Liz sintió la agitación del agua a su alrededor. Las olas la golpeaban sin piedad, arrastrándola hacia las profundidades mientras el sabor salado se mezclaba con el metálico de su propia sangre. Sus pulmones ardían, exigiendo aire que no podía conseguir y sus músculos estaban agotados y con cada movimiento enviaba punzadas de dolor por todo su cuerpo Pero lo único que la mantenía a flote era en Emma. Su hija necesitaba que ella luchara, que sobreviviera y eso la hizo aferrarse a la consciencia con todas fuerzas.Entre las sombras y el rugido del océano, captó un destello de luz tenue que pareció avanzar hacia ella. Entonces, unas manos firmes la sujetaron, arrastrándola a la superficie y el cielo negro se materializó sobre ella.Las gotas de lluvia le golpearon el rostro con más fuerza que antes mientras intentaba enfocar algo claro a su alrededor, pero todo era una mancha borrosa de sombras y luces difusas.—Está en shock —una voz llegó amortiguada a sus oídos.—La herida en la fren
Nathan entró al Ivy Club, reconociendo a varias caras importantes en la ciudad mientras avanzaba hasta uno de los salones privados. Odiaba tener que ser sociable y menos con la ropa empapada, pero todo el que lo conocía le abrió paso o le hizo gestos con la cabeza como mucho.Cuando atravesó las puertas dobles, James Kingston dominaba el centro del salón, rodeado de hombres en trajes caros que asentían a cada una de sus palabras. Al verlo, su padre se irguió esbozando una sonrisa tensa, escudriñando sus ojos.—¡Ahí está mi hijo! —Alzó su vaso de cristal tallado hasta que llegó frente a él.A pesar del abrazo y las palmadas fuertes en la espalda parecían de una calidez que nunca había tenido en privado, así que Nathan permaneció inmóvil, esperando que la función terminara.Al soltarlo, James sujetó su rostro entre sus manos callosas, forzándolo a encontrarse con su mirada. Sus ojos brillaban como los de un depredador.—Estoy muy orgulloso de ti, muchacho —declaró James, con un tono cas
El golpeteo de la lluvia contra los cristales se filtró en la consciencia de Liz. Sus párpados pesaban como plomo y cada respiración enviaba punzadas de dolor a través de sus costillas. El accidente. El acantilado. El agua helada. Los recuerdos la golpearon en oleadas confusas.Parpadeó varias veces, ajustando su vista a la penumbra. No reconoció el techo de madera sobre ella ni el olor a tierra mojada que se mezclaba con el antiséptico. Giró la cabeza, notando los monitores médicos y el equipo improvisado que la rodeaba. Esto no era un hospital.Un leve movimiento captó su atención y descubrió a Nathan Kingston dormitando en una silla desgastada junto a la cama, y el pánico se apoderó de ella al recordar lo que le dijo el hombre intimidante. Él era King. Intentó incorporarse, pero el dolor le provocó un jadeo involuntario y los ojos de Nathan se abrieron al instante, y su mirada gris la dejó paralizada en la misma posición.—¿Dónde me trajeron? —le ardió la garganta al hablar—. ¿Por
Nathan salió de la habitación, más afectado de lo que estaba dispuesto a admitir al verla quebrarse. Se detuvo en el pasillo, para reordenar sus próximos pasos en su cabeza, y se encontró a Sophia apoyada en el umbral de la cocina.En cuanto lo vio, avanzó hacia él, pero Nathan levantó una mano, deteniéndola en seco.—No ahora, Soph.Ella iba a protestar, aunque una mirada suya fue suficiente para que retrocediera. Mientras él iba a una de las tres habitaciones disponibles de la cabaña, cerró la puerta y marcó el número de Benson.La voz ronca del policía sonó al instante.—Todo está hecho. Crawford identificó el cuerpo, pero dudó cuando pidió un objeto personal de la mujer. Lo convencí de que no valía la pena insistir, que solo abriría más investigaciones.—Lo manejaste bien —dijo Nathan—. ¿Qué quería?—Me ofreció dinero para seguir buscando un collar. ¿No sería mejor que…?—Haz que lo olvide —interrumpió Nathan, dejando claro que el tema se zanjó al terminar la llamada.Las cosas ha
Elizabeth se sentó en el porche de la cabaña, observando las hojas doradas y rojizas que caían en espirales perezosas.Desde que habló con Nathan, no lo volvió a ver y la cabaña se había llenado de un silencio que pesaba sobre ella igual que una manta sofocante. Y aunque ya caminaba un poco sin dolor, aún no era suficiente como para intentar huir de ese lugar que parecía estar muy lejos de la ciudad, y menos con esa lluviaSophia, la hermosa, pero fría mujer que la cuidaba, entraba y salía como una sombra eficiente, limpiando sus heridas con gestos mecánicos y precisos, sin cruzar jamás palabra con ella, por mucho que lo intentara.Mario pasaba más tiempo a su lado, siempre sonriente, y haciendo preguntas, pero sus ojos brillaban con demasiada intensidad cuando Liz mencionaba cualquier detalle de su vida y, como no sabía qué tanto podía confiar, no le daba mucho.El hombre de los tatuajes, en cambio, pasaba la mayor parte del tiempo fuera, con los guardias que rondaban por el bosque.
