El golpeteo de la lluvia contra los cristales se filtró en la consciencia de Liz. Sus párpados pesaban como plomo y cada respiración enviaba punzadas de dolor a través de sus costillas. El accidente. El acantilado. El agua helada. Los recuerdos la golpearon en oleadas confusas.Parpadeó varias veces, ajustando su vista a la penumbra. No reconoció el techo de madera sobre ella ni el olor a tierra mojada que se mezclaba con el antiséptico. Giró la cabeza, notando los monitores médicos y el equipo improvisado que la rodeaba. Esto no era un hospital.Un leve movimiento captó su atención y descubrió a Nathan Kingston dormitando en una silla desgastada junto a la cama, y el pánico se apoderó de ella al recordar lo que le dijo el hombre intimidante. Él era King. Intentó incorporarse, pero el dolor le provocó un jadeo involuntario y los ojos de Nathan se abrieron al instante, y su mirada gris la dejó paralizada en la misma posición.—¿Dónde me trajeron? —le ardió la garganta al hablar—. ¿Por
Elizabeth se ajustó el vestido negro frente al espejo del pasillo, tirando de la tela para disimular un poco sus curvas. Suspiró, vencida. Desde el nacimiento de Emma, su cuerpo se negaba a volver al que fue, a pesar de su constante lucha con ejercicios y dietas que no parecían funcionar. Se pasó las manos por las caderas, recordando cómo Richard le susurraba lo hermosa que era. Ahora, esos momentos parecían tan lejanos.La mirada de reprobación que le dio en el auto, hizo evidente que no estaba de acuerdo con el vestido que eligió, pero ya no tenían tiempo para que ella se cambiara.Al llegar, Richard dudó entre ayudarle a bajar o dejar que el conductor lo hiciera, pero al sentirse observado, balbuceó algo y le ofreció su mano. Después de forzar una sonrisa con los anfitriones, su esposo desapareció de su lado y ella tuvo que llevar a Emma con los demás niños, pero la incomodidad persistía en su pecho.Al volver al salón principal, Richard se le acercó y sin molestarse en ocultar su
Nathan siguió la voluptuosa figura de Liz con la mirada hasta que se perdió dentro del salón. Algo en su vulnerabilidad siempre despertó un instinto protector en él, pero esta vez lo aplastó de inmediato. No era momento para distracciones. Marcus Chen, el imbécil que le debía dinero a su padre, acababa de escabullirse hacia el baño.Lo siguió con calma y al entrar tras él, lo encontró inclinado sobre el lavabo. Así que lo agarró por el cuello de la camisa y lo estrelló contra la pared.—Una semana de retraso. Te advertí que no jugaras conmigo.Chen tartamudeó excusas patéticas, pero Nathan lo silenció con un puñetazo en el estómago y lo vio desplomarse al suelo con un quejido lastimero.La puerta se abrió de golpe y al voltear, notó el rostro de Richard Crawford contrayéndose al ver la escena, pero intentó disimular su nerviosismo con esa sonrisa falsa que tanto despreciaba.—James mencionó que irían al golf. ¿Vas a…?Nathan lo miró sin expresión. Crawford era un parásito, alimentándo
Liz entró en la oficina esa mañana, desvelada, pero disfrutando el silencio del fin de semana. El sábado era su día favorito para ponerse al día con los reportes de las nuevas propiedades, porque solía imaginar en lo que podían convertirse después de hacer su magia con las renovaciones, como cuando era niña y acompañaba a su padre.Se sentó en su escritorio, respirando hondo, y luego vio a Richard entrar a su oficina. El corazón le dio un vuelco al verlo fresco y campante. No había vuelto a casa después de la fiesta, y aunque se excusó por un mensaje por algo del trabajo, su presencia tan temprano la tomó por sorpresa.—No estoy lista para esto —murmuró, concentrándose en el correo que estaba redactando.Liz evitó mirarlo durante un par de horas y el tiempo pasó demasiado lento hasta que el ruido de tacones resonó en el pasillo. Al levantar la vista, vio a Amelia entrar en la oficina con su característica energía.—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañada, porque no tenía nada pendiente q
