Nathan apretó el acelerador, serpenteando por las calles desoladas de ese sector. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios y eso no cambió aún cuando se adentró en la ciudad.—Maldita sea, Elizabeth —murmuró, golpeando el volante—. ¿Por qué tienes que ser tan obstinada?—Una cirugía. Es que no lo entiendo. Prefieres arriesgarte, arriesgarnos a todos.Frenó con brusquedad frente a la casa de Sara Campbell. El vecindario estaba en silencio, demasiado tranquilo para su gusto. Bajó del auto dando un portazo y subió los escalones de dos en dos.—¡Sara! —gritó, aporreando la puerta. El silencio fue su única respuesta. Buscó instintivamente su teléfono, maldiciendo al darse cuenta de que lo olvidó en la villa.Si Liz decidía llamar a más personas todo lo que hizo por ella dejaría de tener sentido, pero qué más podía hacer. ¿Obligarla a quedarse?Negó con la cabeza y miró la casa oscura una última vez antes de subir a su auto, decidiendo ir al origen de este embrollo.Conduj
La mañana se había instalado en la villa con una calma que le resultaba insoportable. No durmió nada, así que se levantó del sofá, incapaz de mantener quietas las manos. Sus pasos la llevaron hasta la ventana, pero ni siquiera la vista logró distraerla de la culpa que le consumía. Sus ojos volvían una y otra vez al teléfono, y con él, al recuerdo de la furia en el rostro de Nathan cuando descubrió que contactó a alguien.—Sara siempre estuvo ahí para mí —murmuró, apoyando la frente contra el cristal frío—. Cuando perdí a mis padres, y luego tuve que abandonar mis estudios para convertirme en madre... Fue mi único apoyo.Pero las palabras de Nathan la hicieron dudar. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si confiar en Sara no solo la ponía en riesgo a ella, sino también a Emma? El pensamiento le revolvió el estómago.Después de lo que pareció una eternidad dando vueltas por la sala, Liz tomó el teléfono. Sus dedos temblaron mientras marcaba el número de la única persona que le daría un poco de c
Liz dio su recorrido por el pinar, satisfecha al notar que su resistencia mejoraba. Al entrar, encontró a Nathan inclinado sobre la mesa del comedor, rodeado de documentos. Desde que volvió, lucía tenso, con llamadas que terminaban cuando ella entraba y conversaciones en voz baja con su padre. Esta vez, la preocupación en su rostro era tan evidente que no pudo ignorarla.Sin embargo, años con Richard le habían enseñado que preguntar sobre trabajo significaba exponerse a una ofensa, pero la angustia en el ceño fruncido de Nathan pudo más que sus miedos.Él levantó la mirada, y pareció debatirse entre compartir su preocupación o no. Así que al reconocer el gesto, le dio la espalda.—Lo siento —se apresuró a retroceder.—No, no es eso —Nathan soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello—. Es algo del negocio de mi padre. El alcalde nos está pidiendo una suma exorbitante para mantener una carga en sus bodegas. El problema no es el dinero, sino que si accedemos...—El próximo será m
Nathan observó a Liz mientras cerraba la puerta tras despedir a Sara y Samuel. El sonido del pestillo hizo que fuera más consciente de que algo había cambiado en ella desde que la boca floja de Sara presionó para saber más y él tuvo que revelar algo que habría querido decírselo en un mejor momento.Cuando se giró hacia él, la mujer vulnerable que conocía parecía haber desaparecido. Y ahora, la reemplazara alguien con una mirada fría y calculadora, pero que de una forma retorcida parecía atraerlo más.—Siéntate—, ordenó Liz, señalando el sofá mientras ella permanecía de pie, dominando el espacio de una manera que nunca antes había intentado.—Ahora entiendo muchas cosas. Pero hay algo que sigue sin cuadrar. Me salvaste... sabiendo que ibas a traicionar a tu padre. ¿Por qué?Nathan sintió que las palabras se atascaron en su garganta mientras buscaba una respuesta que no lo expusiera demasiado.—Porque en ese momento no sabía que tú eras mi objetivo —respondió al fin odiando cómo sonó la
