El fin de semana fue tenso entre ellos, pero Liz mantuvo la esperanza de que al llegar a la oficina todo mejoraría con la noticia que tenía. Vio cómo le servían el café y cuando estaba por pedir más azúcar, Richard entró al comedor y arrojó algo sobre la mesa. Reconoció el contrato en el que había estado trabajando de inmediato.
—¿Crees que soy un tonto? —preguntó en voz baja mientras apoyaba ambas manos en el otro extremo de la madera.
Liz levantó la mirada, confundida, y luchó por mantener la calma.
—Richard, logré cerrar el acuerdo de renta para el edificio. Creí que estarías… orgulloso —al final de la frase su voz tembló.
La sonrisa gélida de Richard le heló la sangre al verlo acercarse, acorralándola en la silla y, por instinto, se puso de pie. Pero no esperaba que la siguiera hasta que chocó la espalda contra la fría pared.
—¿Orgulloso? Todo lo que haces es sabotearme, Liz. Sabes que lucho a diario por mantener un pie tu legado, pero tú, con tus “decisiones” solo me dejas como un idiota frente a todo el mundo.
Ella tragó, conteniendo las lágrimas.
—¿No era lo que pretendías?
—Planeaba poner contra las cuerdas a ese idiota. —Su dedo golpeó su sien con cada palabra—. Pero —lo—arruinaste—pequeña estúpida. ¿Lo-entiendes? ¿Hum? ¡Responde!
Elizabeth se quedó rígida por el grito. Aunque al verlo entrecerrar los ojos y que volviera a golpear como un pájaro carpintero su cabeza, asintió, mientras el miedo trepaba por su espina dorsal. Richard se apartó dedicándole un gesto de desprecio.
—Nunca me respetarán, porque no haces más que recordarles el pozo del que provengo, mi querida esposa.
El dolor se expandió en su pecho tras su tono lleno de sarcasmo cuando la miró.
—¿Eso piensas? —dio un paso hacia él—. ¿Que no estoy haciendo todo lo posible por nosotros?
Sin previo aviso, Richard arrasó con la comida que había en la mesa y la vajilla de su tatarabuela se hizo pedazos. Lo vio girar y volver a acercarse a ella al gruñir muy cerca de su rostro:
—Si lo hicieras, ya habrías cumplido con darme el hijo que me prometiste. Te aseguro que no estaríamos mendigando un triste contrato a esos italianos.
—Richard…
Lo miró sin poder reconocer en ese hombre furioso y fuera de control, al jovencito que la enamoró con sus detalles. El mismo que la procuró por el dolor físico y emocional que sufrió durante el embarazo de Emma, pero ahora lo usaba en su contra.
—¡¿Qué?!
—Tenemos suficiente —musitó por enésima vez—. La clausula de la herencia que impuso papá…
—Estoy harto de tus malditas excusas, Elizabeth, de tu incapacidad por concebir.
No se atrevió a mirarlo a los ojos al escuchar eso. Si la descubría…
—Si administramos mi fideicomiso con sensatez…
—Deja de repetir lo que Sara te mete en la cabeza. ¡Cierra la boca! —gritó—. Es mejor que…
La risa de Emma junto a la de Ana, su niñera, lo interrumpió. Liz giró y notó sus grandes ojos azules como los suyos, asustados, fijos en ellos.
Ana intentó llevársela y pidió disculpas, pero el daño estaba hecho. Así que negó y ella le permitió que corriera a sus brazos. Liz no tenía idea de lo que iba a decir, pero se le formó un nudo enorme en el estómago al sentir la tibieza de Emma.
—No sé cómo puedes hacerme esto, Liz —El tono de Richard cambió, suavizándose al murmurar—: Mi peor error fue pensar que me amabas por lo que soy.
Liz cerró los ojos con fuerza cuando pasó a su lado, reteniendo las ganas de llorar para que Emma no la viera, hasta que escuchó la puerta al cerrarse de un portazo.
* * *
Liz se deslizó en la oficina de Richard mientras él estaba en una reunión. Mary, su secretaria, levantó la mirada de su escritorio.
—Señora Turner, ¿necesita algo?
—No me llames como a mi madre —la reprendió con ternura y le entregó un paquete de sus chocolates favoritos—. Richard se enfadará si no usas su apellido.
Sonrió al ver a la mujer mayor oscilar los ojos y hacerle un gesto para que continuara su camino.
—Me pidió que revisara unos documentos del proyecto en Riverside. —Liz mantuvo su voz firme a pesar del temblor en sus manos—. ¿Podrías mostrarme su agenda? Necesito confirmar unas fechas.
