Elizabeth mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir a pesar de que escuchó a su esposo moverse por la habitación. Y sabía que estaba actuando como una cobarde, pero ya había agotado sus reservas de valentía y energía para seguir discutiendo, escuchar sus mentiras u obligarlo a confesar.El sonido de las gavetas siendo azotadas le erizaron la piel, pero se negó a mirar. Su corazón comenzó a latir más rápido al sentir el aroma maderado de su loción tan cerca y aun así no se movió. Escuchó la gaveta de su lado abrir y cerrar, y aunque la curiosidad era enorme, no cedió.—Deberías estar agradecida de que tu amiga sea tan sensata. Cualquier otra mujer te demandaría por calumnias —dijo Richard, muy cerca, pero su tono desprovisto de emociones le provocó un nudo en la garganta.Lo sintió alejarse y abrir las puertas dobles de su habitación. Pensó que se había marchado, pero su voz la puso en alerta otra vez al decir:—Quizá deberíamos considerar hablar con un psiquiatra. Tu comportamiento
Nathan estacionó a unos metros del bosque que flanqueaba la mansión de Regina y lo atravesó con rapidez. Las cámaras de seguridad seguían el patrón de rotación que recordaba, y los sensores de movimiento tenían los mismos puntos ciegos. Desde el exterior, la propiedad parecía una fortaleza, pero los sistemas de seguridad eran predecibles. En minutos, ya estaba dentro.Las risas y los gemidos ahogados que provenían del piso superior le arrancaron una sonrisa fría. Conocía muy bien esos sonidos y sabía con exactitud cómo manejar esta situación.Se tomó su tiempo para servirse un whisky, observando las fotografías familiares que adornaban las paredes. Los Blackwood, siempre tan preocupados por mantener las apariencias. El hielo tintineó contra el cristal mientras esperaba, saboreando la anticipación del momento.La voz de Regina sonó desde lo alto de las escaleras, seguida de una risa ronca que lo hizo mirar y reconoció de inmediato al dueño de una conocida franquicia de comida rápida.N
Nathan se dirigió a la mansión familiar después de recoger un maletín repleto de efectivo como pago por los camiones modificados. Sabía que con unos meses más, alcanzaría la cantidad que se propuso para dejar atrás el negocio de una vez por todas.—Buenas noches, señor Kingston.—Jeremy…—Su padre se encuentra en el despacho con el caballero Crawford. —Stevens arrugó la nariz sin ocultar su desagrado por darle la noticia—. ¿Les llevo algo?—No es necesario. Me iré pronto.Casi se arrepintió por haber rechazado la oferta, seguro tenían uno de sus platillos favoritos para que se lo hubiese sugerido. Jeremy siempre había sabido cuidarlo a su manera, aún más desde la muerte de su madre.Nathan atravesó el pasillo y escuchó la risa estridente de su padre.—¿En serio pensaste que era posible? —El sarcasmo en la voz de James Kingston, goteaba sutil mientras se recostaba en su sillón de cuero, observando a Richard con una sonrisa que Nathan conocía demasiado bien: la que reservaba para humill
Elizabeth llevaba días sin salir de casa, dormía casi todo el día, con la energía drenada por completo. Y aunque luchaba por huir de su dolorosa realidad, se obligaba a estar presente cuando Emma volvía de la escuela.En ese momento, su hija estaba sentada ante la encimera de la cocina, pintando un pavo sonriente que sostenía una manzana mientras Ana cortaba unos vegetales para ella. Con un profundo suspiro, Liz se apoyó sobre el granito y la miró moverse por la cocina. —Siento mucho que tengas que quedarte estos días, y que… hayas presenciado lo que… —murmuró, sentándose en una de las sillas.Ana levantó la mirada y la observó con preocupación, apoyó una mano cálida sobre la suya. El silencio en la casa se había vuelto opresivo desde que Richard le dio vacaciones anticipadas a todo el personal por Acción de gracias, dejando solo a la niñera como testigo de su deterioro.—No se preocupe, señora. Es comprensible que esté abrumada, y usted sabe que quiero mucho a Emma. Además, estoy m
