensajes y llamadas sin respuesta que le hizo. Miró el cuadro pintado a mano que tenía enfrente de ella con Richard, junto a sus padres cuando seguían con vida y celebraban uno de sus aniversarios.Sonrió con amargura al recordarse aún con sus brackets. Le confesó a su madre que le gustaba Richard y que asistió a la fiesta con un ramo de margaritas para ella.—Margaret, ni se te ocurra respaldar ese capricho —advirtió su padre, divertido. Mientras le ayudaba a Liz a colocar el collar de diamantes que hacía juego con
Elizabeth mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir a pesar de que escuchó a su esposo moverse por la habitación. Y sabía que estaba actuando como una cobarde, pero ya había agotado sus reservas de valentía y energía para seguir discutiendo, escuchar sus mentiras u obligarlo a confesar.El sonido de las gavetas siendo azotadas le erizaron la piel, pero se negó a mirar. Su corazón comenzó a latir más rápido al sentir el aroma maderado de su loción tan cerca y aun así no se movió. Escuchó la gaveta de su lado abrir y cerrar, y aunque la curiosidad era enorme, no cedió.—Deberías estar agradecida de que tu amiga sea tan sensata. Cualquier otra mujer te demandaría por calumnias —dijo Richard, muy cerca, pero su tono desprovisto de emociones le provocó un nudo en la garganta.Lo sintió alejarse y abrir las puertas dobles de su habitación. Pensó que se había marchado, pero su voz la puso en alerta otra vez al decir:—Quizá deberíamos considerar hablar con un psiquiatra. Tu comportamiento
Nathan estacionó a unos metros del bosque que flanqueaba la mansión de Regina y lo atravesó con rapidez. Las cámaras de seguridad seguían el patrón de rotación que recordaba, y los sensores de movimiento tenían los mismos puntos ciegos. Desde el exterior, la propiedad parecía una fortaleza, pero los sistemas de seguridad eran predecibles. En minutos, ya estaba dentro.Las risas y los gemidos ahogados que provenían del piso superior le arrancaron una sonrisa fría. Conocía muy bien esos sonidos y sabía con exactitud cómo manejar esta situación.Se tomó su tiempo para servirse un whisky, observando las fotografías familiares que adornaban las paredes. Los Blackwood, siempre tan preocupados por mantener las apariencias. El hielo tintineó contra el cristal mientras esperaba, saboreando la anticipación del momento.La voz de Regina sonó desde lo alto de las escaleras, seguida de una risa ronca que lo hizo mirar y reconoció de inmediato al dueño de una conocida franquicia de comida rápida.N
Nathan se dirigió a la mansión familiar después de recoger un maletín repleto de efectivo como pago por los camiones modificados. Sabía que con unos meses más, alcanzaría la cantidad que se propuso para dejar atrás el negocio de una vez por todas.—Buenas noches, señor Kingston.—Jeremy…—Su padre se encuentra en el despacho con el caballero Crawford. —Stevens arrugó la nariz sin ocultar su desagrado por darle la noticia—. ¿Les llevo algo?—No es necesario. Me iré pronto.Casi se arrepintió por haber rechazado la oferta, seguro tenían uno de sus platillos favoritos para que se lo hubiese sugerido. Jeremy siempre había sabido cuidarlo a su manera, aún más desde la muerte de su madre.Nathan atravesó el pasillo y escuchó la risa estridente de su padre.—¿En serio pensaste que era posible? —El sarcasmo en la voz de James Kingston, goteaba sutil mientras se recostaba en su sillón de cuero, observando a Richard con una sonrisa que Nathan conocía demasiado bien: la que reservaba para humill
Elizabeth llevaba días sin salir de casa, dormía casi todo el día, con la energía drenada por completo. Y aunque luchaba por huir de su dolorosa realidad, se obligaba a estar presente cuando Emma volvía de la escuela.En ese momento, su hija estaba sentada ante la encimera de la cocina, pintando un pavo sonriente que sostenía una manzana mientras Ana cortaba unos vegetales para ella. Con un profundo suspiro, Liz se apoyó sobre el granito y la miró moverse por la cocina. —Siento mucho que tengas que quedarte estos días, y que… hayas presenciado lo que… —murmuró, sentándose en una de las sillas.Ana levantó la mirada y la observó con preocupación, apoyó una mano cálida sobre la suya. El silencio en la casa se había vuelto opresivo desde que Richard le dio vacaciones anticipadas a todo el personal por Acción de gracias, dejando solo a la niñera como testigo de su deterioro.—No se preocupe, señora. Es comprensible que esté abrumada, y usted sabe que quiero mucho a Emma. Además, estoy m
Nathan mantuvo su posición en lo alto del acantilado, observando la carretera mientras la tormenta azotaba su rostro. El auto derrapó en la curva que había previsto casi al mismo tiempo en que Walter lo llamó.—¿Qué quieres?—Voy en camino. Así que…—¿Desde cuándo crees que puedes supervisar mi trabajo? —gruñó Nathan, cortando la llamada, molesto.En el fondo sabía que quejarse no serviría de nada. Sin embargo, se preguntó a qué se debían tantas medidas para un trabajo tan sencillo.Vio cómo el auto impactó el vehículo contra la barrera y Nathan descendió por la ladera embarrada, maldiciendo mientras el aguacero helado se colaba bajo su chaqueta, en lugar de estar disfrutando del cálido interior de la rusa que lo estaba esperando.Sus botas se hundieron en el lodo con cada paso, y deseó que el impacto hubiese sido suficiente para cumplir con el encargo y quizá ni siquiera necesitaría disparar. Bastaría solo un empujón, y todo habría terminado.Mientras descendía, recordó a Richard ner