Nathan siguió la voluptuosa figura de Liz con la mirada hasta que se perdió dentro del salón. Algo en su vulnerabilidad siempre despertó un instinto protector en él, pero esta vez lo aplastó de inmediato. No era momento para distracciones. Marcus Chen, el imbécil que le debía dinero a su padre, acababa de escabullirse hacia el baño.
Lo siguió con calma y al entrar tras él, lo encontró inclinado sobre el lavabo. Así que lo agarró por el cuello de la camisa y lo estrelló contra la pared.
—Una semana de retraso. Te advertí que no jugaras conmigo.
Chen tartamudeó excusas patéticas, pero Nathan lo silenció con un puñetazo en el estómago y lo vio desplomarse al suelo con un quejido lastimero.
La puerta se abrió de golpe y al voltear, notó el rostro de Richard Crawford contrayéndose al ver la escena, pero intentó disimular su nerviosismo con esa sonrisa falsa que tanto despreciaba.
—James mencionó que irían al golf. ¿Vas a…?
Nathan lo miró sin expresión. Crawford era un parásito, alimentándose de las migajas que su padre le arrojaba.
—No.
Richard soltó una risa nerviosa y abrió la boca, pero Nathan suspiró al decir:
—Mejor sal de aquí.
Escuchó toser a Chen, así que no se molestó en mirar cómo desapareció el otro cobarde y se inclinó sobre él, lo que bastó para que el hombre sacara un ligero fajo de billetes y chillara:
—Es lo único que tengo por ahora. Te juro que antes del fin de semana…
—Más te vale —lo interrumpió—. O tus piernas serán mi parque de juegos.
Lo escuchó sollozar a sus espaldas, pero no le importó. Estaba tan harto de hacer esos trabajos.
Entró al salón y se acercó a Walter, quien bebía tranquilo en la barra. Su amigo levantó una ceja al preguntar:
—¿Lo arreglaste?
—Por supuesto.
Su amigo asintió. No necesitaban más palabras. Nathan tomó un trago del vodka que le ofreció, y observó el mar de rostros hipócritas que llenaban el salón.
Entre la muchedumbre, una mujer de cabello oscuro atrajo su atención. Aunque llevaba un vestido discreto, sus curvas y sus ojos se le hicieron conocidos.
—Esa tiene un buen rato mirándote —dijo Walter, soltando una carcajada—: Anda, King, ¿por qué no le das lo que busca?
—Vendrá por ello, no lo dudes —respondió.
Le dio la espalda y volvió a centrarse en su bebida, poco después la mujer ya estaba a su lado.
—Llevas demasiado tiempo solo, Nathan Kingston —dijo ella, tendiéndole una mano—. ¿Bailamos?
No recordaba su nombre, pero era evidente que eso no le importaba a ninguno de los dos. Así que la siguió a la pista.
Cada paso suyo era provocador; sabía cómo moverse y disfrutó de la suave presión de sus cuerpos. Ella deslizó su mano por su hombro hacia abajo y en respuesta, Nathan bajó hasta su cintura, disfrutando de su jadeo.
La dejó contonearse contra él mientras le regalaba una sonrisa juguetona y acariciaba la dureza de su pectoral sobre la camisa, clavando la mirada en la suya para presionarlo, pero se negó a avanzar.
Nathan sabía que entre más la hiciera esperar, ambos saldrían ganando esa noche. Lo comprobó poco después cuando ella hizo que se inclinara hasta su altura para decir en tono desesperado:
—Tú y yo deberíamos buscar un poco de privacidad.
Nathan asintió y la tomó de la mano, despidiéndose con un gesto de Walter, quien negó con la cabeza, divertido.
* * *
Al salir al estacionamiento, la mujer se colgó de su brazo y su exquisito perfume lo envolvió. Entrecerró los ojos un instante, pero al siguiente distinguió a Liz tambalearse sobre sus tacones cerca de un auto mientras intentaba cargar a Emma. La niña dormía apacible en los brazos de su madre, y la niñera parecía tan agotada como ella.