Mary asintió y le dio acceso al calendario digital. Mientras fingía buscar información del proyecto, Liz escaneó las entradas de los próximos días. Sus ojos se detuvieron en una cita para el jueves: Cena de negocios - Velvet Restaurant, 8 PM, pero Richard no había mencionado nada al respecto.
—Gracias —musitó de regreso a su oficina y le marcó a Clara.
—¿Me llamaste para confirmar la revancha? —dijo del otro lado.
—El partido tendrá que esperar, querida. ¿Encontraste algo en los estados de cuenta? —susurró, cerrando la puerta. —Lo siento, Liz. Las transacciones son normales: restaurantes, tiendas, nada fuera de lo común. —Gracias, Clara. Te debo una —se despidió con suavidad antes de cortar la llamada.
Luego murmuró para sí: —El Velvet. —Lo buscó en el navegador y leyó en voz baja—: Uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad, ubicado en el Hotel Imperial. Dos estrellas Michelin, chef Armand DuPont. ¿Por qué me ocultas esta cena de negocios, Richard Crawford? Esposo mío.
El apelativo similar que usó esa mañana y en ese tono seguía haciéndole daño.
Cerró la laptop y se quedó mirando el cielo nublado desde su silla. La ciudad parecía seguir el mismo ritmo de siempre. En cambio, ella sentía que nada estaba bien en su vida.
* * *
Liz miró el reloj en la pantalla del móvil por quinta vez en diez minutos. Los números se burlaban de ella mientras intentaba concentrarse en el informe, pero las palabras se mezclaban sin sentido. Así que, vencida, cerró la laptop con más fuerza de la necesaria y salió de la empresa.
***
El trayecto a casa fue un borrón en su memoria. Para cuando llegó, Emma ya la esperaba con sus cuadernos desplegados sobre la mesa de la cocina, parloteando sobre su día en el colegio mientras hacían la tarea de matemáticas.
Liz asintió, sonrió y aplaudió en los momentos correctos, pero su mente seguía en esa misteriosa cita.
Después de cenar juntas y asegurarse que Ana llevaba a Emma a ponerse la pijama, Liz se cambió a un vestido negro simple y se despidió de ambas. Con el corazón, latiendo sin control, condujo hacia el Imperial.
Entró al bar del hotel, que desprendía un ambiente íntimo y agradable, se sentó en una mesa con vista al restaurante Velvet, pidió una copa de vino y fingió revisar su teléfono como si esperara a alguien.
Las horas pasaron lentas y no veía ninguna señal de la famosa cena de negocios. Su mirada se desvió a un pequeño grupo al fondo del bar y reconoció de inmediato a Nathan Kingston junto a una mujer pelirroja despampanante en compañía del famoso chef que vio esa tarde en internet. Pero no les tomó importancia, porque estaban demasiado enfocada en la sensación de inestabilidad emocional que la carcomía por dentro.
Se removió en su asiento, el estómago revuelto por los nervios y la incertidumbre. ¿Estaba exagerando? ¿Enloqueciendo? Algo era seguro, si Richard la encontraba ahí, se burlaría de ella, de lo que pretendía descubrir, cuando no era nada.
Era una tonta.
* * *
Tuvo que aceptar que sí, se había equivocado y llamó con un gesto a la camarera para entregarle su tarjeta. Volteó por última vez a la entrada del hotel.
La sonrisa que estaba dedicándose a sí misma se desfiguró en su rostro al ver a Richard atravesando el vestíbulo a paso veloz, sujetando a Amelia de la cintura, su mejor amiga, su confidente.
Se quedó paralizada, incapaz de apartar la mirada cuando se fundieron en un apasionado beso, riendo entre dientes, como un par de adolescentes enamorados. Los vio dirigirse a los ascensores, ajenos a todo lo que no fueran ellos mismos, mientras cada caricia, sus miradas cómplices, se hundían como una puñalada en su corazón.
Un nudo en la garganta se formó de inmediato al comprender la cruel verdad cuando se metían en uno de los ascensores y vio a su esposo presionar a su amiga contra la pared de metal, llevando su mano bajo su vestido.
Sintió que el bar giraba a su alrededor, pero salió dando traspiés, dispuesta a seguirles. Sus piernas parecían de gelatina mientras sus ojos veían con desesperación que la pantalla se detuvo en el piso dieciséis.
Esperó, luchando por controlar su respiración, confundida, tratando de dilucidar cómo y cuándo inició esto entre ellos. Había sido tan estúpida. Durante años y aún hacía unas horas, seguía creyendo que se odiaban, que le hablaban mal del otro, porque no se soportaban.
Richard no dejaba de repetir lo snob que era Amelia, y ella, que no entendía que se hubiese casado con un huérfano que no tenía nada que ofrecer, porque ni siquiera era tan atractivo. ¿Cómo no lo vio?
