El cerrojo de la puerta hizo eco en la habitación cuando Elizabeth por fin pudo respirar. Se quedó inmóvil en la cama, con la mirada fija en el techo mientras las palabras que escuchó de su boca resonaban en su mente cuál mantra imposible.—Te amo, Elizabeth —repitió imitando su voz ronca.Sí, debió haberse equivocado. Un hombre como Nathan Kingston, que emanaba poder con cada respiración, no iba a declarar su amor así, sin más. El salvarla de una muerte segura no significaba nada. Su torpeza y fragilidad no resultarían atractivas para alguien acostumbrado a mujeres como Sophia Reed. Además, ellos tenían años sin relacionarse, sin saber nada el uno del otro, y era evidente que él ya no era ni la sombra del chico tímido y serio que recordaba de su adolescencia.Sin embargo, su cuerpo no parecía entender razones. Tuvo que presionar ambas manos contra su pecho, intentando contener la oleada de sensaciones que la atravesaba. Una risita nerviosa, igual que la de anoche cuando él se ofrec
Era de noche cuando llegaron al estacionamiento subterráneo de una clínica privada. No era la de Samuel, notó con cierta inquietud. A pesar de su vacilación inicial, siguió a la enfermera por los largos pasillos donde el aroma antiséptico se mezclaba con notas florales. El sonido de los zapatos de la mujer contra el suelo la irritaba con cada paso.La sorprendió encontrar a Samuel en el consultorio junto a un enfermero. Aunque él esbozó una sonrisa profesional, Liz notó que no alcanzaba sus ojos.—Candidato 423 —dijo él a modo de saludo. Un escalofrío la recorrió al escuchar el término. La frialdad con que lo pronunció era un recordatorio brutal de lo que estaba a punto de hacer.—¿Es necesario? —preguntó mientras se sentaba frente al escritorio.Samuel la observó por encima de sus gafas. —La despersonalización es parte del proceso. Te ayudará a adaptarte mejor a tu nueva identidad.Los siguientes noventa minutos se convirtieron en un desfile interminable de pruebas y formularios. Ca
Las dos semanas transcurrieron con una rapidez increíble desde aquel encuentro en el desván. Esa mañana, durante el entrenamiento, Nathan no le dio ni un respiro, temiendo no haberla preparado lo suficiente.—Otra vez —ordenó, observando cómo Liz jadeaba, el sudor empapando su camiseta—. Tu enemigo no te dará tiempo para recuperar el aliento.Liz tomó posición, pero sus brazos temblaron al levantar el arma.—Mantén los codos firmes —la corrigió Nathan, acercándose a ella por detrás—. Si dejas que tiemble el arma, fallarás el tiro y estarás muerta.—Ya no puedo... lo hemos hecho muchas veces —La voz de Liz sonaba quebrada, y sus piernas temblaron por agacharse y ponerse de pie para luego disparar.Pero Nathan se acercó, invadiendo su espacio personal. —¿No puedes? ¿O no quieres? —Su aliento rozó la mejilla de Liz y a pesar de que estuvo tentado a lamerla, se contuvo—. La diferencia entre vivir y morir está en esos últimos segundos, cuando crees que ya no puedes más.—¡Dije que no puedo
Nathan entró a su habitación con paso cansado. La necesidad de una ducha urgente pesaba sobre sus hombros, pero los persistentes reclamos de Liz le impedían concentrarse en algo tan simple. Todo había estallado cuando ella lo escuchó mencionar el cargamento de armas rusas programado para esa noche.—Quiero ir contigo al muelle —insistió ella por enésima vez, mientras lo observaba desvestirse—. Si voy a ser parte de esto, necesito aprender cómo funciona todo.—No hasta que cambies tu apariencia —respondió Nathan, quitándose la camiseta con movimientos tensos—. Los rusos son paranoicos. Si alguien te reconoce, todo el plan se va a la mierda.El ambiente en la habitación se volvió más denso con cada palabra intercambiada, la frustración palpable entre ambos. Nathan sabía que la determinación de Liz no cedería fácilmente, pero él tampoco podía permitirse correr riesgos innecesarios.—¿Y después qué? —Liz avanzó un paso, su mandíbula tensa—. ¿Seguirás encontrando excusas para mantenerme al