Nathan bajó el vidrio de la camioneta ante el saludo militar del guardia.—¿Alguna actividad inusual? —preguntó, su mirada barrió el perímetro.—Sin novedades, señor.—Mantén los ojos abiertos. —El peso del día se colaba en su tono, y mientras subía el vidrio, movió el cuello para aliviar la tensión.El eco del puñetazo a Richard seguía vibrando en sus nudillos enrojecidos. “Ya en ese cajón que cargaron se te fue la última posibilidad de cogerte a Liz”, había dicho el idiota antes de recibir el golpe. Si Amelia y su padre no hubieran intervenido, habría dejado a Richard en la funeraria con la mandíbula rota.Al entrar a la cabaña, encontró a Mario descargando bolsas de compras en la encimera, sacando cajas con una mueca.—Espero que sepas que fue un infierno pedir esto —dijo, levantando una de productos de higiene femenina con una mezcla de fastidio y resignación—. La chica de la tienda me miró como si fuera un pervertido.Nathan arqueó una ceja, dejando escapar una risa baja.—¿Y te
Liz casi no pegó ojo en toda la noche debido al dolor como secuela del accidente, temerosa de ir a la cocina en busca del medicamento y enfrentar lo que hizo con Nathan. Sus dedos rozaron de manera involuntaria sus labios, todavía sensibles por la firmeza de sus besos, sus mordiscos salvajes y la insistencia de su lengua. La culpa la inundó al pensar en cómo se dejó llevar por el momento y la forma tan desmedida en la que respondió a su tacto.Se encogió bajo las sábanas al recordar el calor de su boca en su piel y contuvo un gimoteo lleno de frustración por la lucha interna que tenía. Porque cuando la puerta se cerró tras él, fue directo al espejo y descubrió su mirada brillante y su pecho sonrosado debido a la excitación y tuvo que reconocer la sensación de liberación que experimentó. Después de todo lo que Richard le había hecho sufrir, ¿no tenía derecho a buscar un poco de consuelo, a sentirse deseada? Sin embargo, esa justificación pronto se transformó en juicio para sí misma. L
Nathan observó a Liz, sintiendo un deseo feroz de enseñarle cualquier cosa que le pidiera. Y es que seguía frustrado por no haber llegado hasta el final con ella y tampoco durmió casi nada después de eso, por culpa de Sophia, quien se metió en su cama en plena madrugada, obligándolo a salir a correr temprano para alejarse de ella y despejar su mente.Como si la hubiera invocado, Sophia entró en ese momento y los miró con curiosidad, pero antes de que empezara con sus preguntas, aprovechó para delegarle una tarea.—Préstale algo deportivo —ordenó y notó cómo Liz se encogía un poco.—No creo que... —murmuró Liz—. No tenemos la misma talla.Ignoró el comentario, aunque sabía que era cierto y recorrió con una mirada las curvas que la camiseta holgada que le quitó antes de saborearla, no lograba ocultar. A él le encantaba toda ella, tal y como era.—El objetivo de esas prendas no es modelar —dijo sin mirarla—. Te espero afuera.Mario se encontró con él en la entrada y con su habitual aire