Nathan apretó los dientes, conteniéndose al ver a Samuel, indicándole a Elizabeth que se sentara en una camilla dentro del despacho.No entendía cómo es que parecía ajena al peligro que pudo haber provocado al ir tras Emma de esa forma. Una docena de escenarios se arremolinaron en su cabeza en cuanto se dio cuenta de que salió de esa casa, cada uno más catastrófico que el anterior. Samuel la hizo ponerse una bata de seda que le quedaba demasiado bien, pero que no pudo disfrutar del todo cuando su amigo examinaba las costillas de Liz y al presionar, provocó un siseo de dolor.—¿Siempre entrenas a tus protegidas con tanto… entusiasmo? —comentó, arqueando una ceja en su dirección.—No soy su… nada —respondió.Samuel sonrió al dejarla y moverse hacia un armario y murmuró solo para Nathan:—Cierto, creo que se convirtió en tu obsesión.El aludido cruzó los brazos, tensando la mandíbula.Samuel tomó notas en su tablet mientras continuaba el examen.—¿Sabes? Cuando dije que la mantuvieras a
Elizabeth contempló lo lejos que estaban las luces de la ciudad desde la terraza mientras Samuel le servía más vino. El aire fresco de la noche acariciaba su rostro, trayendo consigo el aroma de los jazmines del jardín, pero a pesar del buen momento, no pudo evitar un suspiro desganado. Ya tenían horas intercambiando risas y anécdotas con personas en común, pero a Liz le parecía demasiado extraño que no la interrogara en absoluto. Así que, después de un rato de conversación ligera, decidió preguntarle sin rodeos.—¿No se te hace curioso que no hablemos de todo lo que está pasando? Quiero decir, mi funeral, los medios…Samuel dejó su copa de vino sobre la mesa y la miró con una sonrisa cálida pero algo cansada.—Liz, para mantener la amistad de Nathan he tenido que aprender a ver y callar. Es lo mejor y ahora que empiezo a conocerte, puedo estar seguro de que tienes buenos motivos para actuar así.Elizabeth asintió, comprendiendo la situación. Samuel continuó, su voz adquiriendo un to
Los ojos esmeralda de Elizabeth Turner ardían llenos de deseo. Aunque la herida en su costado latía al mismo ritmo que su corazón, Nathan supo que esa madrugada el dolor físico no lo detendría. Su mirada se detuvo en los pezones que se marcaban a través de la bata de seda, y sin pensarlo, soltó su muñeca para deshacer la cinta que resguardaba su desnudez.La tela se abrió y, antes de que ella se cubriera con ambas manos, fue la suya la que se adelantó y tomó su barbilla para apoderarse de sus labios y mordisquearlos con ardor. Siguió por su cuello, embriagándose de su olor a mujer, y su dulce excitación llegó de inmediato, haciéndolo salivar.La hizo caminar hacia atrás hasta que le ayudó a recostarse en la cama y no pudo encontrar en su memoria una estampa más sensual de una mujer dispuesta.—Voy a poseerte, ángel —susurró su voz, un gruñido que revelaba su vulnerabilidad y su ferocidad mientras acariciaba su enorme seno y viajaba por esa piel tan suave y dócil hasta llegar a su musl
Nathan aparcó frente a la mansión Kingston, y suspiró con cansancio al escuchar la puerta del auto ser azotada por Amelia. El frío de la madrugada se coló por las ventanas mientras la observaba subir las escaleras de entrada, casi llevándose de encuentro a Jeremy. Una sonrisa sardónica se dibujó en sus labios al notar que este ni se inmutó por ello, pero la herida en su costado palpitó, recordándole que debería estar en la cama con Liz, en lugar de lidiar con esta m****a.Mario apareció junto a su ventana antes de que pudiera salir. Su rostro, por norma relajado, mostraba líneas de preocupación.—Jefe, tenemos un problema con Sophia. Amenazó con encargarse de la señora Crawford, a cualquier costo.Nathan mantuvo su expresión impasible, pero la mención del apellido de Richard vinculado a Elizabeth le hizo apretar el volante con más fuerza.—Sé más preciso —pidió con frialdad. Estaba hartándose de la actitud de esa mujer.—Me ordenó acceder a las cámaras de Samuel. Cuando no lo logró, me
