23. Juramentos

Los ojos esmeralda de Elizabeth Turner ardían llenos de deseo. Aunque la herida en su costado latía al mismo ritmo que su corazón, Nathan supo que esa madrugada el dolor físico no lo detendría. Su mirada se detuvo en los pezones que se marcaban a través de la bata de seda, y sin pensarlo, soltó su muñeca para deshacer la cinta que resguardaba su desnudez.

La tela se abrió y, antes de que ella se cubriera con ambas manos, fue la suya la que se adelantó y tomó su barbilla para apoderarse de sus labios y mordisquearlos con ardor. Siguió por su cuello, embriagándose de su olor a mujer, y su dulce excitación llegó de inmediato, haciéndolo salivar.

La hizo caminar hacia atrás hasta que le ayudó a recostarse en la cama y no pudo encontrar en su memoria una estampa más sensual de una mujer dispuesta.

—Voy a poseerte, ángel —susurró su voz, un gruñido que revelaba su vulnerabilidad y su ferocidad mientras acariciaba su enorme seno y viajaba por esa piel tan suave y dócil hasta llegar a su musl
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