Liz vio a Nathan volver al salón y aunque quería concentrarse en los documentos del proyecto le fue imposible. Él se dirigió al minibar con lentitud, pero ya no pudo esperar más. Con la verdad de su atentado expuesta, necesitaba respuestas y Nathan parecía empecinado en continuar con sus misterios. Ahora, con esta nueva pieza, no sabía dónde colocarla en el gran puzle que era la familia Kingston y sus verdaderas actividades.—Esos asaltos… —dijo, con más firme de lo que esperaba— ¿tienen algo que ver con tu herida de bala de hace unos días?Nathan no se giró y mantuvo su atención en el vaso que sostenía. —Por supuesto que no. Sería excesivo pensar que…Liz se inclinó hacia adelante.—¿Seguro? —insistió, con un tono que no admitía evasivas—. Porque desde que llegué aquí, he aprendido que en tu mundo, las coincidencias no existen.El tintineo del cristal al servir más whisky fue su única respuesta, pero luego añadió:—No tienes por qué preocuparte por eso.Liz se levantó del sofá y se
Nathan empujó la puerta con más fuerza de la necesaria, sosteniendo a Liz por la cintura para que no resbalara en el piso del vestíbulo. Ambos entraron a trompicones, con las respiraciones agitadas por correr el último tramo cuando la llovizna se convirtió en tormenta. Sus ropas empapadas dejaron un rastro de agua en el suelo.Liz se quitó las zapatillas llenas de lodo con un gesto de frustración mientras su cabello mojado se pegaba a su rostro y cuello, y Nathan tuvo que contener el impulso de apartarlo con sus dedos.—Estoy calada hasta los huesos.—Pero estamos vivos —respondió él, incapaz de desviar la mirada cuando se despojó del abrigo y vio la tela adherida a cada curva de su cuerpo.Sin pensarlo dos veces, Nathan dejó caer el suyo y dio un paso hacia ella, atrapándola entre la pared y su cuerpo antes de que pudiera reaccionar. Liz jadeó, sorprendida, pero no lo apartó cuando él se inclinó y saboreó sus labios.Estaba desesperado, hambriento. Quería devorar cada rincón de su bo
El cerrojo de la puerta hizo eco en la habitación cuando Elizabeth por fin pudo respirar. Se quedó inmóvil en la cama, con la mirada fija en el techo mientras las palabras que escuchó de su boca resonaban en su mente cuál mantra imposible.—Te amo, Elizabeth —repitió imitando su voz ronca.Sí, debió haberse equivocado. Un hombre como Nathan Kingston, que emanaba poder con cada respiración, no iba a declarar su amor así, sin más. El salvarla de una muerte segura no significaba nada. Su torpeza y fragilidad no resultarían atractivas para alguien acostumbrado a mujeres como Sophia Reed. Además, ellos tenían años sin relacionarse, sin saber nada el uno del otro, y era evidente que él ya no era ni la sombra del chico tímido y serio que recordaba de su adolescencia.Sin embargo, su cuerpo no parecía entender razones. Tuvo que presionar ambas manos contra su pecho, intentando contener la oleada de sensaciones que la atravesaba. Una risita nerviosa, igual que la de anoche cuando él se ofrec
Era de noche cuando llegaron al estacionamiento subterráneo de una clínica privada. No era la de Samuel, notó con cierta inquietud. A pesar de su vacilación inicial, siguió a la enfermera por los largos pasillos donde el aroma antiséptico se mezclaba con notas florales. El sonido de los zapatos de la mujer contra el suelo la irritaba con cada paso.La sorprendió encontrar a Samuel en el consultorio junto a un enfermero. Aunque él esbozó una sonrisa profesional, Liz notó que no alcanzaba sus ojos.—Candidato 423 —dijo él a modo de saludo. Un escalofrío la recorrió al escuchar el término. La frialdad con que lo pronunció era un recordatorio brutal de lo que estaba a punto de hacer.—¿Es necesario? —preguntó mientras se sentaba frente al escritorio.Samuel la observó por encima de sus gafas. —La despersonalización es parte del proceso. Te ayudará a adaptarte mejor a tu nueva identidad.Los siguientes noventa minutos se convirtieron en un desfile interminable de pruebas y formularios. Ca