Nathan observó el Black Tide desde su asiento habitual, y aunque extraño, encontraba reconfortante el aroma a madera vieja del lugar. Walter entró como un vendaval, golpeando el hombro de un cliente que se apartó de inmediato al reconocerlo y negó sonriendo. Su amigo era un maldito engreído. Gloria se acercó a su mesa, su característico moño gris enmarcando un rostro curtido, pero aún atractivo. Sus ojos astutos y una leve sonrisa coqueta le daban un aire de sabiduría y picardía que delataba sus años como propietaria del bar. —¿Las chicas de siempre para los caballeros? —preguntó, deslizando una uña con delicadeza por el cuello de Walter.La mención de su padre borró cualquier diversión que pudiera sentir Nathan por el nerviosismo de su amigo ante el gesto de la madura mujer. Su mandíbula se tensó, y Gloria captó la señal, alejándose con cadencia. Lo mejor era que mantuvieran la distancia: ella no estaba para juegos, y Walter era demasiado volátil para una vida tranquilaLo observó
El fin de semana fue tenso entre ellos, pero Liz mantuvo la esperanza de que al llegar a la oficina todo mejoraría con la noticia que tenía. Vio cómo le servían el café y cuando estaba por pedir más azúcar, Richard entró al comedor y arrojó algo sobre la mesa. Reconoció el contrato en el que había estado trabajando de inmediato.—¿Crees que soy un tonto? —preguntó en voz baja mientras apoyaba ambas manos en el otro extremo de la madera.Liz levantó la mirada, confundida, y luchó por mantener la calma.—Richard, logré cerrar el acuerdo de renta para el edificio. Creí que estarías… orgulloso —al final de la frase su voz tembló.La sonrisa gélida de Richard le heló la sangre al verlo acercarse, acorralándola en la silla y, por instinto, se puso de pie. Pero no esperaba que la siguiera hasta que chocó la espalda contra la fría pared.—¿Orgulloso? Todo lo que haces es sabotearme, Liz. Sabes que lucho a diario por mantener un pie tu legado, pero tú, con tus “decisiones” solo me dejas como u
Chapter 6: Perdiendo el controlElizabeth regresó a casa, con un vacío aplastante en su pecho. Al menos había tenido la fortuna de que la desconocida que acompañaba a Nathan en el bar llamara su atención gritando colgada del cuello del chef, y eso le dio tiempo para huir y tomar un taxi sin que tuviera que disculparse ante él por ser tan patética.Se sentó en el sillón de la sala, aguardando a Richard, pero las horas pasaron en una angustiosa espera y la acumulación de los mensajes y llamadas sin respuesta que le hizo. Miró el cuadro pintado a mano que tenía enfrente de ella con Richard, junto a sus padres cuando seguían con vida y celebraban uno de sus aniversarios.Sonrió con amargura al recordarse aún con sus brackets. Le confesó a su madre que le gustaba Richard y que asistió a la fiesta con un ramo de margaritas para ella.—Margaret, ni se te ocurra respaldar ese capricho —advirtió su padre, divertido. Mientras le ayudaba a Liz a colocar el collar de diamantes que hacía juego con
Elizabeth mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir a pesar de que escuchó a su esposo moverse por la habitación. Y sabía que estaba actuando como una cobarde, pero ya había agotado sus reservas de valentía y energía para seguir discutiendo, escuchar sus mentiras u obligarlo a confesar.El sonido de las gavetas siendo azotadas le erizaron la piel, pero se negó a mirar. Su corazón comenzó a latir más rápido al sentir el aroma maderado de su loción tan cerca y aun así no se movió. Escuchó la gaveta de su lado abrir y cerrar, y aunque la curiosidad era enorme, no cedió.—Deberías estar agradecida de que tu amiga sea tan sensata. Cualquier otra mujer te demandaría por calumnias —dijo Richard, muy cerca, pero su tono desprovisto de emociones le provocó un nudo en la garganta.Lo sintió alejarse y abrir las puertas dobles de su habitación. Pensó que se había marchado, pero su voz la puso en alerta otra vez al decir:—Quizá deberíamos considerar hablar con un psiquiatra. Tu comportamiento