Un impulso lo hizo acercarse.
—Déjame ayudarte —ofreció y miró sus carnosos labios separándose para decir algo, pero Nathan ya había tomado a Emma, quien envolvió sus bracitos alrededor de su cuello.
Una sonrisa se le escapó. Colocó a la niña en el asiento del coche con cuidado, ajustó los cinturones y cerró la puerta.
—Ya está.
Al mirarla, se dio cuenta de que Liz jugueteaba con el bolso de mano que hacían brillar sus delicadas uñas y notó su habitual expresión insegura. ¿Se excedió?
Esa noche actuó sin pensar al acercarse en el jardín, pero se alegraba de verla. Llevaban meses sin coincidir en las fiestas del círculo que compartían, y encontrarla llorando lo descolocó.
Sí, estaba actuando como un estúpido y para terminar la noche con broche de oro, no pudo resistirse a dar un paso adelante y se inclinó al rozar su mejilla con los labios. Fue apenas un instante, pero sintió cómo ella contuvo el aliento.
—Buenas noches, Ángel —susurró.
La niñera soltó una risita y él no pudo evitar esbozar la suya, pero eso lo trajo al presente y se obligó a ir junto a la mujer que lo esperaba impaciente frente a su deportivo.
Antes de entrar en su coche, aspiró con fuerza el aire frío de la noche.
—¿Mi casa? —preguntó la mujer como para encarrilarlo de nuevo a su objetivo y funcionó.
—Un hotel —dijo, colocando la mano sobre su muslo descubierto un poco más de lo necesario.
Permitió que eligiera la música para el camino, pero se arrepintió en la segunda canción cuando la escuchó cantar, así que aceleró.
—Tienes mucha prisa, ¿no? —Esa mujer tenía el ego hasta las nubes, pero Nathan no respondió.
Solo pretendía obtener lo que ella ofreció. Tardó poco en llegar al Imperial, propiedad de su familia, y tomó el ascensor privado al mismo tiempo en que la mujer se abalanzó sobre él, besándolo con urgencia.
Pero su mente traicionera se desvió hacia la turgente silueta de Elizabeth, la suavidad de sus gestos, esa elegancia natural que la hacía destacar sin intentarlo y cerró los ojos con fuerza, tratando de concentrarse en las caricias que estaba recibiendo.
Un gemido suave escapó de ella y por un momento, su mente lo engañó, imaginando que era Liz quien se derretía bajo sus manos. Como una sombra persistente que se negaba a abandonarlo, y m*****a sea, lo disfrutó.
Pero el placer duró poco, porque recordó que no tenía derecho a fantasear con ella. Ya no. Aquella preciosura inocente había rozado su corazón hacía años, pero luego tuvo que verla casarse con un idiota manipulador.
Se pasó una mano por el cabello cuando recordó la noche de su boda, en contraste con su estúpida fantasía de imaginar que el hombre con el que se casaba era él. Estaba consciente de que jamás iba a ocurrir, y esa realidad lo consumió por años.
Sacudió la cabeza, echando a un lado sus pensamientos de Elizabeth, mientras la otra mujer se apoderaba de su atención con una urgencia que lo arrastró de vuelta al presente, al mismo tiempo en que el ascensor se abrió en el Penthouse e hizo que la mujer que lo acompañaba avanzara frente a él. Debía seguir con su vida, llegar a la cantidad que necesitaba y largarse de esa m*****a ciudad donde todo tenía que ver con esa rubia que le había robado el corazón. Arrancar de raíz ese anhelo que lo perseguía. Con una voz ronca que desconoció, dio la orden:
—De rodillas.