El sonido de las aves en el jardín se filtraba a medios por la ventana colonial del comedor, mientras Elizabeth miraba con cara de angustia el móvil de Samuel. El ardor en sus mejillas no tenía nada que ver con la fiebre esta vez, y la sensación solo se intensificó bajo la mirada de Samuel.—¿Qué hice? —susurró al techo.Las palabras de Nathan detrás de la cabaña la mañana de ayer sobre desearla en su cama la marcaron como un hierro candente. Cedió ante él, tan pronto… igual que una tonta necesitada de atención. Y lo peor no fue entregarse a él, sino llamarlo después, rogando por su presencia sin tener ningún derecho.La culpa la carcomía por dentro, no solo por su impulsividad, sino porque muy en el fondo, sabía que volvería a hacerlo. Samuel solo dio voz a lo que ella ya deseaba con esa sonrisa lobuna que empezaba a conocer.Se bañó tras despertar desorientada, adolorida en lugares insospechados, entre sábanas revueltas con manchas de sangre seca. Sacudió la cabeza para olvidar que
La sensación de los dedos de Liz deslizándose por su piel con nerviosismo era como fuego líquido en sus venas. Cada roce tímido, sus caricias inseguras sobre los músculos de su espalda lo empujaba más cerca del límite de su control. Se arqueó encima de ella, conteniendo el peso de su cuerpo mientras luchaba contra el impulso de tomarla sin miramientos.Él deslizó la mano por su muslo, apartando el suave tejido de la bata para abrirla por completo. Quería consumirla, marcarla, asegurarse de que supiera que le pertenecía de una forma en que nadie más lo había hecho. Pero algo en su respiración errática lo detuvo.—Ángel… —murmuró contra su cuello, buscando su mirada.Ella evitó sus ojos, tensándose, mientras sollozaba sin dejarse ver. Nathan sintió una punzada en el pecho y se apartó para deslizar los dedos por su rostro.—Dime qué pasa.—Lo siento… —murmuró Liz, con la voz quebrada—. Es que… soñé con Emma.El cambio en el aire fue inmediato. Nathan observó sus las lágrimas llenando sus
Elizabeth pasó los dedos por los diagramas del arma esparcidos sobre la mesa del sótano mientras las palabras de Samuel sobre ese misterioso proyecto resonaban en su mente, tentándola con un mundo de posibilidades para ella y su hija.—Esperaba que subieras —La voz de Nathan la sobresaltó.—No puedo —Liz mantuvo la mirada fija en los papeles.—¿Por qué no?Elizabeth alzó la vista y elevó una de las hojas para no tener que explicarse. Sin embargo, al verlo tan impasible, la frustración inundó su pecho.—Porque cada minuto que paso aquí sentada es una oportunidad más para que Richard haga desaparecer todo por lo que luché para mi hija.Nathan se cruzó de brazos y su expresión endureció.—¿Y qué planeas hacer? ¿Dispararle desde aquí?—No —respondió entre dientes—, pero ayudaría que hables con Samuel.Las palabras escaparon antes de poder contenerlas, pero Nathan la miró confundido, así que le aclaró:—Me habló sobre el Proyecto Fénix y lo que hacen.La mandíbula de Nathan se tensó visibl
Nathan apretó el acelerador, serpenteando por las calles desoladas de ese sector. Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios y eso no cambió aún cuando se adentró en la ciudad.—Maldita sea, Elizabeth —murmuró, golpeando el volante—. ¿Por qué tienes que ser tan obstinada?—Una cirugía. Es que no lo entiendo. Prefieres arriesgarte, arriesgarnos a todos.Frenó con brusquedad frente a la casa de Sara Campbell. El vecindario estaba en silencio, demasiado tranquilo para su gusto. Bajó del auto dando un portazo y subió los escalones de dos en dos.—¡Sara! —gritó, aporreando la puerta. El silencio fue su única respuesta. Buscó instintivamente su teléfono, maldiciendo al darse cuenta de que lo olvidó en la villa.Si Liz decidía llamar a más personas todo lo que hizo por ella dejaría de tener sentido, pero qué más podía hacer. ¿Obligarla a quedarse?Negó con la cabeza y miró la casa oscura una última vez antes de subir a su auto, decidiendo ir al origen de este embrollo.Conduj