Nathan mantuvo su posición en lo alto del acantilado, observando la carretera mientras la tormenta azotaba su rostro. El auto derrapó en la curva que había previsto casi al mismo tiempo en que Walter lo llamó.—¿Qué quieres?—Voy en camino. Así que…—¿Desde cuándo crees que puedes supervisar mi trabajo? —gruñó Nathan, cortando la llamada, molesto.En el fondo sabía que quejarse no serviría de nada. Sin embargo, se preguntó a qué se debían tantas medidas para un trabajo tan sencillo.Vio cómo el auto impactó el vehículo contra la barrera y Nathan descendió por la ladera embarrada, maldiciendo mientras el aguacero helado se colaba bajo su chaqueta, en lugar de estar disfrutando del cálido interior de la rusa que lo estaba esperando.Sus botas se hundieron en el lodo con cada paso, y deseó que el impacto hubiese sido suficiente para cumplir con el encargo y quizá ni siquiera necesitaría disparar. Bastaría solo un empujón, y todo habría terminado.Mientras descendía, recordó a Richard ner
Liz sintió la agitación del agua a su alrededor. Las olas la golpeaban sin piedad, arrastrándola hacia las profundidades mientras el sabor salado se mezclaba con el metálico de su propia sangre. Sus pulmones ardían, exigiendo aire que no podía conseguir y sus músculos estaban agotados y con cada movimiento enviaba punzadas de dolor por todo su cuerpo Pero lo único que la mantenía a flote era en Emma. Su hija necesitaba que ella luchara, que sobreviviera y eso la hizo aferrarse a la consciencia con todas fuerzas.Entre las sombras y el rugido del océano, captó un destello de luz tenue que pareció avanzar hacia ella. Entonces, unas manos firmes la sujetaron, arrastrándola a la superficie y el cielo negro se materializó sobre ella.Las gotas de lluvia le golpearon el rostro con más fuerza que antes mientras intentaba enfocar algo claro a su alrededor, pero todo era una mancha borrosa de sombras y luces difusas.—Está en shock —una voz llegó amortiguada a sus oídos.—La herida en la fren
Nathan entró al Ivy Club, reconociendo a varias caras importantes en la ciudad mientras avanzaba hasta uno de los salones privados. Odiaba tener que ser sociable y menos con la ropa empapada, pero todo el que lo conocía le abrió paso o le hizo gestos con la cabeza como mucho.Cuando atravesó las puertas dobles, James Kingston dominaba el centro del salón, rodeado de hombres en trajes caros que asentían a cada una de sus palabras. Al verlo, su padre se irguió esbozando una sonrisa tensa, escudriñando sus ojos.—¡Ahí está mi hijo! —Alzó su vaso de cristal tallado hasta que llegó frente a él.A pesar del abrazo y las palmadas fuertes en la espalda parecían de una calidez que nunca había tenido en privado, así que Nathan permaneció inmóvil, esperando que la función terminara.Al soltarlo, James sujetó su rostro entre sus manos callosas, forzándolo a encontrarse con su mirada. Sus ojos brillaban como los de un depredador.—Estoy muy orgulloso de ti, muchacho —declaró James, con un tono cas
El golpeteo de la lluvia contra los cristales se filtró en la consciencia de Liz. Sus párpados pesaban como plomo y cada respiración enviaba punzadas de dolor a través de sus costillas. El accidente. El acantilado. El agua helada. Los recuerdos la golpearon en oleadas confusas.Parpadeó varias veces, ajustando su vista a la penumbra. No reconoció el techo de madera sobre ella ni el olor a tierra mojada que se mezclaba con el antiséptico. Giró la cabeza, notando los monitores médicos y el equipo improvisado que la rodeaba. Esto no era un hospital.Un leve movimiento captó su atención y descubrió a Nathan Kingston dormitando en una silla desgastada junto a la cama, y el pánico se apoderó de ella al recordar lo que le dijo el hombre intimidante. Él era King. Intentó incorporarse, pero el dolor le provocó un jadeo involuntario y los ojos de Nathan se abrieron al instante, y su mirada gris la dejó paralizada en la misma posición.—¿Dónde me trajeron? —le ardió la garganta al hablar—. ¿Por