Liz entró en la oficina esa mañana, desvelada, pero disfrutando el silencio del fin de semana. El sábado era su día favorito para ponerse al día con los reportes de las nuevas propiedades, porque solía imaginar en lo que podían convertirse después de hacer su magia con las renovaciones, como cuando era niña y acompañaba a su padre.Se sentó en su escritorio, respirando hondo, y luego vio a Richard entrar a su oficina. El corazón le dio un vuelco al verlo fresco y campante. No había vuelto a casa después de la fiesta, y aunque se excusó por un mensaje por algo del trabajo, su presencia tan temprano la tomó por sorpresa.—No estoy lista para esto —murmuró, concentrándose en el correo que estaba redactando.Liz evitó mirarlo durante un par de horas y el tiempo pasó demasiado lento hasta que el ruido de tacones resonó en el pasillo. Al levantar la vista, vio a Amelia entrar en la oficina con su característica energía.—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañada, porque no tenía nada pendiente q
Nathan observó el Black Tide desde su asiento habitual, y aunque extraño, encontraba reconfortante el aroma a madera vieja del lugar. Walter entró como un vendaval, golpeando el hombro de un cliente que se apartó de inmediato al reconocerlo y negó sonriendo. Su amigo era un maldito engreído. Gloria se acercó a su mesa, su característico moño gris enmarcando un rostro curtido, pero aún atractivo. Sus ojos astutos y una leve sonrisa coqueta le daban un aire de sabiduría y picardía que delataba sus años como propietaria del bar. —¿Las chicas de siempre para los caballeros? —preguntó, deslizando una uña con delicadeza por el cuello de Walter.La mención de su padre borró cualquier diversión que pudiera sentir Nathan por el nerviosismo de su amigo ante el gesto de la madura mujer. Su mandíbula se tensó, y Gloria captó la señal, alejándose con cadencia. Lo mejor era que mantuvieran la distancia: ella no estaba para juegos, y Walter era demasiado volátil para una vida tranquilaLo observó
El fin de semana fue tenso entre ellos, pero Liz mantuvo la esperanza de que al llegar a la oficina todo mejoraría con la noticia que tenía. Vio cómo le servían el café y cuando estaba por pedir más azúcar, Richard entró al comedor y arrojó algo sobre la mesa. Reconoció el contrato en el que había estado trabajando de inmediato.—¿Crees que soy un tonto? —preguntó en voz baja mientras apoyaba ambas manos en el otro extremo de la madera.Liz levantó la mirada, confundida, y luchó por mantener la calma.—Richard, logré cerrar el acuerdo de renta para el edificio. Creí que estarías… orgulloso —al final de la frase su voz tembló.La sonrisa gélida de Richard le heló la sangre al verlo acercarse, acorralándola en la silla y, por instinto, se puso de pie. Pero no esperaba que la siguiera hasta que chocó la espalda contra la fría pared.—¿Orgulloso? Todo lo que haces es sabotearme, Liz. Sabes que lucho a diario por mantener un pie tu legado, pero tú, con tus “decisiones” solo me dejas como u
Chapter 6: Perdiendo el controlElizabeth regresó a casa, con un vacío aplastante en su pecho. Al menos había tenido la fortuna de que la desconocida que acompañaba a Nathan en el bar llamara su atención gritando colgada del cuello del chef, y eso le dio tiempo para huir y tomar un taxi sin que tuviera que disculparse ante él por ser tan patética.Se sentó en el sillón de la sala, aguardando a Richard, pero las horas pasaron en una angustiosa espera y la acumulación de los mensajes y llamadas sin respuesta que le hizo. Miró el cuadro pintado a mano que tenía enfrente de ella con Richard, junto a sus padres cuando seguían con vida y celebraban uno de sus aniversarios.Sonrió con amargura al recordarse aún con sus brackets. Le confesó a su madre que le gustaba Richard y que asistió a la fiesta con un ramo de margaritas para ella.—Margaret, ni se te ocurra respaldar ese capricho —advirtió su padre, divertido. Mientras le ayudaba a Liz a colocar el collar de diamantes que hacía juego con
