La sensación de los dedos de Liz deslizándose por su piel con nerviosismo era como fuego líquido en sus venas. Cada roce tímido, sus caricias inseguras sobre los músculos de su espalda lo empujaba más cerca del límite de su control. Se arqueó encima de ella, conteniendo el peso de su cuerpo mientras luchaba contra el impulso de tomarla sin miramientos.Él deslizó la mano por su muslo, apartando el suave tejido de la bata para abrirla por completo. Quería consumirla, marcarla, asegurarse de que supiera que le pertenecía de una forma en que nadie más lo había hecho. Pero algo en su respiración errática lo detuvo.—Ángel… —murmuró contra su cuello, buscando su mirada.Ella evitó sus ojos, tensándose, mientras sollozaba sin dejarse ver. Nathan sintió una punzada en el pecho y se apartó para deslizar los dedos por su rostro.—Dime qué pasa.—Lo siento… —murmuró Liz, con la voz quebrada—. Es que… soñé con Emma.El cambio en el aire fue inmediato. Nathan observó sus las lágrimas llenando sus
Elizabeth pasó los dedos por los diagramas del arma esparcidos sobre la mesa del sótano mientras las palabras de Samuel sobre ese misterioso proyecto resonaban en su mente, tentándola con un mundo de posibilidades para ella y su hija.—Esperaba que subieras —La voz de Nathan la sobresaltó.—No puedo —Liz mantuvo la mirada fija en los papeles.—¿Por qué no?Elizabeth alzó la vista y elevó una de las hojas para no tener que explicarse. Sin embargo, al verlo tan impasible, la frustración inundó su pecho.—Porque cada minuto que paso aquí sentada es una oportunidad más para que Richard haga desaparecer todo por lo que luché para mi hija.Nathan se cruzó de brazos y su expresión endureció.—¿Y qué planeas hacer? ¿Dispararle desde aquí?—No —respondió entre dientes—, pero ayudaría que hables con Samuel.Las palabras escaparon antes de poder contenerlas, pero Nathan la miró confundido, así que le aclaró:—Me habló sobre el Proyecto Fénix y lo que hacen.La mandíbula de Nathan se tensó visibl
Nathan apretó el acelerador, serpenteando por las calles desoladas de ese sector. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios y eso no cambió aún cuando se adentró en la ciudad.—Maldita sea, Elizabeth —murmuró, golpeando el volante—. ¿Por qué tienes que ser tan obstinada?—Una cirugía. Es que no lo entiendo. Prefieres arriesgarte, arriesgarnos a todos.Frenó con brusquedad frente a la casa de Sara Campbell. El vecindario estaba en silencio, demasiado tranquilo para su gusto. Bajó del auto dando un portazo y subió los escalones de dos en dos.—¡Sara! —gritó, aporreando la puerta. El silencio fue su única respuesta. Buscó instintivamente su teléfono, maldiciendo al darse cuenta de que lo olvidó en la villa.Si Liz decidía llamar a más personas todo lo que hizo por ella dejaría de tener sentido, pero qué más podía hacer. ¿Obligarla a quedarse?Negó con la cabeza y miró la casa oscura una última vez antes de subir a su auto, decidiendo ir al origen de este embrollo.Conduj
La mañana se había instalado en la villa con una calma que le resultaba insoportable. No durmió nada, así que se levantó del sofá, incapaz de mantener quietas las manos. Sus pasos la llevaron hasta la ventana, pero ni siquiera la vista logró distraerla de la culpa que le consumía. Sus ojos volvían una y otra vez al teléfono, y con él, al recuerdo de la furia en el rostro de Nathan cuando descubrió que contactó a alguien.—Sara siempre estuvo ahí para mí —murmuró, apoyando la frente contra el cristal frío—. Cuando perdí a mis padres, y luego tuve que abandonar mis estudios para convertirme en madre... Fue mi único apoyo.Pero las palabras de Nathan la hicieron dudar. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si confiar en Sara no solo la ponía en riesgo a ella, sino también a Emma? El pensamiento le revolvió el estómago.Después de lo que pareció una eternidad dando vueltas por la sala, Liz tomó el teléfono. Sus dedos temblaron mientras marcaba el número de la única persona que le daría un poco de c
