Liz casi no pegó ojo en toda la noche debido al dolor como secuela del accidente, temerosa de ir a la cocina en busca del medicamento y enfrentar lo que hizo con Nathan. Sus dedos rozaron de manera involuntaria sus labios, todavía sensibles por la firmeza de sus besos, sus mordiscos salvajes y la insistencia de su lengua. La culpa la inundó al pensar en cómo se dejó llevar por el momento y la forma tan desmedida en la que respondió a su tacto.Se encogió bajo las sábanas al recordar el calor de su boca en su piel y contuvo un gimoteo lleno de frustración por la lucha interna que tenía. Porque cuando la puerta se cerró tras él, fue directo al espejo y descubrió su mirada brillante y su pecho sonrosado debido a la excitación y tuvo que reconocer la sensación de liberación que experimentó. Después de todo lo que Richard le había hecho sufrir, ¿no tenía derecho a buscar un poco de consuelo, a sentirse deseada? Sin embargo, esa justificación pronto se transformó en juicio para sí misma. L
Nathan observó a Liz, sintiendo un deseo feroz de enseñarle cualquier cosa que le pidiera. Y es que seguía frustrado por no haber llegado hasta el final con ella y tampoco durmió casi nada después de eso, por culpa de Sophia, quien se metió en su cama en plena madrugada, obligándolo a salir a correr temprano para alejarse de ella y despejar su mente.Como si la hubiera invocado, Sophia entró en ese momento y los miró con curiosidad, pero antes de que empezara con sus preguntas, aprovechó para delegarle una tarea.—Préstale algo deportivo —ordenó y notó cómo Liz se encogía un poco.—No creo que... —murmuró Liz—. No tenemos la misma talla.Ignoró el comentario, aunque sabía que era cierto y recorrió con una mirada las curvas que la camiseta holgada que le quitó antes de saborearla, no lograba ocultar. A él le encantaba toda ella, tal y como era.—El objetivo de esas prendas no es modelar —dijo sin mirarla—. Te espero afuera.Mario se encontró con él en la entrada y con su habitual aire
Liz se estremeció al escucharlo. Y aunque sabía que no debía caer en su juego, la imagen se instaló vívida en su cabeza y su cuerpo la traicionó al sentir que su mirada se fijó en su boca, luego, sus ojos se encontraron y cedió. Era verdad. Lo deseaba.Él tomó su rostro entre sus manos, y el sabor de él la embriagó cuando su lengua reclamó la suya con una intensidad que la dejó sin aliento. La empujó contra el árbol, y su sólido cuerpo le hizo sentir cada músculo. Deslizó sus manos debajo de la tela, y su piel ardía donde la tocaba.No estaba pensando, pero bajó hasta su entrepierna y deslizó su toque con cierta presión, haciendo que gimiera contra su boca como un salvaje. Ella apretó las piernas con necesidad de avanzar, pero justo cuando encontró el valor para desabotonar su pantalón, un grito los interrumpió.—¡Nathan! —La voz de Sophia hizo que notara su tensión cuando soltó su boca y apoyó la frente contra la suya—. ¡Maldición! ¿Dónde te metiste? Nathan maldijo y se separó de el
Nathan apretó los dientes, conteniéndose al ver a Samuel, indicándole a Elizabeth que se sentara en una camilla dentro del despacho.No entendía cómo es que parecía ajena al peligro que pudo haber provocado al ir tras Emma de esa forma. Una docena de escenarios se arremolinaron en su cabeza en cuanto se dio cuenta de que salió de esa casa, cada uno más catastrófico que el anterior. Samuel la hizo ponerse una bata de seda que le quedaba demasiado bien, pero que no pudo disfrutar del todo cuando su amigo examinaba las costillas de Liz y al presionar, provocó un siseo de dolor.—¿Siempre entrenas a tus protegidas con tanto… entusiasmo? —comentó, arqueando una ceja en su dirección.—No soy su… nada —respondió.Samuel sonrió al dejarla y moverse hacia un armario y murmuró solo para Nathan:—Cierto, creo que se convirtió en tu obsesión.El aludido cruzó los brazos, tensando la mandíbula.Samuel tomó notas en su tablet mientras continuaba el examen.—¿Sabes? Cuando dije que la mantuvieras a