Elizabeth mantuvo los ojos cerrados, fingiendo dormir a pesar de que escuchó a su esposo moverse por la habitación. Y sabía que estaba actuando como una cobarde, pero ya había agotado sus reservas de valentía y energía para seguir discutiendo, escuchar sus mentiras u obligarlo a confesar.El sonido de las gavetas siendo azotadas le erizaron la piel, pero se negó a mirar. Su corazón comenzó a latir más rápido al sentir el aroma maderado de su loción tan cerca y aun así no se movió. Escuchó la gaveta de su lado abrir y cerrar, y aunque la curiosidad era enorme, no cedió.—Deberías estar agradecida de que tu amiga sea tan sensata. Cualquier otra mujer te demandaría por calumnias —dijo Richard, muy cerca, pero su tono desprovisto de emociones le provocó un nudo en la garganta.Lo sintió alejarse y abrir las puertas dobles de su habitación. Pensó que se había marchado, pero su voz la puso en alerta otra vez al decir:—Quizá deberíamos considerar hablar con un psiquiatra. Tu comportamiento
Nathan estacionó a unos metros del bosque que flanqueaba la mansión de Regina y lo atravesó con rapidez. Las cámaras de seguridad seguían el patrón de rotación que recordaba, y los sensores de movimiento tenían los mismos puntos ciegos. Desde el exterior, la propiedad parecía una fortaleza, pero los sistemas de seguridad eran predecibles. En minutos, ya estaba dentro.Las risas y los gemidos ahogados que provenían del piso superior le arrancaron una sonrisa fría. Conocía muy bien esos sonidos y sabía con exactitud cómo manejar esta situación.Se tomó su tiempo para servirse un whisky, observando las fotografías familiares que adornaban las paredes. Los Blackwood, siempre tan preocupados por mantener las apariencias. El hielo tintineó contra el cristal mientras esperaba, saboreando la anticipación del momento.La voz de Regina sonó desde lo alto de las escaleras, seguida de una risa ronca que lo hizo mirar y reconoció de inmediato al dueño de una conocida franquicia de comida rápida.N
Nathan se dirigió a la mansión familiar después de recoger un maletín repleto de efectivo como pago por los camiones modificados. Sabía que con unos meses más, alcanzaría la cantidad que se propuso para dejar atrás el negocio de una vez por todas.—Buenas noches, señor Kingston.—Jeremy…—Su padre se encuentra en el despacho con el caballero Crawford. —Stevens arrugó la nariz sin ocultar su desagrado por darle la noticia—. ¿Les llevo algo?—No es necesario. Me iré pronto.Casi se arrepintió por haber rechazado la oferta, seguro tenían uno de sus platillos favoritos para que se lo hubiese sugerido. Jeremy siempre había sabido cuidarlo a su manera, aún más desde la muerte de su madre.Nathan atravesó el pasillo y escuchó la risa estridente de su padre.—¿En serio pensaste que era posible? —El sarcasmo en la voz de James Kingston, goteaba sutil mientras se recostaba en su sillón de cuero, observando a Richard con una sonrisa que Nathan conocía demasiado bien: la que reservaba para humill
Elizabeth llevaba días sin salir de casa, dormía casi todo el día, con la energía drenada por completo. Y aunque luchaba por huir de su dolorosa realidad, se obligaba a estar presente cuando Emma volvía de la escuela.En ese momento, su hija estaba sentada ante la encimera de la cocina, pintando un pavo sonriente que sostenía una manzana mientras Ana cortaba unos vegetales para ella. Con un profundo suspiro, Liz se apoyó sobre el granito y la miró moverse por la cocina. —Siento mucho que tengas que quedarte estos días, y que… hayas presenciado lo que… —murmuró, sentándose en una de las sillas.Ana levantó la mirada y la observó con preocupación, apoyó una mano cálida sobre la suya. El silencio en la casa se había vuelto opresivo desde que Richard le dio vacaciones anticipadas a todo el personal por Acción de gracias, dejando solo a la niñera como testigo de su deterioro.—No se preocupe, señora. Es comprensible que esté abrumada, y usted sabe que quiero mucho a Emma. Además, estoy m