El ascensor se abrió y Liz asomó la cabeza, con las bilis en la garganta cuando vio la puerta del 1602 entreabierta, y los escuchó reír, luego gemir y gruñir como dos animales.
Se apoyó contra la pared, incapaz de sostenerse, y se dio cuenta de que no tendría el valor de enfrentarlos y que se burlaran de ella en su cara.
El sonido de sus gemidos llenó el pasillo, y el llanto amenazó con ahogarla. No podía moverse, porque no sabía qué hacer.
Entonces el golpe de una puerta cercana la hizo saltar en su sitio y escuchó a Richard maldecir.
—Tienes una boca deliciosa, Amelia.
—Solo para probarte mejor —dijo entre risas.
Del pecho de su esposo salió un sonido gutural que la desencajó y se echó a correr lejos de ahí, con el corazón partiéndose en un millón de fragmentos y con el eco burlón de aquellos sonidos que le recordaban cuán ciega había sido.
Llegó al estacionamiento sin saber cómo y escuchó su nombre. Alguien la hizo voltear cuando le cogió el brazo y chocó contra el duro pecho de Nathan. Lo vio mover los labios, pero no entendía.
El vino, el dolor y la traición se mezclaron, se inclinó sobre sus brillantes zapatos italianos y vomitó.
Chapter 6: Perdiendo el controlElizabeth regresó a casa, con un vacío aplastante en su pecho. Al menos había tenido la fortuna de que la desconocida que acompañaba a Nathan en el bar llamara su atención gritando colgada del cuello del chef, y eso le dio tiempo para huir y tomar un taxi sin que tuviera que disculparse ante él por ser tan patética.Se sentó en el sillón de la sala, aguardando a Richard, pero las horas pasaron en una angustiosa espera y la acumulación de los mensajes y llamadas sin respuesta que le hizo. Miró el cuadro pintado a mano que tenía enfrente de ella con Richard, junto a sus padres cuando seguían con vida y celebraban uno de sus aniversarios.Sonrió con amargura al recordarse aún con sus brackets. Le confesó a su madre que le gustaba Richard y que asistió a la fiesta con un ramo de margaritas para ella.—Margaret, ni se te ocurra respaldar ese capricho —advirtió su padre, divertido. Mientras le ayudaba a Liz a colocar el collar de diamantes que hacía juego con
Elizabeth mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir a pesar de que escuchó a su esposo moverse por la habitación. Y sabía que estaba actuando como una cobarde, pero ya había agotado sus reservas de valentía y energía para seguir discutiendo, escuchar sus mentiras u obligarlo a confesar.El sonido de las gavetas siendo azotadas le erizaron la piel, pero se negó a mirar. Su corazón comenzó a latir más rápido al sentir el aroma maderado de su loción tan cerca y aun así no se movió. Escuchó la gaveta de su lado abrir y cerrar, y aunque la curiosidad era enorme, no cedió.—Deberías estar agradecida de que tu amiga sea tan sensata. Cualquier otra mujer te demandaría por calumnias —dijo Richard, muy cerca, pero su tono desprovisto de emociones le provocó un nudo en la garganta.Lo sintió alejarse y abrir las puertas dobles de su habitación. Pensó que se había marchado, pero su voz la puso en alerta otra vez al decir:—Quizá deberíamos considerar hablar con un psiquiatra. Tu comportamiento
Nathan estacionó a unos metros del bosque que flanqueaba la mansión de Regina y lo atravesó con rapidez. Las cámaras de seguridad seguían el patrón de rotación que recordaba, y los sensores de movimiento tenían los mismos puntos ciegos. Desde el exterior, la propiedad parecía una fortaleza, pero los sistemas de seguridad eran predecibles. En minutos, ya estaba dentro.Las risas y los gemidos ahogados que provenían del piso superior le arrancaron una sonrisa fría. Conocía muy bien esos sonidos y sabía con exactitud cómo manejar esta situación.Se tomó su tiempo para servirse un whisky, observando las fotografías familiares que adornaban las paredes. Los Blackwood, siempre tan preocupados por mantener las apariencias. El hielo tintineó contra el cristal mientras esperaba, saboreando la anticipación del momento.La voz de Regina sonó desde lo alto de las escaleras, seguida de una risa ronca que lo hizo mirar y reconoció de inmediato al dueño de una conocida franquicia de comida rápida.N