Elizabeth contempló lo lejos que estaban las luces de la ciudad desde la terraza mientras Samuel le servía más vino. El aire fresco de la noche acariciaba su rostro, trayendo consigo el aroma de los jazmines del jardín, pero a pesar del buen momento, no pudo evitar un suspiro desganado. Ya tenían horas intercambiando risas y anécdotas con personas en común, pero a Liz le parecía demasiado extraño que no la interrogara en absoluto. Así que, después de un rato de conversación ligera, decidió preguntarle sin rodeos.—¿No se te hace curioso que no hablemos de todo lo que está pasando? Quiero decir, mi funeral, los medios…Samuel dejó su copa de vino sobre la mesa y la miró con una sonrisa cálida pero algo cansada.—Liz, para mantener la amistad de Nathan he tenido que aprender a ver y callar. Es lo mejor y ahora que empiezo a conocerte, puedo estar seguro de que tienes buenos motivos para actuar así.Elizabeth asintió, comprendiendo la situación. Samuel continuó, su voz adquiriendo un to
Los ojos esmeralda de Elizabeth Turner ardían llenos de deseo. Aunque la herida en su costado latía al mismo ritmo que su corazón, Nathan supo que esa madrugada el dolor físico no lo detendría. Su mirada se detuvo en los pezones que se marcaban a través de la bata de seda, y sin pensarlo, soltó su muñeca para deshacer la cinta que resguardaba su desnudez.La tela se abrió y, antes de que ella se cubriera con ambas manos, fue la suya la que se adelantó y tomó su barbilla para apoderarse de sus labios y mordisquearlos con ardor. Siguió por su cuello, embriagándose de su olor a mujer, y su dulce excitación llegó de inmediato, haciéndolo salivar.La hizo caminar hacia atrás hasta que le ayudó a recostarse en la cama y no pudo encontrar en su memoria una estampa más sensual de una mujer dispuesta.—Voy a poseerte, ángel —susurró su voz, un gruñido que revelaba su vulnerabilidad y su ferocidad mientras acariciaba su enorme seno y viajaba por esa piel tan suave y dócil hasta llegar a su musl
Nathan aparcó frente a la mansión Kingston, y suspiró con cansancio al escuchar la puerta del auto ser azotada por Amelia. El frío de la madrugada se coló por las ventanas mientras la observaba subir las escaleras de entrada, casi llevándose de encuentro a Jeremy. Una sonrisa sardónica se dibujó en sus labios al notar que este ni se inmutó por ello, pero la herida en su costado palpitó, recordándole que debería estar en la cama con Liz, en lugar de lidiar con esta m****a.Mario apareció junto a su ventana antes de que pudiera salir. Su rostro, por norma relajado, mostraba líneas de preocupación.—Jefe, tenemos un problema con Sophia. Amenazó con encargarse de la señora Crawford, a cualquier costo.Nathan mantuvo su expresión impasible, pero la mención del apellido de Richard vinculado a Elizabeth le hizo apretar el volante con más fuerza.—Sé más preciso —pidió con frialdad. Estaba hartándose de la actitud de esa mujer.—Me ordenó acceder a las cámaras de Samuel. Cuando no lo logró, me
El sonido de las aves en el jardín se filtraba a medios por la ventana colonial del comedor, mientras Elizabeth miraba con cara de angustia el móvil de Samuel. El ardor en sus mejillas no tenía nada que ver con la fiebre esta vez, y la sensación solo se intensificó bajo la mirada de Samuel.—¿Qué hice? —susurró al techo.Las palabras de Nathan detrás de la cabaña la mañana de ayer sobre desearla en su cama la marcaron como un hierro candente. Cedió ante él, tan pronto… igual que una tonta necesitada de atención. Y lo peor no fue entregarse a él, sino llamarlo después, rogando por su presencia sin tener ningún derecho.La culpa la carcomía por dentro, no solo por su impulsividad, sino porque muy en el fondo, sabía que volvería a hacerlo. Samuel solo dio voz a lo que ella ya deseaba con esa sonrisa lobuna que empezaba a conocer.Se bañó tras despertar desorientada, adolorida en lugares insospechados, entre sábanas revueltas con manchas de sangre seca. Sacudió la cabeza para olvidar que