Liz dio su recorrido por el pinar, satisfecha al notar que su resistencia mejoraba. Al entrar, encontró a Nathan inclinado sobre la mesa del comedor, rodeado de documentos. Desde que volvió, lucía tenso, con llamadas que terminaban cuando ella entraba y conversaciones en voz baja con su padre. Esta vez, la preocupación en su rostro era tan evidente que no pudo ignorarla.Sin embargo, años con Richard le habían enseñado que preguntar sobre trabajo significaba exponerse a una ofensa, pero la angustia en el ceño fruncido de Nathan pudo más que sus miedos.Él levantó la mirada, y pareció debatirse entre compartir su preocupación o no. Así que al reconocer el gesto, le dio la espalda.—Lo siento —se apresuró a retroceder.—No, no es eso —Nathan soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello—. Es algo del negocio de mi padre. El alcalde nos está pidiendo una suma exorbitante para mantener una carga en sus bodegas. El problema no es el dinero, sino que si accedemos...—El próximo será m
Nathan observó a Liz mientras cerraba la puerta tras despedir a Sara y Samuel. El sonido del pestillo hizo que fuera más consciente de que algo había cambiado en ella desde que la boca floja de Sara presionó para saber más y él tuvo que revelar algo que habría querido decírselo en un mejor momento.Cuando se giró hacia él, la mujer vulnerable que conocía parecía haber desaparecido. Y ahora, la reemplazara alguien con una mirada fría y calculadora, pero que de una forma retorcida parecía atraerlo más.—Siéntate—, ordenó Liz, señalando el sofá mientras ella permanecía de pie, dominando el espacio de una manera que nunca antes había intentado.—Ahora entiendo muchas cosas. Pero hay algo que sigue sin cuadrar. Me salvaste... sabiendo que ibas a traicionar a tu padre. ¿Por qué?Nathan sintió que las palabras se atascaron en su garganta mientras buscaba una respuesta que no lo expusiera demasiado.—Porque en ese momento no sabía que tú eras mi objetivo —respondió al fin odiando cómo sonó la
Liz vio a Nathan volver al salón y aunque quería concentrarse en los documentos del proyecto le fue imposible. Él se dirigió al minibar con lentitud, pero ya no pudo esperar más. Con la verdad de su atentado expuesta, necesitaba respuestas y Nathan parecía empecinado en continuar con sus misterios. Ahora, con esta nueva pieza, no sabía dónde colocarla en el gran puzle que era la familia Kingston y sus verdaderas actividades.—Esos asaltos… —dijo, con más firme de lo que esperaba— ¿tienen algo que ver con tu herida de bala de hace unos días?Nathan no se giró y mantuvo su atención en el vaso que sostenía. —Por supuesto que no. Sería excesivo pensar que…Liz se inclinó hacia adelante.—¿Seguro? —insistió, con un tono que no admitía evasivas—. Porque desde que llegué aquí, he aprendido que en tu mundo, las coincidencias no existen.El tintineo del cristal al servir más whisky fue su única respuesta, pero luego añadió:—No tienes por qué preocuparte por eso.Liz se levantó del sofá y se
Nathan empujó la puerta con más fuerza de la necesaria, sosteniendo a Liz por la cintura para que no resbalara en el piso del vestíbulo. Ambos entraron a trompicones, con las respiraciones agitadas por correr el último tramo cuando la llovizna se convirtió en tormenta. Sus ropas empapadas dejaron un rastro de agua en el suelo.Liz se quitó las zapatillas llenas de lodo con un gesto de frustración mientras su cabello mojado se pegaba a su rostro y cuello, y Nathan tuvo que contener el impulso de apartarlo con sus dedos.—Estoy calada hasta los huesos.—Pero estamos vivos —respondió él, incapaz de desviar la mirada cuando se despojó del abrigo y vio la tela adherida a cada curva de su cuerpo.Sin pensarlo dos veces, Nathan dejó caer el suyo y dio un paso hacia ella, atrapándola entre la pared y su cuerpo antes de que pudiera reaccionar. Liz jadeó, sorprendida, pero no lo apartó cuando él se inclinó y saboreó sus labios.Estaba desesperado, hambriento. Quería devorar cada rincón de su bo