Nathan se dirigió a la mansión familiar después de recoger un maletín repleto de efectivo como pago por los camiones modificados. Sabía que con unos meses más, alcanzaría la cantidad que se propuso para dejar atrás el negocio de una vez por todas.—Buenas noches, señor Kingston.—Jeremy…—Su padre se encuentra en el despacho con el caballero Crawford. —Stevens arrugó la nariz sin ocultar su desagrado por darle la noticia—. ¿Les llevo algo?—No es necesario. Me iré pronto.Casi se arrepintió por haber rechazado la oferta, seguro tenían uno de sus platillos favoritos para que se lo hubiese sugerido. Jeremy siempre había sabido cuidarlo a su manera, aún más desde la muerte de su madre.Nathan atravesó el pasillo y escuchó la risa estridente de su padre.—¿En serio pensaste que era posible? —El sarcasmo en la voz de James Kingston, goteaba sutil mientras se recostaba en su sillón de cuero, observando a Richard con una sonrisa que Nathan conocía demasiado bien: la que reservaba para humill
Elizabeth llevaba días sin salir de casa, dormía casi todo el día, con la energía drenada por completo. Y aunque luchaba por huir de su dolorosa realidad, se obligaba a estar presente cuando Emma volvía de la escuela.En ese momento, su hija estaba sentada ante la encimera de la cocina, pintando un pavo sonriente que sostenía una manzana mientras Ana cortaba unos vegetales para ella. Con un profundo suspiro, Liz se apoyó sobre el granito y la miró moverse por la cocina. —Siento mucho que tengas que quedarte estos días, y que… hayas presenciado lo que… —murmuró, sentándose en una de las sillas.Ana levantó la mirada y la observó con preocupación, apoyó una mano cálida sobre la suya. El silencio en la casa se había vuelto opresivo desde que Richard le dio vacaciones anticipadas a todo el personal por Acción de gracias, dejando solo a la niñera como testigo de su deterioro.—No se preocupe, señora. Es comprensible que esté abrumada, y usted sabe que quiero mucho a Emma. Además, estoy m
Nathan mantuvo su posición en lo alto del acantilado, observando la carretera mientras la tormenta azotaba su rostro. El auto derrapó en la curva que había previsto casi al mismo tiempo en que Walter lo llamó.—¿Qué quieres?—Voy en camino. Así que…—¿Desde cuándo crees que puedes supervisar mi trabajo? —gruñó Nathan, cortando la llamada, molesto.En el fondo sabía que quejarse no serviría de nada. Sin embargo, se preguntó a qué se debían tantas medidas para un trabajo tan sencillo.Vio cómo el auto impactó el vehículo contra la barrera y Nathan descendió por la ladera embarrada, maldiciendo mientras el aguacero helado se colaba bajo su chaqueta, en lugar de estar disfrutando del cálido interior de la rusa que lo estaba esperando.Sus botas se hundieron en el lodo con cada paso, y deseó que el impacto hubiese sido suficiente para cumplir con el encargo y quizá ni siquiera necesitaría disparar. Bastaría solo un empujón, y todo habría terminado.Mientras descendía, recordó a Richard ner
Liz sintió la agitación del agua a su alrededor. Las olas la golpeaban sin piedad, arrastrándola hacia las profundidades mientras el sabor salado se mezclaba con el metálico de su propia sangre. Sus pulmones ardían, exigiendo aire que no podía conseguir y sus músculos estaban agotados y con cada movimiento enviaba punzadas de dolor por todo su cuerpo Pero lo único que la mantenía a flote era en Emma. Su hija necesitaba que ella luchara, que sobreviviera y eso la hizo aferrarse a la consciencia con todas fuerzas.Entre las sombras y el rugido del océano, captó un destello de luz tenue que pareció avanzar hacia ella. Entonces, unas manos firmes la sujetaron, arrastrándola a la superficie y el cielo negro se materializó sobre ella.Las gotas de lluvia le golpearon el rostro con más fuerza que antes mientras intentaba enfocar algo claro a su alrededor, pero todo era una mancha borrosa de sombras y luces difusas.—Está en shock —una voz llegó amortiguada a sus oídos.—La herida en la fren
Nathan entró al Ivy Club, reconociendo a varias caras importantes en la ciudad mientras avanzaba hasta uno de los salones privados. Odiaba tener que ser sociable y menos con la ropa empapada, pero todo el que lo conocía le abrió paso o le hizo gestos con la cabeza como mucho.Cuando atravesó las puertas dobles, James Kingston dominaba el centro del salón, rodeado de hombres en trajes caros que asentían a cada una de sus palabras. Al verlo, su padre se irguió esbozando una sonrisa tensa, escudriñando sus ojos.—¡Ahí está mi hijo! —Alzó su vaso de cristal tallado hasta que llegó frente a él.A pesar del abrazo y las palmadas fuertes en la espalda parecían de una calidez que nunca había tenido en privado, así que Nathan permaneció inmóvil, esperando que la función terminara.Al soltarlo, James sujetó su rostro entre sus manos callosas, forzándolo a encontrarse con su mirada. Sus ojos brillaban como los de un depredador.—Estoy muy orgulloso de ti, muchacho —declaró James, con un tono cas