Liz se percató del momento exacto cuando a Nathan se le transformaba la mirada de amante a depredador en cuestión de segundos y luego el cuerpo que la había hecho suya momentos antes ahora se movió con una precisión letal. Liz observó, paralizada, cómo se ponía a medias el pantalón de chándal negro. El sudor aún brillaba en su torso cuando sacó un arma del cajón de la mesita de noche y la familiaridad con la que la empuñó le recordó quién era en realidad.—Nathan... —Su voz sonó pequeña.—Cierra con pestillo —instruyó él, su mirada encontró la suya—. Y no abras. No importa lo que escuches.Liz no supo qué responder, pero él no se movió.—Júralo —susurró.Entonces, Liz asintió al notar la determinación en sus ojos, porque no parecía la resolución fría de un asesino, sino la ferocidad protectora de alguien dispuesto a matar por ella. Por primera vez, Liz entendió que sus promesas no eran solo palabras.—¡Nathan! —La voz de James sonó más cerca. Afuera del pasillo. Liz se movió entonces
Liz no se movió una vez que Nathan se fue, excepto para cubrirse con la colcha. Pasaron horas hasta que reunió el valor suficiente y salió a su habitación, pero en cuanto el agua tocó su piel, sucedió lo de siempre y se echó a llorar, y es que había convertido el baño en su lugar sagrado para limpiar sus penas sin sentir vergüenza. Sus dedos rozaron las marcas que Nathan dejó en su piel, testigos silenciosos de la pasión que compartieron antes de la llegada de su padre. Y las preguntas que siempre la atormentaban sobre Richard se mezclaron esta vez con una traición más antigua y dolorosa, porque descubrió que todo lo compartido con Amelia, fue una mentira desde el principio.Se obligó a salir y se envolvió en una toalla hasta llegar al escritorio, donde había dejado el diario de Amelia. Lo encontró junto a otros en el desván, mientras buscaba pruebas contra los Kingston, pero lo que descubrió fue devastador. Cada página fue un puñal a recuerdos que creyó sagrados: las tardes comparti
Nathan observó las puertas cerrarse tras Liz. Sus dedos apretaron la cadena que acababa de entregarle, el metal clavándose en su palma. Sus labios aún vibraban con esas tres palabras que ella pronunció antes de desaparecer.Lo amaba.Un gesto de triunfo hizo que sintiera la cara arder, él el temible King de las calles más peligrosas de la ciudad, pero sucedió antes de que pudiera contenerlo. Él, que había pasado las últimas semanas comportándose como un imbécil, alejándola con palabras cortantes y silencios helados, había conseguido que ella lo amara. La ironía no se le escapaba. Pero esas eran palabras peligrosas que convertían objetivos en personas y que hacían dudar a hombres como él.El pasillo de la clínica olía a desinfectante y muerte, no lo soportaba, porque le traía malos recuerdos. Nathan se pasó una mano por el rostro, consciente del tiempo que se le escapaba. Mario ya debería estar borrando cualquier rastro de Liz Turner en la villa, producto de la visita de su padre.Su
El antiséptico le golpeó las fosas nasales. Nathan apretó los dientes mientras cada paso lo llevaba de vuelta al día en que tuvo que reconocer el cuerpo de su madre y debió fingir que desconocía lo que le ocurrió.Una enfermera ahogó un grito al ver sus manos ensangrentadas, pero él la ignoró. Lo único que le importaba era encontrar a Sam.—¿Samuel Brennan? —preguntó con voz ronca, irreconocible incluso para él mismo.—Sigue en cirugía —respondió otra enfermera tras el mostrador sin molestarse en levantar la vista. Su indiferencia lo enfureció más de lo que debería—. Si es familiar, puede usar la sala de espera y en cuanto esté disponible, él se reunirá con usted.Nathan siguió su mirada hacia un monitor en la pared, donde el apellido del médico parpadeaba en la lista de cirugías activas. Quiso arrancarlo de ahí con las manos, En cambio, sus pasos lo llevaron hasta la capilla del lugar. Un espacio que había evitado desde lo de Liz, pero en ese momento, le pareció el único refugio posi